Ritual

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—¿Enfermo? ¿No serás más bien tú la enferma? ¡Demuéstrame que me equivoco! ¿Por qué corrompes a los niños, eh? ¿Qué obscenos placeres te procura eso? ¿Te ayuda a superar tu complejo de diosa sexual? Oh, sí, la corrupción es fascinante. ¡Pero hay que ser muy retorcido para recurrir a la corrupción infantil! Porque si me hubieses corrompido a mí, un policía en acto de servicio… Bueno, eso al menos habría supuesto un pequeño triunfo. Pero no, qué va, a ti lo que te va es pervertir mentes inmaduras, ¿a que sí? Y eres perfectamente capaz de matar también, de eso estoy seguro. ¿Me equivoco?

David la agarró del pelo y la zarandeó como si fuese un conejillo muerto. Y entonces la golpeó. Y luego otra vez. Los primeros tres quiebros de cara y cuello le provocaron a Anna un leve pitido en la respiración. Pero el cuarto revés le dio de lleno en la nariz. David apenas era consciente de lo que estaba haciendo. Era puro instinto. Volvió a golpearla en la nariz. Hubo un estallido de sangre. El apéndice nasal derramaba un carmín que salpicó la capa blanca. Anna gritó, de asombro más que otra cosa. David estaba aturdido. Se le habían hinchado y manchado de sangre la muñeca y los nudillos. Anna emitió otro grito.

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