Romeo

Romeo


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Epílogo

Romeo

Veo a Iris correr por la casa de mi hermano detrás de nuestro pequeño de cuatro años. Nuestra hija de un año descansa en su cuarto y yo no dejo de mirar el intercomunicador de bebés para ir a su lado si necesita algo.

«Los tres me tienen enamorado, o más bien todos», pienso al ver a la preciosa Delia mirando a su tía a un lado del jardín. Su hermano Lucas está con Lilliam y su hijo, otro hijo de la misma edad del mío mayor, riéndose por algo que les cuenta, y no muy lejos está mi padre con su actual mujer.

Nos mira a todos feliz.

Ninguno de los dos esperaba esto.

El primer abrazo que nos dimos fue el día de mi boda. Entró al cuarto donde me cambiaba y me miró emocionado.

—Aunque no te lo creas, siempre deseé lo mejor para ti, hijo. Siento no haber sabido hacerlo mejor. Me alegra que no cometas mis errores.

Se acercó para abrazarme, pero dudó, y en ese instante de duda lo abracé yo para no cometer, como él dijo, sus mismos errores.

Se quedó quieto hasta que reaccionó y me devolvió el abrazo. Cuando se separó, ese hombre, que pensaba impenetrable, estaba emocionado.

Se casó al poco tiempo y siempre estamos juntos.

Al fin mi casa parece un hogar. Iris y yo nos hemos venido a vivir a una casa cerca de mi hermano, y mi padre, a otra no muy lejos.

Le encanta estar cerca de sus nietos y ayuda en el cuidado de estos siempre que lo necesitamos.

Nunca es tarde para cambiar.

Owen se deja caer en una silla a mi lado con una cerveza y me tiende otra.

—Eres feliz —me dice.

—Como tú.

Sonríe.

—Mucho, y una vez más seguimos juntos… —Choca su cerveza con la mía.

—Hay lazos irrompibles.

—Sí, y papá me ha dicho que yo soy el mayor, que te engañaron para que cuidaras de mí. Pensé que querrías saber que eres mi querido hermano pequeñito —me pica, y yo me río.

—Pues ya sabes que te toca cuidarme.

—Siempre lo he hecho y siempre lo haré.

—Lo mismo digo.

Mi hijo se tira en mis brazos buscando mis mimos. Lo abrazo con fuerza e Iris llega hasta nosotros y se suma al abrazo, feliz.

Al final dejó su trabajo y se puso a estudiar para poder ayudar a los demás. Ahora trabaja en asuntos sociales, ayudando a niños que necesitan atención especial, y es muy buena.

Arnol y su mujer dejaron el cuerpo de policía y me propusieron ampliar el negocio como detectives y poder tapar los agujeros que la policía, por las normas, no podía cubrir. Acepté y hemos ampliado el negocio.

Aunque ahora no me paso el día trabajando. He ascendido a Ulises y Alair, y delego en ellos mucho más que antes. Confío en ellos y por eso sé que lo harán bien.

Ulises es padre de dos hijos y Alair acaba de tener una niña preciosa.

Al fin he dejado entrar a la gente que se moría por ser parte de mi vida y yo no era consciente de ello. He dejado de quejarme y he empezado a cambiar lo que no me gusta, y es la mejor decisión que he tomado nunca.

Como mi padre me dijo un día, él era culpable de sus propios errores, pero no podía culpar a nadie por los míos.

Ahora lo sé.

Ya en nuestra casa, tras acostar a los pequeños, entro en mi cuarto y busco a mi mujer, que está mirando por la ventana.

Me pongo tras ella y la abrazo.

Se gira y me sonríe feliz.

—Te debo dos «te quiero».

—Tres, llevas tres días sin decírmelo.

Me río.

—Entonces, te quiero, te quiero, te quiero, y, por si mañana me olvido de decirte que cada día te quiero más, te quiero.

Iris se gira y me dice te quiero entre cientos de besos.

Siempre le digo que la quiero y siempre tengo la sensación de que la palabra se queda corta para expresar cuanto la amo. Por eso la beso con el deseo de que pueda acariciar y entrar en mi alma, y pueda ver todo lo que siento por ella.

Todo lo que es ella para mí.

Sé que lo logro porque, tras besarnos, me mira emocionada y no tiene palabras para expresar este momento.

En ocasiones hay que dejar que el silencio nos acompañe cuando los actos hablan más que nuestros corazones.

Un «te quiero» por sí solo es una palabra, con un acto de amor se convierte en una realidad, y ella me ha enseñado eso y mucho más, pues cada día es una nueva lección.

Cada día es un nuevo comienzo para aprender mil formas de decirle que la quiero y que a su lado es muy sencillo encontrar las palabras adecuadas para expresarle lo que siento.

Al fin mis sentimientos han encontrado cobijo; si alguna vez guardo silencio, solo es porque hay momentos en que las palabras son innecesarias y los gestos hablan su propio lenguaje.

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