Ronin

Ronin


Capítulo 13

Página 14 de 21

 

 

13

Despedidas

 

Después del fatídico 11-S, la paranoia se instauró en la población y la clase política norteamericanas, lo que hizo que las medidas de seguridad en los aeropuertos y ferrocarriles de Estados Unidos se incrementaron hasta niveles antes inimaginables. Si eras un tembloroso terrorista con un tic en el ojo y un maletín repleto de C-4, decididamente no te lo iban a poner fácil. Lo bueno de que Japón quede tan lejos de casa, es que los locales no se asustan con tanta facilidad como los nuestros. Entre terremotos diarios, asoladores tsunamis y la invisible pero letal radioactividad, están habituados a convivir con peligros mucho mayores que un fanático barbudo con un cinturón de explosivos. Lo malo, en cambio, de que los nipones no sean tan paranoicos como mis propios compatriotas es que si eres un bastardo con intenciones tan protervas como las mías, podrás almacenar treinta kilos de explosivo plástico en una simple taquilla de ferrocarril. Y eso es justo lo que yo hice hace exactamente dos semanas.

Cinco años atrás, antes de desaparecer voluntariamente de la faz de la tierra, el doctor Sakata dejó a Tukusama un número de teléfono secreto, un último recurso en caso de emergencia, por si algún día el estúpido gaijin volvía a necesitar su ayuda. Jamás pensé que hubiera de utilizarlo, pero esta noche lo hice. Veinte minutos después, un familiar Mercedes negro apareció doblando una esquina, al volante pude ver una cara conocida: era “El Luchador”, el silencioso gregario de Sakata. Había venido solo y su desconcertante mutismo no había variado un ápice, se limitó a abrir la puerta trasera, para acomodar a una asustada Casey en su interior.

―¿A dónde me llevan, Takeshi?, ¿quién es este hombre?

―No te diré que un amigo, ni siquiera que sea simpático, pero sí alguien de confianza. Ellos cuidarán bien de ti, hasta que yo vuelva con Theresa.

Casey me lanzó una última mirada desde el interior de la ventanilla del Mercedes. Leí en sus ojos las palabras que necesitaba oír e hice lo que tenía que hacer. Para venir de alguien cuyo mayor don era engañar, en mis oídos aquellas últimas palabras sonaron tan huecas como el resto de las patrañas que había pronunciado en mi vida. Pero hay cosas que jamás se olvidan y, si algo se hacer bien, es mentir. La vi marchar sabiendo que aquella había sido mi última mentira, y acaso también, la última vez que la vería. Tan pronto como Casey estuvo a salvo, me dispuse a realizar una corta visita a la estación de ferrocarril de Shinagawa, de donde he salido con dos pesadas bolsas de deporte negras. He guardado mi letal equipaje en el maletero de mi Porsche y revisado mi pequeño arsenal antes de poner destino a las afueras. Esta noche cuatro hombres han muerto por acatar las órdenes de quien no debían. Antes de que amanezca, morirán muchos más, y mis manos estarán de nuevo teñidas de sangre. Algún día habré de responder por todo esto. Pero aún no.

Llegué a creer que todo hombre podía elegir. «Siempre hay otra opción», dije a alguien una vez. Pero estaba muy equivocado. Jamás la hubo para ninguno de nosotros. Como con todo lo demás, tardé demasiado en ver con claridad, no quise hacerlo. La pobre Kokoro tenía razón: «A menudo solo vemos aquello que nos empeñamos en ver». Todos formamos parte de un orden, lo aceptemos o no, una pauta escrita ante la que nuestra voluntad es insignificante. Tukusama me lo advirtió, me dijo que el día que me enfrentase a mi enemigo sería el de mi muerte. ¿Qué sentido tendría negar, pues, ese destino? §«Jamás podrías derrotarle en un combate, ni aunque entrenaras cien vidas.» El viejo y reseco hijo de perra tuvo razón en todo; hasta ahora tan solo he escapado de ti, Katsuo, usando trucos sucios para eludir el verdadero combate. Arena en el rostro, pistolas de tahúr, argucias de gaijin acabado y corrupto. Es hora de preparar mi último truco sucio. Esta noche voy a morir, Katsuo, pero te garantizo que no lo haré solo..

Ir a la siguiente página

Report Page