Requiem

Requiem


Lena

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Lena

Sigue la discusión: adonde ir, si dividirnos o no.

Algunos miembros del grupo quieren volver al sur y luego dirigirse hacia el este en dirección a Waterbury, donde se rumorea que existe un potente movimiento de Resistencia y un enorme campamento de inválidos que florece libre de amenazas. Otros quieren ir hasta Cape Cod, que está prácticamente desierto y que, por lo tanto, ofrece más seguridad a la hora de montar un campamento. Unos pocos, en especial Gordo, quieren seguir hacia el norte y cruzar ilegalmente la frontera de EE UU hasta Canadá.

En el colegio siempre nos contaban que otros países, sitios donde no existe la cura, habían sido asolados por la enfermedad y se habían convertido en terrenos yermos. Pero eso, como casi todo lo demás que nos enseñaron, seguro que era mentira. Gordo ha oído historias a tramperos y vagabundos sobre Canadá, y las cuenta como si describiera el Edén al que se alude en el Manual de FSS.

—Yo voto por Cape Cod —dice Pike. Tiene el pelo rubio, muy claro, cortado implacablemente casi al cero—. Si empiezan a bombardear otra vez…

—Si empiezan a bombardear otra vez, no estaremos a salvo en ningún sitio —le interrumpe Tack. Pike y él siempre chocan por todo.

—Estaremos más seguros cuanto más lejos nos vayamos de las ciudades —alega Pike—. Si la Resistencia se convierte en una rebelión en toda regla, seguramente el gobierno lanzará acciones de represalia. Tendremos más tiempo…

—¿Para qué? ¿Para cruzar el océano a nado?

Tack mueve la cabeza. Está agachado junto a Raven, que arregla una de las trampas. Es asombroso lo feliz que está ella: ahí, sentada en el suelo, tras caminar todo el día y cazar con trampas, mucho más contenta que cuando vivíamos los tres juntos en Brooklyn, fingiendo que éramos curados, en nuestro lindo apartamento de bordes relucientes y superficies pulidas. Allí era como una de esas mujeres que estudiábamos en clase de Historia, enfundadas en sus corsés sin poder apenas respirar ni hablar, ahogadas y pálidas.

—Mirad, no podemos escapar de esto. Más vale que unamos fuerzas, que procuremos juntarnos con el mayor número de gente posible.

Tack capta mi mirada desde el otro lado de la hoguera. Le sonrío. No sé qué han deducido Raven y él de lo que ha pasado entre Álex y yo y de cuál es nuestra historia; a mí no me han comentado nada, pero se muestran más amables de lo normal.

—Estoy de acuerdo con Tack —dice Hunter. Lanza una bala al aire, la atrapa con el dorso de la mano y luego le da la vuelta para que caiga en la palma.

—Podríamos dividirnos en dos grupos —sugiere Raven por enésima vez. Está claro que no le cae bien Pike, ni tampoco Dani. En este nuevo grupo, las líneas de dominación no están tan claramente trazadas, y lo que dicen Tack o ella no se acepta automáticamente como si fuera el Evangelio.

—No nos vamos a dividir —dice firmemente Tack, y enseguida coge la trampa en que estaba trabajando Raven y añade—: Deja que te ayude.

Así es como funcionan ellos, es su lenguaje particular: presionar y ceder, discutir y lograr concesiones. Con la cura, las relaciones son todas iguales, las reglas y las expectativas están muy definidas. Sin la cura, las relaciones tienen que ser reinventadas cada día, hay que interpretar y descifrar los lenguajes constantemente.

La libertad es agotadora.

—¿Tú qué crees, Lena? —pregunta Raven, y Pike, Dani y los otros se giran para mirarme. Ahora que he demostrado mi valía ante la Resistencia, mi opinión tiene valor. Desde las sombras, siento que también Álex me está mirando.

—Cape Cod —digo echando más ramitas al fuego—. Cuanto más nos alejemos de las ciudades, mejor, y tener alguna ventaja es mejor que no tener ninguna. Tampoco es como si fuéramos a estar completamente solos. Allí habrá otros hogares con gente, otros grupos a los que unirnos.

Mi voz suena potente en el claro. Me pregunto si Álex habrá notado este cambio: he ido adquiriendo confianza en mí misma y mi voz resuena más.

Sigue un momento de silencio. Raven me mira pensativa. Luego, de repente, se vuelve y lanza una mirada por encima de su hombro.

—¿Y tú qué opinas, Álex?

—Waterbury —responde él al momento. Se me hace un nudo en el estómago. Sé que es una tontería, sé que se trata de una decisión importante y que no nos afecta solo a nosotros dos, pero no puedo evitar enfadarme. Por supuesto, él no está de acuerdo conmigo. Era de esperar.

—No hay ninguna ventaja en estar aislados y sin acceso a la información —continúa—. Estamos en guerra. Podemos intentar negarlo, podemos tratar de enterrar la cabeza en la arena, pero esa es la verdad. Y la guerra acabará por alcanzarnos de un modo u otro. Yo voto por que nos enfrentemos a la situación.

—Tiene razón —interviene Julián.

Me vuelvo hacia él, sorprendida. Julián casi no habla por las noches, cuando estamos en el fuego de campamento, Creo que todavía no se siente cómodo. Sigue siendo el novato, el forastero y, lo que es peor, un converso. Julián Fineman, hijo del difunto Thomas Fineman, fundador y presidente de América sin Deliria y enemigo de todo lo que nosotros representamos. No importa que él haya renegado de su familia y de su causa y que arriesgase su vida por estar aquí con nosotros. Sé que algunas personas aún no confían en él.

Habla con el ritmo mesurado de un avezado orador.

—No tiene sentido usar tácticas evasivas. Esto no se va a desvanecer. Si la Resistencia crece, el gobierno y el ejército harán todo lo que puedan por detenerla. Tendremos mejores posibilidades de devolver el golpe si estamos cerca cuando suceda. Si no, seremos simplemente conejos en una madriguera, esperando a que nos hagan salir y acaben con nosotros.

Aunque Julián manifiesta su acuerdo con Álex, su mirada está fija en Raven. Álex y Julián nunca se hablan directamente ni se miran, y los demás se cuidan de mencionarlo.

—Yo digo que vayamos a Waterbury —dice Lu, lo que no deja de sorprenderme. El año pasado no quería tener nada que ver con la Resistencia. Quería desaparecer en la Tierra Salvaje, hacerse un hogar tan lejos de las ciudades válidas como fuera posible.

—De acuerdo, entonces —Raven se pone en pie limpiándose la trasera de los vaqueros—. Iremos a Waterbury. ¿Alguna otra objeción?

Durante un instante, todos nos quedamos callados mirándonos unos a otros, nuestras caras sumidas en las sombras. Nadie habla. No me agrada la decisión, y Julián debe notarlo. Me pone una mano en la rodilla y me da un apretón.

—Bueno, ya está decidido. Mañana podemos…

Raven es interrumpida por una repentina ráfaga de voces. Todos nos ponemos de pie, una reacción instintiva.

—¿Qué demonios?

Tack se echa el rifle al hombro e inspecciona la masa boscosa que nos rodea, un muro enmarañado de ramas y trepadoras. Los bosques han vuelto a quedar en silencio una vez más.

—Chist —Raven levanta una mano.

Luego se oye:

—¡Necesito ayuda, gente!

Y luego:

—¡Mierda!

Se percibe un alivio colectivo, cómo se relaja la tensión. Reconocemos la voz de Sparrow. Se ha alejado hace un rato para ocuparse de sus cosas entre los árboles.

—¡Ya vamos, Sparrow! —responde Pike a gritos. Algunos corren hacia él y se convierten en sombras en cuando salen del círculo de luz creado por la hoguera.

Julián y yo nos quedamos donde estamos, y me doy cuenta de que Álex también se queda. Se oyen voces confusas, instrucciones:

—Las piernas, las piernas, cógele de las piernas… —y luego Sparrow y Tack, Pike y Dani llegan de nuevo al claro; cada pareja va cargada con un cuerpo. Al principio me parecen animales envueltos en lonas, pero luego, a la luz del fuego, descubro un brazo pálido que cuelga y se me revuelve el estómago.

Son personas.

—¡Agua, traedme agua!

—Raven, trae el botiquín. Está sangrando.

Durante un instante me quedo paralizada. Cuando Tack y Pike colocan los cuerpos en el suelo, cerca de la hoguera, vislumbro dos rostros: uno anciano, oscuro, curtido, una mujer que ha pasado en la Tierra Salvaje la mayor parte de su vida, si no toda. Le sale saliva por las comisuras de la boca y respira con dificultad, roncamente.

La otra cara es inesperadamente bella. Debe ser alguien de mi edad o incluso más joven. Tiene la piel de color almendra y el largo pelo castaño oscuro le cae por detrás, sobre la tierra.

Recuerdo mi propia huida a la Tierra Salvaje. Supongo que Raven y Tack me encontraron exactamente igual que ella, más muerta que viva, llena de golpes y moratones.

Tack se gira y me sorprende mirando fijamente.

—Lena, échame una mano —dice con severidad. Su voz me saca del trance. Me arrodillo a su lado, junto a la mujer mayor. Raven, Pike y Dani se están ocupando de la chica joven. Julián merodea por detrás de mí.

—¿Qué puedo hacer? —pregunta.

—Necesitamos agua limpia —dice Tack sin levantar la vista. Ha sacado su cuchillo y corta la camisa de la mujer. En algunos sitios parece tenerla casi soldada a la piel, y luego veo, horrorizada, que la parte inferior de su cuerpo sufre graves quemaduras y que sus piernas están cubiertas de llagas infectadas. Tengo que cerrar los ojos un segundo para no vomitar. Julián me roza el hombro con la mano y luego se va a buscar el agua.

—Mierda —murmura Tack cuando descubre una nueva herida. Es un corte largo en su pantorrilla, profundo e infectado—. Mierda —la mujer gime y de nuevo se queda en silencio—. No me abandones ahora —dice Tack. Se quita furiosamente la chaqueta. Le brilla la frente del sudor. Estamos cerca de la hoguera, mientras otros siguen avivando el fuego.

—Necesito un botiquín —agarra una toalla y se pone a cortarla en tiras, con rapidez. Servirán para los torniquetes—. Que alguien me traiga un puto botiquín.

El calor es una muralla junto a nosotros. El humo no deja ver el cielo. Se va metiendo también en mis pensamientos, distorsionando mis impresiones, que empiezan a parecerse a un sueño: las voces, el movimiento, el calor y el olor de los cuerpos, todo fragmentado y sin sentido. No sé si llevo unos minutos arrodillada o varias horas. En algún momento regresa Julián cargando un cubo de agua humeante. Luego se va y vuelve otra vez. Estoy ayudando a limpiar las heridas de la mujer y un rato después ya no reconozco su cuerpo como piel y carne, sino como algo retorcido, extraño y combado, como los trozos de madera petrificada que encontramos en el bosque.

Tack me dice lo que tengo que hacer y yo lo hago. Más agua, esta vez fría. Un trapo limpio. Me pongo de pie, me muevo, cojo los objetos que me pasan y vuelvo con ellos. Transcurren más minutos, más horas.

En algún momento alzo la vista y no es Tack quien está a mi lado, sino Álex. Le está cosiendo a la mujer un corte en el hombro, usando una aguja normal de costura y un hilo largo oscuro. Está muy concentrado, pero se mueve con rapidez y de manera fluida. Está claro que tiene experiencia. Se me ocurre que hay muchas cosas que nunca supe sobre él: sobre su pasado, su papel en la Resistencia, cómo era su vida en la Tierra Salvaje antes de que llegara a Portland, y siento un ramalazo de tristeza tan intensa que casi me pongo a llorar, no por lo que he perdido, sino por las oportunidades que no he aprovechado.

Nuestros codos se tocan. Se aparta.

El humo me tapa la garganta, me cuesta respirar. El aire huele a ceniza. Sigo limpiando las piernas de la mujer y su cuerpo como madera, igual que cuando enceraba la mesa de caoba de mi tía una vez al mes, lenta y cuidadosamente.

Luego, Álex desaparece y vuelve Tack. Me pone las manos en los hombros y me aparta suavemente hacia atrás.

—Ya vale —me dice—. Déjalo. Ya vale. Ya no te necesita.

Durante un segundo pienso: Lo hemos conseguido, ya está a salvo. Pero entonces, cuando Tack me dirige hacia las tiendas, veo la cara de la mujer iluminada por la hoguera, blanca, cerúlea, los ojos abiertos que miran al cielo sin ver, y me doy cuenta de que está muerta y de que todo lo que hemos hecho no ha servido para nada.

Raven sigue arrodillada junto a la joven, pero sus cuidados son menos agitados, y noto que la chica respira de manera regular.

Julián ya está en la tienda. Estoy tan cansada que siento como si anduviera dormida. Se mueve hacia un lado y me deja un hueco y yo casi caigo sobre él, sobre ese pequeño signo de interrogación formado por su cuerpo. Mi pelo apesta a humo.

—¿Estás bien? —susurra Julián, encontrando mi mano en la oscuridad.

—Sí —contesto en voz igualmente baja.

—¿Está bien la mujer?

—Muerta —me limito a decir.

Julián contiene el aliento y noto que su cuerpo se tensa tras de mí.

—Lo siento, Lena.

—No se puede salvar a todos —digo—. No es así como funciona.

Eso es lo que diría Tack, y sé que es verdad, aunque en mi interior yo aún no me lo creo del todo.

Julián me abraza, me besa en la coronilla y entonces me permito avanzar por el túnel del sueño, alejándome del olor a quemado.

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