Samantha

Samantha


Capítulo 12

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Capítulo 12

 

 

Creía que iba a poder conciliar el sueño aunque fuese durante un par de horas, pero estaba demasiado nerviosa como para hacerlo. Me mortificaba la idea de que Nathan no estuviera libre para las una del mediodía, puesto que Sharaf no suele dar segundas oportunidades, y mucho menos la tercera, que sería nuestro caso. No puedes fallarle a mi padrastro, sino desearás no cruzarte en su camino nunca más. Digamos que aparte de la avaricia también le motiva el rencor.

Me doy una buena ducha para relajarme un poco al menos antes de emprender el duro día que me queda por delante, y una vez que estoy vestida y preparada, salgo de mi dormitorio en busca de los demás. Mi cuerpo no hubiese aguantado hacer ejercicio, pero el de Dereck tiene más resistencia, ya que lleva dos horas en el gimnasio sudando la gota gorda. Helena está tomando café junto a Tay y Aaron, e Ian todavía no ha dado señales de vida.

—¿Cuándo podremos sacar a Nathan de comisaría? —le pregunto directamente a Aaron.

—Tay y yo saldremos para allá en unos minutos, e intentaré que lo pongan en libertad lo antes posible —anuncia tras terminarse el café por completo.

—Quiero que me tengas informada en todo momento.

—Tay os mantendrá al corriente —asevera llevando la taza al fregadero.

—Dereck y yo iremos al Tisbe para comprobar que los preparativos van según lo previsto y luego nos uniremos a Tay y Aaron —me informa Helena acabando también con el último sorbo de café.

—De acuerdo, yo también tengo que resolver algo antes, pero estaré allí en menos de una hora —concluyo teniendo en mente a Bashira.

Una vez que todos estamos informados de los planes del resto, abandonamos la cocina para llevarlos a cabo. Helena va al encuentro de Dereck para proponerle que se dé una ducha después de obligarlo a detener su entrenamiento, los otros dos se marchan en cuanto Aaron se hace con una pila de papeles en los que recalcarse para que sus argumentos tengan más valor, y yo voy en busca del Adonis.

Subo las escaleras hasta el segundo piso, y me dirijo a la puerta cerrada de la habitación de Ian. Tres son las veces que llamo hasta que finalmente me deja pasar, y lo cierto es que lo que perciben mis ojos no es para nada lo que me esperaba. Supuse que estaría durmiendo aún, pero me ha recibido con una toalla enrollada a su cintura. Me sonríe y observo las gotas de agua caer desde su pelo para resbalar por su pecho y perderse bajo su ombligo. Una imagen que me será muy difícil olvidar.

—¿En qué puedo ayudarte?

Tardo un par de segundos en reaccionar, puesto que resulta algo complicado cuando tienes otras prioridades en mente como la de desprender al Adonis de esa toalla, pero consigo guardar la compostura.

—Tengo que supervisar un asunto, y en cuanto vuelva nos marcharemos al cuartel de la policía —logro decir tras deshacer el nudo de mi garganta.

—¿A dónde te marchas? —inquiere caminando hasta su cama para coger otra toalla y secarse la cabellera—. Si me das cinco minutos puedo llevarte.

—Descuida, puedo ir sola. No voy a salir de esta urbanización —añado embelesada en sus movimientos.

—Así que vas a esa casa otra vez, ¿no? —deduce deteniendo su cometido para sostenerme la mirada.

—Sí, por eso no es necesario que vengas —garantizo evitando que mi campo de visión se centre en otro sitio que no sean sus ojos.

—Está bien, entonces avísame cuando termines y te recogeré en la puerta —concluye girando sobre sus talones para quitarse la toalla y comenzar a vestirse.

No tenía ni idea de la gran capacidad de autocontrol que tengo, y me siento realmente orgullosa de ello por no haberme abalanzado sobre Ian, aunque me moría de ganas por hacerlo. Llevo toda la mañana sin apetito, y mira por donde él hubiera sido un buen desayuno, pero el deber me llama.

—Luego nos vemos —me despido rehuyendo de la situación.

Lo último que oigo antes de salir del dormitorio es una dulce carcajada procedente de la garganta del Adonis. Al parecer le resulta divertido provocar este aumento de temperatura en mi cuerpo.

Recorro la distancia hasta el solar donde se encuentra Bashira, y abro con mis llaves después de llamar unas cuantas veces por si no está visible, pero aparece rápidamente en el pasillo para disipar mis dudas. La he pillado justo cuando iba a empezar a vestirse, así que llego en el momento adecuado para ayudarla. Primero tendrá que colocarse la túnica negra que le cubre de pies a cabeza llamada abaya, y a eso habrá que añadirle el burka. Lo único que verá Sharaf de Aasiyah serán sus ojos, y ahí es cuando entran en juego las lentillas.

La tranquilizo ofreciéndole todo tipo de argumentos por los que va a salir bien, aunque no parece que los necesite. Está bastante segura de sí misma, y eso es algo que me gusta.

Le mando un mensaje al chico nuevo y tres minutos después escucho el motor de su coche rugiendo fuera. Subo al vehículo y nos encaminamos hacia la comisaría.

—¿Has desayunado? —pregunta el Adonis sin apartar la mirada de la carretera.

—No, ¿Por qué?

—Yo tampoco lo he hecho, ¿te apetece parar en algún sitio? —propone retirando la mano derecha del volante para ponerla sobre mi regazo.

—Solo si es algo para llevar —acepto aguantando la respiración−. No quiero entretenerme demasiado.

Ian continúa conduciendo y se desvía un par de manzanas para detenerse justo en un negocio donde se hacen churros, y mi estómago ruge como si de una fiera hambrienta se tratase.

—¿Quieres chocolate caliente también? —inquiere terminando de estacionar el automóvil.

Asiento felizmente con una sonrisa de oreja a oreja. No recuerdo la última vez que comí churros con chocolate, pero se me ha hecho la boca agua con tan solo pensarlo. El Adonis se marcha mientras yo quedo envuelta en mis pensamientos, y observo distraídamente los locales de mi alrededor, hasta que uno de ellos me llama especialmente la atención. Es un sex shop, y casualmente al verlo se me ha pasado por la cabeza alguien a quien le vendría genial algo de ahí, así que me bajo inmediatamente del coche para comprarlo en lo que Ian regresa.

Camino de vuelta al coche con una bolsa y una caja envuelta en papel de regalo, y mi nuevo guardaespaldas pretende sonsacarme qué llevo con una pregunta tras otra, pero no suelto prenda. Estoy demasiado ocupada saciando mi apetito.

Estamos en busca de un aparcamiento, cuando de pronto el sonido de mi móvil hace que me sobresalte, y mi corazón sigue acelerándose por segundos al divisar que el número que realiza la llamada proviene de la residencia de Raissa. Siento mi piel volverse pálida, tanto que incluso el chico nuevo se percata y me estudia de arriba abajo con la mirada.

—¿Qué ocurre, Sam? —inquiere preocupado.

Acepto la llamada antes de acercarme el teléfono a la oreja, y a continuación le indico a Ian que guarde silencio tocándome con el índice los labios.

—¿Sí?

—Señorita Samantha, su abuela ha vuelto a sufrir un ataque de ansiedad y hemos tenido que sedarla. Ahora está dormida, pero estaba preguntando por ti cuando aún tenía consciencia —me informa haciendo que mis nervios se calmen un poco.

—Me pasaré a verla dentro de unas horas cuando despierte. Llámame si hay novedades —le ordeno dejando escapar un largo suspiro de alivio.

—De acuerdo, hasta luego.

No es la primera vez que le da un ataque de ansiedad, y tampoco es la primera llamada que recibo para contarme lo sucedido, pero no puedo evitar ponerme en lo peor cuando veo ese número iluminando mi móvil.

—¿Vas a decirme ya qué es lo que pasa? —me exige frunciendo el ceño.

—Tenemos que hacer otra parada cuando salgamos del Tisbe —respondo dirigiendo luego la mirada hacia comisaría—. Pero por el momento preocupémonos del primer problema del día —sugiero recuperando mi habitual estado de tranquilidad.

Una vez que el Adonis estaciona el vehículo, nos adentramos en el cuartel de la policía al encuentro de los restantes componentes del grupo. Tay me ha enviado un par de mensajes, y según tengo entendido dejarán a Nathan en libertad más pronto que tarde. Aaron ha solicitado que el superior del superior de Ginebra se presente en persona para resolver este asunto, y me alegra saber que le han echado una buena bronca por todo esto a ese incordio de mujer.

Esperamos y esperamos, hasta que finalmente sale Aaron con mi padre detrás de él, y no trae muy buena pinta. Tiene ojeras, ha perdido su corbata, también lleva la camisa rasgada y en sus nudillos creo percibir sangre, y eso me hace preguntarme seriamente qué coño habrá estado haciendo ahí dentro para acabar así.

—¿Estás bien? —pregunto con la mirada fija en sus manos.

—Claro, Ginebra se ha encargado de que estuviera bien acompañado en la celda, pero no le ha salido bien la jugada —me asegura acercándose hasta mí para acariciarme el pelo desde la coronilla a la nuca y besarme después la frente.

Este no suele ser ni por asomo su comportamiento habitual, y mucho menos en público, así que ha tenido que pasarlo más mal de lo que pensamos, todo a causa de esa insana obsesión que tiene Ginebra por Nathan. Y es por eso que cada vez me alegro más de haber pasado por el sex shop.

—Ahora vuelvo —anuncio volviendo al sitio donde estaba sentada para recoger la bolsa con el regalo.

—Voy contigo —propone Ian sin darme opción a negarme.

Me adentro hasta el interior de lo que a mí me parece el mismo infierno, y me detengo frente a la mesa del despacho de Ginebra tras la que se encuentra ella.

—Esto es para ti —declaro sacando la caja envuelta en papel de regalo de la bolsa para entregársela.

—¿Encierro a tu jefe toda la noche y encima me haces un regalo? —insinúa con una sonrisa triunfante.

—Ábrelo —le ordeno imitando su sonrisa.

De reojo diviso al Adonis que no le quita los ojos de encima a la susodicha caja, mientras que Ginebra siente la misma curiosidad por saber qué es lo que hay dentro, hasta que termina arrancando el papel de un tirón. y su rostro se descompone al observar el dibujo que proyecta el objeto que hay dentro.

—Es un vibrador —le confirmo aumentando su nivel de desconcierto—. Es obvio que necesitas desfogarte para que se te quite ese mal humor que te corroe, pero no creo que exista un hombre capaz de aguantarte sobre la faz de la tierra. Así que… De nada —añado tras hacer una pausa para darle más dramatismo al asunto.

El chico nuevo se queda boquiabierto, sin saber muy bien qué hacer ante tal situación, y cuando menos lo esperamos Ginebra pierde el control de sí misma e intenta abalanzarse sobre mí por encima de la mesa.

Ian logra detenerla justo cuando empieza a invadir mi espacio personal, y le pide que se calme mientras la rodea con sus brazos cual boa constrictor. Sin duda tiene buenos reflejos. Yo solo he podido desplazarme un paso hacia atrás y con eso no hubiera bastado para librarme de esta psicópata.

—¿Intentas reforzar mi teoría con tu actitud? —replico dejándole ver una amplia sonrisa en mi cara.

El Adonis me mira con desaprobación por prolongar esta estúpida pelea, pero me encanta ver cómo pierde los nervios esta mujer. Es lo que ella pretende conseguir de nosotros, y no está mal darle un poco de su propia medicina.

—Tú serás la siguiente después de Nathan —me amenaza mientras sus ojos comienzan a tornarse rojos por la furia.

—Tenemos prisa, Ian —le advierto ignorando por completo a Ginebra.

Salgo de allí sin echar la vista atrás, y medio minuto después hace lo mismo mi guardaespaldas. Continuamos andando hacia la salida soportando las miradas curiosas de algunos agentes que han oído el alboroto, hasta que llegamos finalmente a la salida donde nos esperan los demás para llevar a cabo la primera fase del plan.

Queda aproximadamente una hora para que dé comienzo la reunión con Sharaf, por lo que Helena y yo nos dirigimos al Tisbe para revisar que las cámaras lleguen a todos los rincones de la sala donde estarán, y luego esperaremos allí hasta que el resto del grupo venga. Por otra parte Nathan junto con Tay, Aaron, Dereck e Ian irán a la mansión a por armas por si son necesarias y a recoger a Bashira.

Cuando el reloj da las una del mediodía, tanto el teléfono de Helena como el mío comienzan a sonar al unísono por los mensajes que nos confirman que están llegando al edificio. Agudizamos lo máximo posible nuestros sentidos, nos concentramos en la pantalla de las dos cámaras que vigilan la puerta, y al divisar a Sharaf bajando de su vehículo tras los hombres que lo protegen noto que mi corazón se detiene. Nathan y el resto del equipo aún no han aparecido, pero gracias a al cielo llegan en cuestión de minutos. Aasiyah sale la última del coche blindado de Dereck, acompañada de este e Ian, tal y como habíamos establecido previamente. Mi padre y mi padrastro se saludan estrechando sus manos, y acto seguido Nathan lo invita a entrar al Tisbe.

Mis nervios aumentan por momentos, afortunadamente Helena ha pensado en mí, y antes de que empezara todo me ha traído una tila. Lo cierto es que no soy capaz de permanecer impasible cuando ese desgraciado está cerca de mí. Es como si volviera a sentirme sola al igual que tiempo atrás, y también siento el dolor por la pérdida de mi madre, de Khareem, y de unos cuantos más a los que apreciaba y Sharaf se llevó por delante.

—Todo va a salir a la perfección, has enseñado bien a Aasiyah, y es una profesional al igual que los demás —afirma para infundirme seguridad.

—Más nos vale, o no viviremos mucho para contarlo —le garantizo sin despegar los ojos de las pantallas.

Analizo al completo cada movimiento de mi padrastro. La dirección de su mirada, los gestos que hace con las manos, y también los de su cara por si detectaba algún signo de sospecha en él, pero parece bastante confiando si nos ponemos a pensar en que Nathan y Sharaf son rivales.

Se adentran en la sala donde disfrutarán de una incómoda comida mientras delimitan los detalles del contrato nupcial. Normalmente estos trámites los llevaría a cabo el walli, que suele ser familiar de la novia y de origen musulmán, pero eso no es algo que le inquiete a Sharaf. Solo le interesa que la chica sea joven y sumisa para mantenerla bajo control el resto de su vida. Es un hombre cruel y despiadado al que solo busca tener más poder, más dinero, y más mujeres, aunque lo peor es que cubre tan bien sus huellas que nadie en todo Marruecos sabe cómo actúa, pero si lo supieran dudo que fuera tan bien recibido. No se llega hasta tan alto siendo buena persona, y él ha ido deshaciéndose por el camino a todo aquel que le estorbaba, y yo soy una prueba fehaciente de ello.

A los diez minutos de que todos tomen asiento, los camareros que hemos dispuesto para servirles empiezan a traer los entrantes junto con las bebidas que han pedido al entrar. Todo está en calma, y de lo único que han hablado es de la procedencia de Bashira y de lo hermosa que le resulta al hombre que mató a mi madre, hasta que mi padre saca el tema de la dote para ir al grano de una vez. La conversación se torna seria, y tanto Nathan como Sharaf intentan llegar a un acuerdo pero con la pretensión de llegar al equilibrio donde uno no gane más que el otro con el cambio. Solo así se creerá que es real, ya que si se lo pusiéramos en bandeja todo esto empezaría a olerle mal.

Finalmente, tras mucha insistencia por parte de mi padrastro, y la decisión de Nathan de dar su brazo a torcer, establecen las condiciones del nikah, y también fijan la fecha del evento. Sharaf regresará a casa en unos días y dará inicio a los preparativos de la boda para que la celebración sea en tres meses, así que ha salido todo como lo teníamos previsto.

—Tengo entendido que has perdido a un hombre hace poco —advierte con su marcado acento provocando que el grupo entero se ponga en alerta.

—Así es —le confirma mi padre tras aclararse la garganta—. Enviaron a dos matones a sueldo para eliminar a mis hombres, pero acabaron sufriendo las consecuencias.

—¿Y las señoritas están bien? —añade de pronto dirigiendo su penetrante mirada a una de las cámaras.

Los vellos de mi piel se erizan, y el corazón me da un vuelco. No puede ser. Es prácticamente imposible que sepa que estoy viva y que una de esas señoritas de las que habla soy yo. Me tiño el pelo de un color diferente cada vez que lo creo necesario, llevo lentillas siempre que salgo de casa, nunca he tenido contacto con Nathan en público, solo el justo y necesario para que tengan claro que trabajo para él, al igual que Helena, Dereck y los demás, y ni siquiera existe documento alguno que pueda relacionarnos a mi padre y a mí.

—Sí, pero se llevaron un buen susto, por eso les he dado unas semanas libres —miente con la frialdad que lo caracteriza.

—Las mujeres son débiles, tienes que rodearte de hombres como estos —alega alzando las manos hacia ambos lados para señalar a los tipos que lo acompañan.

Ian, que había colocado la mano sobre la pistola que lleva escondida, pierde los nervios, y lo apunta directamente a la cabeza. La gente de Sharaf se sobresalta, y rápidamente sacan sus armas para dirigirlas al Adonis. Aasiyah se tira al suelo haciendo bien su papel, y yo, cuando al fin logro reaccionar y me dispongo a salir corriendo hasta aquella habitación, me detengo al oír una carcajada emergente de la garganta de mi padrastro.

—Tranquilos, solo estaba bromeando —anuncia indicando a sus lacayos que guarden sus pistolas—. Estamos limando asperezas, no sería correcto dar comienzo a otra guerra, ¿verdad? —advierte ahora a mi padre.

—Por supuesto, aunque deberías comprender que nosotros no tratamos a las mujeres como tú —dice mientras lo desafía con la mirada—, y tu forma de ver el mundo puede perturbar un poco a mis chicos —alega ordenando a los suyos con la mirada que retiren también sus armas.

—Afortunadamente solo ha sido un malentendido, no hay que darle más importancia de la que tiene —sugiere dedicando esta vez su mirada a Ian.

Los asistentes comienzan a relajar su postura, los nervios van desapareciendo, y acaban despidiéndose de buena manera hasta dentro de tres meses. No sé qué explicación darle a lo que ha pasado ahí dentro. Tengo ganas de tener al Adonis delante y gritarle lo imbécil que es por ponerlo todo el peligro, aunque por otra parte también me gustaría abalanzarme sobre él y comérmelo a besos por salir en mi defensa, ya que estoy segura que era yo la que le rondaba la cabeza para llegar a cometer semejante estupidez.

Y respecto a Sharaf, no me preocupa que me haya descubierto, porque lo cierto es que no lo ha hecho. Al igual que yo mi padrastro no tiene paciencia, él no es alguien de planificar a largo plazo, por eso deduzco que no estaría ahora mismo dándole vueltas al asunto si pensara que estoy viva. Solo cree que trabajo para Nathan, como bien me preguntó uno de los gorilas que nos atacaron y mataron a Salvador. Eso me hace volver a respirar con tranquilidad, aunque se me ha revuelto el estómago cuando mi padrastro dirigió su mirada hacia una de las cámaras, como si pudiera verme. He sentido unas ganas irrefrenables de vomitar, pero he conservado el tipo después de todo. Sharaf ya me ha hecho suficiente daño, y me niego a permitir que siga haciéndolo. Es hora de dejar de vivir en alerta y empezar a respirar tranquila.

 

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