Rule

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28. Florencia

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28. Florencia

Florencia

—¿Así que tienes una prueba? —Ren le dio la espalda al espejo una última vez para ver la parte trasera del vestido que había escogido para el Ascenso del Sol.

Esa era la noche.

No quedan más días. No podían ganar más tiempo. Ren necesitaba confrontar a Yasmin antes de que comenzara el banquete, tenía que evitar que revelara al verdadero culpable de Bahía Ardiente… o ser colgada por sus crímenes.

Se vistió para la ocasión. La tela de color púrpura intenso resaltaba sobre su piel oscura. Hacía que pareciese que estaba cubierta de bronce, feroz. Imparable. Si iba a caer esa noche, lo haría con estilo.

—Estoy segura de que así es. —Zofi señaló la carta—. «Yo debo gobernar. No mi hermano». Y está hasta firmada por ella. Incluso habla del acólito y sobre usar alguna invención conjunta para asesinarlo… No tenemos ni idea de a quién se dirigía la carta, o qué ti estaban tramando, pero de todas formas…

Por su parte, Akeylah tenía su más reciente amenaza abierta sobre su falda; estaba comparando la escritura con la de la carta de Yasmin, aunque era claramente la misma letra que la de su extorsionador.

—La reina podría ayudarnos con más pruebas —dijo. Como era usual, Florencia notó que la voz de su hermana se volvió extraña y cerrada al mencionar a la reina—. Tiene una idea sobre el método de envenenamiento.

Ren se detuvo a analizar a su hermana en el espejo. La esteña era callada, aunque tenía recursos cuando lo necesitaba. Los últimos días habían probado eso. Aun así.

—No me gusta que hayas compartido tantos detalles con la reina Rozalind. ¿Cómo podemos saber que esto no es parte de una conspiración genalesa? Yasmin claramente está trabajando con alguien. ¿Y si es Rozalind? ¿O si Rozalind ha planeado todo esto para culpar a Yasmin?

—Podemos confiar en Rozalind —respondió Akeylah sin perder un segundo—. Además, de todos los sospechosos en la fortaleza, a ella es a quien podemos tachar. No puede diezmarse. —Algo en la voz de Akeylah sonó apagado al decir eso, un tono de falsedad que llamó la atención de Ren.

Pero Akeylah siempre había sido muy apegada a la reina.

—Eso no significa que podamos confiar en ella —respondió Ren.

—De todas formas, ¿por qué querría la condesa Yasmin trabajar con los genaleses? —Akeylah negó con la cabeza—. Ha pasado casi toda su vida luchando en guerras contra ellos.

—¿Por qué haría algo de esto? —Ren resopló, exasperada—. ¿Por qué asesinar a su amigo si mantuvo su secreto durante tanto tiempo? ¿Por qué esconder una carta en la que lo admite en su habitación? ¿Por qué extorsionar a las únicas tres herederas posibles para que abdiquen al trono?

—Lo descubriremos esta noche. —Zofi se cruzó de brazos—. Si alguna vez terminas de arreglarte.

—Estoy asegurándome de que tengamos pruebas suficientes —dijo Ren, aunque tenía la sensación de que la Viajante estaba hablando de preparaciones físicas más que mentales.

—Por las arenas. Tenemos una carta con su propia letra. Tenemos un testigo. ¿Qué más necesitamos?

—Seguridad. —Ren hizo un mohín—. De lo contrario, esto no funcionará. Yasmin tiene que creer que tenemos suficiente evidencia para lanzarla a los calabozos a menos que nos escuche.

Zofi resopló y se echó sobre la cama.

Ren resistió la necesidad de decirle a su hermanastra que sacara sus botas mugrientas de su manta. Ya era demasiado tarde para prevenir las manchas y eso solo empeoraría el humor de Zofi. Que era solo una versión exagerada del humor de ella y de Akeylah, para ser sincera.

Aprensión. Tensión. Deseos de que esa noche ya acabara.

—Tenemos suficiente. —Akeylah miró a los ojos de Ren en el espejo—. Entre la carta, el testimonio del acólito y el elemento extra que Rozalind traerá…

—Aún no puedo ver por qué no puedes decirnos qué es ese elemento. —Ren prendió un collar metálico alrededor de su cuello. La serie de placas plateadas se enlazaban sobre su pecho como un escudo. Tenía la sensación de que esa noche la corte sería más que nunca como en un campo de batalla.

—Porque yo misma no estoy totalmente segura aún. La nota era vaga, en caso de que alguien la interceptara. Rozalind sabe lo que hace.

—Solo espero que tengas razón sobre ella.

—Bueno. —Zofi se puso de pie en un hábil movimiento—. No hay momento como el presente para averiguarlo.

—Por que la próxima vez que estemos de pie en esta habitación, todas seamos libres de la traición de nuestra tía. —Ren terminó con el collar y se dio la vuelta para ver su atuendo completo en el espejo.

—Por que cortemos las piernas de nuestros enemigos. —Zofi sonrió animada.

—Por el futuro de nuestro reino —balbuceó Akeylah—. Que la Madre Océano guíe nuestros caminos.

Durante un momento, se detuvieron lado a lado. Akeylah vestía de simple chiffon blanco, su pelo rojizo estaba trenzado con fuerza sobre su cabeza, al estilo del Este. El cabello de Zofi era su usual maraña salvaje y llevaba puestas sus botas, pantalones de cuero y una camisa de hombre.

Una semana atrás, Ren se habría burlado de esa elección. Ahora, la comprendía. Si se iniciaba una pelea esa noche, al menos podían contar con Zofi para respaldarlas en su atuendo extremadamente práctico. Pero era más que solo practicidad. Algo en la completa indiferencia de Zofi por las apariencias de la corte se había vuelto casi… refrescante.

En la superficie daban la sensación de ser tres chicas que no se parecían en nada.

Pero en el espejo, Ren notó similitudes. La presión en sus labios. El destello en sus ojos. La posición de sus hombros; la cabeza en alto, mentón elevado, músculos comprimidos.

Por primera vez desde que se conocieron, parecían hermanas.

—Yo no me metería con nosotras —dijo Ren finalmente.

—Yasmin no sabrá qué la golpeó —coincidió Zofi. Pero Akeylah enlazó un brazo con el de Ren.

—Sea lo que sea que pase esta noche, me alegra teneros a mi lado.

Para su sorpresa, la garganta de Ren se cerró.

—Yo también. —Después sonrió con suficiencia y negó con la cabeza—. Por el Sol. ¿Recordáis lo que pensábamos una de otras hace apenas una semana?

—¿Qué, ya no piensas que soy la loca chica del caballo?

—Ah, definitivamente sí. Pero solo porque lo eres. —Zofi le dio un golpe con su codo.

—Bueno, yo estoy bastante segura de que tenía razón acerca de que eres una kolonense consentida también.

Akeylah agitó sus pestañas, coqueta.

—Personalmente, yo siempre supe que las dos seríais aliadas de confianza. Solo resulta que soy una excelente jueza de carácter.

Ren bufó aunque, a decir verdad, había comenzado a disfrutar más de la compañía de Akeylah desde que había empezado a salir un poco de su cascarón.

—Absolutamente modesta también, Akeylah.

—Más que tú —señaló Zofi. Sin dejar de hablar, las chicas salieron de la habitación.

Ren dudó en el umbral, se dio la vuelta para echar un último vistazo a su atuendo. De un modo u otro, esa noche todo cambiaría, O bien ellas limpiarían sus nombres y se liberarían de la tiranía de Yasmin, o bien ella las delataría y Ren nunca volvería a ver su habitación. O ninguna otra habitación, para el caso, más allá de una celda en los calabozos.

Akeylah notó que se detuvo y llevó una mano a su antebrazo.

—Tú misma lo has dicho, Ren. No me metería con nosotras esta noche. —Ella sonrió. Una sonrisa más pequeña y tímida que las de Ren o Zofi. Pero de alguna forma, más creíble por eso—. Tenemos esto bajo control.

Ren enderezó sus hombros:

—Tienes razón. Vamos a tener una conversación con nuestra querida tía Yasmin.

El patio central de los jardines del cielo había sido pintado de plata, un brillo claro que reflejaba las triples lunas del cielo. Sedas a tono colgaban de los árboles, así que todo el techo parecía centellear. Ren sintió que estaba caminando por la superficie de Essex, bañada en una cortina de luz de luna.

Era un recordatorio del legado del Príncipe Plateado. De los zapatos que él había dejado atrás, zapatos que una de ellas llenaría algún día.

Qué raro. Había esperado sentir nervios. O temor. O emoción. O al menos, concentración en la misión que les esperaba. En su lugar, todo lo que sentía era una perturbadora sensación de tranquilidad.

Tal vez fuera por las chicas que estaban a sus lados. Por la aguda inteligencia de Akeylah. Por la postura lista para la batalla de Zofi.

Danton había tenido razón. Ella necesitaba aliados en quienes pudiera confiar. Solo que nunca esperaba encontrarlos en las dos personas con las que, técnicamente, estaba compitiendo por el trono. Incluso su propia madre le había advertido que no confiara en sus hermanas. Recuerda la mitad que importa. Pero a la hora de la verdad, en contra de un enemigo común, esas eran las aliadas que Ren quería a su lado.

Pudo ver a Yasmin al otro lado del patio. Como era usual, la condesa deambulaba alrededor de Andros, con una mano en su espalda en caso de que tropezara o se cansara demasiado. El estómago de Ren se retorció con disgusto.

¿Cómo podía Yasmin sonreírle a su mellizo, actuar con tanta amabilidad y preocupación, cuando estaba traicionándolo? Saboteando a las potenciales herederas para controlarlas. Hablando de cómo ella debía gobernar en lugar de su hermano.

Ren volvió a pensar en la nota que Zofi había encontrado. Yo debería gobernar. No mi hermano.

Ella había usado las Artes Vulgares en contra de un miembro de la familia antes, décadas atrás. ¿Habría sido Andros? ¿O podría ser que su enfermedad actual estuviera relacionada? ¿Podría estar envenenándolo tal y como había envenenado a Casca, su amigo de toda la vida? ¿Cuánta profundidad podría alcanzar su traición?

¿Y a quién se suponía que se dirigía esa carta? ¿Por qué la condesa había decidido no enviarla después de todo? ¿Se habría asustado? ¿Habría cambiado de opinión acerca de confesarlo a quienquiera que fuera? Pero entonces, ¿por qué no destruir la evidencia?

No tenía importancia. Lo que fuera que estuviera haciendo, ellas finalmente tenían pruebas para detenerla. En especial con el descubrimiento de la reina, que le había transmitido a Akeylah cuando llegaron a la terraza, quien, a su vez, lo había compartido con las demás. El estómago de Ren se retorcía por la anticipación de la evidencia que había prometido la reina, aunque sabía que era lo que necesitaban. Algo impactante y suficientemente concreto como para demostrarle a Yasmin que no estaban bromeando. Ellas sabían la verdad sobre ella y no temían compartirla si hacía algo en su contra.

—¿Dónde está la reina? —Ren tomó una copa de un sirviente que pasaba y la llevó a sus labios sin beber de ella.

—La perdí después de que llegáramos a la terraza. —A juzgar por el modo en que su mirada recorría el sitio, Zofi estaba analizando a toda la corte.

—Démosle un minuto más. —Akeylah aferraba una copa de néctar en su mano temblorosa. Zofi se encogió de hombros, después detuvo a un sirviente que pasaba por su lado y tomó más trozos de carne de cabra de lo que Ren creyó que fuera buena idea comer. Era una señal de lo lejos que habían llegado el que Ren solo estuviera sorprendida, más que mortificada.

Zofi masticó haciendo ruido, luego señaló a la esquina más lejana con su mano llena de carne.

—Allí está tu chica, Akeylah.

—Ella no es mi… —La joven se detuvo con el ceño fruncido y se alejó de sus hermanas. Atravesó la pista de baile, directamente hacia el grupo de nobles reunidos alrededor de una cabellera castaña; de ensueño. La reina Rozalind.

Ren y Zofi cruzaron miradas.

—Akeylah no piensa conseguir nada, ¿o sí? —preguntó Ren por lo bajo.

Zofi tomó otro gran bocado de carne y masticó durante un momento. Después hizo una señal hacia Rozalind y Akeylah, quienes acababan de inclinar sus cabezas juntas, más cerca de lo que lo harían la mayoría de los cortesanos para mantener una conversación amistosa.

—¿Quién diría que nuestra reservada hermana tenía una mancha oscura después de todo?

Ren hizo un mohín.

—Rozalind está casada. Con nuestro padre, nada menos. Si alguien lo nota, si comienzan a hacer preguntas…

—Si inspirar algunas preguntas implica que nuestra madrastra siga ayudándonos tanto, no me quejaré —respondió Zofi.

—Asumiendo que nuestra madrastra no es alguien de quien tengamos que cuidarnos élla…

—¡Ah, lady Florencia!

Ren cerró la boca y forzó una sonrisa. Se giró y encontró a lady Lexena detrás de sí, con lord Gavin a su lado. Lexena se había superado esa noche. Llevaba un vestido dorado ajustado, con hebillas a tono sosteniendo su pelo negro lacio en un elaborado recogido, parecía más como una princesa qué la misma Ren.

—Esperaba cruzarme contigo esta noche. Había pensado en enviarte una invitación a mi baile de compromiso, pero después pensé: no, se la haré en persona. —Lexena saltó un poco en su lugar, la viva imagen de la emoción de una niña—. En una semana a partir de mañana, en el salón de mi padre. ¿Asistirás?

Ren sintió que su sonrisa se ampliaba involuntariamente. Lexena siempre había sido una de sus preferidas. En las pocas veces que Ren la había servido, Lexena nunca había levantado la voz, nunca le había hecho peticiones en mitad de la noche ni había solicitado tareas ridículas. Agradecía a sus criadas por sus nombres, recordaba sus cumpleaños.

—Por supuesto, estaré encantada.

—¡Genial! —Lexena aferró el antebrazo de Gavin y lo apretó.

—Felicidades a los dos, por cierto. —Ren les sonrió—. Algo tarde, lo sé, pero…

—¿Ambos? —Lexena parpadeó—. ¡Ah! —Retiró su mano del brazo de Gavin y volvió a reír, con un tono tan agudo que lastimó los oídos—. No, Gavin es como un hermano para mí.

Gavin sonrió débilmente. Al mismo tiempo, Lexena inclinó la cabeza y vio a alguien al otro lado del patio.

—Pero aquí está mi prometido.

Ren siguió su mirada y sintió cómo cada músculo de su cuerpo se tensaba. Requirió esfuerzo poder respirar, el mantener la espalda erguida y la cara inmóvil. Ella está equivocada. O yo la estoy malentendiendo. Eso debe ser.

Observó, con el estómago hundido por el horror, cómo Danton se acercaba a través de la pista de baile. Su mirada pasó directamente sobre Ren, a la mujer que estaba a su lado.

—El embajador Danton le ha pedido mi mano a mi padre hace unos días. —Lexena volvió a saltar alegremente en su sitio—. Justo antes de una importante reunión del concejo. —Suspiró con felicidad—. Me alegra que finalmente lo haya preguntado. Fue un cortejo tan largo, meses de correspondencia…

Todas las palabras atravesaron sus oídos.

Meses de correspondencia.

Hace unos días, justo antes de una importante reunión del concejo…

La mañana antes de la última vez que Ren lo había visto. La mañana antes de que él fuera a su recámara con un espía en sus manos. La mañana antes de que jurara que podía confiar en él. Antes de que la besara. Antes de que la besara y la aniquilara al mismo tiempo. Solo que ella no lo supo hasta ese momento.

Las serpientes anestesian a sus víctimas antes de morderlas. No notas el veneno hasta que ya está en lo profundo de tus venas.

—Hola, querida. —Danton llegó junto a Lexena y rodeó su cintura con un brazo, mientras ella se estiraba para besarlo en la mejilla.

El cuerpo de Ren se volvió frío y caliente al mismo tiempo. Estaba en llamas; estaba congelada. Quería arrancarle el corazón.

Pero no podía. Él se había llevado el suyo primero.

—Estaba invitando a lady Florencia a nuestro baile —balbuceó Lexena, distraída.

Danton sonrió, la viva imagen de un cariñoso y atento prometido.

—Eso es maravilloso. —Solo entonces levantó su mirada hacia Ren. Solo entonces ella vio tras el muro. Notó que eso era solo una puesta en escena; su afecto, su cuidado. No le importaba Lexena en lo más mínimo.

Danton solo se interesaba por sí mismo. Resultó evidente en ese momento.

—Me encantaría que lady Florencia pudiera asistir —estaba diciendo él—. Significaría mucho que ella bendijera nuestra unión.

Ren lo comprendía. Él necesitaba una conexión con la corte. Un modo de conseguir el favor del rey. Cortejar a la hija del rey no funcionaría. Danton no era un noble de jerarquía suficiente como para conseguir la mano de una princesa.

«No es tan simple», había dicho él.

«Confía en mí», le había pedido.

Solo podía culparse a sí misma. La primera vez que él la apuñaló por la espalda, Ren no pudo haberlo visto llegar. Esta vez, en cambio… Esta vez pudo haberlo sabido.

—Hermana.

La voz de Zofi la sacó del precipicio. La arrojó al aquí y ahora. A los jardines bañados de risas y voces. El rey, acercándose lentamente hacia el estrado desde donde daría su discurso. Al otro lado de la habitación, Akeylah les hacía señales frenéticamente mientras avanzaba, a mitad de camino entre Rozalind y la condesa, con una delgada caja debajo de su brazo. La bilis se elevó en la garganta de Ren al pensar en su contenido.

No tenían más tiempo. No podía permitirse perder ni un minuto más con personas como Danton.

—Que el Sol os bendiga a ambos. —Ren asintió hacia la pareja, apartó sus ojos de Danton, que estaba frunciendo el ceño, con las cejas bajas en esa expresión de cachorrito por la que ella siempre caía.

Nunca más.

—Vamos —le murmuró a Zofi. La mirada de su hermana tenía miles de preguntas. Para crédito de ella, Zofi no hizo ninguna. Solo apretó el hombro de Ren una vez, con fuerza. Un gesto de apoyo mudo antes de que atravesaran la habitación—. ¿Recuerdas qué hacer?

—Decirle a Yasmin que necesito hablar con ella sobre una conspiración en contra del trono. Luego llevarla a un rincón de los jardines.

—Te veré al otro lado. —Ren le ofreció una pequeña sonrisa incisiva.

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