Requiem

Requiem


Lena

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Lena

Me encuentro en una multitud, contemplando cómo dos niños se pelean por un bebé. Ambos tiran de él en direcciones opuestas, violentamente, atrás y adelante, y el bebé está morado, y sé que con tanto movimiento lo están matando. Intento abrirme paso entre la gente, pero cada vez aparecen más personas a mi alrededor, me cierran el paso, hacen que no pueda moverme. Y luego, justo como me temía, el bebé cae: al chocar contra el suelo, se rompe en mil pedazos como una muñeca de porcelana.

Y entonces la gente ya no está. Estoy sola en una carretera y, delante de mí, una niña con el pelo largo y enredado está inclinada sobre la muñeca rota, volviendo a juntar los pedazos cuidadosamente, mientras canturrea. Es un día muy claro y todo está en perfecta quietud. Cada uno de mis pasos resuena como un disparo, pero la niña no alza la vista hasta que estoy delante de ella.

Entonces levanta los ojos, y es Grace.

—¿Ves? —dice extendiendo la muñeca hacia mí—. La he arreglado.

Y veo que la cara de la muñeca es la mía, recorrida por miles de pequeñas grietas y fisuras.

Grace acuna la muñeca en sus brazos.

—Despierta, despierta —dice tiernamente.

—Despierta.

Abro los ojos: mi madre está de pie junto a mí. Me siento, el cuerpo tenso. Intento que los dedos de los pies y de las manos recuperen la sensibilidad, los flexiono y los estiro. El ambiente está cubierto de niebla y el cielo apenas comienza a aclararse. El suelo está lleno de escarcha, que se ha filtrado a través de mi manta mientras dormía, y el viento tiene un filo agudo en esta mañana. Hay mucha actividad en el campamento: a mi alrededor la gente se estira, se pone de pie, moviéndose como sombras en la penumbra. Hay hogueras que chisporrotean cada vez más, y de vez en cuando me llega un fragmento de conversación, un grito que contiene una orden.

Mi madre alarga el brazo y me ayuda a ponerme de pie. Es increíble, tiene un aire descansado y alerta. Doy unos cuantos saltitos para desentumecer las piernas.

—El café hará que te circule la sangre —dice.

No me sorprende que Raven, Tack, Pippa y Beast estén levantados. Están de pie junto a Colin, y otros diez más cerca de uno de los fuegos más grandes. Su aliento empaña el aire mientras hablan en voz baja. Hay un bote de café al fuego: amargo y lleno de granos sin moler, pero caliente. Solo después de tomar unos pocos sorbos, empiezo a sentirme mejor y más despierta. Pero no consigo comer nada.

Raven alza las cejas cuando me ve. Mi madre le hace un gesto de resignación, y Raven se vuelve hacia Colin.

—Vale —dice él—. Como hablamos anoche, entraremos en la ciudad en tres grupos. El primero sale dentro de una hora, lleva a cabo las tareas de exploración y establece contacto con nuestros amigos. La fuerza principal no se mueve hasta la explosión de las doce-cero-cero horas. El tercer grupo sigue inmediatamente después y se dirige directamente al objetivo…

—Hola —Julián aparece a mi espalda. Acaba de despertarse: tiene los ojos aún un poco hinchados y el pelo totalmente revuelto—. Te eché de menos anoche.

La noche pasada, no fui capaz de acostarme junto a él después de eso, busqué una manta y me hice la cama a la intemperie junto a cientos de mujeres. Durante mucho tiempo me quedé mirando a las estrellas, acordándome de la primera vez que vine a la Tierra Salvaje con Álex, de cómo me llevó a una de las caravanas y desenrolló la lona que servía de techo para que pudiéramos ver el cielo.

Tantas cosas entre nosotros se quedaron sin decir… Ese es el riesgo, y la belleza, de la vida sin la operación. Siempre hay barullo y confusión, y el camino nunca está claro.

Julián hace ademán de tocarme y yo retrocedo un paso.

—Me costó dormirme —digo—. No quería despertarte.

Él frunce el ceño. No consigo mirarle a los ojos. A lo largo de la última semana, he aceptado que nunca le amaré como amé a Álex. Pero ahora esa idea es enorme, como un muro entre nosotros. Nunca amaré a Julián como amo a Álex.

—¿Qué te pasa? —Julián me mira con recelo.

—Nada —digo, y luego repito—: Nada.

—¿Ha pasado…? —comienza a decir Julián, cuando Raven se da la vuelta y le mira fijamente.

—Oye, Julis —le suelta ese mote con aspereza, se lo llama cuando está molesta—. Este no es momento de cotorrear, ¿vale? O te callas o te piras.

Julián se calla. Vuelvo la mirada hacia Colin y Julián no intenta tocarme ni acercarse a mí. El cielo ahora está veteado con largos filamentos de naranja y rojo, como los tentáculos de una medusa enorme flotando en un océano blanco lechoso. Se alza la niebla, la tierra empieza a despertarse. Portland también estará volviendo a la vida.

Colin nos cuenta el plan.

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