Romeo

Romeo


Capítulo 16

Página 20 de 54

Capítulo 16

Romeo

Iris está preciosa con ese vestido, y más porque no deja de sonreír. Está más calmada que cuando llegamos, al ver que pasan los días y no corre tanto peligro como en la ciudad.

Es fácil dejar todo de lado en este paraíso que parece tan lejano del mundo real en el que vivimos.

Llegamos y dudo en si poner mi mano en su cintura.

Alair nos espera sonriente e Iris va hacia él. Eso evita que tome una decisión ahora.

—Espero que esta vez salga mejor todo esto —dice Alair, y me mira como diciendo «no la cagues».

—Tú limítate a hacer tu trabajo —le espeto con brusquedad, y él solo me sonríe.

Iris se acerca a mí y resuelve sola mis dudas de qué hacer ahora, ya que pasa su mano por mi brazo y la deja ahí como si ese de verdad fuera su lugar.

Estoy preparado para la acción, para estar días sin comer, el trabajo duro y para las misiones más arriesgadas… Estoy preparado para todo menos para recibir gestos de cariño. Algo que no debería costarme aceptar, ya que son solo gestos, pero me hacen sentir muy raro, paralizado. No sabiendo muy bien cómo lidiar con lo que siento y deseo, con esta fuerza que emana de su contacto y con estas ganas de que lo que siento no desaparezca nunca.

No sé cómo atrapar lo invisible y retenerlo para siempre entre mis dedos.

Caminamos por las concurridas calles e Iris mira collares, pulseras y todo lo que hay en ellas expuesto. Veo como disfruta, aunque no compra nada. Al final solo adquiere un juguete de madera para la pequeña Am.

Vamos por la calle principal, que está llena de gente.

Pongo mi mano en su cintura y la atraigo hacia mí, y es inevitable que cuanta más gente hay, más pegados vamos.

Lo tengo todo controlado hasta que se gira y me sonríe.

Me quedo tonto, sin saber cómo reaccionar. Es la primera vez que me dirige una mirada así, una sonrisa tan pura para mí.

Aparto los ojos, porque soy incapaz de seguir mirándola y no hacer o decir alguna tontería que estropee este bello momento que se quedará para siempre guardado en mi memoria.

—¿Dónde vamos a cenar?

—A un sitio donde hagan carne muy hecha.

—Odias el sushi —afirma—. Lo sabía.

—Te mentí… No me gusta reconocer cuánto sé de una persona con solo fijarme en sus detalles.

—Vale… Podemos ir a un sitio de carne a la brasa o algo así.

—Yo conozco uno ideal —indica Alair—. Seguidme.

Lo seguimos por las abarrotadas calles, hasta llegar a un restaurante que está todo abierto y tiene pequeñas hogueras donde asan comida con vistas al mar. Noto en la mirada de Iris lo mucho que le gusta, ya que lo observa todo ilusionada. Y luego ella se pregunta cómo alguien que no encuentra otro placer más que el de observarla puede conocerla. Es un libro abierto, el mejor que hasta la fecha he tenido la suerte de leer.

—La carta —nos dice Alair—. Yo me voy a otra mesa a vigilar. —Nos guiña un ojo y se marcha.

—No me importa que se siente con nosotros —dice Iris.

—Tiene que hacer su papel.

Asiente.

—Te dejo que elijas, por haberte comido el sushi la otra noche.

Lo pienso y al final acepto. Pido un poco de lo que me gusta a mí y también lo que sé que le puede gustar. No tardan en traérnoslo.

—Menuda rapidez —dice mirando la comida y mordiéndose el labio sin darse cuenta—. Tengo mucha hambre y esto huele de maravilla.

—Pues adelante. Puedes empezar cuando quieras.

Me mira un segundo antes de empezar a cenar.

La sigo, disfrutando de la comida y de la compañía a pesar del silencio. Por una vez no siento que la esté cagando a cada segundo.

Alza la mirada y sus ojos aguamarina se encuentran con los míos.

—¿Puedo preguntarte algo? —Asiento. Sé que lo hará de todas formas—. ¿Cómo te hiciste amigo de Owen? Por lo que sé, tú estabas con los empleados y él en la casa principal. ¿Fue sin daros cuenta o pasó algo que os unió?

—¿Nunca te lo ha contado?

—No. Solo me dijo que siempre habías estado ahí.

Pienso en qué contarle o si quiero hablar de ello.

—No es una historia del otro mundo —digo cogiendo una pieza de carne y poniéndola en mi plato.

Iris pone su mano sobre la mía antes de que la corte.

—No quiero una historia perfecta… Solo quiero tus palabras. Lo que tú quieras decirme, como quieras decirlo.

—¿Qué esperas que te cuente? ¿Que nuestra unión de mellizos nos hizo ser amigos?

—No seas borde —me regaña—. Empieza a hablar y punto. Te estoy escuchando. Estoy aquí contigo.

La miro a los ojos y me pierdo en ellos, y simplemente hablo:

—A mí me gustaba coger prestados libros de la biblioteca de los dueños de la casa. Me colaba por la noche en ella cuando todos dormían. Nadie nunca me había pillado, ni mi padre sabía que lo hacía. Estaba muy orgulloso de mi sigilo, hasta que una noche, mientras hojeaba uno de los libros, Owen se puso detrás de mí y me dijo que ese libro no era muy bueno. —Sonrío al recordarlo—. Me asusté y traté de excusarme, pero Owen me dijo que no pasaba nada, que ya sabía que me colaba por las noches a coger libros porque él también bajaba a por alguno y me veía salir o entrar. Me dijo cuáles eran mejores y quedamos a la siguiente noche para comentar el que estábamos leyendo.

—¿Qué años teníais? —pregunta, cortando mi relato.

—Creo que siete años o así. Aprendí a leer muy pronto. Mi padre no quería a su lado a un niño analfabeto.

—¿Tu padre era idiota?

Sonrío.

—Lo sigue siendo, por eso hace tiempo que no quiero saber de él.

—Haces bien, y ahora sigue.

—No hay mucho más. Empezamos a compartir libros y luego a jugar al balón cada vez que nos veíamos. A Owen no le gustaba mucho, pero a mí sí, y por eso me seguía. Vieron que nos hacíamos amigos y nadie dijo nada. La verdad es que lo encontré raro… Hasta que un día mi madre se acercó a mí… —Me quedo un momento en silencio—. Era la primera vez que me hablaba la dueña de la casa, la que hasta ese momento ignoraba que era mi madre. Mi padre me había dicho que mi madre me dejó con él porque no soportó mi fea cara al nacer. —Sonrío.

—Tu padre no es solo idiota, es que no tiene corazón.

—Sí, seguramente de tener uno sea negro como el carbón. El caso es que mi madre encontró divertido contarme la verdad y decirme quién era ella. Lo hizo hasta que me prometió que, como contara algo, me mandaría lejos y nunca volvería a tener a mi hermano cerca. Según ella, si me lo contaba, era porque mi vida no valía tanto como la de Owen y que, si llegado el caso alguien le hacía daño, yo debía protegerlo. Me contrató para cuidar a mi hermano y me apuntó a su colegio.

—¿Y cómo te sentiste?

—Supongo que bien por saber que tenía un hermano que quería.

—¿Y la verdad?

—La odié —suelto con toda la frialdad que siento—. Los odié a todos y me centré en ser el mejor guardaespaldas de mi hermano. No pensaba dejar que ninguno lo contaminara.

—Eras solo un niño…

—Yo nunca fui un niño como el resto, Iris. Siempre fui un peón más en el juego que iniciaron nuestros padres y, llegado mi momento, me tocó proteger a los peces gordos. Yo era reemplazable. Owen no.

Noto como mi respiración se agita. Quiero alejar toda esa oscuridad, todo el resentimiento que hay en mí y que con el paso de los años se convirtió en oscuridad para poder vivir… Para poder sobrevivir.

Iris acaricia mi mano.

—No te lo he contado para darte lástima. Esta es mi puta vida, no un cuento para conseguir que te abras de piernas y me mires con amor, así que guárdate tu mirada de pena. No quiero nada de eso.

Iris me da una bofetada y, tras coger algo de la mesa, se va hacia donde está Alair. La dejo ir porque sé que me he pasado, porque sé que lo he hecho aposta para alejarla.

Siento las heridas a flor de piel y los sentimientos tan expuestos que tengo miedo, y por un momento me siento ese niño perdido que, cuando supo quién era su madre, también aceptó que nunca sabría lo que era de verdad tener una. Un niño que, aunque me joda decirlo, soñaba con un puñetero abrazo y una mirada de cariño desde que nació.

No soy más que un blando… Nada más que un niño que sigue esperando dejar de sentirse solo.

Ir a la siguiente página

Report Page