Ronin

Ronin


Capítulo 11

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11

Anagnórisis

 

Aquella tarde, Dallas-Takeshi caminó sin rumbo durante horas hasta que la noche le sorprendió en el barrio de Ginza, tal vez el equivalente nipón a la quinta avenida neoyorquina. Faltaban solo unos días para el año nuevo y las calles habían sido invadidas por un ejército de Santa Claus; por doquier se podían comprar árboles de navidad. Los carteles brillantes se superponían unos sobre otros como espejismos eléctricos flotando en la noche. Una marea humana pasaba rozándole sin verle, nadie se fijaba en él. Todos aceptaban aquel disfraz perfecto que alguien había tallado a cuchillo en su propia piel. Nadie era consciente del sofisticado engaño. Excepto él mismo. De pronto, una profunda soledad le embargó. Parado en medio de la multitud en un paso de cebra, escrutó por unos instantes el horizonte, aquella estrecha franja rojiza sobre la que aún brillaban reflejos del atardecer entre las largas chimeneas de luces intermitentes. Por entre el humo de los coches y el vapor que surgía de las alcantarillas, un grupo de obreros le pasó rozando en bicicleta; tal vez el turno de noche de alguna fábrica en las afueras. Todos con cascos y brazaletes reflectantes. Con el mismo maletín para el almuerzo de donde comerían idénticos fideos sorbidos del tazón.

¿Qué diablos estaba haciendo él allí?

Como al despertar de un larguísimo sueño, ahora todo le parecía inconexo, lejano, fragmentos de la vida de otra persona o de una película que hubiera visto: la muerte de Hiyori, los extenuantes entrenamientos bajo la tutela de Kokoro y Tukusama. Solo dos cosas tuvieron sentido en la vida de Dallas Parker, su trágico amor y el fuego de su venganza. Y sentía que había errado en ambas. Si restaba ya algo que para él tuviera algún significado eran sus sentimientos por Casey, pero incluso aquellos eran fruto de la misma mentira que había envenenado su alma y sus vidas desde el principio. Era hora de aceptar al fin las consecuencias de la verdad, fueran las que fueran. «Después de todo lo que he hecho», concluyó, «mereceré todo cuanto me ocurra.»

Dallas-Takeshi llegó al antiguo apartamento de Taggart entrada la noche. Cuando Casey le abrió la puerta, el lujoso recibidor estaba a oscuras y casi todas las luces apagadas. Salió a recibirle enfundada en unos viejos vaqueros y un suéter gris con el anagrama de la Universidad de Sofía. Llevaba un whisky en la mano y su mirada hacía evidente que no era el primero. Cerró tras de él con cuidado, la casa estaba en silencio. Había un agradable aroma en el aire, a incienso o algo similar.

―Casey...

―Shhh ―le interrumpió en voz baja― Theresa duerme. Ha tenido un día muy duro.

Encendió la luz y le miró de arriba a abajo con condescendencia.

―Mírate. Estás empapado.

Se acercó para tomar su chaqueta mojada. Y él la tomó por los hombros mirándola a los ojos, intentando adivinar por sus pupilas su nivel real de embriaguez.

―Escúchame, Casey. Hay algo que debo decirte y no tenemos mucho tiempo.

―¿Tiempo? ―le interrumpió con voz aguardentosa, zafándose fácilmente de entre sus manos.― Despierta, Takeshi, tenemos todo el maldito tiempo del mundo.

La siguió hasta el salón. ella seguía hablando mientras le daba la espalda, con su copa en la mano.

―Mi querido Ray está convertido en una... tortilla, y metido en una bolsa de plástico ―su tono no podía ser más seco y cínico al mirarle de soslayo―. Ya no tendremos que escondernos, ni ir a uno de los hoteles de la colina, cada vez que “haya algo que deba saber”. ―Se enfrentó a él, mirándole con dureza― Porque es a eso a lo que has venido, ¿verdad? Entonces será mejor que no te haga esperar.

Casey dejó caer su vaso y empezó a despojarse del suéter. No llevaba nada debajo. Dallas la detuvo, asiéndola por las muñecas con fuerza. Le hizo daño, pero no intentó zafarse.

―No me estás escuchando, maldita sea. La niña y tú estáis en grave peligro. Tenemos que irnos de aquí los tres. Ahora.

Casey le miró con expresión confusa e incrédula.

―¿Peligro? ¿Por qué demonios estaríamos en peligro? Nosotras no hemos hecho nada que...

―No hay tiempo para explicaciones, Casey. Recoge tus cosas, tenemos que...

Casey se zafó de nuevo, esta vez violentamente. Había olvidado que era más fuerte de lo que parecía. Se alejó de nuevo con los brazos cruzados sobre el pecho, como si de pronto tuviera frío.

―Claro que hay tiempo para explicaciones, bastardo.

Casey se sirvió otra copa y se acercó a la ventana. Fuera en la terraza, había empezado a llover de nuevo. Las gotas repiqueteaban sobre la superficie iluminada de la piscina.

―Ayer mismo, mi marido se arrojó desde un piso ochenta, llevándose al parecer con él todos nuestros ahorros que nadie ha conseguido hallar. Hoy vengo de enterrar lo poco que quedó de él y ahora me dices que mi hija y yo estamos en peligro. ¿Qué diablos ocurre Takeshi?

―Taggart no se suicidó por sus deudas de juego, Casey. Fue asesinado.

La mujer le miró a los ojos. Parecía dudar, temerosa de formular una pregunta cuya respuesta en el fondo, no quería saber.

―¿Fuiste tú?

Dallas negó con la cabeza, y un silencio tenso se instauró entre ambos. Por sus ojos hubiera jurado que le creía; pero no podía estar seguro. Al igual que ella.

―Pero la policía aseguró que fue un suicidio. Incluso me mostraron una nota en la que...

―Aún ignoro el motivo real de la muerte de Ray, pero no puedes confiar en la policía, Casey. Ellos también están implicados.

―¿Y en quién, entonces? ¿En ti, que ni siquiera sé quién eres ni de qué maldito lado estás? ―Su tono se ensombreció― ¿En ti, que ni siquiera sé si... si realmente alguna vez me has...?

Dallas se acercó a ella, y tomo su cara entre sus manos. Ella, entre lágrimas, le arrojó violentamente el whisky a la cara. De pronto, ambos quedaron en silencio mirándose, como si de repente hubieran comprendido algo, acaso que estaban condenados a no entenderse jamás. Se dio la vuelta para marcharse, pero esta vez fue ella quien le detuvo abrazándole por la espalda.

―Te quiero, Casey, maldición. Tú eres lo único en mi vida que no ha sido una mentira. ―Le dijo sin mirarla.

De pronto la aparto de él bruscamente y, en un solo movimiento, adelantó los puños flexionando su torso y rodillas en una extraña posición de guardia marcial. Ella le miró asustada.

―¿Qué ocurre?

― Shhh. No estamos solos..

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