RIM

RIM


«BARDO DOS»

Página 22 de 27

El helicóptero abatido atravesó una pared de neón, rotando sobre sus dobladas hélices, hasta que se estrelló con los restos del anuncio del Rey de los Macarrones y tuvo que detenerse.

Cuatro yakuzas vestidos de negro saltaron a la azotea segundos antes de que la aeronave cayera del tejado.

Por encima de la cabeza de Tomo pasaron volando unos shurikens explosivos que parecían signos de puntuación. Uno de ellos abrió con una explosión la puerta que tenían detrás, que conducía a la escalera de incendios de la azotea.

Yaz aceleró la marcha. ¡Bien! ¡No había sufrido ningún daño! Dio media vuelta a la moto y bajaron por las escaleras. El sidecar rozaba contra la barandilla, dejando una estela de chispas a su paso.

—Agárrese bien, Frank—san —le advirtió Yaz mientras maniobraba para alejarse del hueco de la escalera—.Vamos a dar otro paseo.

La moto reventó un par de grandes puertas de vaivén. Gobi meneó la cabeza.

Al parecer se encontraban en la sección de ropa interior femenina. Tomo atravesó a toda velocidad un bosque de percheros mientras los clientes se arrojaban al suelo. Gobi se quitó de la cara unas bragas de lógica difusa y se desenganchó un sujetador de inteligencia artificial de una oreja.

Yaz torció repentinamente para evitar los probadores y arrancó las puertas de las bisagras. Era una tienda para todo tipo de gente, ya que había hombres, mujeres y transvirtua—les probándose toda clase de conjuntos. A un pobre hombre se le hicieron carreras en las medias de holonailon cuando trataba de ponerse a cubierto.

—¡Todo recto! —le gritó Gobi a Yaz, cuando llegaron al pasillo central—. Las escaleras mecánicas están allí —le indicó.

Yaz asintió con la cabeza y apretó los dientes.

Uno de los yakuzas apareció de repente en el mostrador de la camisolas compasivas y empezó a voltear sus nuncha—kus mientras Yaz avanzaba ruidosamente por el pasillo. Arrojó sus barras letales, pero éstas se quedaron enganchadas en el perchero de las ligas, dieron una vuelta completa y le golpearon al yakuza en la cara.

Tomo pasó delante de él como un rayo y se lanzó escaleras abajo. Los clientes que aparecieron en su camino se echaron a tierra y la moto pasó rugiendo por encima de ellos.

Tras pasar por doce pisos y la sección de corbatas y pañuelos para caballero, salieron a toda velocidad de los almacenes a la calle.

—Frank—san, ¿está usted bien? —pregunto Yaz a Gobi en cuanto se fundieron con el tráfico y tomaron el camino que les llevaría directamente a la autopista de levitación magnética elevada.

—Creo que no es mi talla —contestó Gobi, arrojando un vestido de noche interactivo de Hanae Mori al tráfico de la hora punta de Nuevo Tokio.

El viento se lo probó un momento y luego lo tiró lejos de la carretera. Un hombre que volvía a casa del trabajo planeando y estaba pasando en aquel momento entre dos sectores de torres keiretsu lo cogió con el maletín y lo ató al manillar de su planeador.

Las lentes de gasa azul que llevaba reflejaron los rayos del sol del atardecer y dieron al vestido un intenso tono púrpura.

—Muchas gracias por probarme —dijo el vestido de Hanae Mori al planeador con una voz seductora—. Estás preciosa esta noche.

—Creo que ya estamos a salvo —dijo Yaz a Gobi por los audífonos después de hacer una rápida comprobación por radar.

No había señales de ninguna Barracuda en un radio de cuatro kilómetros. Rectificación: había una Barracuda en el sector 12 Yamamoto, pero circulaba en la dirección contraria.

Un examen de su licencia les mostró que pertenecía al hijo de un shacho que trabajaba para Itoh Tofu. El joven tenía diecinueve años y una lista de infracciones de tráfico que era más larga que la autopista de Izu, pero, por lo demás, estaba limpio. No tenía ninguna relación con los yakuzas.

Yaz tomó la salida de Marunouchi, que conducía al mismísimo centro de Nuevo Tokio, y, al aproximarse al complejo de torres keiretsu, entró una corriente.

—Ha sido un día muy largo, Frank—san —dijo a su agotado compañero.

—Un día lleno de actividad —respondió Gobi, asintiendo.

—Aquí está su hotel —le informó Yaz—. Será mejor que descanse un poco. Podemos empezar de nuevo por la mañana. A las ocho, ¿de acuerdo? Vendré a buscarle.

Gobi soltó un gemido.

—Aquí estaré. Espero.

El Hotel Gran Interfaz se encontraba en la planta 34 de una torre keiretsu. Estaba enfrente del antiguo palacio imperial y tenía vistas al foso, que estaba verde por las algas, y los muros de piedra gris.

Mientras el conserje cogía su equipaje del maletero del maltrecho levitador magnético, Gobi se quedó parado en la acera.

Yaz observó a su amigo americano.

—¿Sí, Frank—san?

"—Nada, Yaz. Gracias.

El japonés lo miró con compasión.

—No se preocupe. El Cambio no empezará hasta dentro de dos horas. Todo irá bien. No se preocupe.

—¿No tienes un último consejo que darme, Yaz? ¿Un consejo sobre cómo se consigue superar?

Yaz lo miró de hito en hito. Este americano iba a tener que apañárselas solo. Formaba parte del consenso tácito.

—La muerte es el secreto profesional más importante, Frank—san. —Hizo una reverencia.

Pisó el acelerador de Tomo, y ambos, jinete y caballo levi—tador/se alejaron del andén del hotel.

«EL GRAN INTERFAZ»

Gobi entró en el fresco vestíbulo de mármol blanco. Era enorme, pero de estilo minimalista. A primera vista, le pareció que estaba completamente vacío, pero cuando sus ojos se acostumbraron al color blanco, vio a varias personas que pasaban por él apresuradamente. No estaba seguro de si esto se debía a que cada vez quedaba menos para la hora de las brujas en Nuevo Tokio o a que el Gran Interfaz atraía a una clientela esquiva.

Se acercó al mostrador de recepción. —Hola, quisiera una habitación —dijo al recepcionista—. Me llamo Gobi.

—Ah, profesor Gobi, bienvenido. —El sonriente joven, que iba vestido con una levita negra y llevaba un pañuelo de rayas al cuello, le hizo una reverencia y miró a la pantalla—. Ya tiene una reservada. Habitación 1508. Si apoya la palma de la mano aquí, puede cargar todo lo que quiera en cuenta. —¿Algún recado?

—Vamos a ver. Sí, tiene varios, y todos de la misma persona. —Deben de ser los míos —dijo una suave voz femenina a su espalda.

Gobi la reconoció por el perfume antes de girarse. Una vaharada del penetrante y aterciopelado olor a almizcle de Señora Murasakile rodeó. —Señorita Abe, qué sorpresa.

Yuki Abe, directora de la división de redes multimedia de Satori, se había cambiado el vestido occidental por un elegante quimono. Le sentaba bien. Llevaba además unos calcetines tipo tabi con separación para el dedo gordo y unos zuecos geta, los cuales le obligaban a torcer los pies hacia dentro, postura que a Gobi le pareció realmente encantadora.

—¿Se acuerda de cómo me llamo? —exclamó con una cierta sorpresa.

—Claro que sí. Sería difícil no acordarse de usted. —Miró los recados que tenía en la mano—. ¿Me ha llamado tres veces? Debe ser importante. ¿En qué puedo servirle?

Azorada, ella apretó un bolsito de piel de anguila contra su obi y miró al suelo.

—Espero que no le moleste. Sé que debo de parecerle atrevida.

—En absoluto —dijo Gobi, tocándole el codo con suavidad—. Sea lo que sea, estoy seguro de que es importante. —Lanzó una mirada a su reloj—. Lo suficientemente importante como para que se haya arriesgado a venir cuando queda tan poco para...

De repente no le salían las palabras de la boca.

—Por lo general, para referirnos a ello, decimos el "Flujo", profesor Gobi —dijo Yuki para ayudarle—. Darle un nombre ayuda. A veces lo llamamos el "Tiempo Intermedio". 0 bien la "Transmutación". 0 incluso la "Transformación". Ya se acostumbrará a ello. —Le miró a los ojos—. Pero le costará. La primera vez es siempre... —Se estremeció. Cerró los ojos y, cuando volvió a abrirlos, le miró con una sonrisa de oreja a oreja—. Diferente.

—Comprendo. —Gobi apretó los labios—. Bien, señorita Abe, ¿podemos sentarnos en alguna parte y hablar? —Recorrió el vestíbulo con la mirada—. Si es que podemos encontrar un sitio, claro está.

—¿Qué le parece en aquella salita? —preguntó ella, señalándole el fondo de la habitación con la cabeza.

—Usted primero —dijo él. Todavía no se había hecho a aquella intensa blancura.

—Llámeme Yuki, por favor. Señorita Abe es demasiado ceremonioso.

—Y tú llámame Frank.

—De acuerdo... Frank. —Sonrió tímidamente.

La siguió hasta un grupo de sofás de cuero blanco que había en una esquina apartada del vestíbulo. Un pianista estaba interpretando una melodía de Kitaro con un piano de cola Yamaha de color blanco.

Se sentaron, rozándose de repente con las rodillas. Ella se alisó nerviosamente el dobladillo del quimono.

—¿Ha tenido un día de provecho? —le preguntó—. Yazu—san es una persona admirable.

—Sí, lo es. Hemos tenido un día muy productivo. Me ha llevado a Ciudad Chiba. —Observó su reacción. Ella cambió de posición presa del azotamiento.

—Ah, Ciudad Chiba —dijo asintiendo con la cabeza—. Es un lugar conocido por sus muchos otakus. Una comunidad interesante. Diferente.

—Es cierto —respondió Gobi—. Por algo la llaman Sayona—raville.

Ella hizo un esfuerzo para no reírse y alzó la vista para mirarle a los ojos.

—Supongo.

—Bien, señorita Yuki... Abe —rectificó—. Has sido muy amable al venir a verme cuando probablemente deberías estar en casa con tu familia.

—No tengo familia —repuso ella—. Y sé que debes sentirte... Es la primera vez que vienes a Nuevo Tokio, ¿verdad? La primera vez que pasas el Flujo.

—Sí, así es. —Era evidente lo difícil que le resultaba hablar sin rodeos—. Me alegro de que estés aquí —dijo él con voz queda, cogiéndole una mano.

Ella volvió a alisarse el dobladillo del quimono mientras se esforzaba por expresarse con más claridad.

—Estás solo en esta extraña ciudad. Si puedo ayudarte en algo...

—Creo que sí puedes ayudarme. —Gobi siguió apoyando una mano sobre la suya, mientras sentía cómo el calor crecía entre los dos.

Ella lo miró y musitó.

—¿En qué habitación estás?

Mientras cruzaban el vestíbulo, Gobi se topó con el delgaducho escritor de guías de viaje que había conocido en Estación Siete.

—¡Qué caramba! ¡Es una casualidad encontrarle aquí, querido amigo!,—El inglés le tendió su huesuda mano—. ¿Se acuerda de mí? Simón Chadwick.

—¿Qué está usted haciendo aquí? —le preguntó Gobi, sorprendido de verle.

—Estoy escribiendo un artículo sobre este maravilloso hotel para la Revista del Vestíbulo. ¿No le parece este vestíbulo realmente impresionante? ¿Se ha fijado en la manera en que se diría que aparece y desaparece? Todo consiste en la óptica, ¿sabe? Es una de las siete maravillas del mundo de los hoteles. ¿Se aloja usted aquí? i

—Pues, a decir verdad! sí —contestó Gobi—. Bueno, ha sido un placer volver a verle. Cuídese.

—Por Dios, siempre con prisas, Gobi. La última vez estaba con esa encantadora señorita... ¿Cómo se llamaba? No llegamos a tomarnos una copa como esperaba. Quizá me haga el honor esta vez... Usted y su encantadora amiga, por supuesto. —Chadwick le mostró sus amarillentos dientes—. Señorita. —Se inclinó y dio un taconazo—. A decir verdad, Gobi —prosiguió—, no tengo ningún plan para ahora mismo, ¿sabe a lo que me refiero? Para la próxima hora. Así que me pregunto si... Maldita sea, no sé por qué nos andamos por las ramas. Hasta el momento todo el mundo me ha respondido con evasivas cuando he preguntado por el asunto este por el que hemos de pasar. Incluso la oficina de turismo no sirve absolutamente de ayuda en este sentido. Son unos verdaderos inútiles. Es indignante la naturalidad con que reaccionan cuando le hablas de ello. Parece como si no fuera más que una especie dé festival para \fer la luna. No están informando a la gente sobre ello como debieran. —Chadwick se animó—. Caramba, Gobi, acaba de ocurrírseme una idea excelente. Como usted es, al igual que yo, un expatriado en el camino de la nada, ¿tendría mucho inconveniente en que pasáramos esto juntos? Invito yo, querido amigo: las copas son todas a mi cuenta. No, insisto. Ya sabe: la unión hace la fuerza y todo eso... ¿Qué me dice?

—No sabe usted cómo lo lamento, Chadwick —respondió Gobi soltándose el brazo que le había agarrado el inglés—. Me encantaría, pero no puedo. La próxima vez quizás.

—¡Dios santo! ¡La próxima vez! Mmm... ¿Cree usted que la habrá? Me refiero a una próxima vez... Bueno, qué se le va a hacer —dijo malhumoradamente—. Si ésa es su decisión... Que pase usted una noche agradable, señorita —añadió haciendo un gesto a Yuki con la cabeza.

Yuki le devolvió el saludo con expresión de alarma.

Cogidos del brazo, Gobi y Yuki cruzaron el vestíbulo mientras Chadwick les miraba como un triste perro pastor perdido en un páramo. Cogieron el ascensor y subieron directamente a la habitación de Gobi.

Los senos de Yuki eran como los de una joven de veinte años, turgentes y con unos deliciosos pezones como champiñones matsutake. Se había dejado puestas las holoperlas Mikimoto, las cuales vibraban en torno a su cuello.

En aquel momento, después de hacer el amor, a Gobi no le habría importado que Nuevo Tokio hubiera comenzado la transmutación. Habría sido una forma maravillosa de comenzar aquella experiencia.

Yuki sacudió las almohadas sobre las que estaba apoyada. Tenía los labios separados y húmedos por los besos. Sonrió.

—Me apetece fumarme un cigarrillo ahora.

Se apartó el pelo de delante de los ojos y tocó la nariz de Gobi con un dedo.

—Lo siento. No fumo —dijo éste en tono de disculpa, apoyando la mejilla sobre sus muslos y respirando su perfume. Había una dulce fuente de sudor bajo su ombligo, y él la lamió con gran lentitud.

—No me refiero a un cigarrillo de verdad —dijo ella, incorporándose—. Voy a visualizar uno.

Cerró los ojos, frunció el ceño e inhaló el humo con fuerza. Pasados unos segundos lo expulsó. Luego abrió los ojos y se volvió hacia Gobi, que la miraba con cara de sorpresa.

—Estoy intentando fumar menos —le explicó.

—¿Ah sí? ¿Cuántos visualizas al día?

—Nueve o diez. No está mal, ¿no te parece?

—Es el pensamiento lo que cuenta. Si te excedes, puedes llegar a visualizar una mancha de nicotina.

Desde la ventana de su habitación, Gobi podía ver Nuevo Tokio, que aparecía fuertemente iluminada, con sus mega—torres keiretsu y sus resplandecientes hololuces.

Al otro lado de la amplia avenida que tenían debajo se veía el palacio imperial. Su oscuro foso de jade era una pulsera en torno a la muñeca del tiempo. Las boscosas colinas y laderas tapaban la residencia del emperador de Nuevo Nipón.

Sobre la ciudad había una media luna suspendida. Gobi echó un vistazo al reloj digital que había sobre la mesilla. Marcaba las 7:08:18 de la tarde. Faltaban cinco minutos para que comenzara la transformación de la ciudad. No era mucho.

Lanzó una mirada a Yuki. Estaba todavía fumando su cigarrillo de ficción.

—¿Por qué has venido a verme esta noche?

Ella lo miró sorprendida y luego echó una ceniza imaginaria en un cenicero imaginario.

—¿No te has alegrado de verme?

—Ya sabes que sí. Pero ésa no es la principal razón por la que has venido, Yuki.

—Mmm... —dijo con un suspiro al tiempo que se revolvía

el pelo—^. Frank, ¿necesita una mujer tantas razones para hacer el amor contigo?

—En tu caso se me ocurre una razón en concreto.

—¿Y qué razón es ésa? —preguntó Yuki, acomodándose sobre las almohadas y ahogando un bostezo de sueño.

—Enterarte de lo que Yaz y yo hemos averiguado en Ciudad Chiba.

Ella abrió un ojo.

—¿Averiguar sobre qué?

—Seguro que te has enterado de que Yaz tenía un fragmento de shashin del superholodiario de Harada. —Estaba poniéndola a prueba—. Y de que íbamos a ir a Ciudad Chiba para ver si podíamos sacar alguna cosa más de ella.

Yuki sonrió.

—¿Por qué es tan importante esa shashin? Hace tiempo que se sabe de ella en Satori. Cuando Harada—san desapareció, Acción Wada mandó que se registraran todos sus archivos y expedientes. Lograron descodificar ese fragmento de la copia de seguridad de su diario, pero ¿qué importancia tiene? No es más que una foto de grupo de los miembros de su equipo.

Gobi se apoyó sobre un codo y se puso de cara a ella.

—Exacto. Seguramente eso es lo que te preocupaba.

Yuki le miró con una expresión entre ceñuda y sonriente.

—Me temo que no te entiendo. Habla en unix, por favor —dijo en broma.

—De acuerdo —respondió Gobi, incorporándose—. Voy a intentarlo. Te precupaba que pudiéramos enterarnos de que formabas parte de ese equipo. Que eras un miembro secreto. Han desaparecido todos, pero tú sigues aquí. ¿En qué te convierte eso, Yuki? ¿Trabajas para Harada o para Acción Wada?

Yuki apagó su cigarrillo imaginario. Por primera vez parecía disgustada con él.

—¿Cómo voy a pertenecer al equipo de Harada? Eso es ridículo. NI siquiera aparezco en esa fotografía.

—Oh, sí, sí que apareces —dijo Gobi al tiempo que cogía la shashin que Mamo, el especialista en hologramas, le había limpiado.

Se la enseñó a Yuki. Ella la sostuvo con la mano y la miró desde diferentes ángulos.

—Lo siento, Frank. —Se la devolvió—. En esta fotografía aparecen cinco personas y yo no soy una de ellas. ¿Por qué estás sonriendo de esa manera?

—Es posible que Harada se tomara la molestia de no incluirte en la foto y que por tanto no aparezcas en ella. Pero tus perlas sí que aparecen. Estabas sentada lo bastante cerca de él como para que se reflejaran cuando él hizo la foto.

Yuki lo miró fijamente.

—¿Ves este borrón de color lechoso que se refleja en el vaso que hay sobre la barra? Lo hemos ampliado. —Gobi puso la shashin sobre sus senos, sobre verdaderos holos—. Bien, ¿qué te parece? Imitación de aspecto y tacto.

Yuki encendió otro cigarrillo imaginario y miró de nuevo al reloj: eran las 7:14:20. Faltaban cuarenta segundos.

—Frank —dijo, echándole humo imaginario a la cara. Estaba un tanto irritada—. Perdona que me exprese de esta manera, pero ¿realmente piensas que he venido hasta aquí para ver si algún otaku de Ciudad Chiba ha conseguido sacar una copia de mis tetas de una holoshashin barata? No, lo que quería era estar aquí contigo en el momento en que pasaras al Otro Lado. A propósito, ésta es otra manera que tenemos de llamarlo: el "Otro Lado".

Fue entonces cuando Gobi lo comprendió todo. Claro. A veces era tan estúpido... Dejaba que su yang dominara a su yin cuando era mucho más inteligente mantener un término medio. Dejó escapar un suspiro lastimero. Su karma sexual estaba de nuevo haciendo de las suyas.

—Es por la transferencia, ¿verdad? —dijo finalmente—. Al parecer todo el mundo piensa que lo tengo.

—¿Y no es así? —le preguntó Yuki dulcemente, apoyando una mano sobre su hará.

Pero Gobi fue incapaz de responderle. Trató de apoyarse sobre la mesilla, pero su mano atravesó su imagen y perdió el equilibrio por completo.

Ir a la siguiente página

Report Page