Samantha

Samantha


Capítulo 1

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Capítulo 1

 

 

No es fácil cargar con la culpa de lo que uno no ha hecho, pero si es lo que la vida ha dispuesto para ti, solo puedes hacerte fuerte y luchar contra lo que venga. Tampoco es fácil ser una mujer musulmana y no seguir las costumbres de tu país, y es por eso, entre otras cosas, que vivo desde hace cinco años con mi padre, un americano nacido y criado en Nevada, y con cientos de millones en el banco por los negocios, un tanto ilegales, que lleva a cabo en Las Vegas. Nathan, que es su nombre, y Sharaf, el que fue el marido de mi madre, eran socios cuando ella aún vivía, y es cuando me engendraron a mí. Se veían a escondidas de Sharaf, aunque este sospechó algo desde un principio, y lo confirmó al ver en mí algunos rasgos de mi padre. Todo lo que ocurrió después es algo que me gustaría olvidar y que más de una noche me ha quitado el sueño, pero si de algo estoy segura, es que no descansaré hasta que Sharaf pague por todo el daño que me hizo.

Sigo peinando mi gran melena castaña oscura frente al espejo mientras pienso todo lo que tengo que hacer todavía hasta que llegue ese momento que tanto deseo, y se me dibuja una sonrisa en la cara al imaginar al que era marido de mi madre destruido por mí. He de reconocer que me hizo mucho daño, pero al menos yo estoy viva.

Termino con mi pelo, y acto seguido abro el recipiente de las lentillas para colocármelas. Parpadeo un par de veces para comprobar que están en su sitio y que no puede apreciarse mi verdadero color bajo ellas, y salgo finalmente del baño. No uso las lentillas por que necesite gafas, sino para ocultar mi heterocromía. No me gusta llamar la atención, y eso provoca que yo sea la diana de todas las miradas.

Me siento sobre la cama después de abrocharme los vaqueros, y me pongo los zapatos. Ya estoy lista para batallar con el día que tengo por delante.

—¡Sam! —grita Helena desde afuera de la habitación—. ¡Nos vamos en cinco minutos!

—Solo necesito dos —contesto en el mismo tono.

Aún no me acostumbro del todo a que haya otra mujer viviendo bajo el mismo techo que yo, y eso que ya hace más de un año que se incorporó a la plantilla de mi padre como experta en armas. Lo cierto es que es agradable tener a alguien con quien poder hablar de vez en cuando.

Vuelvo a revisarme de arriba abajo en los espejos que hay dentro de mi vestidor, y me marcho tras meterme el móvil en el bolsillo del pantalón. Salgo al pasillo y bajo los dos pisos de escalones que hay en la casa hasta llegar al recibidor donde están  esperándome para irnos excepto Tay, Aaron y mi padre, que ya han salido. Supongo que para comentar algunos asuntos legales de los que tendrá que hacer uso en la reunión de ahora, ya que Aaron es el mejor abogado que ha puesto pie en este planeta.

Llego al lado de Helena, Dereck y Salvador, y me miran para que les confirme que podemos irnos. Dereck me penetra con su mirada, intentando intimidarme con esos grandes ojos color avellana y con la cabeza que me saca de altura, aunque también es el doble que yo de ancho. Digamos que físicamente hace honor al título de maestro de artes marciales que posee.

—¿Vamos? —se decide a decir finalmente.

—No, iré en el coche de Helena. Tengo que hablar sobre algunos asuntos con ella —añado con una sonrisa fingida.

—Supongo que tendrás que conformarte conmigo —espeta Salvador con una mano en el hombro de Dereck.

Helena posa sus ojos castaños en mí, extrañada ante la situación, puesto que no hay ni una vez que no vaya en el mismo coche que Dereck, pero no tengo tiempo para explicaciones ni ganas de darlas. Me dirijo al coche detrás de la melena cobriza de Helena, y entramos en el vehículo casi a la par para ponernos en circulación rápidamente siguiendo el automóvil de don Musculitos.

—¿Vas a decirme a qué ha venido eso? —pregunta Helena con sus ojos castaños puestos en la carretera.

—Me han dicho que tú estás encargada de organizar mi fiesta de graduación, y necesitaba asegurarme de que sabes lo que quiero —me excuso con la pretensión de que se lo crea.

—Sabes que puedo aconsejarte sobre lo que sea. Aunque no tengamos la misma edad, yo ya habré pasado seguramente por eso —insiste dedicándome su sonrisa por unos segundos.

—Estoy bien —sentencio dando por concluido el tema.

Ni ella ni ninguno de los otros que habitan en la mansión tienen mi edad. Helena, es la que más se acerca, aun así me saca unos ocho años, Dereck nueve, y los demás más de diez. No es que tenga un problema con eso, pero de vez en cuando echo en falta a alguien de veintiséis años que me siga en mis locuras y desvaríos.

Llegamos a la zona industrial de la ciudad justo cuando termino de cerciorarme de que la organización de la fiesta va viento en popa, y Helena aparca el coche en medio del azul metalizado de Dereck y el negro de mi padre, todos ellos Conquest Knight XV. Una de las mejores marcas de vehículos blindados. Mi padre no es de los que escatiman a la hora de mantener seguros a los suyos ni a él.

Bajo del automóvil, y me dirijo hacia Salvador para caminar a su lado hasta la nave donde se encuentra mi padre con Tay, Aaron y los tíos con los que va a cerrar el trato. Don Musculitos y Helena se adelantan para ir abriendo camino y asegurarse de que no hay peligro, y Salva y yo los seguimos a poca distancia.

—Manteneos alerta —ordena Dereck clavando sus ojos en mí.

—Solo es una transacción, todo saldrá bien —aseguro restándole importancia.

—Nunca des nada por sentado, creía que ya lo habías aprendido —me increpa apartándome la mirada.

Pongo los ojos en blanco, y lo dejo pasar por que no es momento para reproches. Ahora tenemos que preocuparnos solo por la mercancía que vamos entregar. Tiene que estar en perfectas condiciones y completa, y el pago debe efectuarse sin percances. Así es como lo ha querido mi padre.

Los cuatro nos detenemos frente a él, que estaba solo conversando con dos desconocidos. Lleva un traje de chaqueta negro, unos zapatos del mismo color, y exhibe su pelo canoso con orgullo. Podría pasar desapercibido con esas pintas en una ciudad como esta, pero sus ojos, uno azul y otro verde, como los que yo he heredado de él, hacen que no pase inadvertido.

Dereck se coloca a su lado para supervisar el diálogo que mantienen entre ellos, Helena se marcha para comprobar el estado de las armas por orden de Nathan, y Salvador y yo nos quedamos en el sitio, inmóviles, observando cómo se desarrolla la escena desde la distancia.

Salvador es un hombre entrañable. Apenas dos semanas después de reencontrarme con mi padre, él ya se había ganado mi confianza. Su voz tranquilizadora y su mirada azul harían bajar la guardia a cualquiera. Además, el hecho de que sepa sobre medicina hace que nos resulte bastante valioso. Sin él estaríamos perdidos, pues necesitamos de sus servicios más de lo que imaginamos.

Unos quince minutos después vuelve Helena con el resto del grupo, todo está listo y preparado para el traslado. Solo falta que nos entreguen el dinero, y lo hacen en cuanto las cajas están cargadas en sus camiones.

—Te dije que saldría bien —proclamo en voz alta una vez que se han ido.

Dereck niega con la cabeza, sin dignarse a responderme por lo que acabo de decir, y a Salvador se le escapa una pequeña carcajada.

—Dejad la cháchara para otro momento —decreta mi padre seriamente—. Tenemos que salir de aquí cuanto antes.

Aaron se hace con las dos enormes bolsas llenas de dinero y se dirige hacia el aparcamiento mientras nosotros caminamos a sus espaldas. Intento evitar a don Musculitos y posicionarme al lado de Helena para volver a casa con ella, pero Nathan me hace una señal para que lo acompañe a él. Esto me huele a que voy a tener que tragarme otra charlita sobre el negocio que deberé atender cuando él falte.

Regresamos a la mansión después de diez minutos escuchando a Nathan que me han parecido eternos. Si llegamos a tardar más, me hubiese tirado del coche en marcha. Estoy cansada de escuchar la misma retahíla una y otra vez, y ni siquiera estoy segura de querer seguir con esto cuando él muera. Por ahora lo único que me interesa es que Sharaf y yo volvamos a vernos las caras.

Vamos entrando poco a poco todos en la mansión, y Tay, Aaron y Salvador se dirigen a sus habitaciones que son las que están en la segunda planta de la casa, junto a las del resto del grupo. Solo la de mi padre y la mía están en el tercer piso. Así lo dispuso Nathan para protegernos. Si alguien quiere llegar hasta nosotros, primero tendrá que pasar por encima de ellos.

En la planta baja es donde está la cocina, la sala de reuniones, la piscina cubierta que es el eje central de la mansión, y el gimnasio donde solemos realizar nuestros entrenamientos. Fuera de la casa también hay un acondicionamiento perfectamente habilitado como campo de tiro, que es el lugar preferido de Helena, además del aparcamiento para los coches y un montón de espacio sin edificar. Le insistí a mi padre para que lo plantara todo de césped, y hace unos días salieron los primeros brotes. Es un lugar algo oscuro, ya que todos los elementos que regentan la casa son de tonalidades negras, así que pretendía darle un poco de vida a esto y que no parezca que está abandonado, aunque con tantas cámaras por los alrededores es difícil pensar que aquí no vive nadie.

—¿Quieres practicar un poco tu puntería? —sugiere Helena que sigue de pie a mi lado en el recibidor, interrumpiendo así el hilo de mis pensamientos.

Asiento con la cabeza, y diviso por el rabillo del ojo a mi padre que se adentra en la sala de reuniones y a Dereck tras él. Espero que no se le pase por la cabeza contarle nada sobre lo nuestro, porque es lo último que necesito.

Llegamos al campo de tiro y nos hacemos con un arma cada una. Colocamos dianas nuevas en los maniquís del fondo, luego nos incorporamos los cascos que aíslan el ruido, y comenzamos a disparar hasta que vaciamos los cargadores. Y así una y otra vez hasta que logro convencerla para que salgamos a comer y a divertirnos un poco las dos solas, por lo que decidimos dejarlo y empezar a prepararnos.

Me doy una ducha rápida y me pongo unos vaqueros ajustados, una blusa blanca con algo de escote, mis botines con tacón y la chaqueta de cuero negra. Helena llama a la puerta de mi habitación un minuto después para avisarme de que ya está lista, así que realizo la misma rutina de a diario, que viene a ser revisarme de arriba abajo en los espejos de mi vestidor, y nos marchamos. Bajamos las escaleras a la par, nos dirigimos al aparcamiento, y nos subimos al coche de Helena. Esta enciende el motor, y cuando se dispone a acelerar, Salvador aparece a paso ligero y se detiene en medio de nuestro camino.

—¿Dónde vais solas? —nos reprende con las manos en jarra.

—A pasar una tarde de chicas —alego algo sorprendida por su actitud.

—Está bien, supongo que seré chica por una tarde —espeta rodeando el coche para subirse a los asientos traseros.

—¿Qué ocurre? —interpela Helena también desconcertada.

—¿Es que no me puede apetecer salir un rato de aquí?

—Está bien, no hace falta que seas tan borde —advierto antes de indicarle a Helena que reanude la marcha.

—No te pongas así, si sé que me adoras —afirma revolviéndome la melena con ambas manos.

—¡Para, Salva, para! —exclamo mientras salimos del solar—. Eres irritante —concluyo fingiendo enfado.

—Eso dices, pero en realidad no sabrías qué hacer sin mí.

Y lleva toda la razón del mundo. Desde el primer día que llegué a la mansión se me ha hecho indispensable. Soy una mujer propensa a las caídas, experta en hacerme desde el más mínimo rasguño hasta la más grave rotura de huesos, y él siempre ha estado para sanarme.

Una vez que llegamos al restaurante donde hacen las mejores hamburguesas de toda Las Vegas, nos ponemos las botas los tres con la comida. Da gusto poder disfrutar de vez en cuando de una vida normal, como las personas de a pie que nos rodean.

Terminamos de comer y el camarero que nos había atendido nos trae unos chupitos, cortesía de la casa, para que nos ayuden a bajar la comida, pero Helena lo convence de que solo uno no le hará efecto. Es una mujer atractiva que sabe muy bien cómo utilizar sus atributos para conseguir lo que desea. Al principio pensaba que mi padre solo la contrató para intentar acostarse con ella, pero es demasiado estricto para ocurrírsele ni siquiera eso, y Helena ha demostrado que es toda una profesional y que maneja perfectamente toda arma que se le ponga por delante. Me disculpo para ir al baño antes de irnos, y creo que logro escuchar a Helena pedirle explicaciones a Salvador por su actitud de camino hacia aquí, pero estoy demasiado lejos como para enterarme de la respuesta que le da él.

Llego al baño de mujeres y, nada más abrir la puerta, visualizo a un tipo en traje de chaqueta, fuerte cual roble, con los brazos cruzados, y bastante alto. Incluso más que Dereck. Giro sobre mis talones para entrar a los servicios de enfrente, asumiendo que me he confundido y, cuando me dispongo a salir de allí, hay otro gorila taponándome el paso.

—¿Tú no trabajas para el señor O’Connell? —pregunta entrando al baño para cerrar la puerta tras de sí.

—¿Con uno de vosotros no bastaba para mí? —inquiero preparándome mentalmente mientras tanto para salir de aquí ilesa.

—¿Serías tan amable de acompañarnos? —añade el otro tipo ignorando mi comentario.

—No os ofendáis, pero tengo mejores planes, chicos —aseguro invitándole con la mano a que se quite de en medio.

No obtengo respuesta alguna por parte de ninguno de los dos. Lo que sí hacen es comenzar a avanzar poco a poco hacia mí.

—No queremos hacerte daño, solo que vengas con nosotros —confiesa el último que ha entrado en el baño.

—Yo tampoco quiero haceros daño, pero no puedo decir lo mismo si me ponéis un solo dedo encima —advierto seriamente.

Los escucho soltar una pequeña carcajada, imagino que han asumido que no puedo hacerles nada por mi tamaño, pero están equivocados. Torres más altas han caído ante mis pies, claro ejemplo de ello lo tengo en Dereck.

El que tengo en frente desliza su mano hasta mi brazo, me sujeta con fuerza para atraerme hacia él, y yo le asesto un golpe con el canto de la mano en la nuez. Un quejido ahogado sale de su boca, y me suelta para llevarse las manos a la garganta. El otro gorila se aproxima rápidamente para intentar inmovilizarme apresándome ambas manos a mi espalda, pero alcanzo a darle un codazo en la boca del estómago, y también me suelta con la pretensión de aliviar su dolor, hasta que comenzamos a forcejear. Ellos en ningún momento han intentado golpearme, pero la cosa cambia cuando uno saca su arma y realiza un disparo al aire.

—Ya me he cansado. O vienes por las buenas, o lo harás por las malas —amenaza con la pistola apuntando ahora a mi cabeza.

—Tendrá que ser por las malas —afirmo dedicándole una sonrisa.

Pero no le da tiempo a hacer nada más, ya que alguien abre la puerta de repente y el tipo armado que estaba de pie justo frente al umbral se lleva el golpe, haciendo que la pistola se le escurra de las manos.

Es un chico joven, de pelo moreno, de tez clara y alto, pero no tanto como estos dos idiotas con los que mantenía la disputa. Tiene una boca que haría delirar a cualquiera, y unos ojos grises preciosos. Diría que es el hombre más atractivo que he visto en mi vida, y lo confirmo al echarle un vistazo nuevamente de pies a cabeza. El muchacho no dice nada, pero cuando divisa al otro tipo intentando sacar un arma, da un paso hacia delante, coge del traje de chaqueta al tío al que acaba de atizar con la puerta, y lo empuja hacia el otro, provocando que se choquen de bruces.

—Vamos —me ordena con una voz grave, ronca y sexi que hace juego con su aspecto de adonis, y me tiende su mano para que la estreche.

Aún estoy petrificada en el sitio, intentando asimilar que de verdad existen hombre así, y el chico reacciona por mí avanzando hasta donde estoy para sacarme de ahí él mismo.

Salimos del baño, y un segundo después aparecen Salva y Helena asustados por el ruido del disparo

—¿Qué ha ocurrido? —escupe Salvador con nerviosismo.

—¿Estás bien? —dice Helena acto seguido echándole un ojo al chico que aferra mi mano.

No consigo decir nada, pues los matones recobran la compostura y se ponen a la vista de Salvador y Helena. Uno de ellos vuelve a levantar su arma contra mí, y esta vez sí dispara, pero Salva se mueve rápidamente para interceptar la bala por mí.

—¡Salvador! —grito a pleno pulmón saliendo de mi burbuja.

No tengo consciencia de lo que pasa a mi alrededor después de eso, solo sé que me hinco de rodillas para auxiliar a Salva, y que Helena y el otro chico se ocupan de los gorilas. La bala ha traspasado su cuerpo y está perdiendo mucha sangre, por lo que me rasgo la blusa e intento obstruir la herida.

—Aguanta, Salva —ruego hecha un manojo de nervios—. Te llevaremos a la mansión, te coseremos la herida, y en un par de días estarás incordiándome de nuevo —le prometo buscando desesperadamente a Helena con la mirada.

—Deja que me ocupe yo —propone el chico de ojos grises—. Mantén su cabeza en alto y no dejes de hacer presión en el agujero de salida que tiene en su espalda.

El Adonis inspecciona la herida de Salvador, y me advierte de que posiblemente tenga un pulmón perforado, de ahí la cantidad ingente de sangre que está derramando. El pulso de Salva se hace poco a poco más débil, y la ambulancia a la que ha llamado Helena tarda en llegar. Tenemos totalmente prohibido inmiscuir a policías médicos u otros funcionaros del estado en nuestras vidas, pero en esta ocasión no tenemos más remedio que hacerlo. Salvador es el que ejerce como médico, y si él es el afectado, tenemos que recurrir a lo que sea con tal de que sobreviva.

—Samantha —susurra a duras penas—. Tenéis que iros ya. Cuéntale a tu padre lo que ha pasado, y dile que estaba en lo cierto respecto a sus sospechas.

—No vamos a dejarte aquí —le aseguro procurando quitarle la idea de la cabeza.

—Helena —dice ahora elevando el tono—. Llévatela y ponla a salvo —le exige haciendo un esfuerzo sobrehumano para hablar.

—Tiene razón, Sam —admite con todo el dolor de su corazón—. Dereck, Tay y Aaron están en camino, ellos se ocuparán de todo.

—¿Estás loca? No podemos irnos y dejarlo aquí tirado —le recrimino con furia.

—No os preocupéis. Yo me quedaré con él todo el tiempo que sea necesario —garantiza el otro chico mirándome fijamente a los ojos.

—Está bien —acepta Helena—. Vámonos, Sam —concluye sujetándome de un brazo para ponerme en pie y sacarme de allí a la fuerza.

 

 

 

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