Ronin

Ronin


Capítulo 12

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12

Cebo de sangre

 

La habitación está oscura, pero no estamos solos. Cierro los ojos, concentrándome en el aparente silencio como me enseñó Kokoro; «El silencio no existe en ninguna parte, estúpido gaijin, tan solo la atención negligente.» En un latido, mis músculos se tensan y mis sentidos se agudizan, desplegándose a mi alrededor como una mancha de tinta, haciéndome consciente del espacio vacío de oscuridad que me circunda. Siento una levísima brisa en el rostro; la ventana de la cocina está abierta. Contengo el aliento intentando captar algún sonido más que me dé una pista, pero la lluvia exterior dificulta la tarea. Concéntrate. En la tensión del momento, el silencio se vuelve un sonido tan sordo como una explosión. Capto cuatro respiraciones distintas a nuestro alrededor, tan solo en esta habitación, puede que fuera haya más. Entonces, en una décima de segundo, lo oigo, y reconozco el sonido: una cuerda de tripa tensándose. Mi cuerpo reacciona antes incluso de que yo se lo ordene, antes aún de atisbar por el rabillo del ojo el fugaz brillo metálico de la flecha dirigiéndose al cuello de Casey. Aferro un plato que está sobre la mesa y lo utilizo para bloquear la flecha que, con un chasquido se desvía hasta clavarse en el techo. Aprovechando la inercia del movimiento, giro sobre mí mismo como un discóbolo, para lanzar el plato como un mortal frisbee contra la laringe del arquero, que muere entre gorgoteos agónicos cuando ya preparaba su siguiente flecha.

Maldición.

Conozco demasiado bien esta táctica ninja: vienen a por mí pero intentarán matar primero a Casey, para lograr que me derrumbe y facilitarles el trabajo. Ella es su objetivo prioritario. Moviéndome como un resorte, vuelco la pesada mesa de una patada para usarla como parapeto, empujando bruscamente a Casey tras ella en el mismo instante en que tres brillantes estrellas shuriken se incrustan en la mesa, justo en el lugar que ella antes ocupaba. De un golpe, rompo una de las patas de la mesa volcada, usándola para bloquear el mandoble de un segundo atacante, que surge de la oscuridad enarbolando su espada.

Una fulminante patada en su entrepierna le distrae el tiempo suficiente para clavar ferozmente el borde afilado de la pata de la mesa en su ojo empujándolo hasta el cerebro, arrebatándole la katana antes de que se desplome muerto a mis pies.

Venid a por mí, bastardos.

Acero cortando el aire a mi derecha; tres shuriken más surgen de un rincón oscuro en dirección a mi cuello. Los bloqueo con mi espada, como un bateador de béisbol. No puedo ver al lanzador, pero oigo su respiración. Cierro los ojos y lanzo mi katana contra la oscuridad como una jabalina letal. Un instante después, el desdichado sale de ella tambaleándose con la espada clavada en el pecho. De un salto felino me sitúo sobre él, arrancando de un tirón la espada ensangrentada de su torso. El asesino muere sin emitir un quejido. Me posiciono en el centro de la habitación, entre los cuerpos de los tres guerreros muertos, esperando. Esto aún no ha terminado.

Un levísimo crujir de huesos a mi espalda me da el aviso. Lanzando el brazo de la espada hacia atrás sin mirar, bloqueo el mortífero filo de la espada del ninja, justo a cinco centímetros de mi cabeza. Un segundo golpe certero casi me rebana el cuello. Es bueno, muy bueno. Pero el levísimo crepitar de sus huesos delata que ya no es un hombre joven. Los maestros nunca lo son. Entonces lo entiendo. Los otros tres tan solo me estaban evaluando, este es el verdadero asesino. No puedo correr riesgos. Bloqueo apenas un tercer mandoble iniciando un amago ascendente, al tiempo que con mi pierna izquierda le propino una tremenda patada en el pecho que lo lanza a través de la cristalera hasta la terraza.

El maestro asesino se incorpora de un salto, aparentemente ileso, pero en lugar de volver a entrar, le veo alejarse en la oscuridad del patio, hasta un lóbrego rincón. Quiere que le siga. No tengo elección. Oigo a Casey respirar entrecortada a mi espalda cuando, de un salto, sigo al ninja hasta la oscura terraza, tan solo iluminada por la luz de la piscina. Le oigo respirar en un rincón. Sé bien lo que se propone hacer.

De repente, el asesino surge de las tinieblas como un diablo enloquecido enarbolando su sable mientras emite el grito ritual de combate. A mi vez, me lanzo contra él esgrimiendo mi espada junto al costado. Se mueve rápido como un jaguar; las hojas de las armas silban cortando el gélido aire nocturno. Nos cruzamos en mitad del salto. Su espada desgarra tan solo mi chaqueta, pero la mía prueba su sangre justo entre las costillas; la veo gotear en el suelo bajo sus pies. Se abalanza nuevamente hacia mí, gritando con un mortal golpe descendente que busca mi cabeza. Anticipándome a él, me agacho girando sobre mi propio eje, descargando sobre su torso un terrible y definitivo mandoble horizontal. La afiladísima katana secciona huesos y carne cual si fueran mantequilla. Con un horrible sonido mezcla de rugido y quejido, el ninja cae a la piscina cortado en dos por el abdomen. El agua se vuelve roja a su alrededor. El maestro se agita unos segundos más antes de hundirse definitivamente. La oscuridad de la terraza se vuelve carmesí por efecto de la luz interior de la piscina.

Casey mira con horror el agua enrojecida, mientras yo, con la espada preparada, aguardo inmóvil el próximo ataque. Agudizo aún más mis sentidos, esperando ver aparecer a Katsuo. Solo percibo silencio. Demasiado silencio. Solo al final, horrorizado, me percato de mi propia estupidez: los ninja eran solo una trampa dentro de otra maldita trampa: una distracción para sacarme de la casa y proteger su verdadero propósito. Sin soltar la espada salto a través del hueco de la ventana y corro por el pasillo con el corazón en la garganta, hacia la habitación de la niña, abriéndola de una patada.

Más silencio. La habitación está oscura, pero la luz no funciona. Todo parece en orden, excepto por la ventana, que está abierta. Hay un bulto bajo las sábanas. Uno justo de su tamaño. Pero no se mueve. De pronto, observo horrorizado cómo las sábanas comienzan a teñirse de sangre. La empuñadura tiembla entre mis dedos. Oigo a Casey respirar entrecortada a mi espalda, acaba de mirar a la cama. No necesito verla para sentir su indescriptible horror. Con la punta de la espada, aparto cautelosamente las sábanas. Casey cae al suelo desvanecida.

En la cama hay una masa peluda que emana un intenso hedor a carne podrida, antes atenuado por las sábanas. Al examinarlo más de cerca, descubro que es el cuerpo de un ciervo joven. Tan solo preciso ver la inconfundible marca blanca junto a la testuz, para entender el terrible mensaje: Tukusama y Kokoro han muerto. Mi enemigo sabe mucho más de mí de lo que podía sospechar. Me agacho junto a Casey hasta que se reanima.

―Despierta, no es ella. No es Theresa. Es solo un animal muerto. Esto es una advertencia de Katsuo. Quiere que sepamos que la tienen ellos.

―¡Oh, dios mío!, ¿quién es Katsuo? ¿Qué van a hacer con ella? ¡Oh, Jesús, es solo una niña!

―No le harán nada por el momento. La necesitan viva. Quieren que yo vaya a buscarla. Ahora saben quién soy, Taggart debió decírselo. Fui un estúpido al dejarle con vida.

―Maldito, maldito seas quien seas, todo esto es por tu culpa bastardo hijo de...

Casey me golpea furiosa con ambas manos, llorando. Ha sido demasiado para ella. Demasiado para cualquiera. La abrazo con fuerza hasta que se tranquiliza, hasta que dejo de sentir sus golpes, para sentir solo su llanto entrecortado sobre mi pecho. En mi interior crece un ente oscuro y frío como una bola de hielo negro. Conozco bien esa sensación en mi estómago. Y sé que muchos más morirán esta noche. No debiste hacerlo, Katsuo. Te habría dejado vivir.

 

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