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29. Zofi

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29. Zofi

Zofi

Zofi llevó la mano a la empuñadura de su daga, solo para reasegurarse de que siguiera allí. Escondida en un bolsillo oculto, lista para salir en cualquier momento.

A juzgar por el humor de la condesa, podría necesitarla.

—¿Y bien? Será mejor que esto merezca mi tiempo. —Yasmin apareció como una estampida en el balcón al límite de los jardines del cielo, un punto recluido que Akeylah había propuesto. Rozalind, después de haberles entregado un último elemento de evidencia, se había reunido con el rey; para asegurarse de que no enviara a ningún mensajero en busca de su hermana ausente.

»Mi hermano me necesita —estaba diciendo Yasmin—. Sus curanderos no son lo suficientemente atentos; él casi tropieza en la escalera.

—Créame, condesa —dijo Ren—. Tiene que escucharnos.

Zofi miró a su hermana. Ren asintió y Zofi se colocó detrás de Yasmin para sujetar la muñeca de la condesa con una mano y aferrar el brazo de la mujer en su espalda.

Como lo había predicho, Yasmin reaccionó como un soldado. Dio un paso adelante, se retorció para soltarse. Pero por más entrenamiento que tuviera, Yasmin aún era una mujer mayor. Zofi sujetó su otro brazo durante el forcejeo y fijó ambos en su cintura.

—En el nombre del Sol, ¿qué significa esto? —gritó Yasmin.

—Baja la voz —agregó Ren—. A menos que prefieras que le hablemos a toda la corte acerca de tu experiencia con las Artes Vulgares.

La condesa se quedó quieta.

—Así está mejor. —Zofi aflojó su agarre—. Ahora, promete no correr hasta que terminemos de hablar y te devolveré tus brazos.

Yasmin apretó los dientes un momento, luego asintió, seria.

Zofi la liberó.

La mujer frotó sus muñecas, una después de la otra, con la mirada fija en Ren.

—No sé de qué estás hablando. Artes Vulgares. Eso es absurdo.

—¿En serio? —Zofi rodeó a la condesa para analizar su expresión. La vieja bruja, como diría Ren, tenía un rostro de cazadora bastante bueno. Pero había un brillo desafiante en su mirada que no podía disfrazar por completo—. Porque cerraste la boca muy rápido cuando amenazamos con comenzar a hablar de eso.

—Los rumores pueden ser peligrosos. —Yasmin la observó fríamente—. Incluso los falsos.

—Muy curioso. —Ren extendió una mano. Zofi sacó la carta de su bolsillo y se la entregó a su hermana—. Porque por lo que he leído aquí, tienes una consciencia bastante sucia, condesa.

Una arruga apareció en la frente de la mujer.

—Guardar una carta no es un crimen, hasta donde yo sé —respondió Yasmin—. Irrumpir en la recámara de un miembro de la familia real, por otro lado…

—«Yo debería gobernar. No mi hermano» —dijo Ren sobre ella—, lo ves también, ¿no es así?

—No suena como algo que escribiría alguien con la consciencia limpia, si me preguntas a mí —afirmó Zofi—. ¿A quién le escribías? ¿Con quiénes conspiras?

—Esto es ridículo —bufó Yasmin.

—No de acuerdo con el acólito con el que conversamos —agregó Akeylah—. ¿Acaso el nombre D’Perre Casca te dice algo?

—Él está muerto. —Yasmin resopló.

Zofi inclinó la cabeza. Sonrió a Ren con suficiencia.

—Hermana, ¿qué crees que merece un peor castigo? ¿Una maldición de las Artes Vulgares, o asesinar a un acólito para cubrir una maldición de las Artes Vulgares?

—Mmm, una pregunta difícil, hermana. —Ren acarició su mentón, fingió estar deliberando—. Akeylah, tendrás que desempatar. —Ella exhibió una caja delgada.

—Condesa. —Akeylah ofreció la caja. Larga y delgada, con la forma de un cuchillo largo—. ¿Te importaría hacer los honores?

Yasmin observó la caja. Solo sus ojos la delataron. Se ampliaron, con miedo en sus esquinas.

—¿No? —Zofi se acercó—. Yo lo haré. —Ella sujetó la tapa y la retiró con una reverencia.

Yasmin se ahogó realmente.

Para ser justos, aunque estuviera preparada para el contenido de la caja, el estómago de Zofi se revolvió. Miró a su tía en vez de la caja.

—¿Sabes que los acólitos tienen una tradición cuando uno de sus miembros mayores fallece? —Zofi inclinó la caja hacia la condesa para que pudiera verla mejor.

Para su sorpresa, Yasmin no retrocedió. Solo cerró los ojos y respiró profundamente.

—Entierran al difunto con las mismas ropas que llevaban al morir. Con los mismos accesorios, también. —Zofi analizó la caja—. Desafortunadamente, este accesorio en particular fue difícil de apartar del cuerpo, con la descomposición y todo. Me temo que hemos tenido que quitar todo el dedo.

Guardado en la angosta caja, se encontraba el dedo medio en descomposición del acólito D’Perre Casca. Y, alrededor del dedo, opacado por el tiempo y por haber estado en una tumba durante un año, se encontraba un anillo de plata familiar. La insignia del alatormenta de la casa real aún era visible debajo de un año de óxido, al igual que la pequeña protuberancia en el extremo, el botón oculto que revelaría el punzón de sangre en su interior.

Podrían no ser capaces de culpar a Yasmin de usar las Artes Vulgares. No directamente. Pero podían probar eso.

—Una idea ingeniosa. —Zofi notó que Ren evitó mirar el contenido. Miraba a Yasmin en su lugar—. Los acólitos revisaron exhaustivamente las cocinas en busca de comida envenenada, pero nadie pensó en buscar veneno aquí.

—¿Cuál es el método más sencillo de introducir veneno fantasmal en el sistema de alguien? —preguntó Zofi. No necesitaba que nadie le dijera eso. Lo recordaba muy bien por su presentación a la Ciudad de Kolonya—. Por medio de la sangre.

A diferencia de Ren, a Akeylah no parecía molestarle el dedo cercenado. Metió su mano en la caja y presionó el botón en el extremo del anillo. El dedo saltó en la caja cuando el punzón de sangre se liberó.

Yasmin cerró su puño alrededor de su propio anillo gemelo.

—Brillante, realmente. —Zofi miró los dos anillos—. Tú y Casca diseñasteis los anillos juntos, ¿no es así? Debió haber estado sorprendido cuando le regalaste una copia.

Akeylah movió la caja para que la hoja brillara con la luz distante de la fiesta. A diferencia del resto del anillo, que se había oxidado por el tiempo, la hoja aún brillaba, clara y plateada.

—Lo que él no sabía era que habías llenado el interior de su copia con veneno fantasmal —continuó Zofi—. Cada vez que lo cerraba, la hoja era embebida en una nueva dosis. Cada vez que él se diezmaba, un poco más se metía en su torrente sanguíneo. ¿Y quién utiliza un punzón de sangre más que un acólito del Sol?

—¿Tú qué crees, condesa? —Ren miró fijamente a Yasmin—. Si llevamos el anillo a los acólitos para que lo analicen, ¿encontrarán restos de veneno fantasmal en la hoja?

—Chicas, no comprendéis lo que están haciendo. —Yasmin finalmente encontró su voz—. Todo lo que he hecho fue para proteger a nuestra familia.

—Ah, ¿ahora es nuestra familia? —Zofi rio, animada y con fuerza.

—Tienes una curiosa forma de demostrar tu amor fraternal —intervino Ren.

—Ya sabes, maldiciendo a tus parientes. —Akeylah hizo sonar sus dedos—. Asesinando a tus amigos. Intentando arrebatarle el trono a tu propio hermano. Extorsionando a tus sobrinas para que abdiquen al trono.

—No sé qué creéis que estáis haciendo… —El ceño de Yasmin se frunció con más profundidad.

—Comparamos las cartas. —Ren extendió la que habían encontrado debajo de la cama de Yasmin—. No somos estúpidas. Debiste haber alterado mejor tu letra si planeabas escribir amenazas elaboradas para nosotras.

—Por el bien de la familia, dejad este asunto a un lado. —La mirada de Yasmin las recorrió a las tres.

Zofi bufó.

—Es algo ambicioso, viniendo de la mujer que nos está amenazando. —Ren señaló la caja con su cabeza, aún sin echar un vistazo a su contenido—. Tú comenzaste esta pelea.

Zofi comprendió la señal y cerró la tapa. Después Akeylah volvió a dejarla debajo de su brazo.

—No nos dejaste opción —dijo Zofi—. Solo queremos hacer lo que nuestro padre nos pide, Aprender de él; ver a cuál de nosotras escoge para el trono. Tú eres la que intentó echarnos de la ciudad.

—Dinos —continuo Ren—, ¿con quién estás trabajando? ¿Para quién era la carta? ¿Para Genal? ¿Para los rebeldes? ¿Quién está apoyándote en tu búsqueda del trono?

Entonces, algo se encendió en los ojos de Yasmin. Una repentina chispa de entendimiento. Ella descruzó sus brazos y se irguió lo más que pudo.

—He pasado toda mi vida trabajando para este reino. Todo lo que hago, lo hago para proteger y fortalecer a Kolonya, para protegerla de sus enemigos, usurpadores y farsantes. No permitiré que los de vuestra clase la destruyan ahora.

—Y aun así, estás dispuesta a desestabilizar el trono por el que tanto te interesas, solo porque no apruebas a las potenciales herederas actuales. ¿Es eso? —Zofi se acercó.

Yasmin no se movió. Solo miró a Zofi fríamente.

—Fingiré que no me habéis abordado de este modo, aunque solo sea por el bien de mi hermano. Pero si volvéis a atacarme de esta manera no seré tan magnánima.

Zofi abrió su boca para replicar, pero Ren la interrumpió.

—Entonces, tenemos un trato. Tú guardas nuestros secretos y nosotras no revelamos el hecho de que eres una asesina frente a toda la corte.

La mandíbula de la condesa se movió mientras debatían. Finalmente, tras un largo silencio, lanzó otra mirada a la caja debajo del brazo de Akeylah y asintió, con los dientes presionados.

—Muy bien. Pero espero no recibir más preguntas por parte de ninguna de vosotras. —Con eso, Yasmin pasó junto a ellas y su hombro chocó con el de Zofi.

Ella llevó la mano a su daga, pero Ren la sujetó de la muñeca.

—No respondió nada —protestó Zofi—. Aún necesitamos saber cómo descubrió nuestros secretos.

Ren observó cómo Yasmin se marchaba, con una mirada lejana en sus ojos.

—¿No la has escuchado? Ha accedido a nuestros términos. Hemos ganado. Ella guarda nuestros secretos y nosotras guardamos los suyos.

—Eso no es lo suficientemente bueno. —Zofi exhaló con fuerza.

—Tendrá que serlo. —Ren suspiró—. Al menos por ahora.

—No me entusiasma —murmuró Akeylah—. Pero estoy de acuerdo. —Deslizó la caja y su grotesco contenido dentro de un bolsillo en los pliegues de su falda—. Ahora, mientras tanto, creo que tenemos una fiesta a la que asistir.

El discurso de bienvenida del rey Andros transcurrió rápidamente. En el instante en que terminó, la mitad de la multitud salió disparada hacia la pista de baile. Zofi pasó las primeras piezas observando desde la periferia. Incluso casi sonríe al ver a Akeylah salir a la pista con la reina Rozalind para un veloz pasodoble.

Algunas piezas más adelante, cuando comenzó una giga que ella reconoció (una de las danzas norteñas que había estado encantada de bailar con Elex cada vez que viajaban por el Desierto de Cristal), Zofi se debatió si buscar un compañero ella misma. Entonces, alguien tocó su hombro.

—Lady Zofi.

Al principio no lo reconoció. Vidal parecía mayor en uniforme, no solo porque el corte de su traje resaltaba a la perfección su mandíbula afilada, Él parecía más alto también, con el mentón elevado.

—Veo que te has vestido para la ocasión, como acostumbras. —Vidal le ofreció una pequeña sonrisa. Era justo. Zofi llevaba pantalones y una camisa de hombre, por las arenas.

—¿Quieres decir que esto no está a la moda? —Fingió quedar sin aliento.

—No mucho. —La mirada de él recorrió su cuerpo, una mirada detenida que hizo que sus costillas parecieran repentinamente dos tallas más pequeñas—. Aunque te queda bien.

La última vez que lo había visto, él la había acusado de asesinato.

Claro, él pareció estar en pleno proceso de analizar las circunstancias, de intentar entender su punto de vista. Pero de todas formas, ella lo miró con cautela, en especial cuando le extendió una mano.

—¿Me concedes este baile?

—¿Estás seguro de que puedes seguir el ritmo? —Colocó sus dedos sobre los de él, dudosa.

—Por supuesto. Bailar es como luchar. Y puedo igualarte en eso. —Vidal pasó su otro brazo por la cintura de Zofi.

—Más quisieras —replicó ella mientras analizaba su mirada. Aún no podía descifrarlo. No podía comprender si él todavía la culpaba por la muerte del príncipe Nicolen, si eso era una treta o si realmente había cambiado de opinión.

La música se aceleró y Vidal la hizo girar hacia la pista de baile. Ella acercó su pecho al de él mientras pasaban entre los otros bailarines, al ritmo de la música.

—Conoces esta pieza —comentó el Talón, con evidente sorpresa en su tono.

—Que no conozca las costumbres de Kolonya no significa que me hayan criado sin cultura en absoluto. —Zofi pasó debajo del brazo de él, se marchó lejos, luego regresó y sus cuerpos se unieron una vez mas.

Vidal tenía razón sobre la danza y la lucha. Ese estilo se trataba de leer al compañero, de anticipar su siguiente movimiento. De crear paso a paso, dos personas moviéndose como una sola. Al igual que en un enfrentamiento.

Resultó que Vidal era tan hábil bailando como lo era en la lucha. La música avanzó y ella retrocedió cuando él dio un paso al frente, avanzó cuando él retrocedió, sus piernas sincronizadas. Los dedos de él se tensaron en su cintura, le anticiparon su próximo movimiento. Parecía una conversación secreta, compuesta únicamente de gestos.

Pronto estaban fluyendo a través del patio, dos de los más naturales bailarines. Él era mejor que la mayoría de los chicos con los que había bailado en el Norte. Era definitivamente mejor que Elex, quien pisaba los dedos de Zofi con tanta frecuencia que ella se había acostumbrado a usar botas de cuero reforzadas para bailar con él.

Cuando la música comenzó a ir con más lentitud, Vidal la llevó hacia el extremo de la pista. Los acordes finales acabaron justo cuando pasaban bajo la copa colgante de un árbol. También había sido cubierto de gasa y la tela lanzaba una pálida sombra plateada sobre sus rostros.

Le recordó a la última vez que lo había visto. A la alucinación, al Príncipe Plateado metido bajo su piel. El recuerdo le hizo un poco más sencillo el seguir respirando con normalidad, a pesar de la cercana calidez de su cuerpo, de la forma en que los pechos de ambos se elevaban y contraían al unísono.

—Zofi. —Vidal analizó sus ojos—. He pensado mejor en lo que me has dicho.

—¿Y? —Sus piernas la ignoraron.

—Aún no apruebo el asesinato si puede, evitarse…

—Afortunadamente, no te pedí tu aprobación en ese entonces —sentenció.

Pero lo entiendo. Eres una guerrera, Zofi, al igual que yo. Has visto a alguien amenazando a tu familia y reaccionaste. Probablemente hubiera hecho lo mismo en tus zapatos.

—Entonces, me crees. —Su garganta se cerró inesperadamente.

—Los juramentos de sangre no mienten.

—No estoy hablando de lo que dije durante el juramento. Estoy hablando de tu amigo. —Bajó la voz casi hasta un susurro. Vidal se acercó para escucharla—. ¿Me crees cuando te digo lo que él era en realidad? ¿Puedes creer la experiencia que otros han tenido de él, a pesar de nunca haber visto esa parte tú mismo?

Su cara estaba a centímetros de la de ella. Tan cerca como para que pudiera distinguir destellos dorados en sus ojos avellana.

—Tengo que creerlo. Confío en ti.

Su aliento acariciaba sus mejillas. Aún olía a los establos. Como caballos, heno y hogar. Él inclinó la cabeza y ella se descubrió imitándolo, sintió que sus ojos descendieron hacia los labios de él.

—Zofi… —La voz de Vidal era un susurro, un suspiro.

Ella intentó respirar con normalidad. Intentó zafarse de su mirada, apartarse de él. No podía hacer eso. No debía. Piensa en Elex.

Elex, que se había marchado para siempre si tenía suerte. Elex, que estaba huyendo al fin del mundo. Hacia un sitio donde nadie pudiera encontrarlo. Ella nunca sentiría sus brazos a su alrededor. Nunca volvería a besar esos labios.

Pero Vidal… Vidal estaba allí. Agarrándola de la mano. Enlazando sus dedos con los de ella, mientras su otra mano se elevaba para tocar su mejilla y su pulgar la acariciaba.

Durante un momento (un glorioso y odioso momento) el resto de la terraza se desvaneció en el fondo. Zofi se olvidó de Yasmin, del extorsionador, de los días en busca de una garantía. Olvidó al rey, el trono, a sus hermanas y la fiesta. Incluso olvidó a Elex. El nudo que sentía en su pecho.

El mundo se redujo a ese momento. A Vidal que se acercaba a ella y su cuerpo cediendo, su cabeza echándose atrás mientras cerraba los ojos y esperaba a que esos labios encontraran los suyos.

Y entonces, en la distancia, alguien gritó.

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