Salmo

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Una historia de diamantes » IV. Al amanecer

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IV. Al amanecer

… CUANDO TODO MOSCÚ ESTABA de color azul celeste y los gatos, que de día no se sabe dónde viven, por la noche reptan como culebras de gatera en gatera, Mojrikov estaba en la Sujarévskaya-Sadóvaya, apretándose la cartera contra el pecho, balanceándose y murmurando:

—Mmm… Sí… Si no me bebo ahora mismo un agua con gas o una cerveza, queridos camaradas, me moriré, y los porteros recogerán nueve mil rublos de la calle… Bueno, nueve mil, no, perdón… No, nueve mil, no… Ya les digo: las botas, cuarenta y cinco rublos… Muy bien, ¿y los nueve chervónets que faltan? Sí, me han afeitado por un rublo con quince… Es bastante ruin… Sin embargo, voy a cobrar un adelanto. ¿Y si no me lo da? De repente llego, me dicen que se ha muerto de un ataque al corazón y que han nombrado a uno nuevo. Sería una historia de lo más cómica. Querido Mojrikov, me preguntarán, ¿dónde están los doscientos cincuenta rublos? ¿Los ha perdido? ¿Es eso? No, mejor que no se muera, el muy hijo de su madre… Cochero, ¿dónde se puede beber cerveza a estas horas en vuestra nefasta Moscú?

—Suba, suba, suba… En el casino.

—Esto… ¿Cómo se llama? Ven aquí. ¿Cuánto?

—Dos rublos y medio.

—Eh… Uh… Bueno, ¡anda ya! ¿Cómo te llamas? Vamos.

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