Requiem

Requiem


Lena

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Lena

Me despierto por el ruido y el movimiento. Julián se ha ido.

El sol está alto, el cielo despejado y el día tranquilo. Aparto las mantas con el pie y me siento, parpadeando. Me sabe la boca a polvo.

Raven está arrodillada cerca echando ramitas, de una en una, a uno de los fuegos del campamento. Alza la mirada hacia mí.

—Bienvenida a la tierra de los vivos. ¿Has dormido bien?

—¿Qué hora es? —pregunto.

—Mediodía —se pone de pie—. Estábamos a punto de bajar al río.

—Voy con vosotros.

Agua: eso es lo que necesito. Necesito beber y lavarme. Tengo la sensación de que todo mi cuerpo está cubierto de mugre.

—Vamos, entonces —dice.

Pippa está sentada en la linde de su territorio, hablando con una mujer desconocida.

—Es de la Resistencia —explica Raven cuando ve que me quedo mirando, y mi corazón salta de una manera peculiar en mi pecho. Mi madre está con la Resistencia. Es posible que esa extraña la conozca—. Llega una semana tarde. Venía de New Haven con pertrechos, pero fue atacada por una patrulla.

Trago saliva. Me da miedo pedirle noticias a la desconocida. Me aterra que me desilusione una vez más.

—¿Tú crees que Pippa se va a ir de Waterbury? —pregunto.

Raven se encoge de hombros.

—Ya veremos.

—¿Adónde vamos a ir nosotros? —le pregunto.

Me lanza una pequeña sonrisa y me toca el codo.

—Oye, no te preocupes tanto, ¿vale? Eso es tarea mía.

Siento una oleada de afecto hacia ella. Las cosas entre nosotras no han sido igual desde que descubrí que Tack y ella nos habían usado, a mí y a Julián, para el movimiento. Pero sin ella yo estaría perdida. Todos estaríamos perdidos.

Tack, Hunter, Bram y Julián están de pie juntos, sosteniendo varios cubos improvisados y contenedores de tamaños distintos. Sin duda, estaban esperando a Raven. No sé dónde están Coral y Álex. Tampoco veo a Lu.

—Hola, dormilona —dice Hunter. Parece haber dormido bien. Tiene mil veces mejor aspecto que ayer y ya no tose.

—Venga, empecemos esta fiesta —dice Raven.

Abandonamos la seguridad relativa del campamento de Pippa y nos metemos entre el barullo de gente, nos adentramos en el laberinto de refugios improvisados y tiendas de campaña remendadas. Intento no aspirar profundamente. Huele mal, a cuerpos que no se lavan y, lo que es peor, a olores de cuarto de baño. El aire está lleno de moscas y bichos. Me muero por meterme en el agua, por quitarme de encima la suciedad y los olores. A lo lejos, distingo apenas el hilo oscuro del río, que serpentea por el lado sur del campamento. Ya no falta mucho.

Poco a poco, las tiendas y los refugios van escaseando hasta desaparecer. Tiras de cemento, ahora fragmentadas y agrietadas, cruzan el paisaje. Los cuadrados grandes marcan los cimientos donde había casas.

A medida que nos aproximamos al río, vemos que en sus orillas se ha juntado una multitud. La gente grita, empujándose y dándose codazos para llegar al agua.

—¿Y ahora qué pasa? —rezonga Tack.

Julián se sube el asa de los cubos hacia el hombro y frunce el ceño, aunque sigue callado.

—No hay problema —dice Raven—. Todos están excitados ante la idea de darse una ducha —pero su voz suena forzada.

Nos abrimos paso a la fuerza entre la espesa marea de cuerpos. El olor es abrumador. Me dan náuseas, pero no hay sitio para moverse, no hay forma de llevarse una mano a la boca. Una vez más, agradezco ser bajita, eso al menos me permite escabullirme por los huecos más pequeños entre la gente, y lucho por llegar la primera a la parte delantera de la muchedumbre, hasta alcanzar la empinada ribera pedregosa del río, mientras la masa de gente continúa aumentando a mis espaldas, esforzándose por llegar.

Algo pasa. El agua está muy baja, es solo un hilo de unos treinta centímetros aproximadamente, y con menos profundidad todavía, y viene tan revuelta que parece casi lodo. A medida que el río fluye hacia la ciudad, se llena con un puzle móvil de gente que se acumula en la ribera, desesperada por llenar sus botellas y cubos. Desde lejos, parecen insectos.

—¿Qué demonios…? —Raven consigue llegar por fin a la orilla y se queda junto a mí, asombrada.

—Se está acabando el agua —digo. Al ver esa aletargada corriente de lodo, me entra el pánico. De repente siento más sed de la que he sentido en mi vida.

—Imposible —dice Raven—. Pippa comentó que ayer el río fluía como siempre.

—Será mejor que cojamos la que podamos —dice Tack. Además de él, Hunter y Bram han conseguido por fin pasar entre la gente. Julián los sigue un momento después. Tiene la cara roja de sudor. Su pelo está pegado a la frente. Durante un momento, me siento profundamente triste por él. Nunca debería haberle pedido que viniera aquí conmigo. Nunca debería haberle pedido que cruzara al otro bando.

Cada vez más gente baja al río y pelea por la poca agua que queda. No hay opción: tenemos que luchar con ellos. Al acercarme al agua, alguien me empuja para apartarme y acabo cayendo de espaldas.

Aterrizo en las rocas con un buen golpe. El dolor me recorre la columna, e incorporarme me lleva tres intentos. Demasiada gente pasa junto a mí y me empuja. Por fin, Julián se abre paso entre ellos y me ayuda a ponerme de pie.

Al final, conseguimos solo una parte muy pequeña del agua que queríamos y perdemos algo en el camino de regreso al campamento de Pippa, cuando un hombre se tropieza con Hunter, haciendo oscilar uno de los cubos. El agua que hemos recogido está llena de barro, y se quedará todavía en menos cuando la hirvamos y separemos la tierra. Si pensara que puedo permitirme desperdiciar líquido, lloraría.

Pippa y la mujer de la Resistencia están de pie en el centro de un pequeño círculo de gente. Álex y Coral han vuelto. No puedo evitar hacer especulaciones sobre dónde han estado juntos.

Es una tontería, cuando hay tantas otras cosas de las que preocuparse, pero aun así la mente sigue volviendo a esta en particular.

Deliria nervosa de amor: afecta a la mente de forma que no se puede pensar con claridad, ni tomar decisiones racionales sobre el propio bienestar. Síntoma número doce.

—El río… —comienza a decir Raven cuando nos acercamos pero Pippa la interrumpe.

—Ya lo hemos oído —tiene una expresión sombría. A la luz del día, me doy cuenta de que es mayor de lo que yo pensaba. Había asumido que tenía treinta y pocos años, pero su cara tiene muchas arrugas y su pelo es gris por las sienes. O quizá es solo el efecto de estar aquí, en la Tierra Salvaje, y de luchar en esta guerra—. No fluye.

—¿Qué quieres decir? —pregunta Hunter—. Un río no deja de fluir de la noche a la mañana.

—Deja de fluir si se construye una presa —dice Álex.

Durante un segundo, se produce un silencio.

—¿Qué quieres decir con una presa? —Julián es el primero en hablar. Él también está intentando luchar contra el pánico. Lo noto en su voz.

Álex se le queda mirando.

—Una presa —repite—. O sea, algo que detiene la corriente, que la bloquea. Se construye una pared que obstruye y confina…

—¿Pero quién la ha construido? —le corta Julián. Se niega a mirar a Álex, pero es este quien le responde.

—Está claro, ¿no? —se mueve ligeramente, alineando su cuerpo hacia Julián. El ambiente está cargado de electricidad—. La gente del otro lado —se detiene—. Tu gente.

Julián todavía no está acostumbrado a perder los estribos. Abre la boca y la vuelve a cerrar. Pregunta, muy calmado:

—¿Qué has dicho?

—Julián.

Coloco una mano en su brazo.

Pippa interviene:

—Waterbury estaba prácticamente evacuado antes de que yo llegara —dice—. Pensamos que era por la Resistencia. Lo tomamos como un síntoma de avance —suelta una áspera carcajada—. Claramente, tenían otros planes. Han cortado el suministro de agua en la ciudad.

—Bueno, pues tendremos que irnos —dice Dani—. Hay otros ríos. La Tierra Salvaje está llena de ellos. Iremos a otra parte.

Su sugerencia es recibida en silencio. Su mirada va de Pippa a Raven.

Pippa se pasa una mano por la corta pelusilla de su cabeza.

—Sí, claro —la mujer de la Resistencia interviene. Tiene un acento peculiar, cantarín y melodioso, como mantequilla derretida—. La gente que podamos reunir, los que puedan ser movilizados, podremos irnos. Podemos dispersarnos, dividirnos en grupos, volver a la Tierra Salvaje. Pero seguramente haya patrullas esperándonos. Sin duda estarán concentrándose en estos momentos. Es más fácil para ellos si estamos en grupos pequeños, hay menos posibilidades de que podamos luchar. Además, es mejor para la cobertura mediática. Una carnicería a gran escala resulta más difícil de encubrir.

—¿Cómo sabes tanto?

Me vuelvo. Lu acaba de unirse al grupo. Le cuesta trabajo respirar y le brilla la cara, como si hubiera venido corriendo. Me pregunto dónde ha estado todo este rato. Como de costumbre, tiene el pelo suelto, pegado al cuello y a la frente.

—Esta es Summer —dice serenamente Pippa—. Está con la Resistencia. Ella es la razón de que podáis cenar esta noche.

El mensaje subyacente es claro: Cuidado con lo que decís.

—Pero tenemos que irnos —la voz de Hunter es casi un ladrido. Me dan ganas de apretarle la mano. Hunter nunca pierde los papeles—. ¿Qué otra opción nos queda?

Summer no se achica.

—Podríamos plantar cara —dice—. Todos estábamos deseando tener una oportunidad de juntarnos y de sacar algo de todo este desmadre —hace un gesto señalando el despliegue de refugios, como enormes fragmentos de metralla, cuyo brillo se extiende hacia el horizonte—. Ese era el objetivo de venir a la Tierra Salvaje, ¿no?, para todos nosotros. Estábamos hartos de que nos dijeran lo que teníamos que elegir.

—¿Pero cómo luchamos? —me siento más insegura ante esta mujer, con su suave voz musical y sus ojos intensos, de lo que me he sentido ante nadie desde hace mucho tiempo, pero continúo de todos modos—. Ya estamos bastante débiles. Pippa ha dicho que no estamos organizados. Y sin agua…

—No estoy sugiriendo un enfrentamiento frontal —me interrumpe—. Ni siquiera sabemos a qué nos enfrentamos, cuánta gente queda en la ciudad, ni si hay patrullas que se están congregando en la Tierra Salvaje. Lo que sugiero es que reconquistemos el río.

—Pero si han construido una presa…

Una vez más, me interrumpe.

—Las presas se pueden volar —dice con sencillez.

Nos quedamos en silencio durante un segundo. Raven y Tack intercambian una mirada. Actuando por costumbre, esperamos a que uno de ellos intervenga.

—¿Cuál es tu plan? —dice Tack, y así, sin más, sé que es de verdad. Esto está sucediendo. Esto va a suceder.

Cierro los ojos. Me vuelve una imagen: cuando nos bajamos de la furgoneta con Julián después de escapar de Nueva York y creíamos, en aquel momento, que ya habíamos escapado a lo peor, que la vida empezaba de nuevo para nosotros.

Por el contrario, la vida se ha vuelto más dura.

Me pregunto si eso va a cambiar alguna vez.

Siento en mi hombro la mano de Julián: un apretón para tranquilizarme. Abro los ojos.

Pippa se acuclilla y dibuja en el suelo con un dedo una línea como una lágrima grande.

—Digamos que esto es Waterbury. Nosotros estamos aquí —dibuja una equis en el sureste del extremo más ancho—. Y sabemos que cuando empezó la lucha, los curados se retiraron al lado oeste de la ciudad. Yo diría que el corte de agua está aproximadamente en esta zona.

Marca al azar otra equis en el lado este, donde la lágrima comienza a estrecharse.

—¿Por qué? —dice Raven. Su cara vuelve a estar viva, alerta. Durante un instante, al mirarla, me entra un pequeño escalofrío. Ella vive para esto, para la lucha, para la batalla por la supervivencia. Ella verdaderamente disfruta con esto.

Pippa se encoge de hombros.

—Esta es mi hipótesis: en esa parte de la ciudad era casi todo parque; probablemente, lo que hayan hecho es inundarla por completo, después de redirigir el cauce. Allí habrán reforzado las defensas, claro, pero si tuvieran suficiente potencia de fuego para aniquilarnos, ya nos habrían atacado. Estamos hablando de las fuerzas que han logrado reunir en una o dos semanas.

Alza la vista hasta nosotros para asegurarse de que seguimos su explicación. Luego dibuja una flecha en torno a la base de la lágrima, apuntando hacia arriba.

—Probablemente estarán esperando que vayamos al norte, desde donde viene la corriente. O pensarán que nos vamos a dispersar —dibuja líneas que salen en varías direcciones desde la base de la lágrima; ahora parece una cara sonriente y barbuda, desquiciada—. Yo creo que, por el contrario, deberíamos lanzar un ataque directo, mandar un pequeño grupo a la ciudad, abrir la presa con una explosión.

Traza una línea que corta la lágrima en dos.

—Me apunto —dice Raven. Tack escupe. No tiene que decir nada para que se sepa que él también.

Summer se cruza de brazos, mirando el diagrama de Pippa.

—Necesitaremos tres grupos separados —dice lentamente—. Dos que distraigan creando problemas en diferentes lugares… —se inclina y hace dos equis en dos puntos distintos de la periferia—, y un grupo más pequeño que entre, haga el trabajo y salga.

—Me apunto —interviene Lu—. Siempre que pueda participar en el grupo principal. No quiero estar en nada de eso de distraer la atención.

Eso me sorprende. En el antiguo hogar, ella nunca mostró interés por unirse a la Resistencia. Ni siquiera se hizo una cicatriz falsa de la operación. Lo único que quería era mantenerse lo más lejos posible de la lucha, quería fingir que el otro lado, el lado curado, no existía. Algo debe haber cambiado en los meses en que hemos estado separadas.

—Lu puede venir con nosotros —sonríe Raven—. Es un amuleto de buena suerte andante. Así es como consiguió su nombre. ¿No es así, Lucky?

Lu no contesta.

—Yo también quiero ser parte del grupo principal —interviene Julián de repente.

—Julián —susurro. Él me ignora.

—Yo iré donde haga más falta —dice Álex. Julián le mira y durante un instante percibo el resentimiento entre ellos, una fuerza contundente, afilada.

—Y yo también —dice Coral.

—Contad con nosotros —dice Hunter hablando también en nombre de Bram.

—Yo quiero ser la que encienda la cerilla —dice Dani.

Otra gente se va apuntando, ofreciéndose para diferentes tareas. Raven me mira.

—¿Y tú qué, Lena?

Noto sobre mí los ojos de Álex. Tengo la boca seca, el sol es tan cegador que aparto la vista hacia los cientos y cientos de personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares, a dejar atrás su vida para venir a este lugar de polvo y suciedad, todo porque querían el poder de sentir, de pensar, de elegir.

No podían saber que esto era una mentira, que nunca elegimos de verdad, no del todo. Siempre nos presionan y nos aprietan para que vayamos por un camino o por otro. No nos queda más remedio que dar un paso adelante y luego dar otro paso más y luego otro, y de repente nos encontramos en un camino que no hemos elegido en absoluto.

Pero quizá la felicidad no se encuentra en elegir. Quizá en la ficción, en fingir que el lugar donde acabamos era donde queríamos estar desde el principio.

Coral se mueve y lleva la mano al brazo de Álex.

—Yo voy con Julián —digo por fin.

Esto, después de todo, es lo que he elegido.

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