Requiem

Requiem


Lena

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Lena

Abro los ojos. Una borrosa luz verde ilumina la tienda: es el reflejo del sol al transformarse en color cuando penetra por las finas paredes de tela. Por debajo de mí, el suelo está ligeramente húmedo, como siempre por las mañanas: la tierra desprende rocío, se quita de encima la escarcha nocturna. Oigo voces y el entrechocar de cacharros metálicos. Julián no está.

No puedo recordar cuánto tiempo ha pasado desde que dormí tan profundamente. Ni siquiera recuerdo haber soñado. Me pregunto si esto es lo que significa estar curada: te levantas despejada y renovada, sin que te hayan molestado los largos dedos de sombra que acechan durante el sueño.

Fuera, el aire es sorprendentemente cálido. El canto de los pájaros inunda el bosque. Las nubes se deslizan borrachas por un cielo azul pálido. La Tierra Salvaje confirma audazmente la llegada de la primavera, como los primeros orgullosos petirrojos de pecho hinchado que aparecen en marzo.

Bajo al pequeño arroyo de donde estamos cogiendo el agua. Dani acaba de salir después de bañarse y está de pie totalmente desnuda, secándose el pelo con una camiseta. La desnudez solía chocarme, pero ya casi ni la noto; ella podría ser una nutria oscura que se seca al sol con el pelaje resbaladizo por el agua. Aun así, continúo corriente abajo, me quito la camiseta y me echo agua por la cara y en las axilas, hundo la cabeza en el arroyo y jadeo un poco al sacarla. Sigue estando helada y no me apetece sumergirme del todo.

De vuelta en el campamento, veo que se han llevado el cuerpo de la anciana. Seguramente ya habrán encontrado dónde enterrarla. Me acuerdo de Blue, a la que tuvimos que dejar en la nieve mientras el hielo formaba una capa sobre sus oscuras pestañas y sellaba sus ojos cerrados, y de Miyako, a la que incineramos. Fantasmas, sombras en mis sueños. Me pregunto si alguna vez me veré libre de ellas.

—Buenos días, belleza —dice Raven sin alzar la vista de la chaqueta que está remendando. Sostiene varias agujas en la boca, como un abanico entre sus dientes, y habla a pesar de ellas—. ¿Has dormido bien? —no espera a que conteste—. Hay algo de papeo en el fuego, así que cómetelo antes de que Dani vuelva a por una segunda ronda.

La muchacha a la que rescatamos anoche está despierta y sentada cerca de Raven, a poca distancia de la lumbre, con una manta roja sobre los hombros. Es incluso más guapa de lo que me había parecido. Tiene los ojos de un intenso color verde y su piel es luminosa y de aspecto suave.

—Hola —digo mientras me sitúo entre ella y la hoguera.

Me devuelve una sonrisa tímida, pero no habla y yo siento una oleada de compasión por ella. Me acuerdo de lo aterrorizada que estaba cuando escapé a la Tierra Salvaje y me encontré en mitad de un grupo con Raven, Tack y los demás. Me pregunto de dónde vendrá esta chica y qué cosas terribles habrá visto.

Al borde de la hoguera hay un perol abollado, medio enterrado en la ceniza. Dentro queda un poco de estofado de avena y alubias negras, lo que sobró anoche. Está tan cocido que tiene una textura crujiente y casi no sabe a nada. Me echo un poco en una taza de lata y me obligo a comerlo rápidamente.

Cuando estoy terminando, Álex sale de los bosques con paso enérgico, cargando un contenedor de plástico con agua. Alzo la mirada instintivamente para ver si se da cuenta de mi presencia, pero, como de costumbre, mantiene la mirada fija en el aire por encima de mi cabeza.

Pasa junto a mí y se detiene al lado de la chica nueva.

—Toma —dice. Su voz suena suave, es la voz del Álex de antes, el Álex de mis recuerdos—. Te he traído un poco de agua. No te preocupes, está limpia.

—Gracias, Álex —contesta la chica. El nombre me suena mal cuando lo pronuncia ella y me provoca una sensación de desconcierto, como cuando era niña y acudía al Festival de la Fresa en el Paseo de Eastern Prom y entraba en la Casa de los Espejos, como si todo estuviera distorsionado.

Tack, Pike y algunos otros salen de entre los árboles detrás de Álex, abriéndose paso con esfuerzo entre las ramas. Julián es uno de los últimos, y me pongo de pie y me dirijo corriendo hacia él, lanzándome a sus brazos.

—Pero bueno —se ríe, se echa un poco hacia atrás y me abraza, mostrándose sorprendido y encantado. Nunca soy tan cariñosa con él durante el día, delante de los demás—. ¿A qué ha venido eso?

—Te echaba de menos —digo, me falta el aliento sin saber por qué. Apoyo la frente en su clavícula, coloco una mano en su pecho. Su ritmo me reconforta. Él es real, él es el ahora.

—Hemos hecho un barrido completo —cuenta Tack—. Un círculo de cinco kilómetros. Todo parece en orden. Los carroñeros deben haberse ido en otra dirección.

Julián se tensa. Me vuelvo a mirar a Tack.

—¿Carroñeros? —pregunto.

Tack me lanza una mirada y no contesta. Se ha detenido ante la chica nueva. Álex sigue sentado junto a ella. Sus brazos están separados apenas por unos centímetros y empiezo a observar fijamente el espacio entre sus hombros y codos, que forman como la mitad de un reloj de arena.

—¿No te acuerdas de qué día llegaron? —pregunta Tack a la muchacha, y me doy cuenta de que se esfuerza por no mostrar su inquietud. En apariencia, él es todo furia, furia y brusquedad, igual que Raven. Por eso se llevan tan bien.

La muchacha se muerde el labio. Álex le acaricia la mano, suave, reconfortante, y de pronto yo me revuelvo, de la cabeza a los pies, con la sensación de que voy a vomitar.

—Venga, Coral —dice. Coral. Claro, tenía que llamarse Coral. Algo bello, delicado y especial.

—Es… es que no me acuerdo.

Tiene la voz casi tan grave como los chicos.

—Inténtalo —dice Tack. Raven le mira airada. Su gesto es claro: No te pases.

La muchacha se ciñe algo más la manta en torno a los hombros. Se aclara la garganta.

—Llegaron hace pocos días, tres o cuatro, no sé exactamente. Habíamos encontrado un viejo granero, casi intacto… Dormíamos allí. Éramos un grupo pequeño: David y Tígg y… y Nan —su voz se quiebra un poco y contiene el aliento—. Y algunos más, ocho en total. Llevábamos juntos desde que vine por primera vez a la Tierra Salvaje. Mi abuelo era un sacerdote de una de las antiguas religiones —alza la vista desafiante, como retándonos a que la critiquemos—. Se negó a convertirse al Nuevo Orden y fue asesinado —se encoge de hombros—. Desde entonces, mi familia fue perseguida. Y cuando resultó que mi tía era simpatizante… Bueno, nos pusieron en la lista negra. No podíamos conseguir trabajo ni que nos asignaran pareja, por mala que fuese. No había un casero en todo Boston que quisiera alquilarnos una casa, aunque tampoco teníamos con qué pagar…

Su voz se ha ido llenando de amargura. Me doy cuenta de que es solo la experiencia traumática que acaba de vivir lo que le da un aspecto frágil. En circunstancias normales es una líder, como Raven. Como Hana.

Siento otro ataque de envidia al ver cómo la mira Álex.

—Los carroñeros —la anima Tack.

—Déjalo, Tack —interrumpe Raven—. No está preparada para hablar de eso.

—No, sí, sí que puedo. Es que… casi no me acuerdo… —vuelve a mover la cabeza, esta vez con aire confundido—. Nan tenía un problema con las articulaciones. No le gustaba estar sola en la oscuridad cuando tenía que ir al baño. Le daba miedo caerse —se aprieta más las rodillas contra el pecho—. Nos turnábamos para acompañarla. Aquella noche me tocaba a mí. Esa es la única razón por la cual no estoy… Es la única razón…

Se interrumpe.

—¿Así que los otros están muertos? —la voz de Tack suena a hueco.

Ella asiente. Dani murmura joder y lanza con el pie algo de tierra al aire, a ningún sitio en particular.

—Quemados —dice la chica—. Mientras dormían. Vimos cómo ocurría. Los carroñeros rodearon el sitio y ¡paf!… Ardió como una tea. Nan perdió la cabeza. Se echó a correr directamente hacia el granero. Yo fui tras ella… Después ya no recuerdo mucho. Me pareció que ella estaba en llamas… y luego recuerdo que me desperté en una zanja y estaba lloviendo… y después nos encontrasteis…

—Joder, joder, joder —cada vez que Dani pronuncia la palabra, le da una patada a un puñado de tierra.

—No ayudas —estalla Raven.

Tack se frota la frente y suspira.

—Se han ido de la zona —dice—. Eso nos da un margen. Esperemos que nuestros caminos no se crucen.

—¿Cuántos eran? —le pregunta Pike. Ella mueve la cabeza—. ¿Cinco? ¿Seis? ¿Diez? Venga, tienes que darnos algo con lo que…

—Yo lo que quiero saber es por qué —interrumpe Álex. Aunque habla en tono bajo, al instante todos se quedan callados y escuchan. Eso me encantaba de él: la forma en que puede hacerse con el control de una situación sin alzar la voz, la autoridad y confianza que irradia siempre.

Y ahora se supone que no debo sentir nada, así que me centro en pensar que Julián está detrás de mí, solo a unos centímetros de distancia, en que las rodillas de Álex y Coral casi se tocan y en que él no se aparta y parece tomárselo con mucha naturalidad.

—¿Por qué atacar? ¿Por qué quemar el granero? No tiene sentido —Álex mueve la cabeza—. Todos sabemos que los carroñeros se dedican a saquear y robar, no a destruir. Esto no fue un robo, fue una masacre.

—Los carroñeros trabajan con la ASD —dice Julián. Pronuncia las palabras con fluidez, aunque debe costarle. La ASD era la organización de su padre, la obra de su familia, y hasta que él y yo nos vimos metidos en la misma celda hace unas pocas semanas, también era su proyecto vital.

—Exacto —Álex se pone de pie. Aunque Julián y él están otra vez hablando, respondiéndose, se niega a mirar hacia nosotros. Mantiene la mirada fija en Raven y en Tack—. Para ellos ya no tiene que ver con la supervivencia, ¿verdad? Tiene qué ver con que están a sueldo de alguien a quien obedecen. Las apuestas son más altas y los objetivos son distintos.

Nadie le contradice. Todos sabemos que tiene razón. A los carroñeros nunca les ha importado la cura. Vinieron a la Tierra Salvaje porque no pertenecían a la sociedad normal, o porque los echaron. Vinieron sin ninguna afiliación ni lealtad a nada, sin ideales ni sentido del honor. Y aunque siempre han sido despiadados, sus ataques antes tenían una función: saqueaban y robaban, se llevaban suministros y armas y no les importaba matar para lograrlo.

Pero asesinar sin sentido y sin un objetivo…

Eso es muy diferente. Eso es asesinar por encargo.

—Van a por nosotros —Raven habla lentamente, como si la idea acabara de ocurrírsele. Se vuelve a Julián—. Van a acosarnos y a cazarnos como… como a animales, ¿no?

En ese momento, todos le miran: algunos, con curiosidad; otros, con resentimiento.

—No lo sé —dice las palabras con un leve tartamudeo. Luego continúa—: No pueden permitir que sigamos vivos.

—¿Ahora ya puedo decir joder? —pregunta Dani sarcásticamente.

—Pero si la ASD y los reguladores están usando a los carroñeros para acabar con nosotros, eso significa que la Resistencia tiene poder —protesto yo—. Nos ven como una amenaza. Eso es algo positivo.

Durante años, los inválidos que vivían en la Tierra Salvaje estuvieron protegidos por el gobierno, cuya postura oficial era que la enfermedad, deliria nervosa de amor, había sido totalmente erradicada durante la gran campaña de bombardeo aéreo y que todas las personas infectadas habían sido eliminadas. Ya no había amor. Reconocer que existían comunidades inválidas habría sido admitir su fracaso.

Pero ahora la propaganda no funciona. La Resistencia se ha hecho demasiado amplia y demasiado visible. Ya no pueden ignorarnos por más tiempo, o fingir que no existimos, así que ahora tienen que intentar borrarnos del mapa.

—Sí, veremos lo bien que nos va cuando los carroñeros nos frían mientras dormimos —replica Dani.

—Por favor —Raven se pone de pie. Una tira blanca cruza su pelo negro. Nunca me había dado cuenta antes, y me pregunto si siempre la ha llevado o se la ha puesto hace poco—. Simplemente, tendremos que tener más cuidado. Haremos mejores reconocimientos del terreno cuando vayamos a montar un campamento y pondremos guardia por la noche, ¿vale? Si vienen a cazarnos, tendremos que ser más listos y más rápidos. Y tendremos que trabajar juntos. Cada día somos más, ¿no? —mira deliberadamente a Pike y a Dani y luego dirige la vista a Coral—. ¿Te sientes fuerte para caminar?

Coral asiente:

—Creo que sí.

—Entonces, vamos —Tack se está poniendo nervioso. Deben de ser por lo menos las diez—. Hagamos una última ronda. Comprobad las trampas, empezad a recogerlo todo. Nos piramos en cuanto estemos listos.

Tack y Raven ya no tienen el control incontestable del grupo, pero aún pueden conseguir que la gente se mueva y, en este caso, nadie discute. Llevamos casi tres días acampados cerca de Poughkeepsie y, ahora que hemos decidido adonde dirigirnos, todos estamos impacientes por llegar allí.

El grupo se dispersa cuando la gente se va metiendo entre los árboles. Llevamos menos de una semana viajando juntos pero cada uno ha asumido ya un papel diferente. Tack y Pike son los cazadores; Raven, Dani, Álex y yo nos turnamos comprobando las trampas; Lu transporta y hierve el agua; Julián recoge y descarga y vuelve a recoger. Otros remiendan la ropa y ponen parches en las tiendas. En la Tierra Salvaje, la existencia depende del orden.

En eso, los curados y los incurados están de acuerdo.

Me sitúo a la altura de Raven, que está subiendo una pequeña pendiente hacia una fila de cimientos de casas bombardeadas, donde antaño debió haber un bloque de viviendas. Por esta zona se ven huellas de mapaches.

—¿Va a venir con nosotros? —estallo.

—¿Quién? —Raven parece sorprendida de verme junto a ella.

—La chica —intento mantener un tono de voz neutro—. Coral.

Raven me mira arqueando una ceja.

—No es que tenga muchas opciones, ¿no? O viene con nosotros o se queda y se muere de hambre.

—Pero… —no puedo explicar por qué me empeño en que no deberíamos confiar en Coral—. No sabemos nada de ella.

Raven deja de caminar. Se vuelve hacia mí.

—No sabemos nada de nadie —dice—. ¿Aún no lo entiendes? Tú no sabes una mierda de mí, yo no sé una mierda de ti. Para el caso, tú no sabes una mierda de ti misma tampoco.

Me acuerdo de Álex, la extraña figura helada de un chico al que creí conocer una vez. Puede que él no haya cambiado tanto. Quizá yo nunca le conocí en absoluto.

Raven suspira y se frota la cara con las dos manos.

—Mira, lo que he dicho antes iba en serio. Todos estamos en esto juntos y tenemos que actuar así.

—Lo entiendo —digo. Miro atrás, hacia el campamento. Desde lejos, la manta roja sobre los hombros de Coral es una nota discordante, como una mancha de sangre en un suelo de madera pulida.

—Creo que no —dice Raven. Se coloca delante de mí obligándome a mirarla a los ojos: son duros, parecen casi negros—. Esto, lo que está sucediendo en este momento, es lo único que importa. No es un juego. No es una broma. Esto es la guerra. Es algo más grande que tú y que yo. Es más grande que todos nosotros juntos. Nosotros ya no importamos —su voz se suaviza—. ¿Te acuerdas de lo que siempre te he dicho? El pasado está muerto.

Me doy cuenta en ese momento de que está hablando de Álex. Empiezo a sentir una tensión en la garganta, pero me niego a permitir que me vea llorar. No voy a volver a llorar por Álex nunca más.

Echa a andar otra vez.

—Anda —me dice por encima del hombro—. Deberías ayudar a Julián a recoger las tiendas.

Miro hacia atrás. Él ya tiene la mitad de las tiendas desmanteladas. Mientras le miro deshace una más, que se encoge hasta quedarse en nada, como cuando sale un champiñón pero al contrario.

—Lo tiene controlado —digo—. No me necesita.

Hago ademán de seguirla.

—Confía en mí —Raven se gira tan rápido que su negro pelo se extiende como un abanico a su espalda—. Te necesita.

Durante un instante nos quedamos ahí, mirándonos la una a la otra. Algo relampaguea en sus ojos, una expresión que no consigo descifrar. Una advertencia, tal vez.

Luego forma una sonrisa con los labios.

—Sigo estando al mando, ya sabes —dice—. Tienes que hacerme caso.

Así que me doy la vuelta y bajo la colina hacia el campamento, hacia Julián, que me necesita.

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