Respect

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Capítulo 31

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Capítulo 31

Rose

El día parecía interminable. Había almorzado con los niños y Carmela en Beverly. Salvo no se había unido a nosotros, tenía un asunto urgente. No me importó demasiado. Necesitaba algo de distracción y con él junto a mí solo habría pensado en Tony y en el peligro en el que se encontraba. En cambio, con las travesuras de los niños, el tiempo del almuerzo había pasado volando.

Pero había terminado. Y todavía tenía que enfrentar toda la tarde.

No quería saber nada con estar sola en casa. Tenía que mantenerme ocupada de alguna manera. Iría a Kenwood, a la villa de mi padre. Tuve que dejarla a toda velocidad varias noches atrás. Había cogido casi todo, pero había algo de ropa que quería llevarme a casa. Podía ser una buena manera de pasar el tiempo. Me subí a mi auto y llegué en poco menos de veinte minutos.

Siempre tenía las llaves conmigo y abrí sin problemas. Una vez más me encontraba sola en la casa de mi padre, esa que había sido mi casa durante toda una vida. Los muebles de abajo estaban cubiertos por sábanas, al menos los de la sala de estar, tal como los habíamos dejado. Subí al piso de arriba, directo a mi antigua habitación. Solo cuando llegué a mitad de las escaleras me di cuenta que algo no iba bien. No estaba sola. Los ruidos provenían de arriba.

Mi corazón comenzó a latir muy rápido en mi pecho. Tenía que dar media vuelta e irme. Era la decisión más prudente. Estaba sola y a quienquiera que estuviera en casa, no le tomaría mucho tener ventaja sobre mí. Tal vez era un ladrón. ¿Quién podría haber venido en mi ayuda? Ciertamente no Tony, que seguía reunido con los Piscopo. No Michael. No Roberto, no había ninguna custodia conmigo ese día. Sudaba frío. Pero no quería irme. La verdad era que la parte batalladora de mí deseaba con todas fuerzas ver quién se había atrevido a profanar la casa de mi familia. La rabia superó al miedo y seguí subiendo, más cauta y silenciosa. Agarré una pequeña estatua de hierro, un viejo chino, colocada en el alféizar de la ventana de las escaleras. Era mejor que nada para defenderse.

Un chirrido repentino hizo que me sobresaltara, como de un mueble que es movido. Quienquiera que estuviera allí, no tenía reparos en hacer ruido. Era extraño. O pensaba que estaba solo en casa o simplemente le importaba un pimiento. Avancé, arrepintiéndome con cada paso y apretando fuerte la estatuilla en mi mano.

Los ruidos procedían del fondo, de la que una vez había sido la habitación de mi hermano. Tragando el miedo continué avanzando. Superé varias puertas. Provenían de la habitación de Michael, estaba segura ahora. Las alfombras en el suelo atenuaban mis pasos, mi corazón era un tambor enloquecido en mi pecho.

La puerta del dormitorio de Michael estaba entreabierta. En el momento en el que apenas la empujé, relacioné los ruidos a los gemidos. Eran gemidos los que escuchaba. Podía significar solo una cosa…

Por el resquicio de la puerta vi claramente la cama matrimonial y sobre ella precisamente a él. De hecho, Michael estaba debajo, tumbado y completamente desnudo. Arriba estaba Mary, cubierta con nada y cabalgándolo. No podría haber definido de otra manera ese movimiento. Vi la espalda cándida como la leche ondear a un ritmo hipnótico. Mis brazos se aflojaron y mi bolso cayó al suelo. A pesar de la alfombra, produjo un ruido sordo imposible de ignorar.

Todo sucedió al mismo tiempo.

Mary se volvió y gritó.

Mi hermano se sentó con Mary en su regazo.

Puse una mano frente a mi boca.

—Rose, mierda…

Cerré la puerta, rogando que mi mente borrara esa escena para siempre. Pero el daño ya estaba hecho. Apoyé mi espalda contra la pared del pasillo. Pocos segundos y algo de trasiego después, mi hermano apareció en la puerta con la sábana envuelta en su cintura.

—Rose…

Levanté las manos.

—Está bien. Es decir, es vergonzoso, mucho, pero está bien.

—Lo siento, no pensé que alguien vendría. Que tú vendrías.

—Mejor yo que otra persona. ¿El plan no preveía que te quedaras en casa? ¿A salvo? ¿Todo el día?

—No puedo esconderme para siempre. Y además… —pasó una mano por su cabello del color del grano. Estaba despeinado. Sus ojos verdes brillaban con una malicia que conocía bien.

—¿Te habló de lo que sucedió antes? —Lo dije así, brutalmente, señalando con mi barbilla la habitación en la que estaba encerrada Mary.

—Sí. Pero no hubo necesidad. Apenas la besé, la recordé.

Me quedé sin aliento. Mis ojos se humedecieron.

—¿De verdad? Estoy tan feliz…

Michael agarró mis muñecas interrumpiéndome y luego me miró directo a los ojos.

—El día de tu boda tenías un ramo de rododendros y cuando el sacerdote os declaró a ti y a Tony marido y mujer, tenías la cara de quien quería usarlo a modo de martillo en la cabeza del cura, hasta hacer que se desmayara. Cuando me acerqué a ti luego de la ceremonia estaba furioso, pero me dijiste que la familia era lo primero. Me pediste que no menospreciara el sacrificio de tu matrimonio y en ese momento me juré a mí mismo que nunca lo haría.

Contuve la respiración mientras pronunciaba esas palabras, como si de alguna absurda manera hubiese podido interrumpir su recuerdo, si tan solo hubiera respirado.

Me lancé a sus brazos.

—Oh, Michael, entonces te acuerdas de mí.

—Cariño, ahora sí. —Me abrazó tan fuerte que casi me hizo daño, pero no importaba. Nada importaba en ese momento porque mi hermano finalmente había regresado. A mí. Me aparté y lo miré a esos ojos de un verde penetrante.

—Te eché tanto de menos. —Lloré sin avergonzarme. Porque era cierto.

—Nunca me iré de nuevo, Rose.

—Recuerdas también…

—Todavía no, pero estoy seguro de que ese momento también llegará. —Su mirada se volvió dura y no supe si me estaba diciendo la verdad o si había cosas que quería guardar para sí mismo. Solo sabía que la ingenuidad y el desconcierto que había habido hasta ese momento habían dado paso a la mirada determinada que conocía. Era un Mancini, estábamos hechos de la misma madera, nada podría haberlo doblado.

—¿Y ella? —Señalé el dormitorio con mi barbilla.

—Me ha echado una mano.

—Entiendo. —No pregunté más, a pesar de que tenía todas las preguntas en la punta de la lengua. Atrás quedaron los días en que Tony habría tenido un medio infarto al descubrir que su hermana pequeña también tenía una vida sexual. Con mi hermano. Habían sucedido demasiadas cosas para continuar oponiéndose.

—¿Y ahora?

Sus ojos brillaron.

—Ahora estoy esperando que llegue ese imbécil de tu marido para planificar con él una estrategia.

 

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