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Una historia de diamantes » I. El sueño y el banco del Estado

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I. El sueño y el banco del Estado

MOJRIKOV TUVO UN SUEÑO en la habitación del hotel: tenía un enorme as de diamantes en los pies y unas cintas en el pecho que decían «¡Acabado el trabajo, un buen descanso!» y «Tuberculosos, ¡no os traguéis la flema!».

—¡Qué tontería tan graciosa! ¡Caray! —dijo Mojrikov, y se despabiló.

Se vistió con energía, cogió la cartera y se dirigió al banco del Estado. Deambuló por allí dentro durante dos horas y salió con nueve mil rublos en la cartera.

Una persona a quien le han dado dinero, aunque sea del Estado, se siente de una manera muy peculiar. A Mojrikov le parecía que era más alto que el puente Kuznetski.

—No empuje, camarada —dijo cortés y severo, y casi añadió—: Llevo nueve mil rublos en la cartera. —Pero se contuvo.

En el puente Kuznetski había un bullicio tremendo. Los coches pasaban volando sin cesar, los escaparates centelleaban irisados y Mojrikov se reflejaba en ellos al pasar con la cartera, ya del derecho, ya del revés.

—Qué encantador es este pueblucho de Moscú —pensaba Mojrikov—. ¡Es una ciudad realmente elegante!

De improviso, unas ensoñaciones dulces y criminales empezaron a hervir en su cerebro como si fueran burbujas.

—Imagínense, queridos camaradas… ¡De repente se quema el banco del Estado! Hum… ¿Cómo se quema? Es fácil; ¿es que es incombustible? Llegan los bomberos y apagan el incendio. No queda nada. Si se prende como es debido, ¡no hay Dios que lo salve! Imagínense: ha ardido todo, como en el infierno, los contables y las órdenes de pago… Entonces, en el bolsillo tengo… ¡Ah, sí! ¿Una carta de crédito de Rostov del Don? Oh, mecachis en la mar. Bueno, de acuerdo, llego a Rostov del Don, y nuestro director rojo, que había firmado la carta de crédito, ¡va y se muere de un ataque al corazón! Además, hay otro incendio donde se queman todos los salientes, entrantes y emergentes… Todo se va al cuerno. ¡Ji, ji! No habrá manera de atar cabos. Y tengo en mi bolsillo nueve mil rublos huerfanitos. ¡Ji, ji! Ah, si nuestro director rojo supiera qué sueña Mojrikov… Pero nunca lo sabrá. ¿Qué sería lo primero que haría yo?

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