Respect

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Capítulo 30

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Capítulo 30

Rose

Tony había desaparecido con las primeras luces del alba dejándome sola. Lo había oído y me había dado la vuelta en la cama. Me había besado largamente antes de irse, prometiéndome que esa noche volvería conmigo. Sabía que no dependía de él y que era una promesa que no estaba seguro de poder cumplir. Esa certeza era un nudo en mi estómago que me habría matado. Ya lo sabía.

No había hablado de la visita de Morgan, no había querido estropear nuestro momento . Sabía lo que había hecho y eso era suficiente. Me ocuparía luego de hacer que de alguna manera se reintegrara al trabajo. Era una promesa que le había hecho a ella y a mí misma y la habría cumplido a toda costa. Dados los dos grandes errores que cometí, no me habría sorprendido de haberme equivocado también con Josephine. Si ella quería dormir con Tony, no significaba que lo contrario también fuera cierto. Empezaba a atesorar experiencias pasadas y a entender que tenía que confiar en él.

No podía quedarme todo el día pensando, sería insoportable. Ir al centro de logopedia no era una opción, no hubiese tenido la concentración necesaria para dedicarme ni a un solo paciente. Podía ir a visitar a esas pestes que Tony tenía por sobrinos, me ayudaría a pasar el tiempo y la noche, cuando podría volver a abrazarlo, llegaría más rápidamente de ese modo. Nunca me había acostumbrado a sus peligrosas misiones y nunca lo haría. Raramente sucedía. Una persona del calibre de Tony recibía amigos y enemigos en un ambiente sobre el que ciertamente tenía ventajas. Y, si no era en la casa, como máximo podía tratarse de su oficina. Su fortaleza, el lugar donde podía estar protegido al máximo por sus hombres. Pero no esta vez, esta vez estaría expuesto al peligro, la reunión había sido organizada por la familia Piscopo en su finca en las afueras de Chicago. Eso fue todo lo que me dijo. No podía estar tranquila para nada.

Tomé mi auto. No tenía la costumbre de ir con Roberto y además él estaba con Tony ese día, algo mucho más útil que custodiarme a mí. Le había pedido a mi hermano que me acompañara, no me gustaba la idea de dejarlo solo en casa. Michael había respondido levantando la cabeza de la almohada, medio dormido. Se quedaría en la cama sin sacar su nariz de la casa durante todo el día. Por un momento estuve tentada de quedarme con él, pero no podía. Habría equivalido a macerarse en la preocupación todo el tiempo. Tan pronto como cerré la puerta de su habitación, lo escuché comenzar a roncar nuevamente. No sería capaz de esperar que despertara; todo ese tiempo sin hacer nada, todo ese tiempo a disposición para pensar… no lo conseguiría. Si Michael me había asegurado que estaría encerrado en casa lejos de los peligros, no tenía motivos para creer que no sería así.

Conduje hasta el centro para buscar algunos juguetes para los niños y llegué a Beverly.

Me recibió Carmela, la gobernanta, como siempre feliz de verme.

—Pase, señora Rose, ¿a qué debemos esta visita? ¿A quién le llamo? —Carmela insistía en no tutearme. Si hubiese sabido del embarazo me habría cubierto aún más de atenciones, pero no estaba al tanto, así como nadie de la familia lo estaba. Le correspondía a Tony decírselo a los suyos.

—Vine por los niños.

No hubo necesidad de llamarlos porque Vincent, Carmelo y el pequeño Tony habían escuchado el timbre y estaban corriendo escaleras abajo. Los tres eran un terremoto, un concentrado de energía y confusión.

—¡Tía! ¡Tía Rose! —Se arrojaron a mis brazos saltando y tratando de treparse por mis piernas. Me las arreglé para mantenerlos a raya con los regalos que les había llevado al tiempo que su niñera avanzaba intentando calmarlos un poco.

Mientras disfrutaba el asalto juguetón de los niños, un grito llegó desde arriba.

—¿Qué pasa?

Carmela respondió, girando el plumero en sus manos. Tenía una expresión bastante complacida.

—Alguien está haciendo las maletas.

—¿Quién?

—¿Adivina? —Su rostro no estaba para nada acongojado. Otro grito dio la confirmación a mi sospecha. Pocos instantes después, Josephine bajaba la majestuosa escalera de la casa. Arrastraba con dificultad una pesada maleta oscilando sobre un par de vertiginosos tacones aguja. Estaba furiosa, su expresión lo dejaba ver claramente, sus cejas estaban tan arqueadas que parecía una caricatura. En el último escalón se encontró con mi mirada y el dique se rompió.

—Tú… —me señaló con su dedo índice, furiosa.

—¡Te casaste con un verdadero imbécil pero yo, a los que son como él, los uso y los tiro!

No me tomó mucho tiempo sumar dos y dos. No sabía qué había sucedido pero fácilmente podía imaginarlo. Debería haber tenido más confianza en Tony desde el principio.

Una sonrisa de pura satisfacción apareció en mi cara.

—Déjame imaginar. ¿Acaso Salvo te echó de casa?

Se puso roja, casi morada.

—¿Quizás porque Tony le hizo leer esos mensajes de puta que le enviabas?

Recordé a los niños.

—Cubríos las orejas. —Pero estaban demasiado atrapados en sus nuevos juegos y no nos prestaban atención a nosotras. Redoblé la apuesta—. Aquí la única imbécil fuiste tú. ¿Qué pensabas, que en esta familia todos eran fáciles como tú? Entonces no entendiste las reglas, mi querida, aquí no hay lugar para ti.

En ese momento, Salvo bajó las escaleras y fue el factor determinante que convenció a Jo de correr hacia la puerta principal. Debían haber agotado los temas de discusión hacía tiempo. Jo se fue sin decir nada más. Golpeó el portón mientras Salvo pasaba a mi lado para ir a la cocina.

—Hola —lo saludé seráfica. Tenía dentro de mí la serenidad del vencedor.

—Hola —respondió malhumorado. ¿Cómo culparlo?

En ese momento me dio un poco de pena. Era un hombre de mediana edad, fuera de forma, con menos cabello que cuando lo conocí, que quería vestirse como un joven pero que demostraba haber superado ampliamente los cincuenta años. Podría haber hundido el cuchillo en la herida. Salvo tenía cara de perro apaleado. Era el mejor momento, si hubiese querido. En realidad deseaba fervientemente darle de puñetazos por haber contribuido a poner en crisis mi matrimonio. Pero no podía atribuirle culpas que no tenía. Salvo se había preocupado por su relación. Había puesto en peligro la mía, pero no podía matarlo por eso. Una buena bofetada, sin embargo, me hubiese gustado dársela, a pesar de todo.

En lugar de ello, opté por la diplomacia. Después de todo, tenía algo más en mente.

—¿Cómo va su reunión? —No había necesidad de que añadiera nada más, ambos sabíamos de quién estaba hablando.

—¿Él te lo dijo? —Lo perdoné porque no había odio en sus palabras. Solo había sincero estupor. Salvo nunca había obstaculizado mi presencia en la familia, no tenía motivos para creer que desaprobaba que Tony confiara en mí.

—No pongas esa cara, en los últimos tiempos no habéis sido la pareja más feliz del mundo. —Abrió sus brazos. Era obvio, debía haber estado ante los ojos de todos.

—De todos modos, Tony sabe lo que hace, tendrías que saberlo. Los Piscopo lo respetarán, también respetarán el rol que tiene. Volverá a casa. —Fueron esas tres palabras las que me hicieron perdonar la mala pasada que me había jugado. Había puesto a una mujer como Morgan junto a mi marido, pero él debía haber sido forzado por su mujer. Jo debe haberlo acorralado. Lo demás lo había hecho yo con mi imaginación. Cuando había habido un peligro real, Tony lo había denunciado. Había dejado a Jo a la altura del betún sin dudarlo, echando por la borda la relación de su hermano. No podía pedir un marido mejor. Lo único que quería en ese momento era que volviera a casa, sano y salvo.

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