Rule

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13. Florencia

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13. Florencia

Florencia

—Bueno, ha sido toda una demostración. —Ren y Akeylah caminaban juntas de regreso a la fortaleza; Zofi se había desviado hacia su torre.

—No crees que… —Akeylah dudó—. Es decir, no se esperará que nosotras nos enfrentemos a los Talones la próxima vez, ¿o sí?

Habían pasado la segunda mitad de la lección viendo a los Talones practicar algunos diezmos más, mientras que Andrós explicaba sus aplicaciones en el campo de batalla. La cabeza de Florencia daba vueltas con terminología sobre simulaciones, tácticas, prácticas… todas cosas en las que nunca antes se había molestado en pensar.

Cosas que repentinamente se esperaría que ella supiera, por si, por ejemplo, alguna vez tuviera que comandar las tropas ella misma. Le dolía la cabeza. Pensó en la pregunta de Akeylah.

—Hay mucho más en gobernar un reino que en saber qué extremo de la espada sujetar. Necesitamos aprender la teoría, no la verdadera práctica.

Aun así, ella no podía olvidar la batalla de Zofi. O el final, cuando permaneció invisible mucho tiempo después de que el Talón hubiera reaparecido. ¿Cómo había hecho eso? No debía haber sido posible.

Y aún más importante, ¿por qué los Viajantes se reservarían una habilidad como esa? La capacidad de diezmarse durante más tiempo podría darles una enorme ventaja en la guerra a los soldados de las Regiones. ¿Por qué mantenerlo en secreto?

Eso hizo a Ren pensar. Si Zofi era suficientemente peligrosa como para guardar secretos como ese, ¿qué más podría saber? ¿Estaría dispuesta a ir un paso más allá, a sabotear a alguien?

1854.

Pero ¿cómo podría haberse enterado de la traición de Ren? ¿De Danton?

Quizás estuvieran en eso juntos. Tal vez Danton había escrito esa nota para Zofi; tal vez ambos eran parte de la rebelión del Este. Un Viajante había asesinado al Príncipe Plateado, después de todo. Se decía que Genal le había pagado, pero ¿qué si había ganado el dinero más cerca de casa? ¿Y si los esteños y los Viajantes habían formado una alianza?

Hizo una mueca. Hasta que no supiera lo que el extorsionador quería no podía imaginar a los posibles culpables. Eran demasiados. Tendría que comenzar por Danton. Tenía que descubrir a quién podría haberle dicho y si había escrito esa nota. Luego avanzar desde ahí.

—Antes… —Akeylah aclaró su garganta.

—¿Sí? —Ren ya podía ver que la reticencia de su hermanastra la volvería loca.

—Cuando estábamos hablando sobre la Región Este, tú has dicho que debíamos apoyar a nuestros aliados que se comportaban. ¿A qué te referías, exactamente?

Ren hizo una pausa para medir sus palabras.

—No podemos permitirnos el tratar ataques como el de Bahía Ardiente con liviandad.

—Pero ¿debemos dejar de asistir a toda la Región Este porque algunos rebeldes han cometido un crimen terrible? —Akeylah lanzó una mirada al campo de práctica sobre su hombro—. ¿Debemos castigar a ciudadanos inocentes por ese crimen?

—Por supuesto que no —respondió Ren.

—Es solo que me preocupa… —Akeylah se apresuró para estar a su lado—. Dudo que la mayoría de los esteños aprueben ese ataque. Por los mares, no me sorprendería que la mitad de los autoproclamados rebeldes tampoco lo hicieran. Pero aun así, ahora todos los esteños están marcados por eso. Nuestras preocupaciones serán desestimadas y minimizadas por un desastre.

¿Por qué Akeylah estaba preguntando por eso? Su corazón se aceleró. Ren volvió a ver los números, a sentir el olor a aceite. 1854.

—Y ¿por qué me estás preguntando mi opinión? —Akeylah dejó de hablar, tanto que Ren se atrevió a mirarla. La esteña estaba parpadeando sorprendida.

—Solo sentía curiosidad. Tú hablaste de eso antes, así que me pareció que podrías tener conocimiento de la perspectiva de Kolonya. Lo siento si he estado equivocada…

Su conmoción parecía genuina. Eso solo puso a Florencia más alerta.

—Lo estuviste —respondió inexpresiva—. Ahora, si me disculpas. —Ren levantó su falda para subir los escalones de la torre de ébano. Mientras más rápido pudiera entrar y alejarse del curso de esa conversación, mejor. Lo último que necesitaba eran más personas entrometiéndose.

—Ah, lady Florencia.

Por los cielos, otra vez no.

Ren hizo un mohín mientras Danton se apoyaba en el marco de la puerta con una sonrisa.

—Esta debe ser tu hermana recientemente descubierta. Es maravilloso ver a una compatriota en la fortaleza.

—Embajador Danton. —Akeylah hizo una reverencia.

—¿Os conocéis? —El pulso de Ren se detuvo.

—No todos en la Región Este son conocidos —respondió Danton al mismo tiempo que Akeylah comenzó a hablar.

—De hecho, sí. —Akeylah le sonrió con timidez—. No debe recordarlo, pero unos meses atrás se alojó en casa de mi padre… de mi padrastro, mejor dicho. —Hizo una pausa—. Jahen dam-Senzin.

Una pantalla pobre.

¿Podían estar trabajando juntos? ¿Danton y esa esteña?

Tendría sentido. Querría a alguien como él en el trono. Alguien que simpatizara con su causa. Y él debía saber que Ren no lo haría, no después de lo que había hecho.

—¿Eres la joven de Jahen? —Danton inclinó la cabeza—. Pensé que…

—Debe estar pensando en mi hermana Pola, embajador. —La sonrisa de Akeylah se desvaneció—. Me temo que yo rara vez visitaba a nuestros invitados.

¿Demasiado ocupada planeando cómo apoderarse de un reino, tal vez? Akeylah podría ser callada, pero, en la política de la corte, como en la jungla, las criaturas más silenciosas solían ser las más mortíferas.

—Bien, espero verte con más frecuencia aquí en la corte —estaba diciendo Danton, aunque Ren sintió que sus ojos se posaban en ella una vez más. Claramente, él no había pasado por ese umbral apartado por accidente. Ren hizo su mayor esfuerzo por parecer normal. Es decir, a enfadada.

—¿Deseas algo, Danton?

—Sí, aunque me temo que no está disponible por el momento. —Él recorrió su cuerpo con la mirada. Ella apretó los dientes.

—¿Por qué estás siguiéndome? Dejé mi posición muy clara.

—Clara como el agua. Pero tenía esperanzas de que la ocasional exposición a mi presencia pudiera influenciarte lo suficiente como para que cambiaras de opinión. Al menos escúchame, Florencia.

Todo su cuerpo se encendió. Con enfado, sí. Y, más irritante aún, con algo más. Por mucho que intentara, ella no podía olvidar cómo la besaba, la boca de él sobre la suya, sus cálidas y fuertes manos, que siempre sabían dónde tocar para volverla loca.

—Disculpad —balbuceó Akeylah—, llego tarde a un compromiso. Hermana. Embajador. —Inclinó su cabeza a cada uno de ellos, después siguió caminando por el pasillo. Ren hubiera pensado que un extorsionador habría disfrutado escuchar esa conversación a escondidas, pero tal vez Akeylah no lo necesitaba. No si Danton estaba allí para presionar a Ren por ella.

Observó cómo se marchaba, demasiado consciente del espacio entre Danton y ella. El aire golpeaba con palabras sin pronunciar.

Cuando el pasillo estuvo vacío una vez más, Ren aferró a Danton del brazo y lo llevó al pasillo de servicio más cercano.

—Como en los viejos tiempos —bromeó mientras lo arrastraba por la angosta abertura.

—No puedes seguir haciendo esto —protestó ella.

—¿Hacer qué, perseguirte? Creí que las damas disfrutaban esa clase de cosas.

—No esta dama. —Ella lo miró, Tan cerca, su aroma era sobrecogedor. Podría volverla loca— Si perjudicas mis posibilidades de llegar a este trono, te mataré, Danton.

—¿Es eso una amenaza o una promesa? —Él sonrió con suficiencia.

—Lo digo en serio. ¿Crees que voy a perdonar cómo me has utilizado? —Ella bajó la voz. Incluso allí había riesgo de ser escuchados. Si un sirviente pasaba en el momento equivocado…—. Dijiste que no habría violencia. Dijiste que nadie tenía que morir. Bueno, te has confundido por alrededor de mil ochocientos cincuenta y cuatro cuerpos, Danton.

—No sabía que eso sucedería, lo juro. —Él se estremeció—. Solo les avisé para que las tropas rebeldes tuvieran tiempo de escapar de la ciudad.

—Y no tenías ni idea de que lanzarían un contraataque en su lugar.

—Por supuesto que no. —Él endureció su mandíbula—. Pero el rey Andros envió a esas tropas para asesinar personas, Florencia. Para arrasar con Davenforth. Vi la orden del despliegue yo mismo.

—¿Cómo es que eso hace que sea correcto matar a nuestros propios soldados? Hombres y mujeres que conocemos. ¿Sabes cuántas de las sirvientas han perdido amantes y hermanos en esas embarcaciones?

—Conocían los riesgos al unirse al ejército. Si quieres culpar a alguien por sus muertes, culpa a Andros. Él los envió a esa bahía. Él les ordenó avanzar por Tarik y asesinar a cientos de personas.

Tarik. Había comenzado a llamar así a la Región Este justo antes de dejar la fortaleza la última vez. Una nueva táctica de los rebeldes, revivir el antiguo nombre de su reino, el que había estado prohibido durante años, para intentar hacer que sonara más significativo.

—Cientos de rebeldes.

—¿Cuál es la diferencia entre un rebelde y un soldado de Kolonya al fin y al cabo? Los dos luchan por una causa en la que creen.

—La rebelión quiere dividir a las Regiones. Debilitarnos.

—Ah, porque estamos muy unidos. —Él señaló al pasillo, pero ella sabía a qué se refería—. En estos días es cada Región por Kolonya y Kolonya por sí misma. Lo sabes. Si no fuera así me habrías delatado ante el rey Andros en el momento en que esas embarcaciones se hundieron.

—Seguro, y condenarme a mí misma por la molestia —bufó Ren.

—¿Esa es la única razón por la que no me entregaste con el verdugo? —La voz de Danton se suavizó. Por un segundo, ella pudo haber jurado ver un destello de dolor en sus ojos.

No podía hacer eso. Él no era el que estaba siendo utilizado.

—Correcto. —Hora de arriesgarse. Él era un buen mentiroso, pero si ella lo pillaba con la guardia baja…—. Y ahora, como si utilizarme para cometer traición no hubiera sido suficiente, ¿quieres echármelo en cara también? Vi la carta, Danton.

—¿De qué estás hablando? —Él frunció el ceño.

—No finjas. —Ella le mantuvo la mirada—. Reconocería tu letra en donde fuera.

Danton le devolvió la mirada con tanta intensidad que parecía preocupación genuina.

—Florencia, lo siento. Pero debes saber por qué no podía escribirte directamente. ¿Un embajador escribiéndole a una criada? ¿Cómo se hubiera visto eso? Tuve que escribirle a Sarella en su lugar.

—¿De qué estás hablando? —Eso la descolocó.

—Sabía que le servías a ella. Pensé que si informaba a Sarella de mi regreso ella podría mencionártelo también. Fue el único modo que se me ocurrió de hacértelo saber, —Su voz se volvió dura, rota—. Imaginé que debías echarme de menos.

Ren entornó los ojos. Él pensó que hablaba de su ausencia. Que ella lo estaba reprendiendo por no haberle enviado cartas de amor mientras estaba lejos.

—Y, desde tu gran retorno, desde que supiste que yo no soy esa criada, ¿no has escrito nada más? ¿Nada más revelador, tal vez?

—Florencia, no, yo… —Entonces su ceño se frunció—. ¿Qué quieres decir? ¿Has recibido alguna clase de mensaje?

Ella rio una vez, con dureza. La expresión de él se desmoronó y ella luchó contra la instintiva culpa que sintió. No es mi culpa que él sea un traidor, se recordó a sí misma.

—De hecho, sí. Recibí el mensaje de que ya no mereces mi tiempo. —Con eso, ella lo esquivó. Ya habían terminado. O bien Danton se había convertido en un mejor mentiroso en los últimos seis meses, o bien él no había enviado esa amenaza.

—Estoy preocupado por ti —exclamó mientras ella se alejaba—. Estas personas, el rey, las otras chicas… sabes lo que dicen: «La familia nos fortalece o nos mata, no hay nada en medio». No sabes lo despiadada que puede ser esta corte.

—Por el contrario, tú ya has hecho un buen trabajo para enseñarme eso. —Y con esas palabras, Ren dobló en una esquina, alejándose de su vista.

No era apropiado que ella utilizara los pasillos de servicio, ya no. Era una dama, debía recorrer los caminos principales con el resto de la nobleza. Pero, en ese momento, estaba furiosa, herida, y solo quería salir de allí lo más rápido posible.

Danton volvió a llamarla, su voz hizo eco. Ella lo ignoró y subió la primera escalera que encontró. La fortaleza era un laberinto de pasillos y pasadizos, pero Ren no había pasado años trabajando allí por nada. Conocía esos caminos mejor de lo que muchas personas conocían sus propias pecas. En un instante llegó a la entrada lateral de los baños. Ella nunca los había usado antes. Nunca lo había tenido permitido, como sirviente.

Pero ahora podía bañarse en donde se le viniera en gana.

La entrada lateral estaba detrás de una gruesa cortina. Un vapor con esencia a eucalipto la sorprendió. Respiró profundo, con esperanza de que eso la calmara lo suficiente como para pensar con claridad.

Ya podía tachar a Danton de su lista. Lo que la dejaba con otro problema real. Si él no había enviado esa carta, entonces, ¿quién?

Akeylah había mencionado Bahía Ardiente dos veces esa mañana; una con el rey, después otra vez con Ren. Sin mencionar que conocía a Danton. Solo al pasar, al parecer, pero ella pudo haber averiguado algo cuando él pasó por casa de su padrastro.

Ren se acercó a los cambiadores, se quitó el simple vestido que había escogido para esa lección y se envolvió en una gruesa toalla calentada al carbón.

El mensaje había sido diseñado para ella. Nadie más lo habría comprendido. Solo era un numero pintado en una roca. Lo que implicaba que el extorsionador no quería revelar el secreto, no aún.

Querían asustarla. Preocuparla. Pero aún no habían exigido nada, ¿por qué?

Tal vez Akeylah quería atemorizarla para que dejara la fortaleza, para que abandonara su oportunidad de ascender al trono. Eso sí que sería un golpe; una reina rebelde en el trono.

La piel le escocía. No dejaría que eso sucediera.

Estaba tan perdida en sus pensamientos que ya se había metido hasta los tobillos antes de notar a otra persona en el baño. En el otro extremo, parcialmente escondida detrás de una cortina de vapor. El pelo llamó la atención de Ren, una masa de rizos negros.

Durante un momento, ella simplemente la miró. La advertencia de Danton resonaba en su cabeza, la familia te fortalece o te mata. Un dicho de la Historia, acerca del primer uso conocido de las Artes Vulgares. Un kolonense que maldijo a su propia madre para obtener su herencia.

Al otro lado de la habitación, Zofi se extendió por su toalla.

—No te preocupes. Ya me iba.

Hablando de familia. Allí tenía otro sospechoso que encarar. Bien podía ver si lograba averiguar algo de ella ese día también. Ren forzó una sonrisa de tranquilidad.

—No, por favor. Quédate.

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