Ronin

Ronin


Cuaderno de notas del autor

Página 42 de 43

CUADERNO DE NOTAS DEL AUTOR

Escribir una novela reflejando un pedazo de la historia de los hombres es, en cierto modo, una transgresión; se carece de los conocimientos o la capacidad, pero no se puede evitar hacerlo porque los personajes cobran vida y comienzan a caminar junto al escritor, a susurrarle. En este caso, además, había que solventar los entresijos de la compleja cultura nipona; y este cuento se sirve también de la navegación, la estrategia naval, la metalurgia, la esgrima, la cetrería, las artes marciales, y muchas otras disciplinas. Por todo ello, debo hacer hincapié en que lo escrito se ha elaborado con gran humildad, con la mejor de las intenciones y con toda la pasión posible, y ruego sinceramente me disculpen si he cometido algún error.

Antes de mencionar cualquier otro asunto debo expresar mi agradecimiento a los historiadores, estudiosos, bibliotecarios, etcétera; a todos los hombres de cultura cuyos trabajos me han permitido documentarme. Como Turnbull, Fernández Duro, Sadler, Williams, Parker, Barrios, Francisco Rodríguez, Sola, Bouza, Barrionuevo de Peralta y tantos otros, todos ellos se han convertido en mis acreedores. Incluyendo a Javier Villalba, a quien ya considero mucho más que un simple colaborador. Sin olvidar a novelistas como Endo o Yoshikawa, cuyas narraciones me llevaron al Japón medieval; o a sus predecesores, Mushashi, Yamamoto o Yozan, auténticos samuráis que nos legaron sus pensamientos a través de increíbles escritos; o a sus herederos, como Mishima, cuyas letras conservan el espíritu del acero. Y recordando a mis apreciados Esperanza Redondo, Teo Palacios, Sonia Maestro y Antonio Fernández Maira, quienes leyeron el manuscrito para salir victoriosos de esa sufrida lucha contra las inevitables erratas. A todos ellos, muchas gracias.

Por último, antes de desgranar algunos de los secretos del relato, siento la obligación de aclarar que este cuaderno es solo una pequeña parte de los muchos recovecos que esconde la historia (una selección entre la ingente cantidad de anotaciones que cubrieron las páginas del cuaderno con tapas de hule que siempre me acompaña). Tanto es así que hubo de corregirse en numerosas ocasiones para abreviarlo, pues amenazaba con convertirse en una obra en sí misma. Sin embargo, espero que esta selección colme las expectativas de la mayoría de los lectores.

Sobre el relato…

Hay una idea inspiradora escondida tras el texto; existe un determinado estilo en el modelado de los árboles cultivados en maceta, en los bonsáis, el denominado fukinagashi. Podría traducirse como azotado por el viento, y está inspirado en aquellos árboles que, sitos en lugares como acantilados, sobreviven a pesar de los vendavales, inclinados, a punto de despeñarse, prácticamente arrancados de raíz. Como el propio Saigo Hayabusa…

Las correlaciones temporales de los hechos plasmados en la novela resultaron un desafío. Los tiempos y pautas de aquellos años de principios del siglo XVII se vivían a un ritmo bien distinto; un correo podía tardar un año en llegar de Madrid a Manila, más si la flota encontraba problemas, y mucho más si las presiones de los mercaderes cancelaban la travesía para evitar que hubiera exceso de género en las Indias (no fuera a ser que se depreciase). Lo que no se contradice con el desarrollo de la narración, pero que sí obligó a centrar el argumento en las acciones principales, desechando una parte importante de las vidas de los personajes.

Respecto a los dos grandes viajes presentados en la novela (la expedición española y la embajada japonesa llegada a Europa), cabe decir que la narración no se ajusta en todo momento a hechos históricos. En parte porque se pretendió mostrar en el relato los incidentes relacionados con el hundimiento del San Diego y la crucial batalla de Sekigahara.

Básicamente, en las postrimerías del siglo XVI hubo varias expediciones que partieron de las Filipinas hacia el Japón, sin embargo, en la novela se idealiza una de ellas para incluir elementos de varias. Aun así, se ha sido consecuente con el bagaje histórico y muchos puntos son coincidentes, como determinados personajes y lugares (siendo próximos a la de Pedro Burguillos y a las complicaciones diplomáticas que desencadenó la tragedia del galeón Espíritu Santo).

De forma somera se desgranan a continuación algunos puntos de esos días en la historia de los hombres en las Indias. En el año 1609, el galeón español San Francisco naufragó en la costa japonesa no lejos de la actual Tokio mientras navegaba desde Manila a Acapulco. Algo más tarde, por influencia del religioso Luis Sotelo (llegado anteriormente de las Filipinas), que andaba de misionero cerca de la que se convertiría en capital japonesa, parte de los supervivientes consiguieron regresar a lo que hoy conocemos como México. Se sirvieron para la travesía de vuelta de un barco construido bajo las instrucciones del inglés William Adams y portaban dos cartas firmadas por los líderes Tokugawa dirigidas al duque de Lerma (se encuentran hoy conservadas en el Archivo General de Indias). Desde España se demoró la respuesta a estas cartas, y se dejó pasar así la oportunidad de iniciar unas relaciones comerciales fructíferas con Japón. Y, mientras los Tokugawa esperaban una respuesta a esas cartas, desde Nueva España, con auspicio del virrey y porfía del franciscano, considerando lo averiguado tras la zozobra del San Francisco, se envió una embajada española al Japón a cargo del explorador Sebastián Vizcaíno. Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones, el embajador resultó un hombre de escasas maneras que desagradó a los japoneses; además, empecinado en continuar su misión hacia las conocidas como Islas del Oro y la Plata, abandonó el archipiélago de malos modos. Hasta que lo obligaron a regresar las malas condiciones meteorológicas con graves daños; ante lo cual el hijo de Tokugawa Ieyasu (por entonces ya sogún) accedió a construir una nave que los devolviese a la entonces Nueva España; viaje que se consolidó en la misión diplomática nipona que se muestra resumida en la novela (hecho cierto fue que los japoneses embarcados atacaron a Vizcaíno en México). De modo que, en la novela, para evitar una temprana mención a los ingleses, sortear la sucesión de naufragios y sintetizar los distintos viajes dentro de un marco temporal que incluyese el desastre del San Diego, se simplificaron los hechos.

En cuanto a la embajada japonesa existen diversas teorías (algunas incluso enfrentadas), cabe decir que es muy probable que, de hecho (como se muestra en el relato), no fuera más que una maniobra política de los Tokugawa (que ya tenían en mente cerrar el país). Hay quien aventura que el envío de la misión diplomática fue, de hecho, un caso de espionaje (como podría desprenderse del resultado de la misma y el posterior martirio del franciscano Luis Sotelo en 1624). Además, esta embajada conocida como Keicho (por el momento histórico) había sido precedida unas décadas antes por la llamada embajada Tensho (aunque se trata de una denominación errónea, pues esta, ideada por el jesuita Alessandro Valignano, no fue enviada para cumplir funciones diplomáticas entre poderes soberanos), la cual tuvo una repercusión mucho menor y no recaló en Sevilla.

Al hilo de lo anterior cabe mencionar que el fraile franciscano Luis Sotelo había sido condenado a muerte por el sogún dado su interés en predicar en la antigua Edo, y que Date Masamune le consiguió el indulto porque el fraile sabía de medicina y había salvado a una de las mujeres del daimio (aunque también es probable que, simplemente, lo quisiera con vida para que le sirviera de intérprete).

Sobre las personas y los lugares…

El asedio al castillo de Fushimi, tal y como se relata, es solo cierto en parte. No tanto porque se quisiera eludir la verdad, o por el hecho de haber incluido el personaje del ronin (que no existió), sino porque ha sido imposible reunir suficientes datos. De hecho, la fortaleza de estas páginas fue derruida hace mucho (se erigió tras la segunda guerra mundial una desafortunada réplica en hormigón que más tarde sería demolida). Ahora bien, Torii Mototada realmente contuvo el sitio durante once días y su seppuku es uno de los más renombrados de la historia japonesa. Además, escribió una maravillosa y sentida carta a su hijo poco antes de morir, un texto que es una verdadera lección sobre la lealtad y el honor. A colación, cabe mencionar que, efectivamente, hubo un traidor en el alcázar, un samurái que prendió fuego a la torre del este después de que Ishida Mitsurani amenazase con crucificar a toda su familia si no le era desleal a Torii Mototada.

La gran mayoría de los datos mostrados en la novela sobre don Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, se han obtenido de los trabajos de especialistas (en concreto, la principal fuente ha sido el completísimo libro de Patrick Williams). Aunque usando ciertas licencias con las que construir la trama. Son ciertos elementos como las rivalidades con el condestable de Castilla o el marqués de San Germán, la sustitución de la camarera mayor, la designación de personas afines para los cargos de importancia, la animadversión mutua que parecía compartir con la antigua emperatriz (recluida en las Descalzas Reales); pero no todo lo que se refleja lo es, por ejemplo, la conspiración en torno al galeón San Diego.

El verdadero Lapu-Lapu fue un caudillo filipino al que se le atribuye haber vencido al propio Magallanes en la batalla de Mactán. En este sentido, para evitar que el texto resultase demasiado complejo, no se describen todas las etnias filipinas como bisayos, cebuanos, ilocanos o bicoles; del mismo modo en que las frases incluidas se han tomado prestadas del tagalo (más familiar y reconocible).

En cuanto a las localizaciones cabe aclarar que, salvo ciertas excepciones, casi todas japonesas (los topónimos nipones llegan en ocasiones a ser un trabalenguas y algunos de los lugares mencionados en la novela cambiaron de nombre precisamente en esos años, de ahí la simplificación), aparecen por su grafía y referencia de la época. Así, se escribe en la novela Maluco por las islas Molucas, o Calés por Calais, Cevada por Cebada, o Nueva España en lugar de México. Las Islas de los Ladrones corresponden a la actual Kiribati. Y del mismo modo se habla de Ciudad de los Reyes y no de Acapulco (cuya peyorativa descripción, basada en la crónica de Carreri, no se ajusta al maravilloso paraíso en el que se ha convertido esta preciosa zona turística donde todavía puede visitarse la fortaleza de San Diego). Caso curioso es el de Puerto de la Hambre (suena extraño, pero así aparece en los escritos de la época), que recibió ese nombre porque los colonos que se instalaron en esa población del estrecho de Magallanes terminaron pereciendo por falta de recursos. Brasil sí sería un nombre apropiado para la época, aunque empezó conociéndose como Terra da Vera Cruz y luego Santa Cruz, pero, finalmente, la importante exportación de palo brasil le cambió el topónimo.

Los hermanos Buratines, famosos funámbulos, existieron de verdad, y debió de ser cierto que, al menos en una ocasión, actuaron ante el Real Alcázar en la Villa y Corte de Madrid por los tiempos de Felipe III.

En cuanto al Real Alcázar y otros detalles del urbanismo madrileño de principios del siglo XVII, crecía tanto la villa en esos tiempos y las referencias son tan complejas en su interpretación para ser acomodadas a fechas concretas que, aun con buena intención, se ha podido escapar alguna incoherencia. Como curiosidad, resulta interesante que la actual catedral de la Almudena ocupa el lugar que dio cobijo a las caballerizas y la armería.

Es cierto que Olivier van Noort abandonó bajo cargos de deserción a Jacob Claasz en las inhóspitas tierras del sur del continente americano, y también lo es que no se volvió a saber de él; pero su viaje a Madrid y su pequeña aportación a las conspiraciones de Hortuño es ficción.

Peter Paul Rubens, el increíble y dotado pintor entre cuyas obras se incluye un impresionante retrato ecuestre del duque de Lerma, fue, tal y como se menciona, embajador del duque de Mantua para la España de Felipe III. Y es cierto que sus actividades, además de diplomáticas y pictóricas, rondaron en más de una ocasión el espionaje de las altas esferas.

Se tomó la decisión de no narrar explícitamente la batalla de Sekigahara y sus antecedentes (como los asedios de otsu o Ueda) porque, sin restarles un ápice de relevancia, se llegó a la conclusión de que solo servirían para entorpecer el desarrollo argumentativo de los relatos principales (entiéndase aquellos sobre Saigo y Dámaso). Sin embargo, amén de recomendar la visita al monumento o a las instalaciones que a día de hoy reciben al apasionado por la historia en el famoso campo de batalla, también merece la pena animar al lector a acercarse a obras como el fantástico trabajo de Bryant.

Los galopines del Real Alcázar en Madrid sí protagonizaron la curiosa historia que se menciona en la novela y robaron parte de los cortinones del palacio para satisfacer una falta en sus haberes.

Su majestad la reina Margarita de Austria y Estiria, segunda esposa de Felipe III, no era más que una chiquilla al comienzo del relato de estas páginas, de hecho, tendría alrededor de dieciséis años, y Constanza (que es un personaje ficticio) no llegaría a la veintena. No se ha insistido en el asunto para no desvirtuar las decisiones y actuaciones de la reina acorde a los baremos presentes. En cualquier caso, joven o no, por lo que parece, fue una mujer muy resuelta que sobrellevó los pesares de sus obligaciones con buen juicio.

Aunque en la primera referencia que se hace en el texto al daimio Date Masamune se asume que perdió su ojo por culpa de la viruela, no es una convención asumida por todos los estudiosos. Y aunque la novela lo elude para no ahondar más en el complejo entramado político, es cierto que la embajada nipona portaba cartas redactadas por Date Masamune que iban dirigidas al rey Felipe III y al papa Paulo V. En ellas se solicita el envío de misioneros y el establecimiento de relaciones comerciales con su feudo (esto último solamente en las dos primeras).

En cuanto al personaje ficticio de Crisóstomo Fernandis (contrapunto jesuita para mostrar la rivalidad entre las órdenes religiosas), está inspirado parcialmente en el misionero portugués Luís Fróis, que pasó gran parte de su vida en Japón y fue hombre de confianza del mismísimo Oda Nobunaga (tanto es así que el relato del ataque a los bonzos del monte Hiei que aparece es una adaptación del que dejó el propio Luís Fróis).

Es cierto que al magistrado Ishida Mitsurani le ofrecieron nísperos que rechazó (al menos así lo aceptan muchos estudiosos). Además, tras la terrible ejecución, su cabeza desapareció sin que se volviese a saber sobre el destino de aquellos despojos. Un gesto sobre el que los historiadores no parecen ponerse de acuerdo y que, por tanto, servía a los propósitos de la narración. Aunque es interesante mencionar que este método de escarnio público era habitual, si bien las implicaciones políticas y estratégicas que en la historia se asocian a Tokugawa Ieyasu son, y debe quedar claro, una interpretación de la que se ha servido el argumento para encauzarse.

Según parece, sí que se considera un hecho cierto el que san Francisco Javier, en el curso de sus misiones de prédica en el archipiélago, regaló a un daimio de Kyosho, Ouchi Yoshitaka, un reloj de paradero desconocido. Y es verdad que el reloj occidental más antiguo que existe en Japón lo poseía Tokugawa Ieyasu, y se encuentra hoy día en el santuario Toshogu en Shizuoka (fue fabricado en Madrid en 1581 por un maestro relojero belga). Ieyasu lo recibió del rey de España en 1601 por salvar la vida de náufragos españoles. En 2012 un especialista inglés del Museo Británico atestiguó la maestría de este reloj que conserva la mayoría de las piezas originales. En ninguna otra parte del mundo existe otro tan antiguo y de tal calidad. Y sobre su diseño se basarían los artesanos locales para construir versiones propias adaptadas a su peculiar sistema horario.

La infanta Ana, la hija de Felipe III que aparece nombrada en varias ocasiones a lo largo del texto, no es otra que Ana de Austria, reina de Francia a través de sus esponsales con Luis XIII de Francia. Desafortunadamente, no fue un matrimonio feliz y la pareja vivió prácticamente separada hasta la muerte del rey. El jefe del Consejo de Ministros del rey, el conocido cardenal Richelieu, dudaba de la lealtad de Ana hacia Francia debido a su origen español. La acusó de conspirar contra el rey, pero nunca pudo demostrar su culpabilidad. Cuando el monarca falleció, Ana asumió la regencia de su hijo de cinco años, el rey Luis XIV, y de un modo no tan distinto al que había visto en la corte de su infancia, confió el gobierno a un valido, Giulio Mazarino. Por cierto, la reina Ana de Francia inspiraría el personaje de la archiconocida novela de Alejandro Dumas, Los tres mosqueteros.

Hasekura Rokuemon Tsunenaga existió. Y debió de ser, como se muestra en la narración, un hombre atribulado, llevado por las circunstancias. Poco se sabe de su juventud, exceptuando el hecho de que fue un samurái veterano de las invasiones a Corea lideradas por el taiko Toyotomi Hideyoshi. Y que encabezó la misión diplomática enviada a España y al Vaticano (siguiendo los detalles mencionados en la narración). Desde Sevilla continuó a Madrid y Barcelona (fue bautizado en España como Felipe Francisco de Fachicura), y allí se embarcaría para recorrer el Mediterráneo rumbo a Italia, haciendo escala en el sur de Francia para, finalmente, recorrer la costa italiana hasta Roma. Consiguió regresar después de que su misión fuera ignorada por los dignatarios de la hegemónica Europa y atravesó de nuevo el actual México en 1619 (aunque en la novela el regreso de Dámaso a Oriente se plantea a través de las campañas holandesas por razones argumentativas). Y aunque la embajada de Hasekura fue recibida cordialmente, se produjo en una época en la que en Japón se estaba reprimiendo el cristianismo, razón por la cual el que entonces era el monarca más poderoso del mundo, el rey Felipe III de España, se negó a sellar los supuestos acuerdos comerciales que buscaban los japoneses. Hasekura Tsunenaga conseguiría regresar a su patria en 1620 y, según parece, murió un año después (de una enfermedad indeterminada) tras haber completado una expedición pionera que no logró grandes resultados para un Japón cada vez más aislacionista. La siguiente misión diplomática oficial de los nipones a Europa no se produciría hasta dos siglos y medio después, en 1862.

Rodrigo Calderón fue secretario del duque de Lerma, y uno de los personajes reales que inspiraron al ficticio Hortuño de Andrade. Procedía de una familia de mercaderes de Valladolid que había sido ennoblecida por Carlos I de España. Debió de ser un hombre altivo, ambicioso y sin escrúpulos que se convirtió en merecedor de la máxima confianza del valido, lo que le consiguió nombramientos y títulos. Y fue especialmente odiado por los enemigos del duque de Lerma. Además, como se deja ver en la narración, entre otros, Juan de Santa María, fraile franciscano, y Mariana de San José, priora de La Encarnación, trabajaron con la reina Margarita en contra de Calderón y del propio valido. Finalmente, cuando la reina Margarita murió durante un parto en octubre de 1611, Calderón fue acusado de haber utilizado brujería contra ella. Lo que pudo no ser cierto, aunque no parece que se alberguen dudas en sus participaciones en muchas otras maquinaciones y asesinatos (tal y como se intuye en el texto en el papel de Hortuño). Cuando el duque de Lerma fue conducido hasta la Corte en 1618 (por las acusaciones de su propio hijo, el duque de Uceda, y del confesor del rey, el dominico Aliaga), Calderón fue utilizado como chivo expiatorio para calmar las voces del pueblo. Fue arrestado el 7 de enero de 1621 y fue salvajemente torturado para conseguir que confesase los cargos que contra él pesaban. Confesó algunas de sus actividades delictivas, pero rechazó firmemente las acusaciones de asesinato y brujería. Murió degollado en la plaza Mayor de Madrid el 21 de octubre de 1621.

En aquellos días, el corregidor de Madrid se llamaba Antonio Martínez y no, como se muestra en el texto, Diego Martínez. El cambio de nombre se tuvo en cuenta para evitar que, junto con De Morga, la repetición del antroponímico pudiese confundir al lector. Ahora bien, dejando a un lado el nombre, por lo que concuerdan los estudiosos es muy posible que el corregidor (de hecho, los corregidores en los sucesivos años) tuviera mucho que ver con los negocios sucios de la camarilla cercana al duque de Lerma.

Del castillo de Toba, al que se le daban los sobrenombres de castillo flotante o castillo de los dos colores, a día de hoy, solo se pueden visitar los restos de sus cimientos.

La historia y la leyenda se entremezclan de manera fascinante en todo lo que rodea al monasterio al que hoy hacemos referencia como Shaolin y estas páginas no eran el marco adecuado para extenderse en explicaciones prolijas. Sin embargo, merece la pena aclarar que la historia de Zongji, el personaje de la novela, es más que plausible en los albores del siglo XVII. Eran los tiempos de la dinastía Ming, la amenaza Manchú empezaba a convertirse en un problema, la gran muralla se reforzó y el monasterio daba refugio a quien lo solicitaba sin preocuparse en exceso por su pasado. Hubo monjes que incluso contradecían las enseñanzas budistas dándose a la bebida, comiendo carne y asesinando.

Es cierto que, no mucho antes de morir, la antigua emperatriz doña María organizó una recepción real para rogarle a Felipe III que abandonase aquel plan de trasladar la capital desde Madrid a Valladolid. Y también lo es que, aun pese a sus sanas intenciones de coartar la corrupción que intuía en la corte, no lo consiguió.

El concepto actual sobre el Vaticano o, más bien, del Estado de la Ciudad del Vaticano es relativamente moderno, se fijó a través de los llamados Pactos de Beltrán en el año 1929. Hasta entonces y dejando a un lado el período napoleónico, la referencia más apropiada es la usada en el texto: Estados Pontificios. Merece la pena apuntar que, en los tiempos de esta narración, llegaron a abarcar la práctica totalidad de la zona central de la actual Italia.

Dedicar un buen número de páginas a Sevilla fue un auténtico placer. Además de otras menciones, cabe indicar que, como se cuenta, la Sevilla del siglo XVII era cruzada no solo por el Guadalquivir, sino también por el Tagarete, un arroyo que terminaría desapareciendo con el desarrollo urbano.

Y aunque no fue su localización original (que había sido el convento franciscano de San Pablo) se sabe que, para los tiempos de la novela, la sede de la Santa Inquisición en Sevilla se había trasladado al castillo de Triana.

Parte de las descripciones y detalles del alcázar de San Jorge (como las del convento de las Descalzas Reales de Madrid) han sido simplificadas a propósito a fin de no hacer farragosa la lectura. Para más detalles (incluyendo la inscripción del zaguán de la entrada) es recomendable revisar la obra de Ortiz de Zúñiga. Además de la visita al actual Museo del Castillo, que es, sin duda alguna, merecedora de toda atención.

El nombre de Tomás de Sabba para el torvo personaje gitano que aparece en la novela no es una elección caprichosa. Parece ser que hubo un caudillo egipciano de ese nombre al que se le concedió, en el siglo XV, un salvoconducto para peregrinar a Compostela. Por cierto, para evitar que el nombre se repitiese, se cambió el antropónimo de otro personaje; el japonés hijo de uno de los mártires de Nagasaki, el que en la novela recibe el nombre de Vicente, existió, pero su nombre cristiano era Tomás. En este mismo sentido, se optó por referirse a Luis Sotelo como fray Sotelo (en lugar de fray Luis), para evitar concordancias con otros personajes históricos del mismo nombre, como el virrey de Nueva España. Y, continuando con las referencias onomásticas, no se puede excluir de esta relación una particularidad: el apellido Japón, tan común en Sevilla y alrededores.

Aunque, como en casi cualquier otro asunto histórico, hay distintas opiniones, algunas incluso contrapuestas, la versión más extendida para explicar esta particularidad tiene que ver con los expedicionarios de la embajada del Date Maru que, tal y como se menciona en la novela, decidieron quedarse a vivir en Coria del Río. Dejando a un lado las motivaciones de estos inmigrantes, se acepta que sus complicados apellidos resultaron con el tiempo de difícil asimilación para los locales, lo que conllevó a aunarlos todos con la única denominación de «Japón». Algunos expertos abogan por que fue una decisión oficial y otros por que fue una simple transición natural propia del habla. Sea como fuere, el origen parece indudable: la expedición llegada del país del sol naciente.

Se ha evitado profundizar en la relación del marino William Adams con la construcción del barco que llevaría a los españoles hasta Nueva España, pues hubiera acercado demasiado la presente narración a la estupenda novela Shogun de James Clavell, fantástica lectura ante la que no puede haber otra reacción que los más efusivos parabienes. Ahora bien, aun así, se ha procurado ser fiel a la realidad histórica en ciertos aspectos y se ha hecho mención al naufragio del Liefde (el barco de William Adams), en el que llegaron los holandeses que intentaron establecer los primeros contactos comerciales con el Japón.

El cocinero traidor de los Toyotomi existió realmente. O eso aceptan una buena parte de los estudiosos. Lo que no parece estar tan claro es que fuera el responsable del incendio de la torre del homenaje del castillo de osaka.

Oficialmente, la muerte de Tokugawa Ieyasu suele atribuirse a un cáncer de estómago (aunque no hay consenso). Pero es verdad que el desencadenante de la fase final de su supuesta enfermedad fue una copiosa comida de dorada frita en aceite de sésamo a la nueva manera que, más tarde, sería conocida como tempura. Un plato que le recomendó el mercader Chaya Shiojiro en Kioto.

Sobre la mar…

Contar el hundimiento del San Diego supuso un auténtico reto. Según la fuente, el número de naves holandesas variaba, la reacción de los españoles era distinta, la interpretación de las maniobras diferente. Es cierto que el galeón se hundió (de hecho, tras ser recuperadas de los fondos filipinos, se pueden visitar parte de las piezas y tesoros que cargaba en el Museo Naval de Madrid). Sin embargo, poco más se podía dar por sentado (quede claro que las crónicas no hacen referencia alguna a los tiburones, sin embargo, trescientos años después se produjo, no muy lejos, el terrible ataque que sufrieron los hombres del zozobrado USS Indianápolis). Y merece la pena mencionar que los holandeses siguieron empecinados durante años en conquistar Manila (a mediados de ese siglo tuvo lugar la conocida como Batalla del Puerto de Cavite, cuando una docena de naves holandesas sitiaron la ciudad).

En el relato se alude a menudo a la intensa humareda de la pólvora, y es que en aquellos tiempos la pólvora negra de artillería producía, de hecho, un espesísimo humo negro de intenso hedor que impedía ver las propias manos. Muy distinto a los fulminantes y detonantes modernos.

Con dispensa de los químicos, la orina reducida (bien sea porque se ha dejado evaporando a la intemperie o bien porque se ha calentado) termina resultando un líquido que tiene bastante semejanza con el amoníaco y que no era infrecuente en las naos. Como también se usaba para la curación de heridas o el tratamiento de la piel (muchas cremas del presente siguen teniendo compuestos a base de urea).

El conocido como tornaviaje, la ruta descubierta por Andrés de Urdaneta para regresar desde las Indias Orientales a Nueva España, aparece solo descrito de manera somera, pero es rigurosamente cierto que era una travesía que requería mucho más tiempo y esfuerzo que la opuesta, y también lo es el hecho de que dependía de la que hoy se conoce como corriente de Kuro Shivo, de algo más de cincuenta millas de ancho, poco más de doscientas brazas de profundidad y, tal y como se menciona en el texto, de un color mucho más oscuro que las aguas que la rodean.

El que el piloto Vasco de Novaes parezca al cargo del patache puede resultar extraño, no obstante, en aquellos tiempos era frecuente que el capitán no tuviera idea de navegación o de cualquier otro asunto de mar. En ocasiones eran cargos con mera naturaleza administrativa.

Sobre las lenguas…

Respecto al léxico de la novela habría que escribir un concienzudo ensayo para el que estas páginas no suponen el foro adecuado. Sin embargo, resulta de recibo incluir unas cuantas notas.

Con el más humilde de los deseos se han usado algunos vocablos transliterados del japonés para permitir que el lector saborease el Japón medieval (y aquí debo recalcar una vez más mi profundo agradecimiento a Javier Villalba por su estupendo trabajo y su inestimable paciencia). Para logarlo, se escogieron algunos vocablos en japonés que aparecen romanizados (convertidos a una grafía occidental) acorde al método Hepburn modificado (el utilizado por Koh Masuda en su Kenkyosha’s New Japanese English Dictionary). En la actualidad es el sistema más extendido, empleado tanto por la mayoría de los investigadores internacionales (incluyendo los españoles) como por los propios japoneses. Y, con las mismas intenciones, se utilizó una única forma tanto para el singular como para el plural, tal y como sucede en el propio idioma del país de los dioses.

En este ámbito, es curioso mencionar que en el diccionario de la Real Academia de la Lengua aparecen palabras como samurái, sogún o daimio; no obstante, se mantuvo la grafía que parte de la directa transliteración. Pero no únicamente por conservar la referida cercanía a la cultura nipona, sino porque, además, su significado en japonés es mucho más complejo y profundo que el mostrado en las definiciones del diccionario.

En concreto, respecto al término samurái cabe otra puntualización. En el texto lo he intercalado con otra acepción: bushi (aunque este término se acepte más bien en el sentido genérico de guerrero). Y que me disculpen los filólogos, pero una novela acepta muy difícilmente disquisiciones lingüísticas. Además, es muy difícil acercar términos entre dos idiomas tan distintos como el japonés y el castellano; las traducciones son siempre pobres, pero creo que esa alternancia permite captar la esencia del japonés (aunque originalmente, según muchos expertos, samurái debería entenderse como servidor).

Como acotación, puede añadirse que se corrigieron referencias explícitas al conocido como bushido (corriente moral que fraguaría en un código con el que se define y analiza la figura del samurái ) porque esta verdadera ética no se formalizó hasta un tiempo después de los días de este relato.

En cuanto al sable japonés, habría mucho que aclarar. En primer lugar, el uso en castellano del término sable es, sin duda, el más acertado, pues es un arma de hoja curva destinada al corte preciso, sin embargo (dejando a un lado disquisiciones sobre armas más antiguas como las larguísimas tachi), se ha usado katana por ser reconocible para el lector, pero quizá algún experto hubiese preferido el uso del vocablo nihonto; respecto al sable más corto del par (daisho), la transliteración más habitual es la de wakizashi. Por último, y algo mucho más desconocido, es la habitual inclusión de un pequeño cuchillo de diario, que podríamos denominar kozuka o kogai y que solía alojarse en la vaina de la katana. A estas tres piezas se añadiría la daga o tanto. En cuanto a su uso, después de muchas consultas, se asumió (aunque hay opiniones contrarias) que el samurái podía llevar distintas combinaciones, incluso las tres hojas a la vez, pues a pesar de que hubo hace tiempo una convención respecto al uso de wakizashi a diario y el del tanto con armadura, hay varias pinturas que parecen contradecir este arreglo.

Al equiparar las fanegas de arroz con la expresión japonesa kokú, no se está haciendo una traducción del todo correcta (pero es la acepción más habitual). El kokú ha variado a lo largo de la historia en cuanto a su masa exacta, pero, básicamente, se podría definir como la cantidad de arroz necesario para mantener a una persona durante un año, lo que rondaría los ciento ochenta kilogramos.

El uso del vocablo gaijin en el texto es, de hecho, una simplificación. El idioma japonés es extremadamente complejo, las acepciones para hacer referencia a los extranjeros son muchas y, según parece, en aquellos días los japoneses usaron diferentes términos como, por ejemplo, nanbanjin (bárbaros del sur) y también komojin (gentes de pelo rojo), que son los usados en la narración. No obstante, debe entenderse que no es del todo preciso.

En este entorno, debo también expresar mi profundo agradecimiento a Tikara Otomo y a su recomendada (quien, como buena japonesa, se siente humildemente obligada al anonimato y a la falta de reconocimiento por su inestimable trabajo). Solo su inapreciable ayuda hizo posible la traducción de las oraciones que aparecen en la novela transliteradas de un japonés adecuado al momento de la narración. Aquí, cabe hacer un alto para explicar que, aun cuando es habitual que en las series y novelas contemporáneas inspiradas en el Japón medieval se usen expresiones como Iie, Hai o Sayonaraba para la negación, afirmación y despedida, lo cierto es que, al parecer, no serían del todo correctas para la época (de ahí que en el texto se use, por ejemplo, Ina). La verdad es que los filólogos siguen estudiando en el presente el lenguaje de los samuráis de aquellos tiempos tan complejos.

Por otro lado, en el caso de los nombres propios japoneses, toda la onomástica de la novela conserva la costumbre nipona de anteponer el apellido al nombre, al contrario que la occidental. Y para que el texto fuera, desde el comienzo, más afable con el lector occidental se optó por emplear el apelativo familiar para referirse al sujeto (japonés) de la acción en la mayoría de las oraciones (lo que, por cierto, resultaba también bastante usual en el Occidente en el siglo XVI).

Otro tema a la vez relacionado con las lenguas que aparecen en la novela es el del propio castellano. Quizá hubiera debido escribirse, por ejemplo, Philipe o Philipinas (tal y como aparece en las crónicas de Miguel de Loarca), sin embargo, se tomó la decisión de usar un castellano moderno salpicado de trato mayestático y algún que otro arcaísmo para hacer el texto mucho más fluido y, por tanto, más entretenido (algo similar al habla japonesa, que mantiene líneas similares para no resultar dispar). Pero es evidente que es solo una trampa que tiende el escritor moderno.

Las sencillas alusiones a la criptografía medieval nipona se han simplificado expresamente para evitar que la lectura se volviese tediosa. Se trataba de reflejar, dentro de un contexto argumentativo lógico, uno más de los característicos comportamientos militares y estratégicos de los nobles japoneses durante el convulso período que abarca la narración. Ahora bien, es cierto que, aparentemente, se usaba el cifrado basado en lo que en Occidente es conocido como cuadrado de Polibio (de ahí la comparativa en el texto con la inscripción en el tablero de go, pues esta representación matricial es la más habitual para, sin ayuda de ordenadores, trabajar con este código), un sistema considerado muy pobre en la actualidad (no resiste el análisis de frecuencias), pero que fue usado en casi todo el mundo durante siglos, incluso con orígenes distintos que llevaron a modelos similares. Es verdad que el llamado poema iroha contiene una única vez todos los signos del silabario kana. Y que, por eso mismo, se enseñaba y usaba para aprenderlos. Y es una suposición compartida por muchos historiadores que segmentos de los poemas formales waka servían como textos de referencia para componer la clave de los mensajes cifrados. En este aspecto, y aunque la información que obtiene Saigo Hayabusa del mensaje es coherente con una realidad plausible, no se han incluido en la narración los textos (ni el original ni el cifrado) porque no tendrían sentido alguno para el lector sin conocimientos del idioma japonés. Por último, cabe explicar que la simplificación hecha en la novela apenas entra en detalles, pero este método de cifrado es, de hecho, un tanto más complejo, pues en la representación matricial de un cuadrado de Polibio de siete filas y siete columnas el alfabeto Iraho no cubriría los cuarenta y nueve espacios. Por tanto, además del poema usado como clave, sería necesario saber qué espacio o espacios estarían en blanco, pues, de lo contrario, no se podría hacer una equivalencia bivalente entre el texto original y el codificado.

Respecto a la referencia de Hortuño al nombre de Tokugawa en las cartas de Antonio de Morga, se ha hecho reflejo de dos defectos que los escritos de la época tenían en común. En primer lugar, una transliteración muy particular y, por supuesto, entendible de los nombres japoneses y, en segundo, la habitual inclusión del honorífico japonés sama o san como parte del antropónimo (así figuran algunos daimios en textos de la época; Toyotomi Hideyoshi aparece como Taicosama en varios documentos oficiales en castellano).

Sobre el maravilloso Japón…

Los hombres shinobi son los conocidos hoy en día como ninja (una nomenclatura de más fácil pronunciación que se hizo popular mucho después, tras la segunda guerra mundial). Según parece, existen desde tiempos inmemoriales en el Japón y es cierto que participaron en el asedio de Fushimi. Además, sus ropajes eran azul oscuro, y no negro, como se suelen representar (esta equivocación podría tener que ver con el teatro de marionetas, en donde el color negro se asimilaba con la invisibilidad). Ahora bien, como casi siempre en japonés, habría muchas más formas de escribir el nombre y referirse a estos extraordinarios guerreros, tales como kanja, ukami o rappa.

En cuanto a las técnicas que empleaban, están envueltas, intrínsecamente, en un cierto misterio no falto de una buena ración de misticismo, y las recetas de algunos de sus elementos son discutidas por los expertos en el tema (cabe decir que uno de los supuestos ingredientes, el excremento de lobo, es hoy imposible de conseguir, pues las subespecies de lobo nipón están extintas).

A colación debe anotarse que la muerte por inhalación de arsénico, en el caso del relato arsénico blanco, se ajusta en lo posible a la realidad médica, y no a las casi mágicas consecuencias de las narraciones medievales del país del sol naciente.

Para el lector occidental puede resultar llamativa la referencia a nombres de caminos concretos dentro del Japón feudal (como el Nakasendo, una de las cinco grandes rutas que cruzaban la isla principal del país, y una de las dos que unía la antigua Edo con Kioto), así como su uso o su estructura, probablemente, por la influencia de las vías romanas, que a todos lados llegaron y permitieron que, incluso en la Edad Media, las gentes viajasen y el comercio prosperase en Europa. Pero Japón no era así, en el Japón feudal la rueda no servía de mucho, las continuas lluvias y el accidentado paisaje obligaban a plantearse los traslados de un modo muy distinto (dicen los estudiosos que de ahí viene el palanquín) y preparar calzadas como las romanas hubiese sido una tarea faraónica, casi inalcanzable. Para el curioso, es además recomendable la visita al pequeño tramo original del Nakasendo entre las prefecturas de Nagano y Gifu.

La historia de Genji, a la que se alude como típico motivo en la vestimenta de la época en el Japón de inicios del siglo XVII, es para muchos estudiosos la primera novela moderna. Un relato escrito cinco siglos antes por la noble japonesa Murasaki Shikibu sobre ciertas intrigas en la corte imperial.

El saludo que Saigo Hayabusa cruza con el campesino de los nísperos en su llegada a Kioto se basa en las reflexiones del profesor Michitaro Tada sobre las clásicas formas de cortesía de la vieja ciudad imperial.

Y cuando se habla de Kioto como una ciudad enorme es necesario entender que la escala es prácticamente inconcebible para la Europa de la época. Japón era increíblemente populoso para las concepciones del viejo continente. La ciudad rondaba las doscientas mil almas, que se doblarían durante el conocido como período Edo (el que comienza en los momentos de la narración). También es cierto que la ciudad se construyó usando las enseñanzas geománticas del Feng Shui en su interpretación japonesa y, tal como deja entrever el texto, estas palabras se podrían traducir, literalmente, como viento y agua.

En cuanto al espacio que aparece denominado como Rokujogahara, podría traducirse como de la calle sexta y estaba cerca de otra intersección donde, al parecer, había pescaderías. Asimismo, los lugares que se mencionan como Matsubarabashi y Matsubara recibieron ese nombre del taiko Toyotomi Hideyoshi (en honor a los pinos japoneses que poblaban la zona). Lo que también tiene relación con una curiosidad interesante, en la época en la que se narra la historia comenzó a hacerse popular una canción que permitía a los más pequeños conocer el nombre de las calles, asociándolas con algún hito significativo y recitándolas (las que van de este a oeste en una tonada y, en otra, las que atraviesan la ciudad de norte a sur). Algo muy peculiar porque en Japón, por regla general, las calles no tienen nombre. En este ámbito, las menciones a los barrios y profesiones de la ciudad imperial que aparecen en esas páginas de la novela son las que se presuponen a la época.

El montículo de Mimizuka, que se podría traducir literalmente como montículo de orejas, sigue existiendo y puede visitarse en Kioto, y continúa cumpliendo el macabro propósito para el que lo ideó Toyotomi Hideyoshi, pues sigue produciendo una escalofriante inquietud.

En Japón, quizá por la gran densidad de población, quizá por la falta de espacio, es habitual que se tenga preferencia por las pequeñas mascotas. De hecho, los grillos cantores y otros insectos han sido desde hace siglos animales de compañía elegidos por miles de nipones. Y entre estos diminutos animales se encuentran también las arañas (que dicho sea de paso, no son insectos, sino arácnidos). Especialmente las del género Argiope, habituales en las islas más meridionales, con las que comenzó una tradición de combates (también habituales en otras partes de Asia como las Filipinas) que según la leyenda derivó en un festival anual denominado Kumo Gassen (que lleva celebrándose más de cuatro siglos en la ciudad de Kajiki) y que tuvo su primera edición a finales del siglo XVI, justo antes de las campañas de Corea. Es una tradición que sigue viva hoy en día y a la que dedican mucho tiempo y esfuerzo gentes de todo el archipiélago (no solo comparten su hogar con los arácnidos, sino que también los entrenan y les dispensan una gran cantidad de cuidados).

Hacer referencia a una barba de ballena para definir una longitud era algo habitual en el Japón medieval. La equivalencia correspondería a un método habitual de los tejedores y estaría cerca de los cuarenta centímetros, recibiendo el nombre de shaku, o más exactamente de kujirajaku. Lo que la distinguía de una medida similar usada aún hoy en día por carpinteros y otros artesanos.

Las intrigas planteadas en la narración entre Tokugawa Ieyasu y Date Masamune no existieron tal y como se muestran en la novela. Si bien es cierto que la realidad no fue muy distinta. El vencedor de la batalla de Sekigahara y futuro sogún (primero de una saga que se prolongaría por casi tres siglos) era un hombre capaz de jugar con varios bandos a un tiempo, de una inteligencia notable y de gran capacidad para la planificación.

Se hace también una alusión al pacienzudo carácter de Tokugawa Ieyasu a través de una composición popular que no distaría mucho de las coplillas que, durante siglos, han sido habituales en España. De hecho, es una referencia conocidísima en el Japón y que cualquier escolar de hoy en día puede recitar. Gracias a ella, se ven reflejados los caracteres y divergentes filosofías de los tres grandes unificadores del imperio. Los versos serían:

¿Qué hacer si el pájaro no canta?

Nobunaga respondería: «¡Mátalo!».

Hideyoshi respondería: «Haz que quiera cantar».

Ieyasu respondería: «Espera».

La técnica de pesca descrita para el curioso y agresivo ayu (Plecoglossus altivelis) es, básicamente, la que sigue usándose hoy en día con un pez reticente a cualquier otro cebo dada su dieta de algas. En lo concerniente a este asunto, cabe puntualizar que, efectivamente, en ciertas partes del continente asiático se adiestran cormoranes con el fin de que pesquen al servicio del hombre.

Las leyendas sobre el llamado kappa proliferan en Japón, y es habitual encontrar pinturas e ilustraciones, incluso pequeños templos. Y casi cualquier ribereño tiene alguna historia sobre este temible engendro de las aguas que se lleva a los niños. La ciencia moderna suele aceptar que el kappa es, de hecho, una mitificación de la salamandra gigante japonesa o hansaki(Andrias Japonicus), que puede alcanzar increíbles tamaños de casi dos metros y que tiene una enorme cabeza plagada de dientes (a día de hoy es una especie en grave peligro no solo por la intervención del hombre en su hábitat, sino también por la hibridación que está sufriendo con especies foráneas de otras partes de Asia). El hecho es que este increíble animal, verdadero fósil viviente, es muy capaz de llevarse los dedos de un bañista de un mordisco (al parecer no ven demasiado bien). Son anfibios que buscan arroyos de aguas cristalinas y limpias, bien batidas, en las que encuentran los peces de los que se alimentan y donde el macho puede cuidar durante varios meses de las crías.

Los denominados pasillos de piso de ruiseñor existieron realmente y tenían esa función de alerta que se intuye en el texto. De hecho, los hubo en Kioto, pues los tenía el palacio Ninomaru del castillo de Nijo, el que ordenaría construir, precisamente, Tokugawa Ieyasu. Dicha fortaleza puede visitarse aún hoy en día y es uno de los monumentos de Japón que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

La ceremonia de la antorcha de Nara aparece muy simplificada en la novela, pero su interés hacía necesaria la mención que, por sencilla, no deja de ser fiel (es, además, una visita inexcusable para el turista en el archipiélago). Ahora bien, no existe constancia de que Tokugawa Ieyasu asistiera a tal ceremonia en el año 1603 del calendario occidental (en el que fue nombrado sogún), sin embargo, sí resultaba plausible.

El distrito de Nihon bashi, literalmente puente japonés, es hoy el distrito de negocios y corazón de la actual Tokio y surgió, tal y como se cuenta en la novela, a principios del siglo XVII gracias a los ánimos que Tokugawa Ieyasu dio a la ciudad (la que aparece como Edo en la novela). Y sí es cierto que se instauró un gigantesco mercado de pescado que sería el germen del Tsukiji. Ahora bien, no se profundiza en detalles sobre el río y la geografía de la zona porque las canalizaciones y los enormes cambios sufridos hubieran resultado demasiado farragosos. De hecho, los proyectos hidrológicos de la zona son, y han sido, de tal envergadura que los ríos y afluentes han cambiado su papel y los nombres de los mismos se han convertido en algo parecido a un galimatías para el no iniciado.

Ir a la siguiente página

Report Page