Samantha

Samantha


Capítulo 20

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Capítulo 20

 

 

En cuanto he puesto un pie en tierra, lo primero que he hecho ha sido encender mi móvil. Empezaron a llegarme mensajes a montones de Ian, y alguno que otro de Helena. Leí antes que nada los de esta última para saber cómo acabó la cosa en el aeropuerto de Brasil, y al pasar a los del Adonis noté lo cabreado que está en cada palabra.

Si no he entendido mal, ha estado detenido varias horas, pero lo han dejado ir finalmente. Por suerte el siguiente avión hasta Las Vegas no sale hasta dentro de medio día, así que esa es la ventaja de tiempo de la que dispongo.

En cambio Helena ya está de camino a Marruecos como le ordené. Necesito tener un par de ojos allí cuanto antes para comprobar que Sharaf no tenga un plan distinto al estimado con mi padre.

Lo siguiente que hago es subir todas las maletas al vehículo blindado que traigo de vuelta conmigo. Hace mucho tiempo que no conduzco, ya que normalmente lo hace mi acompañante, así que al principio avanzo con lentitud y toda la precaución que me es posible.

Recorro la carretera solitaria que lleva hasta la urbanización donde está la mansión, y bajo las ventanillas para que me dé el aire de aquí, que es un tanto diferente al de Brasil. Disfruto del trayecto en coche como no lo había hecho nunca, y es cuando caigo en la cuenta de que he prescindido de estos pequeños placeres por el estilo de vida que tengo, al igual que de otros muchos. Y también pienso que podría ponerle remedio a eso dejando atrás Las Vegas y marchándome con Ian y nuestras respectivas familias lejos. Muy lejos. Pero cuando este pensamiento pasa por mi cabeza, piso el acelerador con fuerza para huir de él. Lo único por lo que debo preocuparme en estos momentos es en continuar con el plan.

Llego a la mansión y aparco el coche de mala manera a toda velocidad. Esto alerta a Dereck, Tay y Aaron, los cuales me encuentro tras atravesar la entrada principal. Ninguno tiene la menor idea de qué hago aquí, y menos sola, y yo tampoco hago nada para solventar sus dudas. Los ignoro y subo los escalones de dos en dos hasta la tercera planta. Intento tranquilizarme, respirando pausadamente frente a la puerta del despacho de Nathan, y una vez que compruebo que va a ser imposible por muchos ejercicios de respiración que haga, envuelvo el picaporte con la mano y lo giro.

Mi padre levanta la mirada de su escritorio y la dirige hacia mí. No parece estar sorprendido de verme aquí, por lo que intuyo que el Adonis lo habrá avisado de mi llegada y también puesto al corriente de todo lo que sé.

—¿Pensabas decírmelo en algún momento? —le increpo cerrando la puerta tras de mí.

—No está en mi mano tomar esa decisión, ni tampoco en la de Ian. Él no debería haberte dicho nada —añade despejando la mesa de papeles como si no pasara nada.

—¿Tampoco fue decisión tuya seducir a mi madre? Seguro que le sacaste bastante información sobre su marido —lo acuso alzando la voz.

—¡Jamás dudes del amor que sentí y que aún siento por ella, Samantha! —exclama levantándose de su silla alterado—. Le fui sincero desde el primer momento, y le prometí una vida diferente si abandonaba a Sharaf para venirse conmigo. Íbamos a hacerlo, de hecho lo teníamos todo preparado para fugarnos, pero entonces supo que estaba embarazada, y pensó que lo mejor para ti sería quedarse con el que creía por aquel entonces que era tu padre.

—Y, ¿por qué no fuiste a buscarla tras saber que mi padre eras tú? —reprocho con lágrimas en los ojos.

—Viajé hasta Marruecos más veces de las que te imaginas para hablar con ella e intentar convencerla, pero después de que nacieras tú, tu padrastro no le quitaba el ojo de encima. Todavía sigo yendo cada año por su cumpleaños para dejarle flores a una tumba donde aparece con el apellido del hombre que la mató —admite con las palabras impregnadas de dolor.

El recuerdo de mi madre me invade, y esto provoca que las ganas de vengarme de Sharaf acrecienten. No puedo dar marcha atrás, necesito hacerlo por mi madre, por Khareem, por mi hijo y por todas las personas a las que les ha arrebatado la vida.

—Tenemos que irnos cuantos antes. Que Aaron se encargue de comprar los billetes del primer avión de todo Estados Unidos que salga para Marruecos. Nadie va a impedir que mi padrastro muera antes de la noche de bodas —sentencio totalmente segura—. Tú puedes quedarte aquí si no quieres meterte en problemas con tus amigos de la CIA.

—¿Crees que voy a dejar que vayas sin mí? —pregunta rodeando el escritorio para detenerse frente a mi persona—. No podría volver a conciliar el sueño si también te pierdo a ti, Sam —declara dándome un abrazo.

Al principio no sé qué hacer. Puedo contar con los dedos de una mano estos gestos de cariño que Nathan tiene hacia mí, pero supongo que no hay mejor momento para hacerlo que este, así que se lo devuelvo.

Cuando se separa de mí, le comento la jugarreta que le he hecho al Adonis, y también que Helena se reunirá con nosotros en Marruecos. Y una vez dicho esto, salgo de su despacho en busca de nuestro abogado para pedirle que se ponga a buscar los billetes de inmediato. También localizo a don Musculitos y a Tay, que se ponen manos a la obra al igual que Aaron. No hay tiempo que perder, y se lo he hecho saber a los tres.

Preparamos las armas y la ropa que tendrán que vestir ellos durante los eventos, esos mismos que yo observaré desde la distancia, y afortunadamente mientras tanto Aaron da con un vuelo que sale en seis horas desde Los Ángeles. Solo tenemos que desplazarnos hasta allí en coche, y llegaremos con una hora de antelación si salimos en unos treinta minutos.

Nathan y Aaron se adelantan, y el resto nos pasamos a recoger a Bashira. La llamé hace un buen rato para avisarla del viaje, así que ya estará esperándonos. Dereck conduce, Tay ocupa el asiento del copiloto, y yo iré detrás junto a la pretendiente de Sharaf en cuanto se una a nosotros.

—Id a por ella y traeros su equipaje —les ordeno a ambos una vez que don Musculitos estaciona el Conquest Knigth XV en la entrada de su casa.

Me acomodo, preparándome para el largo trayecto que nos queda por delante, y segundos después el sonido de un teléfono hace que me sobresalte. No es el mío, ya que no es el mismo sonido, pero tengo claro que provenía de dentro del coche. Comienzo a buscarlo, y no doy con él hasta que suena por segunda vez. Estaba bajo el asiento del conductor, por lo que deduzco que se le habrá caído a Dereck al bajarse.

La pantalla está iluminada, así que puedo ver parte de los mensajes que le están llegando. No tiene guardado el número en la agenda, pero por el contenido parece que se conocen. Dice algo de estar en un tren camino a alguna parte y le da las gracias por todo lo que ha hecho por ella.

Sé que no debería hacerlo, pero la curiosidad me mata, así que decido realizar una llamada a ese número. Se oyen dos pitidos, y al tercero alguien contesta.

—¿No decías que era mejor hablar a través de mensajes? —pregunta una voz femenina desde el otro lado de la línea.

—¿Bashira? —escupo incrédula.

Acto seguido, la llamada finaliza. Esto me ha cogido totalmente por sorpresa. ¿A dónde se dirige Bashira?, y lo más importante, ¿por qué se están escribiendo Dereck y ella?

Cuando logro reaccionar, acudo velozmente a la bandeja de entrada, y leo por encima todos los mensajes que han intercambiado. Ese imbécil es el que se ha encargado de abastecer la nevera y la despensa de Bashira en mi ausencia, y se ha ocupado también de que tema por su vida hasta tal punto de salir huyendo en el momento indicado.

Me bajo del automóvil con el teléfono en una mano y mi pistola en la otra. Camino hasta la casa apuntando al frente con el arma, y me detengo al toparme con don Musculitos.

—¿Dónde está? —digo en voz alta para que se gire a mirarme.

—No la encontramos —miente antes de vislumbrar que lo tengo en el punto de mira—. ¿Qué haces? —escupe confuso.

Ni siquiera la respondo, puesto que está más que claro lo que estoy haciendo, pero le lanzo su móvil, y así es como empieza a atar cabos.

—Voy a preguntártelo solo una vez, y espero que digas la verdad. ¿Por qué?

—No sé de qué estás hablando, Sam, pero deberías bajar el arma y…

Aprieto el gatillo tras ladear la pistola para que la bala solo le roce el hombro, y Tay acude corriendo hasta la habitación donde estamos presa del pánico.

—¿Qué ocurre?, ¿va todo bien? —pregunta sacando también su arma.

—Eso mismo estoy intentando averiguar —admito sin quitarle los ojos de encima a don Musculitos—. Solo vas a tener otra oportunidad, Dereck ¿por qué lo has hecho?

—Ginebra me dijo que lo hiciera —confiesa molesto por haber sido descubierto.

—¿Desde cuándo sigues órdenes de esa policía? —le increpo sintiendo cómo la sangre me arde cada vez que nombran a esta mujer.

—Desde que me prometió que podría quedarme con todo lo de Nathan si la ayudaba a quitárselo de en medio.

Respiro profundamente un par de veces para no volver a hacer funcionar el arma en repetidas ocasiones contra su pecho, y opto por dejarlo vivo por el momento. No tenemos tiempo para entretenernos si queremos coger ese avión, aunque sin Bashira tampoco hay plan.

—Ve a por algo para atarlo, Tay.

Me quedo inmóvil manteniendo la pistola con firmeza mientras Tay obedece y continúo pensando en las distintas alternativas que tenemos para solventar lo de la pretendiente de Sharaf, y lo cierto es que solo se me ocurre una. Es prácticamente imposible que encontremos a alguien similar a ella en tan poco tiempo, como lo es que aprenda todo lo que debe saber para que salga bien. Así que, si no es la propia Bashira la que va a hacerlo, tendré que ser yo.

Tay se toma la libertad de traer una silla consigo para dejar a Dereck atado a ella, y cuando termina enfundo el arma, pero no desaparecen las ganas de usarla contra don Musculitos. Evito pensar en el topo e ignorar sus quejidos mientras guardamos la ropa que iba a emplear Bashira en Marruecos, y antes de irnos me acerco a él para comprobar que no pueda moverse.

—Vas a quedarte así hasta que me apetezca contarle a los guardias de afuera dónde estás, así que espero que hayas cubierto todas tus necesidades recientemente —murmuro pegada a su oreja.

—No puedes dejarme aquí, Samantha. Estoy herido —alega revolviéndose en el sitio.

—No creo que te mueras por un rasguño —puntualizo haciendo presión en la herida con dos dedos.

Dereck gruñe dolorido, y se desespera tanto al verme marchar que incluso me ofrece un trato, pero me importa tan poco que no llego ni a escucharlo.

—¿Qué vamos a hacer con él? —inquiere Tay una vez que regresamos al coche.

—Ya se me ocurrirá algo —respondo abrochándome el cinturón—. Ahora preocupémonos de coger ese vuelo.

El viaje serán casi cinco horas en coche y de corrido. Este imprevisto nos ha retrasado más de la cuenta, así que ni siquiera tendremos ocasión de parar a descansar. Lo único bueno de todo esto es que voy a tener tiempo suficiente para pensar en qué medida nos ha llegado a perjudicar la traición de Dereck, y también las consecuencias que deberá acarrear por haberlo hecho.

Hacemos la mitad del camino, y es entonces cuando comienzo a insistirle para que me deje conducir a mí. No es bueno estar tantas horas al volante, y lo último que queremos es tener un accidente.

Una vez que llegamos al aeropuerto Tay se ocupa de llevar el coche hasta la bodega del avión, y yo aprovecho para realizar mi llamada diaria a Raissa. Desde que me fui a Brasil no ha pasado ni un solo día en el que no la llame, aunque no todas las veces puedo hablar con ella, y cuando lo hago son apenas cinco minutos. Está muy rara, y la única razón que se me ocurre es la presencia de Sharaf en Las Vegas. Desde que tuvimos noticias de él, su comportamiento cambió radicalmente.

Pasamos rápidamente el control de seguridad a pocos minutos de que nos cierren la puerta de embarque, y salimos corriendo a toda prisa hacia esta. Llegamos sudados, pero justo a tiempo. Lo hemos pasado mal para llegar hasta aquí, pero a mí aún me queda la peor parte. Explicarle a mi padre que voy a ocupar el lugar de Bashira.

—¿Y los demás? —pregunta nada más vernos llegar.

—Siéntate —le aconsejo dirigiéndome hacia él—, vas a necesitarlo.

No es un viaje agradable, puesto que Nathan no ha parado de decirme lo peligroso que es el que yo sea la pretendiente, pero no logra hacerme desistir. Él ya no quiere saber nada de ningún plan ni de Sharaf, y alega que no quiere entregar mi vida a cambio de la de este. Joder, si le ha faltado poco para obligar al piloto a dar la vuelta al maldito avión.

—Morirá antes de que llegue a descubrirme —le aseguro entre susurros—, y estaremos de vuelta en menos de dos semanas si le insistes en adelantar la firma del contrato y todo lo demás.

Es bastante improbable que mi padrastro me reconozca con la ropa que habíamos preparado para Bashira. Está todo dispuesto para que solo se muestre la zona de los ojos, y eso se arregla con unas lentillas del mismo color que le proporcioné a ella y maquillaje para igualar el tono de piel. Lo difícil va a ser que el timbre de mi voz se asimile al suyo, pero lo restante está bajo control. Primero tendremos que acudir a la mezquita para formalizar el matrimonio, y luego viene la semana de celebraciones en la que tendré que suministrarle pequeñas dosis de ricino. No llegará al séptimo día, y después de eso su nueva esposa desaparecerá. Nadie sabrá quién es ni podrá buscarla, porque Aasiyah no existe.

Aterrizamos en Marruecos siendo casi de noche. Con tanto viaje he perdido la noción del tiempo, pero Helena, que ha venido a recogernos al aeropuerto, resuelve mi duda. Van a ser las ocho y media.

La ausencia de Dereck y Bashira llama su atención en cuanto ve que solo somos cuatro, y de camino al hotel le informo de las novedades. También se muestra reticente con que yo la reemplace, pero si Nathan no me ha hecho cambiar de opinión, Helena tampoco lo va a conseguir.

Al llegar al hotel nos repartimos las habitaciones por parejas, excepto mi padre que dormirá solo. Los tres cuartos son contiguos, por lo que el lugar idóneo para reunirnos es el dormitorio de en medio, que pertenece a mi padre.

Me retiro junto con Helena a nuestra habitación, y tras darme una ducha rápida nos dirigimos a la de Nathan. Ahí será donde cenemos en grupo y ultimemos los detalles del plan a seguir, aunque en realidad eso es algo que está más que claro. La única razón por la que mi padre quiere repasar cada paso que debemos dar es por mí. Cuando creía que Bashira iba a ser quien se casara con Sharaf respiraba tranquilo, y tenía total seguridad en sí mismo y en lo que hemos orquestado, pero ahora todo ha cambiado.

Regresamos a nuestros respectivos cuartos unas horas después, y Helena se va directamente a la cama. Ni que fuera ella la que se ha comido hoy alrededor de veinte horas de avión.

Doy vueltas en la cama por culpa de los nervios, que sorprendentemente no me los causa mi padrastro, sino Ian, y cuando ya no puedo seguir más tiempo tumbada, salgo a la terraza a tomar el aire. Esta está conectada a la del dormitorio de Nathan que a su vez también está unida a la de Tay y Aaron. Por suerte a estas horas no hay nadie despierto y puedo deleitarme con el paisaje en soledad. Este lugar es precioso, pero no he tenido el placer de disfrutarlo porque el odio hacia Sharaf me tenía y tiene cegada.

El Adonis vuelve a pasar por mi cabeza, y también el deseo de tenerlo aquí conmigo. Desde que lo conocí no se ha separado de mí más de un día, y se me hace raro no tenerlo a mi lado. Continúo pensando en él y en la conversación que tuvimos la noche que pasamos en el hotel de Brasil, y no sé cómo, pero cuando reacciono tengo el móvil en la mano realizando una llamada a Ian.

—¿Samantha? —pregunta sin disimular su asombro.

—Siento lo del aeropuerto, pero lo volvería a hacer si me viera en la misma situación —admito dudando aún de si esta llamada ha sido buena idea.

El agente del gobierno permanece en silencio, pero sé que sigue ahí porque escucho su respiración, así que prosigo.

—Encontré al fin a ese topo al que hacía alusión Dereck, y resulta que es el cómplice de Ginebra. Está a buen recaudo en la mansión con los de seguridad, pero quizás necesite un médico —insinúo sabiendo que él ya habrá llegado a Las Vegas.

—¿Quién es? —inquiere curioso.

—Dejaré que lo descubras por ti mismo.

—Y, ¿cómo has sabido quién era?

—Bashira se ha fugado, y ha intercambiado unos mensajes con él que he leído yo —confieso intuyendo que no le va a hacer gracia el resto de la historia.

—¿Has cancelado la muerte de Sharaf? —dice con esperanza.

—No.

—¿Quién va a ocupar el lugar de Bashira entonces? —escupe empezando a impacientarse.

Ahora soy yo la que guardo silencio y eso lo saca de quicio, pero si no quiero contestarle es porque sé que la respuesta no va a gustarle.

—¡Samantha! —exclama exigiéndome que hable mientras golpea algo a su alrededor.

—Su sustituta seré yo —musito finalmente tras dejar escapar un largo suspiro.

—No —añade rápidamente—, no puedes hacerlo tú. Por favor, Sam, no lo hagas —me ruega superado por los nervios.

—La decisión está tomada, Ian —sentencio tajante—, pero me encantaría hacer ese viaje contigo cuando todo termine si aún quieres.

Cuelgo sin dejar que diga nada más, ya que todo será en vano, y apago el teléfono. Seguramente insistirá en hacerme cambiar de opinión, pero ya es tarde para retractarme. Sharaf ha dado el visto bueno a que la firma del contrato sea mañana, así que nos falta poco para adentrarnos en la boca del lobo. Ya solo nos queda hacer bien nuestro trabajo para salir de ahí con vida.

 

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