Requiem

Requiem


Hana

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Hana

De las arenas movedizas, mi sueño se alza y toma forma.

La cara de Lena.

La cara de Lena, que sale flotando de las sombras. No. No de las sombras. Sale de la ceniza, de una corriente profunda de cenizas y carbonilla. Tiene la boca abierta. Tiene los ojos cerrados.

Está gritando.

Hana, grita llamándome. La ceniza se precipita como arena en su boca abierta, y sé que pronto volverá a estar enterrada de nuevo, obligada al silencio, de vuelta a la oscuridad. Y sé también que no hay forma de alcanzarla, no hay esperanza de salvarla.

Hana, grita mientras yo me quedo inmóvil.

Perdóname, digo yo.

Hana, ayúdame.

Perdóname, Lena.

—¡Hana!

Mi madre está de pie en el umbral. Me incorporo, confusa y aterrorizada. La voz de Lena reverbera en mi mente. He soñado. Se supone que no debo soñar.

—¿Qué pasa? —su silueta se dibuja en la puerta abierta, detrás de ella solo distingo la pequeña luz nocturna de fuera de mi baño—. ¿Estás enferma?

—Estoy bien.

Me paso la mano por la frente y veo que está húmeda. Estoy sudando.

—¿Estás segura? —hace un gesto como para entrar en el cuarto, pero en el último instante se queda en la puerta—. Has gritado.

—Estoy segura —digo. Y luego, como parece que espera más—. Son los nervios, supongo, por la boda.

—No hay nada en absoluto por lo que ponerse nerviosa —dice, irritada—. Todo está bajo control. Todo va a salir perfecto.

Sé que se refiere a algo más que la ceremonia. Se refiere al matrimonio: todo ha sido dispuesto y coordinado, todo se ha organizado para que salga a la perfección, diseñado para la eficiencia y la belleza.

Mi madre suspira.

—Intenta dormir —dice—. Mañana a las nueve y media vamos a una iglesia en los laboratorios con los Hargrove. La prueba final del vestido es a las once. Y después está la entrevista con Casa y Hogar.

—Buenas noches, mamá —digo, y ella se va sin cerrar la puerta. La intimidad significa menos para nosotros de lo que significaba en el pasado: ese es otro beneficio, un efecto colateral de la cura. Menos secretos.

O menos secretos en la mayoría de los casos.

Voy al baño y me echo agua en la cara. Aunque el ventilador está enchufado, sigo teniendo calor. Durante un instante veo la cara de Lena en el espejo, que me mira desde detrás de mis ojos: un recuerdo, una visión de un pasado enterrado.

Parpadeo. Ya no está.

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