Requiem

Requiem


Hana

Página 33 de 45

Hana

En mi última mañana como Hana Tate, me tomo el café en el porche delantero, a solas.

Había planeado darme una última vuelta en la bici, pero ya no es posible, no después de lo que sucedió anoche. Las calles estarán atestadas de policía y reguladores. Tendré que enseñar mis documentos y eludir preguntas que no puedo responder.

En vez de eso, me siento en el columpio del porche, buscando consuelo en su quejido rítmico. El aire tiene esa quietud de la mañana, es fresco y gris y está cargado de sal. Está claro que va a hacer un día perfecto, despejado y luminoso. De vez en cuando, una gaviota suelta un chillido agudo. Por lo demás, todo está en silencio. Aquí no suenan alarmas ni sirenas, nada que recuerde los problemas de la noche pasada.

Pero en el centro será distinto. Habrá barricadas y controles, habrán reforzado la seguridad en el nuevo muro fronterizo. De pronto me acuerdo de lo que me contó Fred una vez sobre él: que sería como la palma de la mano de Dios, que nos cobijaría eternamente y nos mantendría a salvo, dejando fuera a los enfermos, los dañados, los desleales y los indignos.

Pero quizá nunca se puede estar verdaderamente a salvo.

Me pregunto si habrá más redadas en Highlands, si las familias de allí tendrán que irse a otro lugar, y enseguida desecho esa preocupación. La familia de Lena está fuera de mi alcance, ahora me doy cuenta. Debería haberlo visto desde el principio. Lo que les ocurra, si pasan hambre o se mueren de frío, no es cosa mía.

Todos somos castigados por la vida que hemos elegido, de una manera o de otra. Yo pagaré mi penitencia, a Lena por fallarle, a su familia por ayudarla, cada día de mi vida.

Cierro los ojos y veo la zona de Old Port: el laberinto de calles, los muelles, el sol que se libera del agua y las olas que golpean contra los muelles.

Adiós, adiós, adiós.

Mentalmente dibujo una ruta desde Eastern Prom hasta la cima de Munjoy Hill: contemplo toda la ciudad extendida a mis pies, brillando con una luz nueva.

—¿Hana?

Abro los ojos. Mi madre ha salido al porche. Arrebujada en su fino camisón, con los ojos entrecerrados. Su piel, sin maquillaje, tiene un aspecto casi gris.

—Probablemente, tendrías que darte una ducha —dice.

Me pongo de pie y la sigo hasta el interior de la casa.

Ir a la siguiente página

Report Page