Samantha

Samantha


Capítulo 11

Página 12 de 23

Capítulo 11

 

 

No sé en qué momento exacto es en el que finalmente he decidido aceptar la proposición de Ian. El caso es que vamos derechos al chalet donde pasamos la noche hablando cuando nos conocimos.

De camino, el Adonis pretende sonsacarme a través de un interrogatorio lo que he estado haciendo toda la tarde en esa casa metida, y le respondo con evasivas. Mañana podrá solventar sus dudas por sí solo. Además, ahora mismo mis pensamientos tienen otro asunto del que preocuparse, y va sentado a mi lado.

—¿Estás nerviosa?

Cojo aire después de dejar escapar un suspiro para contestar que no lo estoy, pero es imposible que se lo crea cuando ni yo misma lo hago.

—Te enfrentas a dos gorilas el doble de grandes que tú, te encuentras con tu padrastro que te cree muerta y que de no ser así estaría buscándote para terminar con tu vida con sus propias manos, y estoy seguro de que puedes hacer una gran cantidad de cosas sin que te tiemble el pulso —asegura colocando su mano sobre mi pierna que se estaba moviendo impulsivamente arriba y abajo hasta hace apenas unos segundos—, y hacer esto conmigo te inquieta —culmina pensativo—. No dejas de sorprenderme —admite estacionando el coche frente a la acera.

Sus ojos se cruzan con los míos y me transmiten paz. Una paz que no albergaba volver a sentir, pero Ian me ha hecho darme cuenta nuevamente de lo equivocada que estaba.

Poco a poco mis nervios se van apaciguando, y el sentimiento de culpa por desear tener en mi vida a otro hombre que no sea Khareem también.

Cuando el razonamiento que se está desarrollando en mi mente llega a su fin, el chico nuevo ya se ha bajado del coche y ha abierto mi puerta para facilitarme la salida. Supongo que esto debe formar parte de lo que él entiende por romanticismo.

—¿Vas a quedarte ahí? —pregunta ofreciéndome su mano—. ¿O entramos de una vez? Va a enfriarse la comida —añade con la sonrisa más amplia que le es posible.

Mi cuerpo reacciona antes que mi cerebro, ya que cuando decido salir estoy con un pie fuera y sujetando la mano de Ian que tira de mí para que me atreva finalmente a salir del vehículo. Comienzo a caminar hasta la puerta principal mientras busco las llaves en mi bolso, y el Adonis me sigue de cerca. ¿Creerá que voy a salir huyendo? De ser eso lo que quisiera hacer, mis piernas no me obedecerían, estoy segura de ello.

—Ve a sentarte mientras lo preparo todo —me ordena posando su mano en la zona baja de mi espalda para acompañarme hasta el salón.

—Conozco el camino mejor que tú —advierto para que note la inutilidad de su cometido.

—He revivido el momento que estuvimos aquí unas cuantas veces en mi cabeza —confiesa tras soltar una pequeña carcajada nerviosa—, así que no estés tan segura de ello.

—Entonces no habrán sido solo una cuantas veces, ¿no? —insinúo escondiendo una sonrisa.

—Prefiero no responder a esa pregunta —admite deteniéndose frente al sofá—. Vuelvo en unos minutos —añade depositando un beso en mi frente antes de marcharse.

Escucho a mi nuevo guardaespaldas moverse por la cocina de un lado a otro, y aprovecho estos minutos para revisar mi teléfono por si Bashira me ha llamado, aunque no creo que necesite nada, ya que hemos abastecido la casa con todo tipo de enseres y alimentos. Lo que me inquieta es que le entre alguna clase de duda y que no esté yo ahí para resolvérsela.

—Al final se ha enfriado, pero lo he recalentado en una sartén y están como recién hechos —asevera con una sonrisa mientras deja un par de platos sobre la mesa junto con una botella de agua.

—¿Son… Tacos? —inquiero escrutando lo que contiene la vajilla de arriba abajo.

—Auténticos tacos mexicanos —aclara tomando asiento frente a mí—, de ahí el agua. La necesitarás —anuncia seguro de ello.

—¿Auténtica? —repito alzando una ceja.

—Por supuesto, mi madre heredó esta receta de mi abuela, que era mexicana —anuncia orgulloso—. Y la receta pasó luego a mí, al igual que muchas otras. A mi madre le encantaba cocinar y nos enseñó a mi hermana y a mí, aunque a Allyson no se le da tan bien —agrega guiándome un ojo antes de ofrecerme uno de los platos.

Empiezo a comer y en el primer bocado noto el pique del dichoso taco mexicano, y conforme voy avanzando lo siento por toda mi garganta. Lo primero que pienso es que está bueno, aunque tenga la sensación de que podría escupir fuego en estos momentos, y el otro pensamiento que se pasea por mi mente es el tiempo pasado que ha empleado el Adonis a la hora de mencionar a su madre.

—Ian, ¿tus padre están…? —pregunto sin rodeos.

—Así es, murieron en un tiroteo por estar en el lugar equivocado a la hora equivocada —dice con toda normalidad—. Desde entonces Allyson y yo hemos tenido que cuidar el uno del otro.

—¿Por eso desertaste del ejército?

−Ella estaba enferma y no podía valerse por sí misma, y en esas condiciones tampoco podía cuidar de Maya —declara antes de continuar comiendo.

—Al menos seguís juntos —lo animo hundiéndome en la miseria mientras me inundan viejos recuerdos.

Más de media botella de agua después terminamos con la cena, y lo recojo todo tras obligar a Ian a quedarse en el sitio donde está. Saco un par de cervezas para que contribuyan a que la comida baje, y una charla interesante hacen que las botellines se vacíen en un abrir y cerrar de ojos. Con esta conversación he descubierto que es más humano de lo que creía, pero aun así me sigue pareciendo inverosímil que exista alguien como él.

—Ya hemos hablado suficiente de mí, ahora te toca a ti. ¿Hay algo en particular que quieras contarme? —anuncia antes de ir a la cocina a por más cerveza.

Son muchas las cosas que se me pasan por la mente al hacerme esa pregunta, y de verdad que querría desvelarle todas ellas, pero acabo de darme cuenta justo en este instante que tengo miedo de que se vaya, y no le faltarán motivos para largarse si le revelo algunos aspectos de la vida que he llevado hasta llegar a este punto.

—¿Y bien? —inquiere al regresar.

—Pues sí, hay algo que quiero decirte, y es que estoy disfrutando mucho de esto —reconozco sinceramente pretendiendo también cambiar de tema.

—La próxima vez será aún mejor —me promete entusiasmado.

—¿Ya estás pensando en la próxima vez?

—Claro que sí, te dije que quería hacer de todo contigo —afirma provocando que mi pulso aumente.

El alcohol prosigue entrando en nuestro cuerpo conforme transcurre la noche, y tanto Ian como yo descendemos hasta la alfombra, una vez que retiramos un poco los sofás, para echar una partida al ajedrez. Esto no entraba dentro de los planes del Adonis, pero no es buena idea presumir de tu talento delante de mí con algo que domino a la perfección.

Las cervezas comienzan a causar estragos en mí, pero aun así el chico nuevo no consigue derrotarme. Le quise prevenir antes de empezar a jugar y decidió seguir. Ahora me arrepiento de no haber apostado nada, ya que estaría en deuda conmigo para el resto de su vida de haber sido así.

—Estás haciendo trampas —me acusa fingiendo seriedad.

—¿Cómo se puede hacer trampas en el ajedrez? —pregunto tras dejar escapar una pequeña risa.

—Esa pregunta tendrías que contestármela tú, que eres quien las hace —bromea retirando el tablero hasta dejarlo fuera de mi alcance.

—¿Ya no jugamos más?

Ambos estamos tumbados de costado con un codo sirviéndonos de apoyo. Ian me mira de pies a cabeza con esos hipnóticos ojos grises mientras niega con la cabeza, y luego se centra en mis labios, o al menos eso es lo que el alcohol me hace creer. Aunque lo acabo confirmando cuando al humedecerlos el Adonis me atrae hacia él para que ocupe el lugar donde antes estaba el tablero.

—Mataría por besar estos labios lo que me queda de vida —garantiza pasando su pulgar por ellos.

—Por suerte no tienes darle muerte a nadie para hacerlo —respondo acortando un poco más el espacio que separa nuestras bocas.

—Pero no dudes que lo haría si se diese el caso —murmura antes de besarme.

Aprisiona mi cuerpo bajo el suyo sin separar nuestros labios, y clava en mi cintura los dedos de la mano con la que no está apoyado. La temperatura sube, por lo que comenzamos a quitarnos la ropa con cierta torpeza a causa del alcohol, hasta que el sonido de mi móvil me desconcierta. Están dentro de mis pantalones, los cuales he lanzado lejos por la excitación. Solo me queda la ropa interior, aunque Ian ya se está deshaciendo de ella.

—¿Vas a contestar? —susurra pegado a mi oreja antes de descender con besos desde ahí hasta mi cuello.

Dentro de mí se da inicio a una batalla. La disputa es entre mi deber de atender la dichosa llamada por si es Bashira, y la necesidad que siento por quedarme entre los brazos del Adonis, pero sentir la respiración acelerada de Ian recorriendo mi cuerpo hace que se incline la balanza hacia él.

Nos terminamos de desnudar el uno al otro, y segundos después Ian se dispone a sacar de su cartera el preservativo cuando también le da a su teléfono por sonar.

—¿Y tú, vas a contestar? —inquiero intentando seducirlo con una pose sexi.

—No, pero voy a ponerlo en silencio para evitar más interrupciones, y tú deberías hacer lo mismo —insinúa comiéndome con la mirada.

Le hago caso, y me acerco hasta mis pantalones para buscar el móvil en los bolsillos. Cuando doy con él, reviso quién ha realizado la llamada, y aparece el nombre de don Musculitos. Me convenzo a mí misma de que no será nada importante, y al igual que el Adonis le quito el sonido al dispositivo, pero antes de volver a dejarlo en el bolsillo la pantalla se ilumina de nuevo, aunque esta vez es Helena.

—¿Quién te ha llamado? —pregunto empezando a preocuparme.

—Helena —responde a la vez que me lo muestra—. ¿Ocurre algo?

—Espero que no, pero no lo sabremos hasta que acepte la llamada —expongo para luego llevarme el teléfono a la oreja—. ¿Qué pasa, Helena? —digo tras aclararme la garganta para cambiar el tono a uno más serio.

—Ginebra acaba de llevarse otra vez a Nathan, y Aaron nos ha encargado buscarte para que declares a favor de tu padre.

—¿Y tenía que ser justo ahora que estamos a un paso de comprometer a Aasiyah con Sharaf? —espeto, aunque en realidad lo que me aflige es no poder terminar lo que estoy haciendo.

—Dereck tiene la teoría de que alguien está divulgando nuestros planes.

—Pues dile que necesita unas vacaciones —aseguro dejando escapar el aire de mis pulmones—. Esa mujer tiene un don para aparecer cuando menos lo necesitamos, pero no te preocupes, para la reunión de mañana Aaron ya lo habrá sacado.

—Por eso tienes que acudir a la comisaría cuanto antes. Mientras más tardemos en resolverlo menos tiempo permanecerá en el calabozo.

—Está bien, estaré ahí en menos de diez minutos —cedo poniéndole fin a la llamada—. Tenemos que irnos —advierto a Ian con tristeza.

El Adonis asiente con la cabeza, y me acerca mi ropa antes de empezar a vestirse él. Lo cierto es que esto es lo último que esperaba que sucediera, y digamos que no es la mejor forma de acabar con este encuentro entre Ian y yo.

—Lamento que la noche termine así —me disculpo una vez que volvemos a estar con la ropa puesta—, supongo que la cita no ha salido como esperabas.

—¿Lo dices porque no he tenido la ocasión de hacerte gemir? —inquiere provocando que sienta los latidos de mi corazón en lugares donde no sabía que podía notarlos—. No es necesario para que una cita sea perfecta, y no sé a ti, pero a mí esta me ha dado la sensación de que lo era —asegura recorriendo el espacio que hay entre nosotros para volver a sellar sus labios con los míos.

Casi vuelvo a perder la noción del tiempo con los besos apasionados de Ian, y habría sido así de no ser porque el sonido de mi teléfono hace que reaccione. Es don Musculitos nuevamente, y no puede ni imaginarse el mal humor que me está causando con su impaciencia. Debería haberlo dejado en silencio al menos hasta llegar a la mansión, pero hace unos minutos pensé que no era buena idea hacerlo, y ahora me estoy arrepintiendo de ello.

—Tienen prisa —admito poniéndome en marcha.

—Vámonos entonces —apremia con las llaves del coche en la mano.

Nos dirigimos al vehículo con presteza, y abandonamos la casa con la idea de volver en otro momento para recogerlo todo, ya que tanto el salón como la cocina están patas arriba. Además, tengo que acordarme de reponer la cerveza. Ese chalet es el único sitio al que puedo acudir en busca de soledad, y me gusta que mi refugio esté bien dispuesto.

—Parece que Maya se ha encariñado contigo —advierte observando la pulsera que me regaló.

—También lo ha hecho su padre —insinúo con una sonrisa.

Ian no contesta, solo me devuelve la sonrisa y acerca mi mano a su boca para darme cariñosamente un beso. Luego continúa conduciendo concentrado en la carretera, y unos cuantos minutos después nos encontramos aparcando frente a la comisaría. Diviso a lo lejos los Conquest Knight de Tay y Dereck, por lo que deduzco que ya están todos esperando por mí, y lo confirmo en cuanto atravieso el umbral de la puerta principal. El grupo está sentado, excepto mi padre y Aaron, que imagino que estarán dentro, concretamente en la sala de interrogatorios. No es la primera vez que Ginebra nos hace pasar por esto, y posiblemente tampoco será la última. El caso es que nos conocemos a la perfección su procedimiento. Legalmente estamos limpios, pero ella se empeña en molestarnos hasta por las multas de tráfico. El día que se rinda celebraré una gran fiesta.

Helena se pone en pie, y le advierte a uno de los oficiales que estoy aquí para que me deje pasar hasta donde se encuentra Nathan y el mejor abogado del mundo. Ian toma asiento junto a los demás, y Dereck le dedica una mirada de oído que solo yo alcanzo a contemplar. Está enfurruñado por no haber contestado a sus llamadas, pero el muy idiota no sería capaz de echarme a mí las culpas aunque supiera con certeza que ha sido decisión mía.

El oficial con el que Helena ha estado conversando me indica que le siga, y lo hago dejando atrás a la mayoría de los integrantes del equipo. La primera persona con la que me cruzo es Ginebra, que le repugna mi presencia tanto como a mí la suya. Es más alta que yo, de figura esbelta pero con curvas pronunciadas, y su piel es clara, al igual que el color de su pelo, aunque tengo sospechas de que sea de bote. Sus cejas la delatan, y esa mirada tan oscura que porta no te incita a pensar lo contrario.

—Será mejor que vayas acostumbrándote a este ambiente para cuando meta a Nathan entre rejas de por vida y tengas que ir a visitarlo —me aconseja con plena seguridad en ello.

—Deberías buscarte un hobby, Ginebra —replico ofreciéndole una sonrisa−. Dedicar tanto tiempo al trabajo te está afectando gravemente a la cabeza.

—Será más pronto de lo que piensas —añade a modo de amenaza, ignorando por completo lo que acabo de decirle.

Tendrá algunos años más que yo, y no me explico cómo ha escalado hasta su puesto tan deprisa, pero va a perderlo como siga obsesionada con mi padre. No creo que pueda traernos a comisaría arrestados cada vez que le da la gana e irse de rositas. Aaron debería deshacerse de ella antes de que cause más problemas, pero intuyo que no será tan fácil cuando todavía no lo ha hecho.

Me adentro en la sala de interrogatorios, y tanto Aaron como Nathan me miran fijamente cuando aparezco por la puerta. Me da la sensación que se estaban impacientando por mi llegada, y mi padre lo certifica al dejar escapar un largo suspiro. No le hace ni pizca de gracia este sitio, pero no es para tanto. Ya debería haberse hecho a la idea de que esto son gajes de su oficio.

Ginebra se une a nosotros también, y me ofrece tomar asiento frente a ella. Comienza a hacerme una pregunta tras otra, y le contesto tal y como Aaron nos ha enseñado. Transcurren los minutos y la pila de cuestiones que tenía preparada la arpía se van agotando. Lo único que pretende es acabar con mi paciencia, pero estoy entrenada para aguantar esto y mucho más.

—Creo que ya sabes todo lo que necesitas —asegura nuestro abogado a la rubia de bote.

—Tienes razón —declara recalcándose sobre el respaldo de la silla—, aunque él tendrá que pasar la noche aquí —añade dirigiendo su mirada hacia mi padre—. Mi turno ha terminado hace unos cinco minutos, así que técnicamente ya no estoy aquí y, desafortunadamente para vosotros, soy la única que puede firmar esos papeles que dictaminan que puede marcharse.

Nathan cierra ambas manos con fuerza y golpea la mesa asustando a más de uno de los presentes, dejándose vencer completamente por la rabia, y eso pone en alerta a algunos de los policías que han oído el golpe, pero enseguida vuelven a lo suyo al comprobar que todo sigue en orden.

—¿Tiene algo que decir señor O’Connell?

—¿Qué tal si todos guardamos la calma? —sugiero intentando que no salga ni una palabra de la boca de mi padre.

—Haz caso a tu hija —susurra Aaron en un tono casi inaudible colocando su mano sobre el hombro de mi padre—. Si hay que esperar lo haremos, pero no dudes de que tus superiores tendrán noticias mías por esto —adiciona variando el tono.

—No creas que vas a amedrentarme con eso. Los dos sabemos que lo más grave que pueden hacerme es darme un aviso.

Ahora la que tiene ganas de golpear algo soy yo, pero me resisto para que el asunto no vaya a peor, ya que mañana tenemos que asistir al encuentro con mi padrastro. Además, no quiero darle razones de peso a Ginebra para que me retenga a mí también en los calabozos como va a hacerlo con Nathan.

Nos hacen salir de la sala a Aaron y a mí, y posteriormente nos invitan a salir de la comisaría. Ni siquiera van a permitir que nos quedemos a esperar a mi padre con el argumento de que no son horas para permanecer ahí. Seguro que esa bruja lo tenía todo pensado.

El grupo al completo regresa a la mansión con la incertidumbre de si estamos haciendo bien al distanciarnos tanto de Nathan, ya que la primera regla es que bajo ningún concepto pueden dejarnos solos a mi padre ni a mí, pero el equipo tampoco tiene otra opción. Mañana deben estar en perfectas condiciones para la reunión con Sharaf por si algo sale mal, y no dormir sería un gran error.

Una vez que llegamos, cada uno toma el camino hacia su habitación, menos don Musculitos y el Adonis que se dirigen a la cocina. Intento no darle importancia al hecho de dejar a solas a Dereck con Ian, y me marcho a mi dormitorio a ponerme algo más cómodo y dormir al menos un poco lo que queda de noche, aunque desgraciadamente me entra sed, y la botella de mi cuarto está vacía. ¿Por qué el destino es tan caprichoso?

Salgo al pasillo con la camisa ancha que acabo de ponerme y unas braguitas que cubren mi zona íntima, y bajo las escaleras en silencio con la esperanza de no toparme con nadie pero una conversación a través de murmullos me indica que no va a ser así. Continúo caminando con sigilo, y me escondo tras la puerta para escuchar de qué coño están hablando a ese volumen.

—Sam es mucha mujer para ti —declara Dereck fríamente.

—Lo sé —responde Ian.

—¿Entonces por qué no la dejas?

—Porque aunque tú y yo pensemos que no la merezco, ella sí lo cree. Y seguiré a su lado mientras que eso no cambie —asegura causando que los latidos de mi corazón vuelvan a acelerarse.

Don Musculitos guarda silencio durante unos segundos, y acto seguido identifico el sonido de sus pasos que se acercan hasta mi posición. Abandona la cocina y sube los escalones con furia sin percatarse de mi persona, y lo mismo hubiese ocurrido con Ian si no llego a saltarle encima cuando pasa por mi lado.

—¿Qué hacías ahí? —inquiere algo sorprendido.

—Oyendo conversaciones ajenas —confieso agazapada a su espalda.

—Y por lo que veo estás orgullosa de ello —deduce tras dejar escapar una carcajada.

−Supongo que debería sentirme mal, pero la verdad es que eso no es exactamente lo que siento —admito volviendo a poner los pies sobre el suelo para colocarme delante de Ian−. Ven —le ordeno tirando de él.

—¿A dónde?

—Quiero enseñarte otro lugar de la planta baja donde no alcanzan a grabar las cámaras —confieso guiñándole un ojo.

 

 

 

Ir a la siguiente página

Report Page