Requiem

Requiem


Lena

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Lena

Durante la primera parte del día no vemos ninguna señal de los soldados y se me ocurre que quizá Lu nos haya mentido, Me invade la esperanza. Quizá no ataquen el campamento después de todo, y no le pase nada a Pippa. Claro que siempre tendrán el problema del dichoso río, pero ella encontrará un modo de resolverlo. Es como Raven: una superviviente nata.

Pero por la tarde oímos gritos a lo lejos. Tack alza una mano indicando silencio. Todos nos quedamos paralizados y, cuando él nos hace una señal, nos dispersamos por el bosque. Julián se ha adaptado bien a la Tierra Salvaje y a nuestra necesidad de camuflarnos. Un instante está de pie junto a mí y al siguiente desaparece tras un pequeño grupo de árboles. Los demás se desvanecen con la misma rapidez.

Yo me agacho detrás de una antigua pared de cemento, que parece haber caído al azar desde algún sitio. Me pregunto a qué tipo de estructura pertenecía y, de pronto, me acuerdo de una historia que Julián me contó cuando estuvimos presos juntos, de una niña llamada Dorothy cuya casa se elevaba en espiral hacia el cielo por la fuerza poderosa de un tornado y terminaba llegando a un país mágico.

A medida que el sonido de los gritos se hace más fuerte y que el ruido de las armas y de las pisadas de botas se convierte en un ritmo regular y pesado, me encuentro imaginando que nosotros también nos desvanecemos: todos nosotros, todos los inválidos, la gente a la que se ha empujado por todos los medios para echarla de la sociedad, todos desaparecemos como por ensalmo y, al despertar, nos encontramos en un lugar distinto.

Pero esto no es un cuento de hadas. Esto es abril en la Tierra Salvaje y el barro negro que se va filtrando por mis zapatillas y nubes de mosquitos que merodean y aliento contenido y esperas.

Las tropas están a unos cien metros de nosotros, bajando por una suave pendiente, al otro lado de un pequeño arroyo. Desde nuestra posición más elevada, vemos sin dificultad la larga línea de soldados a medida que se hace visible, una mancha de uniformes militares que entra y sale de entre los árboles. El contorno de las hojas en forma de diamante se funde a la perfección con la masa borrosa y móvil de hombres y mujeres con uniforme de camuflaje, que cargan ametralladoras y gas lacrimógeno. Da la sensación de que no termina nunca.

Por fin acaba el paso de los soldados y, sin hablar, nos ponemos de acuerdo para reagruparnos y comenzar a caminar de nuevo. El silencio está cargado de inquietud. Intento no pensar en aquella gente del campamento, contenida en un cuenco de tierra, atrapada. Me acuerdo de una vieja expresión, como pescar en un balde, y me dan unas ganas salvajes e inapropiadas de reír. Eso es lo que son todos esos inválidos: peces con mirada salvaje y vientre pálido, vueltos hacia el sol, como si ya estuvieran muertos.

Conseguimos llegar a la casa de seguridad en algo menos de doce horas. El sol ha completado su ciclo y en este momento se esconde tras los árboles, descomponiéndose en vetas acuosas de naranja y amarillo. Me recuerda los huevos escalfados que me preparaba mi madre cuando estaba enferma, cómo la yema se extendía por el plato, con un color dorado vivo y asombroso, y siento una punzada de nostalgia de mi hogar. Ni siquiera estoy segura de si echo de menos a mi madre o, sencillamente, la antigua rutina de mi vida: una vida de escuela y compañeras, y reglas que me mantenían a salvo; de límites y fronteras, hora del baño y toque de queda. Una vida sencilla.

Localizamos la casa de seguridad. Es una pequeña estructura de madera, no más amplia que una letrina exterior y equipada con una puerta bastante tosca. Todo debe haber sido construido con materiales recuperados tras el gran bombardeo. Cuando Tack abre la puerta, girándola sobre sus bisagras oxidadas, dobladas y retorcidas como todo lo demás, apenas distinguimos unos cuantos peldaños que descienden a un agujero oscuro.

—Esperad —Raven se arrodilla, busca a tientas en una de las mochilas que le ha dado Pippa y saca una linterna—. Iré yo primero.

El aire huele a humedad y a algo más, un olor agridulce que no consigo identificar. Seguimos a Raven por las empinadas escaleras. Dirige la linterna a una sala que es sorprendentemente espaciosa y está muy limpia: estanterías, algunas mesas desvencijadas, un hornillo de queroseno. Más allá hay un pasillo en penumbra que lleva a otros cuartos. Siento un aleteo de calidez en el pecho. Me recuerda al hogar cerca de Rochester.

—Debería haber lámparas en algún sitio.

Raven da varios pasos hacia el interior de la habitación. La luz barre en zigzag el suelo de cemento y veo un par de ojillos relucientes, un destello de pelo gris. Ratones.

Raven encuentra en un rincón un montón de polvorientas lámparas que funcionan a pilas. Hacen falta tres para acabar con todas las sombras del cuarto. Normalmente ella insistiría en ahorrar electricidad, pero creo que piensa, como todos los demás, que esta noche necesitamos tanta luz como podamos conseguir. De otro modo, las imágenes del campamento volverán a atormentarnos, cargadas sobre tenebrosos dedos plateados: toda esa gente atrapada, impotente. Lo que debemos hacer es centrarnos en esta habitación brillante, pequeña, subterránea, con sus rincones iluminados y sus estanterías de madera.

—¿Hueles eso? —le dice Tack a Bram. Coge una de las linternas y se la lleva al siguiente cuarto—. ¡Bingo! —grita.

Raven ya está rebuscando en la mochila y va sacando comida. Coral ha encontrado grandes contenedores de metal llenos de agua almacenados en una de las baldas de abajo, se ha agachado y bebe agradecida. Pero el resto seguimos a Tack hasta la segunda habitación.

Hunter pregunta:

—¿De qué se trata?

Tack está de pie, sosteniendo en alto la linterna para mostrar una pared cubierta con una estantería de madera, como una celosía en forma de diamante.

—Una antigua bodega —dice—. Me había parecido oler el alcohol.

Quedan dos botellas de vino y una de whisky. Al momento, Tack abre el whisky y le da un trago antes de ofrecerle la botella a Julián, que acepta tras vacilar una décima de segundo. Hago ademán de protestar. Estoy segura de que no ha bebido nunca, prácticamente podría jurarlo, pero antes de que yo pueda hablar, le da un buen lingotazo y, milagrosamente, consigue tragar sin que le den arcadas.

Tack lanza una de sus raras sonrisas y le da una palmada en el hombro a Julián.

—Tú vales, Julián —le dice.

Este se limpia la boca con el dorso de la mano.

—No ha estado mal —dice con un pequeño jadeo, y Tack y Hunter se ríen. Álex le quita la botella a Julián y, sin decir nada, le pega un trago.

Todo el agotamiento de los últimos días me cae encima de repente. Más allá de Tack, al otro lado de la habitación con la celosía, hay varios catres, y prácticamente llego tambaleándome hasta el más cercano.

—Creo que… —empiezo a decir al tumbarme, encogiendo las rodillas junto al pecho. No hay mantas ni almohada, pero aun así me parece un lugar celestial: una nube, una pluma. No, yo soy la pluma. Me deslizo. Voy a dormir un rato, quiero decir, pero no puedo pronunciar las palabras y ya estoy durmiendo.

Me despierto en una oscuridad total. Durante un instante me asusto, pensando que sigo en la celda subterránea con Julián. Me siento, con el corazón que me golpea contra las costillas, y solo cuando oigo a Coral susurrar en el catre de al lado me acuerdo de dónde estoy. Huele mal y hay un cubo junto a la cama de Coral. Debe haber vomitado.

Un hilo de luz se cuela por la puerta abierta y oigo risas amortiguadas que proceden de la habitación contigua.

Alguien me ha tapado con una manta mientras dormía. La empujo hasta los pies de la cama y me levanto. No tengo ni idea de qué hora es.

Hunter y Bram están sentados en la habitación de al lado, juntos, riendo. Tienen el aspecto sudoroso y la mirada vidriosa de las personas que han bebido. La botella de whisky descansa entre ellos, casi vacía, junto con un plato que contiene los restos de lo que debe haber sido la cena: alubias, arroz, frutos secos.

Se quedan callados en cuanto entro en el cuarto, y me doy cuenta de que, fuera lo que fuese de lo que se reían, era algo confidencial.

—¿Qué hora es? —digo acercándome a los contenedores de agua. Me agacho y me llevo uno de los recipientes hasta la boca sin molestarme en echar el líquido en una taza. Me duelen las rodillas, los brazos y la espalda, mi cuerpo siente aún la pesadez del agotamiento.

—Probablemente, medianoche —dice Hunter. O sea, que no he dormido mucho.

—¿Dónde están los demás? —pregunto.

Hunter y Bram se miran brevemente. Bram intenta contener una sonrisa.

—Raven y Tack se han ido a poner trampas de medianoche —dice alzando una ceja. Esto es un antiguo chiste, una expresión en clave que inventamos en el antiguo hogar. Raven y Tack consiguieron mantener en secreto su relación durante casi un año. Pero una vez Bram no podía dormir y decidió dar un paseo y los pilló escabullándose juntos. Cuando les preguntó abiertamente qué estaban haciendo, Tack soltó: ¡Poner trampas!, aunque eran casi las dos de la mañana y todas las trampas habían sido inspeccionadas y vueltas a colocar poco antes.

—¿Dónde está Julián? —pregunto—. ¿Dónde está Álex?

Se produce otra pequeña pausa. Ahora Hunter hace esfuerzos por no reírse. Está borracho, lo noto en el color de sus mejillas, casi como una erupción.

—Fuera —dice Bram, y luego no puede remediarlo y suelta una gran carcajada. Al momento, Hunter se echa a reír también.

—¿Fuera? ¿Juntos? —Me pongo de pie, confundida, irritada. Cuando ninguno de los dos contesta, insisto—: ¿Qué están haciendo?

Bram lucha por controlarse.

—Julián quería aprender a pelear…

Hunter concluye por él:

—Álex se ha ofrecido voluntario para enseñarle.

Vuelven a partirse de risa.

Siento calor de repente, y a continuación, frío.

—¿Pero qué demonios? —estallo, y el enfado en mi voz hace que por fin se callen—. ¿Por qué no me habéis despertado?

Dirijo la pregunta sobre todo a Hunter. No espero que Bram comprenda. Pero Hunter es mi amigo y es demasiado sensible para no haber notado la tensión entre Álex y Julián.

Durante un instante, Hunter adopta un gesto de culpabilidad.

—Venga, Lena. No tiene importancia…

Estoy demasiado furiosa para contestar. Cojo una linterna de una estantería y voy hacia las escaleras.

—Lena, no te enfades…

Ahogo las palabras de Hunter haciendo ruido con los pies al subir. Imbécil, imbécil.

Fuera, el cielo está despejado y brillan relucientes puntos de luz. Agarro fuerte la linterna con una sola mano, intentando canalizar toda mi furia hacia los dedos. No sé a qué está jugando Álex, pero estoy más que harta.

Los bosques están quietos. No se ve a Tack ni a Raven, no se ve a nadie. Mientras escucho en la oscuridad, me doy cuenta de que el aire es muy cálido: debemos estar ya a mediados de abril. Pronto llegará el verano. Durante un instante me invade una avalancha de recuerdos, a caballo entre el aire y el olor a madreselva: Hana y yo echándonos zumo de limón en el pelo para aclarárnoslo, robando refrescos de la nevera en la tienda de tío William y llevándonoslos a Back Cove; aquellas cenas a base de almejas en el viejo porche de madera cuando hacía demasiado calor para comer dentro; persiguiendo a Gracie en su triciclo y tambaleándome en la bici para no adelantarla.

Los recuerdos traen, como siempre, un dolor profundo a mi interior. Pero ya estoy acostumbrada: espero a que ese sentimiento pase, y pasa.

Enciendo la linterna y hago un barrido por los bosques. A la luz de color amarillo pálido, la red de árboles y arbustos parece blanqueada con lejía, irreal. Apago la linterna. Si Julián y Álex han ido juntos a algún sitio, es difícil que los encuentre.

Estoy a punto de volver adentro cuando oigo un grito. El miedo me atraviesa. La voz de Julián.

Me sumerjo en la maraña de vegetación hacia la derecha, avanzando en dirección al sonido, usando la linterna para ayudarme a limpiar el sendero de agujas de pino y plantas trepadoras.

Poco después, llego de repente a un claro grande. Durante un instante me siento desorientada, pensando que estoy en la orilla de un amplio lago plateado. Luego me doy cuenta de que es un aparcamiento. Un montón de escombros en un extremo marca lo que debió haber sido un edificio.

Álex y Julián están de pie a pocos metros, respirando con dificultad, mirándose fijamente el uno al otro. Julián se sujeta la nariz con la mano y tiene los dedos manchados de sangre.

—¡Julián!

Corro hacia él, mientras él mantiene los ojos fijos en Álex.

—Estoy bien. Lena —dice. Su voz suena amortiguada y extraña. Cuando le pongo una mano en el pecho, la retira con suavidad. Huele débilmente a alcohol.

Me doy la vuelta para mirar a Álex.

—¿Qué diablos has hecho?

Sus ojos parpadean durante un segundo.

—Ha sido un accidente —dice con tono neutro—. He levantado demasiado el puño.

—Y una mierda —escupo. Me vuelvo hacia Julián—. Vamos —digo en voz baja—. Vayamos dentro. Te voy a limpiar la sangre.

Se quita la mano de la nariz, se lleva la camisa a la cara y se limpia la sangre del labio. Ahora la prenda está veteada de oscuro, con un brillo casi negro en la noche.

—Para nada —dice, todavía sin mirarme—. Apenas estábamos empezando, ¿verdad, Álex?

—Julián… —hago ademán de rogarle. Álex me interrumpe.

—Lena tiene razón —dice con tono deliberadamente suave—. Es tarde. Apenas se puede ver. Podemos continuar de nuevo mañana.

La voz de Julián también es suave, pero esconde un tono duro de enfado, una amargura que no reconozco.

—No hay mejor momento que el presente.

El silencio se extiende entre ellos, cargado y peligroso.

—Por favor, Julián —extiendo el brazo para cogerle de la muñeca, pero me aparta. Me vuelvo de nuevo a Álex, para que me mire y rompa el contacto visual con Julián. La tensión entre ellos aumenta, llega a su punto máximo, como algo negro y asesino que se alzara en la superficie del aire—. Álex…

Por fin me mira y durante un instante veo una expresión de sorpresa en su rostro, como si no se hubiera dado cuenta hasta entonces de que estaba allí, o como si acabara de verme. Rápidamente adopta una expresión de arrepentimiento, y así, sin más, la tensión se desvanece y puedo respirar.

—Esta noche, no —dice Álex brevemente. Luego se da la vuelta y se adentra en el bosque.

En un instante, antes de que yo pueda reaccionar o soltar un grito, Julián se abalanza sobre él y le agarra por detrás. Le trae a trompicones hasta el suelo de cemento y empiezan a escupir y a gruñir, ruedan el uno sobre el otro tirándose al suelo. Entonces grito los nombres de los dos, y parad, y por favor.

Julián está encima de Álex. Alza el puño, oigo el ruido sordo cuando lo lanza contra la mejilla de Álex. Este le escupe, le agarra por la mandíbula, le obliga a levantar la cabeza, apartándole. A lo lejos, me parece oír gritos, pero no puedo concentrarme, no puedo hacer nada más que gritar hasta que me duele la garganta. También hay luces que brillan en la periferia de mi visión, como si yo fuera la que recibe los golpes, como si mi visión explotara en estallidos de color.

Álex consigue hacerse con la ventaja y presiona a Julián contra el suelo. Le golpea dos veces, duro, y oigo un terrible chasquido. La sangre fluye ahora por la cara de Julián.

—¡Álex, por favor!

Estoy llorando. Quiero apartarle de Julián, pero el miedo me paraliza.

Álex no me oye, o prefiere ignorarme. Nunca le he visto así: la cara inundada de cólera, transformada por la luz de la luna en algo cruel y aterrador. Ni siquiera puedo gritar, no puedo hacer nada más que llorar de forma compulsiva, sentir que la náusea se acumula en mi garganta. Todo es irreal, como a cámara lenta.

En ese momento, Tack y Raven irrumpen de entre los árboles en un estallido de luz, sudando, sin aliento, con linternas, y ella grita y me agarra por los hombros, y él consigue separar a Álex y Julián.

—¿Qué cojones estáis haciendo? —y todo recupera la velocidad normal. Julián tose una vez y se tumba en el suelo. Yo me aparto de Raven y corro hacia él, caigo de rodillas a su lado. Sé al momento que tiene la nariz rota. Tiene la cara oscurecida por la sangre y sus ojos son apenas dos ranuras mientras intenta sentarse.

—Oye —le pongo una mano en el pecho, tragándome los espasmos de la garganta—. Oye, tranquilo, tranquilo.

Julián vuelve a relajarse. Noto que su corazón late contra mi palma.

—¿Pero qué ha pasado? —grita Tack.

Álex está de pie, un poco alejado de donde yace Julián. Todo su enfado se ha evaporado: por el contrario, parece perplejo, con las manos laxas a los lados. Mira fijamente a Julián con aire confuso, como si no supiera cómo ha llegado a esa situación.

Me pongo de pie y me acerco a él, sintiendo la furia entre los dedos. Ojalá pudiera ponérselos al cuello y ahogarle.

—¿Se puede saber qué demonios te pasa?

Hablo en voz baja. Tengo que hacer pasar las palabras por el nudo grueso de ira que tengo en la garganta.

—Lo… lo siento —susurra Álex. Mueve la cabeza—. Yo no quería… No sé qué ha sucedido. Lo siento, Lena.

Si sigue mirándome así, suplicándome, intentando hacerme comprender, sé que voy a perdonarle.

—Lena.

Da un paso hacia mí, y yo retrocedo. Durante un momento nos quedamos ahí; siento la presión de sus ojos y también su sentimiento de culpa. Pero no voy a mirarle. No puedo.

—Lo siento —repite una vez más, demasiado bajo para que Raven o Tack lo oigan—. Siento todo lo que ha pasado.

Entonces se vuelve y se dirige hacia el bosque, donde desaparece.

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