Samantha

Samantha


Capítulo 2

Página 3 de 23

Capítulo 2

 

 

Llegamos de regreso a la mansión, y me bajo del coche de Helena hecha una furia. Sigo sin poder creer que hayamos dejado a Salvador cuando estaba tan mal herido sin ni siquiera esperar a que llegasen los demás para socorrerlo, y encima se ha quedado con él ese tipo que no tenemos ni la menor idea de quién es. Sabía cómo moverse para luchar, de hecho he visto a profesionales que se movían con más torpeza, así que podría ser alguien del gobierno. Un policía, un militar o algo por el estilo, aunque también parecía tener conocimientos sobre primeros auxilios. El caso es que es un completo desconocido que ha aparecido en el momento justo en el que nos hacía falta, y mi instinto me dice que coincidencias como esta no existen.

—Sam —gruñe Helena siguiéndome hasta la entrada de la casa—. Espérame, tenemos que informar a tu padre de lo ocurrido de inmediato.

—Es a su despacho a donde me dirijo —admito aligerando el paso.

Helena continúa hablándome, intentando convencerme de que lo que hemos hecho es lo correcto, pero la ignoro porque no tengo ganas de enfrascarme ahora mismo en una discusión con ella.

Abro la gran puerta que precede a la vivienda, y subo rápidamente los tres pisos de escalones que hay antes de llegar frente al despacho de Nathan, donde pasa la mayor parte de su vida, pero solo por seguridad. A simple vista puede parecer una habitación más de la casa, normal y corriente, pero es un búnker bien protegido. Tiene solo una entrada visible al ojo humano, y dos más escondidas en los vestidores de nuestros respectivos cuartos que son de entrada, pero no de salida. Una vez dentro puedes hacer que se precinten todas esas entradas y es entonces, y solo entonces, cuando una cuarta puerta entra en escena, y es la de emergencia. Está en el suelo, bien oculta bajo el escritorio de mi padre, y solo puede abrirse con la huella digital de Nathan o la mía. Te lleva a través de una escalera perpendicular directamente al sótano, a un coche preparado para la huida que espero no tener que utilizar nunca. Me gustaría vivir en paz por muchos años, pero eso no es algo que la vida haya dispuesto para mí.

Doy un par de golpecitos en la puerta de acero reforzada tras la que se encuentra mi padre, y en cuanto me invita a pasar me adentro acompañada de Helena, que llega sin respiración por el esfuerzo. Será una experta en armas, pero como deportista no tiene mucho fondo.

—¿Qué ha pasado? —escupe sin apartar la mirada de los documentos que hay en su mesa.

—Nos han atacado —respondo provocando que ponga sus ojos en mí—. Salvador dice que tus sospechas son certeras.

Helena se dispone a soltar la perorata de todo lo ocurrido, pero Nathan alza su índice indicándole que guarde silencio mientras termina de pensar, y cuando lo hace, vuelve a posar su mirada en mí.

—¿Tú estás bien? —pregunta divisando toda la sangre de Salva que llevo impregnada en la ropa y en la piel.

—Eso creo —musito palpando con las manos varias zonas de mi cuerpo hasta que suelto un pequeño quejido—. O tal vez no.

—Mírate eso, ve a darte una ducha y luego hablamos —ordena frío como un tempano—. Helena terminará de ponerme al día —añade señalándole una silla situada frente a su escritorio.

Asiento levemente con la cabeza, y acato sus exigencias sin rechistar. Sé que no sirve de nada hacerlo, otros han intentado persuadirlo con armas más eficaces y no han obtenido resultado alguno, así que no voy a ser yo quien lo consiga.

Me meto en la ducha con la aguja y el hilo que he cogido del botiquín para suturarme el corte tras comprobar que sí he resultado herida en la pelea con los dos gorilas, y dejo que el agua se lleve la sangre de mi cuerpo. Me coso con unos cuantos puntos, recordando aquellos años en los que también tenía que curar mis heridas yo sola, pero vuelvo inmediatamente a la realidad al pensar en Salvador, y culmino con la mayor rapidez posible.

Con un albornoz me seco de arriba abajo mientras busco en el vestidor algo que ponerme. Rescato una camisa del fondo del armario, y es en ese instante, entre prenda y prenda, que escucho a mi padre alterado pidiéndole explicaciones a Helena por salir los tres solos de la mansión. Su despacho búnker está bien aislado, pero es posible llegar a oír la conversación si te sitúas cerca de la puerta, y también ayuda el hecho de que esté gritando. Nathan sigue reprochándole en voz alta todo lo que se le pasa por la mente, pero baja el tono cuando menciona el nombre de mi padrastro. El marido de mi madre que me cree muerta, y que me perseguirá hasta el fin de mis días si llega a saber que mi corazón aún sigue latiendo.

La charla continúa, aunque en una tonalidad que mis oídos no llegan a percibir, así que acabo de vestirme dándole vueltas al asunto, hasta que unos pasos firmes que suben por la escalera hacen que ponga los pies en la tierra. Doy un salto hacia la puerta de mi habitación y la abro de golpe, encontrándome de frente con Dereck, Aaron, Tay y el chico de ojos grises del restaurante, pero no hay rastro de Salva, solo de su sangre, que la llevan todos encima.

—¿Y Salvador? —espeto sintiendo presión en el pecho.

Ninguno se atreve a contestar, aunque por sus caras puedo adivinar cuál es el motivo. No han logrado que sobreviva.

—¿Dónde está?

El chico de ojos grises intenta descifrarme, observándome de arriba abajo, pero por su gesto de incertidumbre, parece que no puede hacerlo.

—Hemos dejado su cuerpo en la planta baja, en la enfermería —anuncia finalmente Dereck.

Por inercia, mis piernas empiezan a correr escaleras abajo, dejando atrás al grupo de hombres con la ropa ensangrentada, porque necesito verlo. Tengo que comprobar con mis propios ojos que está muerto.

—¡Sam, espera! —exclama Dereck tras de mí bajando también los peldaños a toda prisa.

Freno en seco la carrera en cuanto llego a la puerta de la enfermería. Rodeo el picaporte con mi mano, y giro lentamente mientras mi mente se prepara para lo que acontece. Tiro hacia mí y comienza a abrirse, pero antes de que pueda hacerlo, Dereck llega y apoya su mano sobre la puerta para cerrarla.

—Creo que no deberías verlo así —advierte dejando caer su otra mano sobre mi hombro.

—Tengo que hacerlo.

—Samantha…

—Ha sido por mi culpa —asumo bajando la voz a la vez que golpeo la puerta con el puño.

—¿Tú has apretado el gatillo? —inquiere haciendo que gire sobre mis talones para quedar cara a cara.

—No, pero…

—Pero nada. Todos sabemos a lo que nos exponemos al aceptar este trabajo, y esta puede ser una de las consecuencias, aunque no la peor —aclara con la misma frialdad que porta mi padre—. ¿Quieres… un abrazo? —añade al percibir que estoy a punto de derrumbarme y comenzar a llorar.

Sé que quedamos en que el contacto físico entre nosotros dos estaba totalmente prohibido, pero es el único consuelo que voy a recibir por parte de las personas que me rodean, y por eso doy medio paso hacia delante y lo rodeo con mis brazos antes de que él haga lo mismo. Me envuelve completamente, y me estrecha contra su cuerpo haciendo que me sienta un poco mejor, aunque me libera rápidamente cuando una tos proveniente de la garganta de mi padre nos avisa de que están todos allí de pie, contemplando la escena.

—¿Todo bien? —proclama Nathan fulminando con los ojos a Dereck.

—Sí —afirmo retrocediendo un paso hacia atrás.

—Bien, entonces retírate a tu habitación. Luego te mandaré llamar para poneros a todos al día —concluye siguiendo su camino hasta dentro de la enfermería.

Aaron, Tay, Helena, el chico que aún no conocemos y Dereck lo acompañan, y antes de que me cierren la puerta en las narices, consigo vislumbrar otros dos cuerpos más aparte del de Salvador, que supongo que pertenecerán a los dos gorilas que han causado su muerte, pero en realidad lo único que pasa en estos momentos por mi cabeza es qué pinta ese tipo aquí, y porqué puede enterarse de lo que ocurre cuando yo no.

Regreso a mi habitación y me aproximo al balcón llamada por el maullido del gato negro que viene de vez en cuando a pedir comida, y ahí está, sentado sobre las patas de atrás mientras da golpecitos con las de delante en el cristal. Me encanta su carácter y su espíritu libre. Los gatos no son ni sumisos ni dominantes, simplemente viven y dejan vivir.

Saco el cuenco que empleo usualmente para saciar su hambre, y lo lleno del pienso que compro especialmente para esta criatura hermosa. Así es, no es mi gato, ni este es su hogar, pero viene de vez en cuando y me alegra el día, por eso le doy comida a cambio, y puede que también algún que otro mimo.

Pasan las horas y nadie aparece por mi cuarto para mantener la conversación con mi padre que ha mencionado antes, y la impaciencia se apodera de mí. Me gustaría saber ya quién está detrás de todo esto, y el por qué. Tenemos muchos enemigos, y cada uno tiene su firma, pero este no es el modus operandi de ninguno de ellos. No les atrae mucho la idea de llamar la atención, por lo que no suelen montar estos numeritos delante de tanto público.

—Samantha —murmura Helena tras la puerta de mi estancia—. Nathan nos espera en su despacho.

El gato sale de un salto por el balcón cuando me levanto de la cama bruscamente, y una vez que me aseguro de cerrar bien las ventanas, me dirijo a paso firme hacia la recámara contigua donde Helena me sostiene la puerta abierta para no perder tiempo.

Mi padre está sentado en la silla que hay tras el escritorio, y mientras él habla todos permanecen callados, escuchando atentamente cada sílaba que sale de su boca.

—Tendrás que demostrarnos que es cierto —exhorta mirando hacia el chaval nuevo—. Encárgate tú, Dereck.

Don Musculitos asiente y se marcha con el chico, dejándonos aquí a mi padre, Aaron, Tay, Helena y a mí.

—¿Y bien? —espeto a Nathan para que vaya al grano.

—Llevábamos un tiempo sospechando que Sharaf se traía algo entre manos. Suponíamos que estaba esperando el mejor momento para arremeter contra nosotros, y es obvio que lo ha encontrado.

—Tenemos que contraatacar —me apresuro a decir.

—Primero hay que pensar un buen plan. No podemos tomar las armas y salir a buscarlo. Él ni siquiera está en Las Vegas —asegura entrelazando los dedos de su mano sobre la mesa.

—Podríamos hacerlo venir haciéndole una ofrenda de paz —sugiero sedienta de venganza.

—¿Y, con qué vamos a obsequiarle para que se atreva a venir al territorio de su peor enemigo? —reprocha Aaron dejando escapar una risita sarcástica.

—Hay que darle algo que le guste tanto como el dinero, que son las mujeres. Solo tenemos que encontrar a alguien dispuesta a hacerlo y le propondremos a Sharaf que se case con ella. Que su mujer lo mate lo cogerá por sorpresa —concluyo con una sonrisa de oreja a oreja.

—Es un plan disparatado —recrimina Tay cruzándose de brazos.

—Pero puede funcionar —añade Helena.

—¿Qué opinas tú? —inquiere Aaron esperando una respuesta por parte de mi padre.

—Tengo que meditarlo.

Y ya no hay nada más que hablar hasta que Nathan determine si el proyecto llegará a buen fin o se quedará en otra simple sugerencia que no llega a ningún puerto.

Con la cabeza nos indica que ya podemos irnos, y antes de volver a mi cuarto, Helena y los demás me animan a unirme a ellos a beber en la sala de reuniones para ahogar las penas de un día nefasto y recordar los momentos que vivimos con Salva. No me importaría beber un par de tragos, pero ni quiero ni tengo ganas de hablar con nadie. En este instante solo quiero estar sola y no tener que mirar a la cara a gente que probablemente muera por mi culpa en un futuro.

Intento distraerme viendo la tele, leyendo y escuchando música, pero nada surte efecto. No consigo sacarme a Salvador de la cabeza, y no creo que esta noche logre dormir sin un poco de alcohol en el cuerpo, por lo que me enfundo mi chaqueta negra de cuero y abro el balcón para descender por la fachada de la mansión al igual que he hecho otras tantas veces. Llego al suelo, comienzo a andar a gachas hasta la gran valla que precinta todo el terreno, y cuando compruebo que la cámara de vigilancia que se encuentra cerca está mirando hacia otro lado, y que eso me da treinta segundos para escalar sin que me vean, cojo impulso y trepo todo lo aprisa que puedo. Alcanzo la cima y me dispongo a saltar al otro lado cuando, de pronto, siento que la hebilla de la cremallera de mis botines se queda enganchada en un hierro, y mi cuerpo se precipita al suelo de espaldas. Cierro los ojos y me preparo para recibir un golpe que no llega, puesto que alguien me atrapa entre sus brazos a mitad de camino.

—No deberías escaparte de esta manera después de lo de hoy, y mucho menos andar sola.

Giro rápidamente la cabeza y mis ojos se encuentran con los ojos grises del mismo tipo con el que llevo cruzándome toda la tarde, y caigo en la cuenta de que son aún más bonitos de cerca.

—Y, ¿quién te crees que eres tú para inmiscuirte en lo que yo haga o deje de hacer? —replico bajándome de sus brazos para tocar al fin el suelo con los pies y volver a abrocharme la hebilla.

—Me han ofrecido un trabajo ahí dentro, así que posiblemente sea vuestro nuevo fichaje —anuncia dedicándome una sonrisa durante un par de segundos—, pero puedes llamarme Ian —añade tendiéndome su mano para que la estreche.

—Samantha —musito rechazando su mano—, y no pensaba escaparme ni andar sola. Voy al solar de ahí en frente.

—¿Allanamiento de morada? —increpa alzando una ceja.

—No puedes allanar una morada que es tuya.

Le sostengo la mirada hasta que decido que la conversación ya se ha alargado bastante, y cruzo la calle para adentrarme en el chalet que he mencionado antes seguida de él.

—Sigo pensando que no deberías estar sola —reitera a mis espaldas.

—Si tanto te preocupa, hazme compañía —sugiero mientras giro la llave para abrir la puerta.

—Será lo mejor —espeta atravesando el umbral antes que yo.

—Pasa si quieres, estás en tu casa —insinúo con sarcasmo.

Camina a paso lento, escrutando todos los objetos que va encontrando a su alrededor, incluso entra en todas las habitaciones para echarle un ojo. Me atrevería a asegurar que está loco, pero después de todas las peculiaridades que tienen Dereck, Helena y el resto, ya nada me resulta extraño.

El chalet no es tan grande como la mansión en la que vivimos, pero consta de varias habitaciones y muy bien equipadas. Tres de ellas son dormitorios, también hay dos baños, cocina y, sin lugar a dudas mi preferido, el salón. Televisión plana, equipo de música, proyector con home cinema para ver las películas como si estuvieras en el cine, billar, futbolín y cientos de cosas más para no caer en el aburrimiento.

Voy a la cocina directa al frigorífico, y saco una cerveza mientras espero a que el chico nuevo vuelva de no sé dónde exactamente, y cuando me queda menos de la mitad, viene en mi busca a la cocina.

—¿Todo bien?

—Sí, la casa está despejada —asegura con orgullo.

—Claro que lo está. Toda esta zona residencial es propiedad de Nathan, para entrar tienes que pasar por el control ese que habrás visto cuando venías hacia aquí, y no puedes traspasar el muro de cemento que nos rodea sin que ellos se den cuenta.

—No importa, tengo que ir practicando —responde clavando sus ojos en mí.

—¿Por qué te ha propuesto Nathan trabajar con nosotros? —pregunto mientras saco otras dos cervezas de la nevera para ofrecerle una a él y así evitar su mirada que me pone un poco nerviosa.

—Ahora necesitáis un médico —confiesa aceptando el botellín.

—¿Vas a sustituir a Salva? —escupo con un nudo en el pecho.

—Así es.

—Deberías rechazar el trabajo —le advierto dando un buen trago a la cerveza.

—¿Por qué? —inquiere con cara de sorpresa.

—¿No has visto lo que le ha pasado a Salvador? Esto es peligroso, y no le desearía esta forma de vida a nadie.

—Y, ¿por qué sigues aquí?

—Porque las condiciones de vida que tenía antes eran peores —concluyo antes de beber otro sorbo—. ¿Sabes jugar al futbolín, al billar o lanzar dardos? —añado para cambiar de tema mientras me dirijo al salón.

Enciendo el equipo de música, pero no demasiado alto. Se supone que nadie debe saber que estamos aquí, y sería demasiado descarado que se escuchase música cuando no hay vecino alguno.

—Prefiero el futbolín —admite contemplándolo desde lejos.

Me deshago de la chaqueta para poder moverme cómodamente, y porque sé que estaré sudando dentro de diez minutos, e Ian aparta su mirada gris de la mesa de juego para ponerlos en mí.

—¿Qué ocurre? —pregunto buscando algo fuera de lo normal en mi cuerpo.

—Nada, solo estaba observando tus tatuajes. Me gustan —confiesa sonriente.

—Gracias —digo sintiendo cómo mis mejillas se ruborizan. ¿Pero qué coño me pasa? Normalmente soy yo la que provoca estas reacciones en los hombres.

Ian también se deshace de su chaqueta, y se queda con una camiseta negra de mangas cortas. Luego nos colocamos cada uno a un lado de la mesa y nos preparamos para empezar. Pongo una bola en juego, y con un solo golpe logro encajarla en su portería.

—Veo que sabes jugar —afirma vaciando el botellín de un trago.

—No lo tengo de adorno —asevero terminando la cerveza yo también—. Quien pierda tiene que ir a la cocina a por más alcohol.

—Perfecto. Irás tú que te sabes el camino —garantiza muy seguro de ello.

—Ya lo veremos —advierto con una sonrisa triunfante.

Seis litros de cerveza después, Ian ya me ha contado casi toda su vida. No es natural de Las Vegas sino de un pueblo olvidado del que nadie ha oído hablar, donde también estudió y se formó para militar, aunque su devoción siempre fue la medicina, y por eso estuvo estudiándola mientras ejercía de militar. Todo eso lo hizo antes de tener que regresar aquí por su hermana, que cayó gravemente enferma, pero que por suerte ya se ha recuperado. Ahora el problema es que abandonó el ejército para acudir a su lado, y lo consideran un desertor. Está aquí para que nadie lo encuentre, y el trabajo que le ha ofrecido mi padre le viene de perlas. O al menos eso cree él. Si piensa que va a pasar desapercibido lo lleva claro.

Una vez que no se le ocurre qué más confesarme sobre su vida pasada, intenta sonsacarme datos sobre la mía, pero eso es una ardua tarea que todavía nadie ha conseguido. No pretendo dar pena haciendo saber a la gente por todo lo que he pasado, así que me dedico a evadir sus preguntas como buenamente puedo sin parecer una idiota sin corazón.

—Va siendo hora de que regrese a la mansión si no quiero que se percaten de mi ausencia —balbuceo bajo los efectos del alcohol.

—Yo también debería volver a mi casa. Dereck solo me ha dado dos días para instalarme con vosotros.

—¿Cuándo has decidido aceptarlo?

—Lo hice mientras veía cómo te precipitabas desde la verja —confiesa entre risas.

—Pues no entiendo por qué —replico seriamente.

—Es obvio que requieres protección —afirma recogiendo los botellines de cerveza vacíos que hay repartidos por todo el salón.

—Lo único obvio es que si me conocieras ese pensamiento ni siquiera pasaría por tu mente —aseguro riéndome yo ahora—, así que ya cambiarás de opinión —prosigo una vez que estoy en pie con mi chaqueta y la de él en las manos.

Sonríe, pero no dice nada más. Se marcha a la cocina con los botellines para tirarlos a la basura, y cuando vuelve le entrego su chaqueta. Se la pone despacio, clavando sus ojos en los míos mientras tanto.

—Hay algo que me tiene aún intrigado —declara cuando ambos estamos listos para marcharnos.

—Desembucha. Tienes una última pregunta antes de que vuelva a escalar esa valla de ahí afuera —advierto encaminándome hacia la puerta principal.

—¿Cuál es tu relación con Nathan?, es decir, tú no eres como los demás. No trabajas para él, sino que hay que protegerte igual o más que a Nathan. No creo que seas su mujer, ni su amante, ni nada de eso. Ni tampoco das el perfil de buscona saca cuartos que vaya en busca de su fortuna. Entonces… ¿qué eres para él? —concluye deteniéndose unos metros antes de llegar a los barrotes.

—Su hija —admito con condescendencia—. ¿Para qué quieres saber eso?

—Simple curiosidad —responde evitando mi mirada.

—Dile de mi parte a los guardias de seguridad de la entrada que tu hora de salida debe quedar grabada como a las nueve de la noche, y no las cinco de la madrugada. Mañana a primera hora iré a recompensarlos —añado observando la cámara que está empezando a girar hacia el otro lado—. Ahora tengo que irme.

Giro sobre mis talones, cojo impulso, y comienzo a subir. Ian se acerca a ayudarme en vez de largarse, pero sentir su contacto, aunque sea en la pierna, me pone nerviosa, y eso causa que me resbale con la mala suerte de que el chico nuevo solo puede sujetarme colocando una mano sobre mi trasero. Un calor impropio de mí recorre mi cuerpo, y un empujoncito de Ian hacia arriba hace que reaccione y que siga escalando a toda prisa. Una vez que llego arriba, bajo de un salto al otro lado.

—Gracias —musito dirigiendo mi mirada hacia el infinito—. Por lo de antes y por lo de ahora.

—A tus servicios —proclama haciendo una breve reverencia—. Que pases buena noche, Samantha —Y se va a paso firme y con una sonrisa de oreja a oreja.

 

Ir a la siguiente página

Report Page