Samantha

Samantha


Capítulo 3

Página 4 de 23

Capítulo 3

 

 

Han pasado ya veinticuatro horas desde que Nathan le ofreció el trabajo a Ian, y ya solo quedan otras veinticuatro para que nos dé una respuesta, pero antes debemos asegurarnos de que es de fiar, y esa parte del trabajo la declina mi padre en mí. He hablado con un par de contactos para que averigüen todo lo que puedan sobre ese adonis que se ha cruzado en nuestro camino, y espero tener noticias suyas antes de mañana. No podemos dejar entrar en nuestro mundo a cualquiera, y menos abrirle las puertas de nuestra casa así como así.

—¿Estás bien? —pregunta Helena apartando los ojos de la carretera por un segundo—. Sam, ya te he dicho que no es necesario que vayas. Nathan no va a moverse de su despacho, y no te ha pedido que vayas en su lugar. Así que no sé qué estamos haciendo realmente.

—Es el funeral de Salvador —increpo un poco alterada—. Estoy en la obligación de ir.

—Salva está muerto —escupe con la frialdad propia de este trabajo—, no sabrá si has asistido a su entierro o no.

—Pero sus padres, mujer e hijo sí estarán, y yo pienso acompañarles —añado haciendo después una pausa—. Tú puedes irte si quieres, pero si vas a quedarte, deja de tocarme los huevos y finge al menos que estás dolida, por respeto a sus familiares —concluyo bajándome del coche una vez que Helena ha aparcado.

Cierro rápidamente la puerta tras de mí y la experta en armas sale del vehículo dos segundos después para seguir mis pasos. Comienzo a caminar con menos celeridad una vez que mis zapatos tocan camposanto, y Helena consigue alcanzarme.

—Lo siento —murmura mientras nos dirigimos hacia el nicho donde meterán a Salvador—, no quería ofenderte.

—Sé que no te lo digo demasiado, pero no debes olvidar que trabajas para mí, y es por eso que no te conviene cuestionar mis decisiones —le reprendo seriamente sin ni siquiera mirarla.

—No volverá a ocurrir —asegura con dificultad, como si estuviera intentando no atragantarse con el nudo de su garganta.

Continuamos nuestra ruta en silencio, observando las caras de toda la gente vestida de negro que hay a nuestro alrededor, hasta que llegamos frente a la familia de Salvador. Saludamos a sus padres y les damos el pésame, luego le toca el turno a su mujer, y finalmente a su hijo de quince años. Ese que no verá hacerse mayor, pero al que no le faltará de nada gracias a él. El seguro de vida que te puedes permitir en este mundillo es suficiente como para que madre e hijo no vuelvan a preocuparse por el dinero jamás.

La ceremonia funeraria finaliza, y Helena y yo procedemos a poner pies en polvorosa, pero Anna, la viuda de Salvador, nos lo impide obstruyéndonos el paso.

—¿Sabéis quién ha sido verdad? —inquiere nerviosa.

—Tenemos una ligera idea —contesto antes de que Helena pueda hacerlo.

—Quiero que deje de respirar —admite cogiéndome de ambas manos—, por favor, Samantha. Nos lo debéis.

—Te prometo que tendrás lo que quieres —aseguro aferrando sus manos con fuerza.

De regreso a la mansión el silencio reina en el coche de Helena, y es algo que agradezco enormemente. No estoy de ánimos para mantener una conversación con ella ahora mismo, y lo único que pasa por mi mente es lo que nos ha dicho Anna, que supongo que también es lo que está rondando la cabeza de Helena.

Una vez que traspaso el umbral de la puerta principal mi padre me hace llamar, y es Dereck quien trae el mensaje. Subo las escaleras y me adentro en el despacho de Nathan donde me espera revisando documentos. Parece que está agobiado, pero todos lo estamos con lo que se nos viene encima.

—¿Dónde estabas?

—En el cementerio, con la familia de Salvador—confieso con seriedad—. Donde deberías haber estado tú también.

—Perdóname por no querer ponerle mi cabeza en bandeja a tu padrastro —espeta dirigiéndome la mirada por un momento—. Y tú tampoco tendrías que haber ido. Si Sharaf te ve y sabe de tu existencia, nadie podrá reconocer tu cara ni tu cuerpo cuando aparezcas muerta dentro de unos meses.

—Tengo todavía incrustados en mi interior algunos fragmentos de cartucho provenientes de su escopeta preferida para recordármelo, pero no voy a quedarme aquí encerrada y muerta de miedo.

—Podrías hacerlo hasta que acabemos con él —insinúa volviendo al papeleo.

—No cuentes con ello —confirmo girando sobre mis talones para marcharme.

—¡Samantha! —exclama a mis espaldas—. ¡Samantha!

Pero hago caso omiso. Necesito descargar esta mala hostia que me está consumiendo con uno de los sacos de boxeo del gimnasio y quedarme callada para no decir algo de lo que luego pueda arrepentirme.

Cambio mi vestimenta negra por una de deporte, y me refugio en el gimnasio cerrando la puerta y subiendo el volumen del equipo de música a tope. Es la única forma con la que consigo no dejar espacio en mi mente para esas ideas descabelladas y arriesgadas de las que Nathan quiere que me aparte, pero ambos sabemos que esto no acabará hasta que Sharaf o yo terminemos muertos. El mundo es grande, pero no hay sitio para los dos.

Estoy sudando la gota gorda mientras golpeo una y otra vez con fuerza el saco lleno de arena. Me siento agotada y tengo algo dolidas las manos, y es entonces cuando Dereck atraviesa la puerta y hace que cesen mis movimientos.

—Esta noche tenemos trabajo —anuncia acercándose hacia mí—. Vamos a cerrar un negocio en una discoteca de la ciudad, y a Nathan le gustaría saber si vendrás con nosotros.

—No sé a qué vienen esas dudas —reprocho furiosa—. ¿Acaso he faltado alguna vez a sus reuniones?

—Se lo haré saber —dice con la pretensión de acariciarme la mejilla.

—¿Quieres algo más? —le increpo dando un paso hacia atrás.

—Solo quería asegurarme de que estabas bien —confiesa dejando que la gravedad devuelva la mano a su sitio.

—He estado mejor otras veces, pero me recuperaré cuando asista al funeral del que ordenó matar a Salvador.

—Me alegra que al menos se te haya quitado de la cabeza esa idea de matarlo tú misma —sugiere dirigiéndose hacia la puerta.

—Aún no lo he descartado —advierto volviendo a golpear el saco.

Don Musculitos suelta un largo suspiro, y antes de dejarme sola nuevamente en la sala, me indica que a las diez saldremos para la discoteca y que no me demore. A mi padre no le gusta llegar tarde.

Media hora después me tumbo en el suelo, boca arriba, con las manos y piernas abiertas. Descansando un poco por todo el esfuerzo que acabo de hacer y llevando el oxígeno que me hace falta a los pulmones. No sé cuánto tiempo permanezco así, pero el pensamiento de que Nathan va a tener que esperarme no abandona mi cabeza, y hace que acabe levantándome para ir a darme una ducha y prepararme para esta noche.

Me cruzo con Helena por los pasillos, incluso nos hemos sentado la una al lado de la otra durante la cena, pero evito dirigirle la palabra. No hay nada que tenga que decirle, creo que ya le he dejado bastante claro cuál es su lugar, y ella lo está asumiendo.

—Es hora de irse —aclama Aaron colocándose bien la chaqueta de su traje—. Nathan, Tay y yo iremos en un coche, y el resto en otro —añade repasándonos con la mirada a todos para verificar que lo hemos escuchado.

Vamos saliendo uno a uno de la sala de reuniones donde estábamos dándole el último repaso al plan de hoy, y mi padre se nos une en la entrada principal. Va con su habitual traje de chaqueta negro, como si viviera en un luto permanente. Algunos dicen que se comporta así de lúgubre desde que perdió a mi madre.

Helena camina hasta su coche, creyendo que Dereck va a dejar que ella conduzca, pero don Musculitos se le adelanta y abre la puerta de detrás de su automóvil para que yo suba. Helena aprieta con fuerza su mandíbula y murmura algo en voz tan baja que ninguno logramos descifrar.

—¿No te fías de mi forma de conducir? —replica Helena nada más cerrar la puerta del copiloto tras de sí.

—No después de las dos copas que te he visto tomar en la sala de reuniones —admite poniendo el vehículo en funcionamiento.

—Estoy perfectamente capacitada para conducir en estos momentos —asegura atravesándolo con los ojos.

—Y no lo pongo en duda, Helena. A mí no me importaría ir en el mismo coche que tú después de haberte bebido un par de copas, pero viene Samantha ahí detrás y nuestro trabajo consiste en protegerla, no en ponerla en peligro —concluye incorporándose a la carretera tras el auto de mi padre.

Llegamos al establecimiento y el dueño del local nos acompaña hasta un reservado donde se llevará a cabo el cierre del negocio que mi padre tiene entre manos. Es un proceso aburrido ya que él es el que se encarga de realizar todos los trámites pertinentes, y el resto tenemos que estar alerta, vigilando que todo a su alrededor concurra con normalidad. Nathan y Aaron conversan con dos señores que imagino que serán la otra parte negociante, y Dereck, Tay, Helena y yo estamos dispersos y colocados estratégicamente para no perder de vista ni a mi padre ni a las salidas y entradas de la discoteca.

Nathan nos hace un leve movimiento con la cabeza para que regresemos con él una vez que ha cerrado el trato con los otros dos caballeros, y decide invitarnos a unas cuantas copas, al menos a los que no tenemos que coger el coche para llevarnos de vuelta a la mansión.

Siento como si alguien me estuviera observando mientras aún permanecemos en el reservado, y comienzo a escrutar todas las caras de la sala. No es una sensación agradable, y me gustaría saber quién tiene tanto interés en mí. Pero no tardo mucho en dar con esos ojos grises que provocan que mis mejillas se ruboricen. En mi cara se dibuja una sonrisa, e Ian me la devuelve al comprobar que me he percatado de su presencia. Me pongo de pie, bajándome un poco el vestido para que no se me vea nada mientras lo hago, y me dirijo hacia él esquivando por el camino a gente alcoholizada que baila ajena a la batalla campal que están librando mis sentimientos en mi interior.

—¿Estás espiándonos? —insinúo deteniendo mis pasos frente a él.

—Antes de aceptar un trabajo me gusta saber cómo se hacen las cosas en él —admite sin perder la sonrisa.

—Entonces comprenderás que por nuestra parte también realicemos investigaciones respecto a tu vida antes de que decidas unirte a nosotros —inquiero mientras me apoyo con una mano en la barra. Estos tacones me están matando.

—Me preocuparía que no lo hicierais —declara dando un paso hacia delante para hacer que la distancia entre nosotros sea la menor posible—. Aún sigo pensando en nuestra cita de ayer —añade cambiando de tema y cogiéndome totalmente por sorpresa.

—¿Cita? —repito intentando no morir infartada—. Eso no era una cita.

—¿No? —me increpa apartando un mechón de pelo de mi cara—. Me invitaste a tu casa, estuvimos bebiendo, charlando… incluso te metí un poco de mano —añade eso último para hacerme recordar el momento de la despedida.

—No sé de qué me estás hablando —miento mientras siento cómo el calor se apodera de mis mofletes.

—Estás muy guapa cuando te sonrojas —asegura llevando una de sus manos hasta la mía que está sobre la barra.

Empieza rozando suavemente mis dedos, y luego va subiendo lentamente por mi mano, pasa también por mi brazo, se detiene unos segundo al tocar mi codo, y justo cuando llega a la tiranta de mi vestido, noto toda la sangre de mis venas agolpada en el mismo sitio.

—Si esta es la técnica que usas normalmente para ligar, estarás solo mucho tiempo —aseguro disimulando la alteración de mi cuerpo, lo que provoca que él suelte una pequeña carcajada.

—Al menos déjame decirte que estás preciosa con este vestido —murmura ahora pegado a mi oreja.

Un escalofrío me recorre de arriba abajo, y por primera vez en toda la noche me alegro de haberme puesto este vestido negro ceñido con detalles plateados. Me preparo mentalmente la próxima frase que voy a decir, pero por el rabillo del ojo vislumbro a Sharaf acompañado por cuatro de sus hombres. Camina a paso firme y decidido, como si me hubiera visto y quisiera acabar conmigo, y no se me ocurre otra cosa que agarrar los pliegues de la chaqueta azul oscura de Ian, atraerlo hacia mí, besarlo, y cubrirme con su cuerpo para que Sharaf me pierda de su campo de visión.

Ian se queda sin saber qué hacer en un primer momento, pero inmediatamente me rodea con sus brazos y me estrecha contra su cuerpo. Siento su lengua invadir mi boca y moverse dentro como si fuera suya. Una especie de descarga eléctrica me sube desde los dedos de los pies hasta la cabeza, y el corazón me late como si fuera a salirse de mi pecho. La música se ha detenido, incluso los borrachos han dejado de bailar, o al menos eso me parece hasta que Ian le pone fin al beso dando un mordisco suave en mi labio inferior. Requiero de un par de segundos para recobrar la compostura, y recorro con la mirada toda la sala en busca de Sharaf, al que he perdido de vista debido al calor del momento. Y lo diviso en el reservado con mi padre y el resto del grupo.

—¿A qué ha venido eso? —espeta Ian haciendo que vuelva a poner mi atención sobre él.

—Tienes que llevarme a casa. ¿Has venido en algún tipo de vehículo?

—Sí, en moto —responde sin entender nada.

—Bien, vámonos entonces —apresuro sujetándolo por la muñeca para tirar de él.

—¿Qué pasa con Nathan y los demás?

—Confío en que sepan apañárselas sin mí por una noche —concluyo con una sonrisa para luego continuar mi camino hacia la salida.

Ian me ofrece su chaqueta y uno de los cascos, y antes de enfundármelo en la cabeza le envío un mensaje a Aaron para que le haga saber a mi padre que he vuelto a la mansión y evitar de esta forma encontrarme con Sharaf. El Adonis no pronuncia palabra en todo el camino. Ni preguntas acerca del beso, ni la razón por la cual nos hemos marchado así.

Llegamos a la mansión tras pasar los dos controles de seguridad que hay para llegar hasta aquí. Me deshago con agilidad del casco, y sacudo la melena para recuperar el volumen de mis pelos.

—Gracias por traerme —le agradezco antes de subir por las escaleras que llevan a la puerta principal.

—De nada, pero creo que…

—Pero crees que te debo una explicación, ¿no? —increpo girando sobre mis talones dejando la llave metida en la cerradura—. Te he besado porque necesitaba desviar la atención de un tipo que andaba por allí, eso es todo. No ha significado nada —añado sin estar muy segura de ello.

—Iba a decir que te llevas mi chaqueta —anuncia para luego subir las escaleras y detenerse frente a mí.

Me la quito rápidamente y se la entrego sin dedicarle ni una mirada, ya que estoy más que avergonzada. No sé cómo acertar con este hombre. Mis pensamientos y los suyos van por caminos separados.

—Aunque ahora me inquieta eso que has dicho —añade frunciendo el ceño—, pero supongo que tiene fácil solución.

Acorta la poca distancia que quedaba entre nosotros para pegar su cuerpo contra el mío, deja caer su chaqueta al suelo, me envuelve con una mano la cintura, y lleva la otra a mi cabeza para entrelazar sus dedos con mi melena. El corazón empieza a latirme con fuerza, y casi estalla cuando inclina mi cabeza y sus labios rozan los míos. Introduce nuevamente su lengua en mi boca, y no puedo resistirme a seguirle el ritmo. Libera mi cintura para bajar la mano hasta mi culo y así tocarlo a su gusto mientras su lengua continúa paseándose por mi interior, y cuando creo que voy a perder la cabeza por la excitación, Ian se aleja un poco de mí para dejarme respirar.

—¿Sigue sin significar nada? —espeta con una sonrisa.

Asiento con la cabeza, incapaz de proferir palabra alguna, y deduzco que no se lo ha creído por el gesto de su cara. Vuelve a acercarse a mí, provocando que yo retroceda y mi espalda quede pegada a la puerta, y acto seguido gira la llave que había dejado en la cerradura para abrir y meterse dentro de la mansión conmigo después de recoger su chaqueta. Vuelve a posicionarse frente a mí, y me levanta a pulso haciendo que rodee con mis piernas su cintura para subir así las escaleras. Sella nuestras bocas otra vez con un beso, y solo las separa para preguntarme dónde está mi habitación.

Una vez en mi cuarto, deja que ponga los pies sobre el suelo, y empieza a bajar la cremallera de mi vestido dejándome en ropa interior. Me observa detenidamente, de arriba abajo, analizando todos los tatuajes de mi cuerpo que no había visto antes por mi vestimenta. Comienzo a desvestirlo a él también, desabrochando los botones de su camisa y más tarde el de su pantalón. Lo beso y me conduce poco a poco hacia la cama para hacer que me tumbe en ella boca arriba. Apoya la rodilla izquierda sobre la cama, haciendo que abra las piernas, y con la mano derecha recorre mi cuerpo desde el pie hasta el hombro para luego besarlo. Continúa dándome besos hasta llegar al cuello, y mi piel se eriza en consecuencia. Llevo mi mano a su cabeza y la engarzo en su cabello para dirigir sus besos hacia mi boca. Deja caer su cuerpo sobre mí, y noto su erección palpitante en mi entrepierna. Intento quitarme la parte de debajo de la ropa interior, pero Ian me lo impide sin darse siquiera cuenta de ello. Se aleja unos centímetros para mirarme y una sonrisa se dibuja en su cara al comprender lo que pretendía, y lo hace él en mi lugar. Vuelve a colocar su cuerpo sobre el mío, pero esta vez no hay ropa de por medio que nos separe. Sus besos provocan que lo quiera dentro de mí, e Ian no tarda mucho en satisfacerme tras ponerse protección. Me arranca un gemido que sale directamente de mi garganta, y los que le siguen los ahogo en su boca. Aumenta el ritmo de las embestidas conforme su respiración se va acelerando, y el hecho de que su mano esté estimulando mi clítoris hace que necesite el rápido compás que lleva.

El oxígeno comienza a faltarme y me desprendo de sus labios para susurrarle al oído que voy a correrme si sigue así, y al parecer él se encuentra en el mismo punto. Exclamo su nombre cuando llego al clímax, y un par de penetraciones después Ian termina también alcanzando el cielo. El Adonis cae rendido a mi lado tras salir de mi interior, y ambos permanecemos inmóviles durante unos minutos para recomponernos.

—Tienes que irte —advierto cuando el sueño comienza a apoderarse de mí.

—¿Me estás echando? —pregunta estupefacto.

—Si mi padre o algún otro se entera de lo que ha pasado, tu cabeza no durará mucho sobre tus hombros. Tienes que macharte, y yo tengo que eliminar tu paso por aquí de las cámaras.

—Pero, ¿tú quieres que me quede?

—Lo que yo quiera no tiene importancia —admito dejando escapar un suspiro.

—La tiene para mí —garantiza incorporándose un poco para acariciarme el pelo.

—Vete ya —concluyo mordiéndome el labio evitando así responder a su pregunta.

—Está bien —cede finalmente—. Que tengas una buena noche, Samantha —se despide antes de recordarme lo bien que besa, levantarse de la cama, vestirse, y dejarme a solas con su perfume que ahora impregna mi cama.

Ir a la siguiente página

Report Page