Samantha

Samantha


Capítulo 10

Página 11 de 23

Capítulo 10

 

 

No he pegado ojo en toda la noche, y es que no conseguía sacar de mí ciertos pensamientos. Ian me pidió que me quedara con él, quería que durmiésemos juntos en su cama, pero no pude. Y la verdad es que no se trata de que alguien pueda vernos o enterarse de esta especie de relación que tenemos, si no que aún me siento atada a Khareem, y a veces es como si lo estuviera traicionando. Él forma parte de una etapa de mi vida a la que necesito ponerle fin, y ese momento llegará cuando Sharaf abandone este mundo. Hasta entonces estaré estancada en el mismo punto sin poder avanzar.

Aparte de mí hay alguien más en la mansión que no ha podido dormir esta noche. Escuché una serie de ruidos provenientes de la segunda planta, al cabo de unos minutos también sentí el rugido de uno de los coches y no lo he vuelto a oír hasta ahora, dos horas después de marcharse. Y como eso es algo inusual, salgo de mi cuarto rápidamente e intento bajar con sigilo las escaleras para verificar la identidad de esa persona, pero Dereck me sorprende justo cuando llego al último peldaño y me arrastra con él hacia la sala de reuniones que está en completa oscuridad.

—¿Qué coño te crees que haces? —reprocho deshaciéndome de su agarre.

Don Musculitos no se digna a responder mi pregunta, pero lleva el índice a su boca para indicarme que guarde silencio. Y me mantengo callada, pero no porque lo haya dicho Dereck, sino porque la puerta principal se está abriendo.

Ambos esperamos expectantes a averiguar quién de todos es el de la misteriosa salida, y creo que ninguno de los dos pensábamos que podía tratarse de Aaron. Él es la mano derecha de mi padre y nunca lo traicionaría, pero es bastante sospechoso que salga y vuelva a la mansión a estas horas, que casualmente coinciden con la rotación de los puestos de vigilancia que rodean la verja de la urbanización.

Me dispongo a salir de mi escondite para plantarle cara, pero don Musculitos logra retenerme para que no lo haga, y no me suelta hasta que los pasos de Aaron dejan de escucharse.

—Te hago la misma pregunta, ¿qué coño te crees que haces, Dereck?

—Pretendo descubrir quién es el que nos está vendiendo, y parece que tenemos un claro ganador —anuncia seriamente.

—Estás empezando a delirar —afirmo restándole importancia.

—¿Eso es lo que piensas?

—Pienso que si tuviéramos un topo tú tendrías más posibilidades de serlo que Aaron.

—Yo jamás haría nada que pudiera perjudicarte —asegura acortando la distancia que nos separa.

—Deja ese cuento para otro momento, que ahora no tengo tiempo para volver a oírlo —concluyo retirándome a mi habitación con el mismo sigilo con el que salí de allí mientras Dereck me clava su mirada en la espalda.

Lo último que quiero en estos instantes es que don Musculitos me repita lo mucho que le importo. Creía que ese tema ya estaba zanjado, pero sigue empeñado en que hay algo todavía entre nosotros, cuando en realidad no lo ha habido nunca. Desde el minuto cero le puse las cartas sobre la mesa, y si él no ha querido enterarse no es mi culpa.

Una vez que estoy de regreso en mi dormitorio me desplomo boca arriba sobre la cama, y dejo que todo tipo de pensamientos fluyan por mi mente, dejándome tan exhausta que acabo rindiéndome al sueño que me había abandonado durante la noche.

Helena comienza a llamarme a través de la puerta justo cuando me duermo, o al menos esa es mi sensación, aunque confirmo que no ha sido así al mirar el reloj de mi mesilla. Son casi las once, y eso quiere decir que he estado grogui aproximadamente cinco horas. No está mal para haberme parecido tan poco.

—¡Sam, tenemos trabajo! —apremia sin dejar de dar golpecitos en la madera.

Mi cuerpo reacciona levantándose de la cama de un salto en cuanto recuerdo que debemos recoger a Bashira, y dos minutos después le abro la puerta a Helena.

—Ya estoy —aclamo con una sonrisa en la boca.

—¿Por qué estás tan feliz? —inquiere curiosa mientras estudia mi rostro−. Hace tiempo que no te veía así.

—Porque cada vez está más cerca el fin —confieso antes de empezar a bajar las escaleras.

—No cantes victoria tan pronto, Samantha, y céntrate —me aconseja siguiendo mis pasos.

En esta ocasión Ian sí estaba en la casa, e incluso se ha ofrecido a acompañarnos, pero prefiero mantener a Bashira alejada de los demás, a no ser que sea imprescindible. Cuanto menos sepan de ella, y ella de nosotros, mejor será para todos. Es por eso mismo que no conocerá el plan por completo hasta el momento antes de su ejecución.

Durante el trayecto pienso en las palabras de don Musculitos y en las razones que tendrá para creer que uno de los del grupo nos está traicionando, y lo cierto es que no logro encontrarle sentido. Últimamente no hemos tenido ningún tipo de incidente, aparte de la muerte de Salva, que fue obra de Sharaf, pero eso es algo que ya sabíamos que iba a ocurrir. Además, si alguno de nosotros estuviese informando a mi padrastro, este ya hubiese intentado matarme.

Llegamos al Tisbe, recogemos a la chica con presteza, y volvemos a la mansión antes de que nadie pueda vernos. Estoy empezando a sentirme insegura en la ciudad, y eso se debe a Sharaf.

Acomodamos a Bashira en la casa en la que habitará hasta llegado el día de la boda y, una vez hecho esto, Helena nos deja a solas para que conversemos sobre las manías del hombre que me arruinó la vida. También le explico el ritual nupcial con el que Sharaf está habituado a proceder para contraer matrimonio y, después de unas cuantas horas repasando cada detalle, me marcho con la intención de volver por la tarde. Mañana será la primera toma de contacto con el viudo de mi madre, y tiene que estar bien preparada. No se tima con facilidad a alguien que vive de engaños.

Cuando atravieso la puerta principal de la casa un delicioso olor a comida se cruza en mi camino, y mi estómago ruge como si llevara una semana sin comer. Imagino que se debe a que no he desayunado nada esta mañana después de todo el ejercicio que hice anoche en la piscina. Y no solo me refiero a los largos. Practicar sexo bajo el agua te desgasta más de lo que pensaba.

—¿En qué piensas con esa cara de idiota? —suelta Dereck con una pequeña carcajada.

—En ti seguro que no —asevero cambiando el gesto de mi cara al igual que lo hace el suyo.

Este se dispone a reprocharme cada palabra que acabo de decirle, pero Nathan aparece bajando las escaleras y la boca de Dereck se mantiene cerrada.

—¿Ya has acabado? —espeta refiriéndose claramente a Bashira.

—No —niego recuperando la sonrisa−, solo hemos parado para comer.

—Bien, espero que para mañana todo esté listo, pero no la machaques. Déjala dormir algo, tiene que estar en buenas condiciones para la reunión —concluye siguiendo su camino hacia la cocina.

Don Musculitos me observa pretendiendo adivinar el asunto de la charla que acabo de mantener con Nathan, pero supongo que finalmente termina por descubrirlo. Solo tiene que unir un par de hilos para llegar a la conclusión de que la conversación iba sobre Sharaf y la pretendiente a la que estoy instruyendo. Pero no voy a quedarme de pie frente a él esperando a que llegue a tal resolución. Necesito comer algo si no quiero desfallecer, y mis fosas nasales siguen captando ese maravilloso aroma a comida.

Tras cruzar el umbral que separa la cocina del recibidor de la mansión, vislumbro al causante de ese olor, que no es otro que Ian. En esta casa normalmente no se prepara la comida, solo se devora. Nunca tenemos tiempo de hacerlo y esto es una grata sorpresa que nuestros cuerpos, y sobre todo nuestros estómagos, agradecerán sin lugar a dudas.

—Me pregunto a quién querrá impresionar con eso —murmura don Musculitos detrás de mí.

—¿Tienes envidia, Dereck? O, ¿tal vez son celos?

No añade nada más, solo gruñe envuelto por la rabia mientras cierra los puños con fuerza.

—¿Qué es eso que huele tan bien, y qué haces tú cocinándolo? —pregunto a Ian caminando hacia él.

—Pescado, patatas, y alguna que otra verdura, ya lo verás en cuanto esté listo —advierte interponiéndose entre el horno y yo—. Y lo estoy cocinando porque no tenía nada que hacer. Os habéis ido todos y me he acercado al mercado a comprar, ya que aquí apenas había nada.

—Creo que eres el único que ha encendido ese cacharro desde que llegué a esta casa. Siempre solemos comer fuera o pedir que nos traigan algo —admito dedicándole una sonrisa.

—Estará listo en diez minutos —insinúa con la intención de que me retire−. Los demás están en el comedor esperando.

—Tranquilo, no insistas, ya he captado la indirecta —aseguro girando sobre mis talones para unirme al resto del grupo.

Tay, Helena y Aaron están sentados a la mesa mientras observan detenidamente las noticias, y Dereck no creo que venga a hacernos compañía. En estos momentos estará demasiado ocupado mermando su mal humor en el gimnasio. Cualquiera podría pensar que se parece a mí en ese aspecto, y lo cierto es que lo de refugiarme en el ejercicio cuando estoy cabreada lo aprendí de él.

Esperamos impacientes a que la comida esté terminada, y mientras tanto los informativos que dan por la tele me hacen ver que el mundo está cada vez peor y que todos y cada uno de nosotros somos los culpables.

Al rato Nathan se incorpora con nosotros alrededor de la mesa, y para mí es como si acabase de ver un cometa que solo pasa cada cientos de años. Si era improbable que alguien le diera uso a la cocina, menos lo era que mi padre se sentara con el grupo a comer. Su despacho es algo así como su santuario, y ahí es donde lleva a cabo su vida diaria. Al final va a resultar que Ian nos está haciendo bien a todos.

—Necesito una mano —se escucha decir desde la cocina.

Helena y yo nos ponemos de pie al mismo tiempo, pero le sugiero que vuelva a sentarse para ser yo quien ayude al Adonis, y eso provoca un gesto de desconcierto en la cara de Nathan que cruza su mirada con la mía para que lo perciba. No le doy importancia, y le ofrezco una de mis mejores sonrisas antes de largarme. En el fondo creo que aún no se ha perdonado a él mismo el haber dejado que mi madre volviera con Sharaf a Marruecos, y mucho menos el haberse desentendido de mí durante tantos años, de ahí esa actitud tan distante conmigo. Aunque en realidad tampoco estoy segura de que yo lo haya llegado a perdonar del todo.

Ian y yo colocamos los platos sobre la mesa del comedor, y la televisión se queda en un segundo plano para dejar paso a una buena conversación. Tampoco es que tengamos mucho de lo que hablar después de estar los unos con los otros las veinticuatro horas del día, pero no queda más remedio cuando estás frente por frente de otra persona.

Durante un par de minutos pienso en Salvador y en lo mucho que le hubiera gustado vernos así. Él siempre insistía en que debíamos hacer cosas juntos para conocernos y de este modo confiar más en cada componente del grupo, y eso lo hacía especial. Se esforzaba para que fuera así y, ahora que no está, el chico nuevo es el que ha heredado su legado.

Cuando terminamos me ofrezco voluntaria para fregar todos los utensilios que hemos empleado, pero Tay se empeña en hacerlo él, y dado que aún me queda trabajo por delante, no opongo mucha resistencia. Tengo que volver con Bashira para continuar enseñándole todo lo necesario y asegurarme de que el plan prospere.

Subo a mi habitación, recojo un par de bolsas con la ropa que deberá llevar la chica, y me hago también con un par de lentillas de color café. Bashira tiene los ojos oscuros, y a Sharaf le gustan más claros. Sé que parezco una maniática, pero si no le llega a impactar en el momento justo en el que se conozcan, no habrá boda, y no sé si tendré otra oportunidad como esta para vengarme.

Una vez que lo tengo todo, me dispongo a marcharme andando hasta la casa que le hemos cedido a la que será la pretendiente de mi padrastro, pero una bonita sonrisa hace que desista.

—¿Quieres que te lleve a alguna parte? —pregunta Ian mostrándome las llaves de su coche mientras me deslumbra con su sonrisa.

—Voy a la vuelta de la esquina, no es necesario que me lleves a ningún sitio —le informo haciendo un leve gesto con la cabeza hacia la dirección a la que me dirijo.

—Déjame hacerlo, me siento como un inútil aquí sin hacer nada —expone tendiéndome ambas manos para que le pase las bolsas.

—Está bien —cedo finalmente poniendo los ojos en blanco.

Ni cinco minutos se tarda en llegar a pie hasta el solar donde está Bashira, pero al parecer el Adonis no quiere despegarse de mí, y ni siquiera alcanza a meter la segunda marcha.

—Creo que he visto cómo nos pasaba de largo una tortuga —bromeo asomada a la ventana.

—Estoy disfrutando del poco tiempo que puedo estar a solas contigo —admite dejándome sin habla.

—Eres un exagerado.

—¿Eso es lo que piensas de mí? —reprocha—. Yo… solo quiero tener una relación normal. Con citas, escapadas románticas y esas cosas que hacen las parejas —añade tras hacer una pausa.

—Pero tú y yo no somos pareja —advierto tras aclararme la garganta.

—No somos pareja, pero algo tenemos —asegura aparcando el coche junto a la acera que lleva a la casa de Bashira antes de clavar sus ojos grises en mí—. Y no me importa cómo lo llames, el caso es que ambos sabemos que está ahí.

—No entiendo por qué necesitas hacer ese tipo de cosas —espeto volviendo al origen del tema para no tener que afrontar lo que acaba de decirme.

—Porque es lo que quiero. Es lo que se me apetece cuando pienso en ti o cuando te veo. Me gustaría llevarte a muchos sitios y verte sonreír de esa forma que pocas veces lo haces —confiesa provocando que el rubor de mis mejillas comience a aparecer—. También me gustaría poder besarte sin tener que preocuparme de si alguna cámara puede vernos, y por supuesto me encantaría tener la libertad de decirte todos y cada uno de los pensamientos que pasan por mi cabeza cuando estoy contigo —concluye entrelazando su mano con la mía para acercarla a su boca y besarla.

El corazón me late con fuerza, queriendo salir de mi pecho para otorgárselo a Ian. Respiro profundamente unas cuantas veces, intentando que el miedo no se apodere de mí en un momento como este, pero acabo por sucumbir a él, y mi primera reacción es recuperar mi mano.

—Entonces te has equivocado de mujer —Ahí va mi segunda reacción.

Y como tercera doy un portazo tras salir del vehículo. Cuando empezó a hablar no esperaba que el asunto terminara así, pero después de todo estoy rota emocionalmente, y no se puede esperar más de mí cuando se trata de este tema.

Saco las bolsas rápidamente de la parte trasera del automóvil, e Ian sigue con la mirada perdida mientras digiere mis palabras. Me parte el alma verlo así, ya que en el fondo me gustaría satisfacerle, pero prefiero dejar las cosas como están.

Entro en la casa con la única copia que existe de las llaves que le entregué esta mañana a Bashira, y siento en mi nuca los ojos de mi nuevo guardaespaldas que no dejan de observarme hasta que cruzo el umbral de la puerta. Me deshago de todos los pensamientos que conciernen a Ian, y prosigo con mi camino. Necesito estar concentrada, como bien señaló Helena, y estos líos lo único que pueden causar es que me despiste y acabemos pagándolo todos por mi culpa.

—¿Va todo bien, Samantha?

Asiento con la cabeza, ya que estoy segura de que si tuviera que decirlo se daría cuenta de que no es cierto, y evito su mirada mientras le ofrezco las bolsas con la ropa que deberá llevar mañana juntos con las lentillas. Le sugiero que se las ponga, y efectivamente compruebo que le queda bien, aunque en el fondo era de esperar. Yo misma me probé todas las prendas antes de comprarlas, y Bashira tiene una complexión similar a la mía.

Aasiyah, que así es como la llamaré de ahora en adelante para que no dude ni un segundo de que ese es su nombre frente a Sharaf, parece que va memorizando con precisión todas las instrucciones que le doy, o al menos más le vale estar haciéndolo. Su vida depende de ello. Si mi padrastro llega a tener la menor sospecha de que le estamos engañando, habrá graves represalias.

Continuamos durante el resto de la tarde, y no paro de bombardearla con información hasta que ambas acabamos agotadas. Son muchas horas hablando del mismo tema, pero las dos sabemos que es imprescindible.

—Voy a hacer de cenar, ¿tú quieres algo?

—No te preocupes, Aasiyah, comeré ahora en cuanto regrese a la mansión —declaro dando por terminada la sesión de hoy—. Procura estar preparada mañana a las doce, se pasarán a recogerte dos hombres, y os uniréis a Nathan, junto con otro tipo más de nuestro equipo, en el propio local.

Helena y yo estaremos controlando la situación en la sala donde se encuentran los monitores en los que las cámaras de vigilancia proyectan el vídeo, y también estaremos atentas por si tenemos que intervenir en algún momento, aunque espero no tener que hacerlo. Que acabásemos con Sharaf solo desataría una guerra que no estamos dispuestos a llevar a cabo. Sus aliados se nos echarían encima como leones, y por supuesto nadie querría volver a negociar con alguien que mata a uno de sus socios. La defunción del hombre que me hizo la vida imposible debe parecer un accidente, y es por esa razón por la que hay que esperar hasta la celebración de la boda. Tenemos claro que será en su casa, y entre la flora de su jardín existe una planta conocida como ricino. Sus semillas contienen unas de las toxinas biológicas más potentes que hay y, si Sharaf la ingiere en gran cantidad, la deshidratación terminará con su miserable existencia rápidamente.

—¿Samantha?, ¿me has oído? —pregunta Bashira interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.

—¿Qué? —escupo posando los pies sobre la tierra—. No, perdona. ¿Qué decías?

—Tu móvil está sonando —contesta señalando con el dedo la procedencia del sonido.

Lo saco rápidamente del bolsillo y rechazo la llamada cuando diviso el nombre de Ian en la pantalla.

—Tengo que irme ya —anuncio abandonando el sillón donde llevo clavada toda la tarde—. Llámame si necesitas algo, y suerte para mañana.

—¿Ha pasado algo? —espeta advirtiendo mi nerviosismo.

—No, todo va bien. Tú solo ocúpate de descansar y de que no se te olvide nada —concluyo con una sonrisa forzada.

Ella está más nerviosa que yo, e inquietarse por lo que me pase a mí hará que aumente su angustia. En estos momentos debería preocuparse solo por sí misma.

Giro el pomo de la puerta y lo primero que visualizan mis ojos es el coche del chico nuevo en el mismo sitio que cuando entré en la casa. Creía haber escuchado el motor del coche al marcharse, pero tal vez estaba equivocada y ha estado todo el tiempo aquí.

—¿Has estado esperándome? —le increpo totalmente sorprendida.

—Solo cinco minutos —confiesa mostrándome una bolsa con lo que aparenta ser comida y refrescos—. ¿Tienes hambre?, podríamos cenar tú y yo solos.

—Creía haberte dicho que no la última vez que hablamos —insinúo alzando una ceja.

—Me quedó muy claro, pero no soy de los que aceptan un no por respuesta —admite con una sonrisa cautivadora.

Mi corazón comienza a latir otra vez como si quisiera escapar de mi cuerpo e irse corriendo para entregarse por completo a Ian, y siento que cada vez me va a costar más resistirme a este barullo de sentimientos y emociones que hay en mi interior.

 

 

Ir a la siguiente página

Report Page