Renacimiento

Renacimiento


Último capítulo

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»Justo antes de mi partida, acordamos quitarnos los pantalones por una vez. Estábamos acostados en la cama, y los pantalones se deslizaron piernas abajo arrastrando las bragas tras ellos. No le veía la vagina, pero sí la grasa fina alrededor del ombligo y el vello púbico, completamente redondo. Nos tumbamos uno encima del otro. Tenía el pene más hinchado que nunca, y la muchacha me dio permiso para meterlo entre sus muslos. Como si tuviera experiencia, o precisamente porque no la tenía, la muchacha levantó las rodillas, pero mi pene no la penetró. Me permitió que eyaculara en la palma de su mano. Según sus palabras, aquello fue mejor que el acto sexual, sin llegar a serlo. Después dijo que había sentido mucho placer, pero que no había tenido un orgasmo. Recordando todo eso, te puedo asegurar que fue una de las experiencias más eróticas de mi vida.

»¿Por qué no puedo tener relaciones sexuales con esa muchacha? Es porque me recuerda a mí mismo cuando era joven. Chikashi y yo nos parecemos mucho, pero más que a mi hermana la chica me recuerda a mí cuando era tan pequeño que no se distinguía si era niño o niña. No pude hacer el amor con una muchacha que tenía algo que me recuerda mi propia niñez. Era terriblemente peligroso. Además, las experiencias eróticas siguieron hasta límites insospechados.

Chikashi paró el tagame. Akari se había levantado y escuchaba la radio en el salón. Era el programa de música clásica de Hidekazu Yoshida. Akari llevaba veinticinco años escuchando ese programa. Era domingo. La alegre voz de Goro había sido como una inyección de energía para Chikashi. «Voy a preparar un desayuno especial. No le devolveré esta cinta a Kogito, será sólo mía», pensó. Chikashi sintió hasta una excitación sexual que no experimentaba desde hacía tiempo.

Tras haber escuchado el relato de Goro, Chikashi tuvo la firme convicción de que aquella muchacha no podía ser la mujer en apuros que llamó al periodista.

7

Cuando aún no habían pasado tres meses desde entonces, la muchacha de la que Goro hablaba con tanto entusiasmo fue a visitar a Chikashi.

Antes, la llamó por teléfono. Chikashi tuvo una agradable sensación. Después de la muerte de Goro, Chikashi empezó a odiar el teléfono porque empezaron a recibir más llamadas anónimas que nunca. En cierto sentido, aquellas llamadas eran peores que las que recibían alguna vez por temas políticos relacionados con el trabajo de Kogito. No obstante, la voz y el modo de hablar de la persona que le llamó le devolvieron el placer de hablar por teléfono, aunque no supiera quién era su interlocutor ni qué quería. ¡Qué tranquilizante era estar en el sistema que une a las personas mediante la línea telefónica a través de una débil corriente eléctrica! ¿Cómo se le había podido olvidar? La experiencia le dio fuerzas, aunque momentáneas, para librarse de la soledad que se había apoderado de ella, una soledad que había durado tanto tiempo que ni ella misma era consciente.

—El señor Goro Hanawa, que me dio trabajo en Berlín hace tres años, me apuntó este número. ¿Es usted la señora Chikashi? Me gustaría hablar un rato con usted. Me llamo Ura Shima.

La voz que procedía del otro lado de la línea parecía pertenecer a una chica joven. Su tono monótono, que disimulaba las emociones sin hacerse pesado, indicaba que se trataba de una persona agradable. A Chikashi le dio un vuelco el corazón al saber que era la mujer que Goro conoció en Berlín, e inmediatamente se sintió calurosamente agradecida.

—Adelante, por favor —la invitó Chikashi, amable y sinceramente.

—Muchas gracias. Espero que no le moleste que le pida un favor inesperado para empezar. Sé que Goro le envió una acuarela por mensajería durante la Berlinale de 1997. ¿Podría hacer una copia en color de esa obra? Mientras Goro pintaba, yo estaba a su lado como intérprete y ayudante. Ahora he vuelto de Alemania por una breve temporada, y me gustaría conseguirla como sea. Tengo el capricho de llevármela cuando vuelva. Espero que sea posible.

—¿Una acuarela, dices? En realidad, es un dibujo hecho con lápices de color y luego diluido con un pincel mojado. ¿Te refieres a esa técnica? En el dibujo aparecían los árboles de Berlín en invierno.

—Sí. Goro paseaba por el Ku’dam, un barrio parecido a Ginza, vio los lápices acuarelables y los compró para hacer bocetos de rodaje en exteriores.

Chikashi podía imaginar a Goro yendo de compras, alborozado y tranquilo al mismo tiempo.

—Lo tengo en mi cuarto. Puedo encargar la copia en color en una papelería cerca de mi casa.

—Muchas gracias. ¿Cuándo podría ir a recogerla?

—A finales de esta semana o a principios de la semana que viene, cuando quieras. El miércoles iré a ver a mi madre al hospital, pero por la tarde estaré de vuelta.

—Entonces, ¿podría ir pasado mañana, el sábado, a las dos de la tarde? Si no le importa, me gustaría hablar con usted un rato. Si Kogito está trabajando y lo molestamos, podemos quedar en otro lugar.

—El sábado por la tarde Kogito acompaña a nuestro hijo a la piscina, así que no hay problema.

En cuanto colgó el teléfono, Chikashi fue a su cuarto para coger la acuarela. Estaba hecha mediante la técnica que le había explicado a la joven, pero parecía difícil ejecutarla. Antes de que Kogito viajara a Berlín, hablaron de Goro y contemplaron juntos la pintura. La sacó del marco que Kogito le había hecho y vio una nota en el rincón inferior derecho, al lado de la fecha. Se leía algo que entonces no habían podido descifrar por culpa de los colores mojados que lo tapaban. No era la firma de Goro, sino que se leía lo siguiente: «Con Urashima Taro[13] en Wallotstrasse».

La chica que trabajaba como intérprete y ayudante de Goro se llamaba Ura Shima, y Goro había hecho uno de sus habituales juegos de palabras con su nombre y la llamaba Urashima Taro.

Chikashi metió la acuarela entre las hojas de su carpeta de dibujo y cogió la bici en dirección al barrio de la estación para aprovechar y hacer al mismo tiempo la compra para la cena. Recordaba vagamente que Goro le había comentado en alguna ocasión que llamaba a la muchacha Ura, en alusión al carácter de Urashima, por su nombre alemán, Ulla.

Ura apareció con unos minutos de retraso. Chikashi se había despedido de Akari y Kogito, que iban a la piscina de Nakano, y había salido al jardín para arreglar las macetas de los rosales que ya no volverían a florecer. En el cielo brillaba el tenue sol propio de la estación lluviosa que aparecía entre chaparrón y chaparrón. Chikashi tenía casi ciento veinte variedades de rosas entre las que estaban plantadas en el suelo y las de las macetas. Al cambiar de sitio las macetas de las rosas que tenían los tallos muy altos y abundantes hojas, se dio cuenta de que la atención desmesurada que dedicaba a las rosas tras la muerte de Goro, momento en que el número de macetas se había multiplicado, era sólo un sustituto de lo que de verdad quería hacer.

Entonces, al otro lado del cornejo y de la camelia, cuyas hojas desprendían un fuerte brillo, vio un coche verde que se acercaba a la puerta. Chikashi cruzó el jardín por el estrecho sendero. Una muchacha alta, que llevaba el pelo castaño oscuro recogido en la nuca y un vestido fino de color crema, el favorito de Goro, se dirigía hacia ella con paso firme, pero con la vista baja.

—¿Has venido en coche? Debería haberte enviado por fax un mapa más detallado para llegar en coche —se lamentó Chikashi—. ¿Te ha costado mucho encontrarlo?

—No, he llegado bien. Soy Ura Shima —se presentó la muchacha, observando a Chikashi con sus grandes ojos.

Era, por lo menos, diez centímetros más alta que Chikashi. Si hubiera calzado unos zapatos de tacón alto en vez de las zapatillas deportivas que llevaba, la diferencia habría sido aún más acusada. Cuando Chikashi empezó a salir con Kogito, Goro, que no veía la relación con buenos ojos, argumentó que Chikashi no podría volver a ponerse zapatos de tacón porque eran casi igual de altos. En general, a Goro le gustaban las mujeres altas.

Ura echó un vistazo a las numerosas macetas apiladas en un espacio pequeño y no se atrevió a sacar el ramo de flores que llevaba envuelto en un papel marrón.

—Le he traído unas rosas que me habían regalado, pero no son el obsequio más adecuado para alguien que las cultiva en casa.

—Como ves, ya no es época de rosas —replicó Chikashi, mientras iba por un jarrón, tras haber aceptado las rosas con rayas rosadas que parecían de la especie Vick’s Caprice. Tenían un aspecto parecido al de los dulces de azúcar.

Cuando volvió al salón, encontró a Ura observando un boceto de un retrato de dos niños cuyos modelos habían sido Goro y Chikashi. Se fijó sobre todo en Goro, que llevaba una boina y apoyaba la mejilla en la palma de la mano. El retrato lo había dibujado un pintor que les daba clases cuando iban al instituto. Más adelante, Kogito se lo había comprado.

—Goro y usted se parecen mucho —dijo Ura, mirando a Chikashi. Sus ojos demasiado separados y su firme nariz configuraban un rostro bello y cómico a la vez, que, sin lugar a dudas, habría atraído a Goro.

—De pequeños no éramos tan parecidos, aunque Goro decía que al cabo de unos años íbamos a parecer un matrimonio de ancianos —le explicó Chikashi a Ura, que guardó silencio—. Ya he hecho la copia en color de la acuarela, está encima de la mesa. Échale un vistazo mientras preparo el té.

Así empezó la conversación entre Ura y Chikashi. Se preguntaron qué tipo de árboles eran los que salían desnudos en el cuadro, y comentaron que ahora aquellos mismos árboles debían de lucir un tupido follaje verde que revelaría su naturaleza desconocida. El lago que se veía a lo lejos, a través de las ramas de los árboles, y los edificios de la otra orilla no se podrían divisar desde la ventana. Aprovechando una pausa en la conversación, Ura cambió de postura, como si hubiera tomado una decisión. Chikashi apenas podía disimular los nervios, pero Ura, también víctima del nerviosismo, empezó a hablar.

—Me ofrecieron trabajar con Goro cuando tenía dieciocho años. Acababa de aprobar el examen de ingreso en una universidad de Hamburgo y quería trabajar un par de años antes de comenzar la carrera. Nada más empezar a trabajar como auxiliar en el centro germano-japonés de Berlín, tuve suerte y me seleccionaron para ser ayudante de Goro, que había venido a la Berlinale. No sé si le fui muy útil como intérprete pero me sentía feliz porque ya no era una niña fea, vulgar y con los pies grandes, sino una chica joven y atractiva.

—Creo que para Goro también fue una época feliz. Estabas a su lado mientras pintaba esta acuarela, ¿verdad? Por eso la obra transmite tanta alegría a pesar de que representa una época del año triste.

Ura enrojeció como si la piel bajo sus grandes ojos se hubiera calentado de repente.

—Mis padres me consideraban una niña fea y vulgar con los pies grandes pero, como sacaba buenas notas en el colegio, me decían que debía aprovechar mi talento, y yo también lo daba por sentado. Entonces, Goro me dijo que mi cara y mi tipo iban a cambiar súbitamente de tal manera que los que me conocían de siempre se reirían. También dijo que el cuento de El patito feo probablemente estaba inspirado en una niña como yo, y no en un estudio psicológico. También me dijo que ese cambio ya había empezado —añadió Ura, ruborizándose de nuevo.

—Goro me lo contó todo —dijo Chikashi, sin pensar que estaba mintiendo—. No directamente, sino mediante una grabación en cinta, y dijo más cosas sobre ti. Dijo que si tú hubieras sido feminista, los habrías tomado por una panda de machistas. Eso sí, lo contaba con gran seriedad.

—Lo sé. Cuando él grababa esas cintas, yo estaba a su lado. Le escuchaba pensando que me estaba educando.

Chikashi miró a Ura, que bajó la vista con pudor. Su belleza residía en las cómicas desviaciones de su cara. Ambas se quedaron calladas y a Chikashi no le pareció que aquel fragmento de la cinta que había escuchado fuera retorcido: «Era diferente de los genitales de una mujer madura, era diferente hasta el punto de que resultaba violento. Era un sitio húmedo, amplio y abundante. Desde el punto de vista anatómico y según mi experiencia, no se puede identificar con ninguna parte concreta. Tan extenso, tan liso y completamente húmedo. La virginidad más estricta combinada con el deseo natural. El flujo sexual de una joven es independiente por sí mismo. En una frase, no se puede llamar acto sexual a un proceso anterior al propio acto».

Chikashi y Ura reanudaron la conversación y la joven le contó que Goro le había hablado de un libro que comparaba la fisonomía humana con la del oso y el mono, y mostraba la evolución real mediante una serie de dibujos hasta llegar a la cara humana. Ura quiso ir a buscar el libro en una librería de segunda mano, y Goro la acompañó. Además, Ura tenía una foto de cuando era pequeña que le había sacado su padre quien, a pesar de tener una hija fea, vulgar y con los pies grandes, la quería tanto como el resto de la familia. Basándose en la foto, Goro dibujó la cara cómica de una niña y la desarrolló de manera realista hasta llegar a la fase óptima de evolución de la cara de Ura.

De repente, Chikashi detectó una especie de urgencia inevitable en el rostro y en los movimientos de Ura. Más que un motivo psicológico, parecía tratarse de algo fisiológico. Ura se levantó de pronto y dijo:

—Necesito ir al baño. Sé que no es apropiado en la primera visita a una casa, pero no me encuentro bien.

Chikashi la acompañó al aseo de cortesía que había junto a la entrada y vio cómo empezaba a vomitar, de rodillas frente a la taza. Sintió pena al ver sus hombros anchos y musculosos y cerró la puerta.

8

Aunque era previsible, a Chikashi la impresionó la palidez de la cara de Ura cuando volvió al salón. Su rostro joven sin el color de la sangre parecía una máscara de esgrima.

—A lo mejor me meto donde no me llaman pero… ¿estás embarazada?

—De cuatro meses —respondió Ura, con ojos llorosos.

—¿Has vuelto a Japón para dar a luz en tu casa?

—No. Volví para abortar. El padre me ha dicho que en Japón es más fácil.

Chikashi se sorprendió al oír aquel frío tratamiento. Pensó que Ura seguía siendo una niña fea y vulgar que sólo había crecido de tamaño.

—Es una decisión muy delicada.

—Me dijo que, como ya no quería seguir conmigo, lo único que podía hacer por mí era darme esa información. No siento nada por él. Nunca me interesaron sus conversaciones, sólo me gustaba porque se parecía a Goro, eso es todo. Quizás por eso nos acostábamos cada vez que nos veíamos.

—¿Sigues pensando en abortar?

—No, ya no. En el avión de vuelta, que hizo escala en Hamburgo, leí un artículo que había escrito Kogito para un periódico del sur de Alemania, el suplemento del Süddeutsche Zeitung. Y decidí que iba a dar a luz.

—Ahora que lo recuerdo, Kogito me dijo que mientras estuvo en Alemania escribió un artículo que se traduciría al alemán. A lo mejor lo escribió en inglés para facilitar la traducción. Si lo tuviera escrito en japonés, me habría pedido que lo leyera.

Ura cogió un bolso grande, que parecía una de esas carteras catalogadas como «cartera de ejecutivo» en las tiendas duty-free del aeropuerto, y sacó unas hojas del tamaño de una revista semanal.

—¿Le apetece leer?

—No sé leer en alemán.

—Si se lo voy traduciendo, ¿me escuchará? El artículo trata de responder a la pregunta: «¿Por qué los niños deben ir al colegio?». Habla de su propia infancia y del tiempo que pasó hasta que Akari se graduó en el centro de educación especial. La primera mitad me parece especialmente interesante. Empieza diciendo que, cuando acabó la guerra, en vez de ir al colegio iba al bosque con la enciclopedia ilustrada de botánica y estudiaba los árboles.

«En pleno otoño, un día que llovía mucho, fui al bosque a pesar del mal tiempo. Cada vez llovía con más intensidad, y el agua formó nuevos torrentes que cortaron el camino. Cuando anocheció, aún no había podido volver al valle. Además, me entró fiebre. Al cabo de dos días, los bomberos del pueblo me encontraron inconsciente en un hueco de un castaño de Indias y me salvaron.

»La fiebre no me bajó al volver a casa. Como si estuviera en un sueño, oí al médico, que había venido de otro pueblo, decir que ya había hecho todo lo posible, y se fue. Sólo mi madre siguió cuidándome sin perder la esperanza. Hasta que una noche, aunque seguía con fiebre y me encontraba muy débil, desperté de un sueño mecido por cálidos vientos y me di cuenta de que tenía la conciencia clara.

»Estaba acostado encima del futón directamente extendido en el suelo de tatami, según era costumbre en las casas japonesas, aunque ahora ya no se hace ni siquiera en los pueblos. Mi madre, que debía de llevar muchas noches en vela, me miraba desde la cabecera. Muy despacio, con una voz tan tenue que me extrañó a mí mismo, le pregunté:

»—Mamá, ¿voy a morir?

»—Creo que no vas a morir. No quiero que te mueras.

»—El médico ha dicho que iba a morir, y que ya no había manera de salvarme. Lo he oído. Creo que voy a morir.

»Mi madre hizo una breve pausa.

—Si te mueres, yo te volveré a parir, así que no te preocupes —dijo tras un silencio.

»—Pero el niño que nacerá no seré yo, porque voy a morir, ¿no?

»—Sí, serás tú —insistió mi madre—. Yo le contaré a tu nuevo yo todo lo que has visto, oído, leído y hecho. Entonces, tu nuevo yo conocerá las palabras que tú sabes ahora, de modo que seréis iguales en todo.

»No acabé de entenderlo, pero me sentí mucho más tranquilo y pude conciliar el sueño. Al día siguiente, empecé a mejorar muy lentamente, hasta que a principios de invierno ya podía ir al colegio andando.

»Sin darme cuenta, mientras estudiaba en el aula o jugaba al béisbol, el deporte que se puso de moda después de la guerra, me descubría a mí mismo pensando: “¿Y si yo fuera el nuevo niño a quien mamá dio a luz cuando murió el niño que tenía fiebre? Quizás me contaron todo lo que el niño muerto había visto, oído, leído y hecho, y ahora me parece que sus recuerdos me pertenecen. A lo mejor he heredado las palabras del niño que murió y gracias a ellas puedo pensar y hablar de esta manera. ¿Todos los niños que están en el aula y en el campo de deportes ahora están viviendo en lugar de aquellos que murieron sin llegar a ser mayores porque les han contado lo que esos niños habían visto, oído, leído y hecho? Todos nosotros hemos heredado las mismas palabras. ¿Y venimos al colegio para utilizar bien esas palabras? No sólo la lengua, las ciencias, las matemáticas y la gimnasia son necesarias para heredar las palabras de los niños muertos. Ir al bosque con la enciclopedia ilustrada para aprender de los árboles que tenemos delante no es suficiente para sustituir a los niños muertos. Por eso nosotros, los niños, venimos al colegio a estudiar y a jugar juntos”.

»Lo que acabo de contar les puede parecer absurdo. Ahora que soy mayor, al recordar esa experiencia olvidada durante tantos años, ya no estoy tan seguro de lo que comprendí con tanta certeza aquel invierno, cuando por fin me recuperé de mi enfermedad y empecé a ir al colegio con una alegría contenida.

»Por otra parte, tengo la esperanza de que vosotros, que sois ahora niños, los nuevos niños, lo entenderéis más fácilmente. Por eso he puesto sobre el papel unos recuerdos que jamás había escrito antes».

—El texto dice más o menos esto —concluyó Ura—. La primera mitad está escrita con un estilo distinto al que utiliza Kogito en japonés.

—Yo no lo creo —dijo Chikashi con sinceridad—. Utilizó ese estilo porque era un artículo dirigido a niños. Supongo que mi suegra le hablaría cuando era pequeño en el dialecto de su pueblo, de modo que esa primera parte suena muy realista. Pero… ¿por qué este texto te ayudó a tomar la decisión de dar a luz? Empiezo a intuirlo pero ¿me lo podrías explicar tú misma?

Para leer las páginas de la revista, Ura se había puesto unas gafas muy varoniles de montura gruesa y cuadrada. Miraba a Chikashi con una cara de intelectual donde no quedaba ni rastro de llanto. Su piel clara y transparente se sonrojó de nuevo, expresando su renovada voluntad.

—Quise darle una nueva vida al niño que murió y hablarle al nuevo niño de todo lo que su predecesor vio, leyó e hizo. Voy a ser la madre que enseña al que va a nacer las palabras que decía el niño que murió.

—¿Estás diciendo que vas a dar a luz a un niño para que sustituya a Goro?

—Ya sé que suena muy insolente.

—Yo no he dicho eso —negó Chikashi, sinceramente—. Ni mi madre, ni Umeko ni yo podemos darle una nueva vida a Goro.

Ura le dirigió una ardiente mirada, suplicante y desafiante a partes iguales.

—Usted no acompañó a Kogito a la ceremonia de entrega del doctorado honoris causa que le concedió la Universidad de Harvard. Entendí que estaba de luto por Goro. Eso demuestra que es una persona de confianza.

Habiendo dicho esto, Ura rompió a llorar sin ocultar su rostro enrojecido. Chikashi se sentía violenta cuando alguien, quienquiera que fuera, lloraba ante ella. Incluso cuando Umeko tuvo que armarse de valor y hablar frente a las cámaras de televisión entre sollozos tras la muerte de Goro. Pero al lado de Ura se sentía tranquila, aunque no acababa de entender qué tenía que ver la ceremonia de Harvard con todo aquello. Sentía simpatía hacia ella porque era una persona independiente y madura que lloraba con sinceridad. Tal y como decía Goro cuando hablaba de las facetas de la gente, percibió una armonía sana y natural entre la contención intencionada y el profuso abandono de Ura. Decidió que haría lo que estuviese en su mano para ayudar a aquella chica que se encontraba en apuros por estar embarazada pero que quería luchar para cumplir su deseo.

Una vez se hubo tranquilizado y secado las lágrimas, Ura le contó a Chikashi la siguiente historia.

Al principio, cuando telefoneó a sus padres desde Berlín y les puso al corriente de su complicada situación, se mostraron comprensivos con el error que había cometido su hija. Estuvieron de acuerdo en que abortara en Tokio y le ofrecieron toda su ayuda. Lo hecho, hecho está. Había que enmendar el error y retomar los estudios para consolidar la licenciatura de la Universidad Libre de Berlín y especializarse con un máster. Además, querían que hiciera el doctorado.

—¿Estudiaste en la Universidad Libre de Berlín? Entonces, ¿sabías que Kogito estuvo dando clases allí durante el segundo semestre?

A la pregunta de Chikashi, Ura respondió como si se excusara:

—He estado preparándome para estudiar antropología económica. Mi facultad está un poco alejada. El hombre ése era del departamento de japonés y se inscribió en el curso de Kogito. Pensaba que daría la clase en japonés. Pero no fue así, y prácticamente dejó de ir porque decía que el inglés de Kogito era demasiado difícil de entender. A pesar de todo, necesitaba los créditos y fue a verle a su despacho para preguntarle si podía redactar el trabajo en japonés. Pero Kogito le dijo que los estudiantes japoneses debían escribirlo en otro idioma, así que se quejó. Después nos separamos, de modo que no sé muy bien cómo terminó el asunto.

Los padres de Ura se conocieron en la facultad. Ambos querían ser investigadores. Sin embargo, se casaron pronto y tuvieron que buscar trabajo, de modo que acabaron alejándose del mundo académico. Su padre tenía un empleo en una empresa de comercio exterior y se podría considerar que había tenido éxito en la vida, pero su madre deseaba que Ura consiguiera una cátedra en la universidad para compensar su sueño inalcanzado. Por eso prefería que pasara por el mal trago del aborto, siempre y cuando aprendiera la lección, a que se casara nada más graduarse. Era la única forma de poder seguir adelante con sus planes de futuro. Ura sabía que la generosidad de sus padres era más bien interés.

Desde ese punto de vista, era la reacción más natural, pero los padres cambiaron drásticamente de opinión cuando se enteraron de que Ura había decidido no abortar y llevarse al niño a Alemania.

Era imposible que destacara en los estudios criando a un bebé sola en el extranjero. No le permitirían el capricho de dar a luz en su casa e irse a Alemania sin más. No le darían ni un céntimo más, e iban a realquilar el apartamento donde vivía, que pasaría a manos de la empresa como residencia para los empleados en Berlín. Su intención era acorralarla a toda costa para que Ura abortase en Tokio cuanto antes. Ni siquiera tenía billete de vuelta a Berlín.

Cuando Ura se disponía a irse tras tres horas de conversación, Chikashi le regaló la acuarela original enmarcada en vez de dejar que se llevara la copia en color. Le hizo prometer que volvería a la misma hora una semana más tarde. Además, se aseguró de que no cediera a las amenazas de sus padres.

Al quedarse sola, antes de que Kogito y Akari volvieran del club de natación, Chikashi abrió el libro de Sendak, Outside Over There, y observó durante largo rato la escena en la que Aida salta por la ventana de noche, al principio en una postura equivocada, para ir a buscar a su hermana. Chikashi también debería ser prudente.

9

En el núcleo del torbellino de sentimientos que experimentó Chikashi con el libro ilustrado de Maurice Sendak existía la sensación de que la niña llamada Aida era ella misma. Chikashi leyó el libro una y otra vez, hasta memorizarlo por completo, y al final lo tradujo a modo de satisfacción personal. Le enseñó la traducción a Kogito, que tenía el hábito de corregir todo lo que caía en sus manos y se la devolvió con algunas observaciones en lápiz rojo, pero escritas sin apretar. Al ver que el interés de su mujer por Sendak no decaía, le regaló el pequeño libro del simposio y otro más voluminoso, titulado Angels and Wild Things-The Archetypal Poetics of Maurice Sendak, en el que había una foto de Sendak paseando a su pastor alemán. A partir de entonces, Chikashi podría subrayar las partes que le interesaran o escribir sus propios comentarios en los márgenes de sus ejemplares.

Chikashi leía poco a poco el libro ilustrado de Sendak y otros sobre él, como si se fuera acordando de la historia de su propia vida. Durante la lectura, se dio cuenta de que su historia y la de Aida diferían en muchos aspectos, aunque en el fondo estuvieran entrelazadas. Eran diferentes pero tenían puntos coincidentes. Las diferencias parecían potenciar esos elementos que ambas tenían en común.

El libro titulado El método de la novela, de Kogito, que se publicó en diferentes ediciones y cuyo contenido comentó Kogito en un programa de la Cadena Educativa, hacía hincapié en la idea de «repetición incluyendo la desviación» que tanto le gustaba a Chikashi. Según la teoría de Kogito, cuando el desarrollo narrativo de una novela coincide con el transcurrir del tiempo, las desviaciones tienen un significado especial.

Chikashi tenía la sensación de ver un movimiento parecido entre el libro de Sendak y la historia de su propia vida, que no escribía sino que recordaba repetidamente. A fin de entenderlo mejor, ordenó los elementos por temas concretos. Es decir, empezó escribiendo los puntos parecidos y las diferencias entre el modo de explicar el changeling que el propio Sendak propugnó en el seminario, lo que escribió en sus ensayos y lo que ella entendía como changeling en la relación entre Goro y Akari:

«En primer lugar, los trasgos llegaron a secuestrar al bebé —“¿por qué no a Aida? Yo no tenía que preocuparme por eso porque sabía que no era lo bastante atractiva para ser secuestrada”— y dejaron en su lugar un muñeco de hielo. Aida siente un dolor que penetra hasta el fondo de su corazón, porque el bebé era responsabilidad suya. Inmediatamente intenta rescatar a su hermana, pero comete un error en la salida. Se envuelve con el impermeable dorado de su madre y salta desde la ventana al vacío de la noche, pero de espaldas. ¡Qué bien se complementan el texto y la ilustración para describir la aventura y el dilema de Aida!

»En segundo lugar, cuando le di a Kogito el guión y el storyboard, que estaban dentro del maletín de cuero rojo que dejó Goro, Kogito los ordenó cotejándolos con la grabación del tagame que describía el plan de rodaje de su película y me los devolvió.

»Después de haberlo leído otra vez, le pregunté a Kogito cuál de los dos finales habría escogido Goro para la última escena de la película. No le pregunté cuál de las escenas era más fiel a lo que realmente había ocurrido porque era obvio que Kogito no estaba allí, de modo que no podía saberlo.

»Si había dibujado de modo tan detallado el storyboard, creo que Goro pensaba rodar las dos escenas —me respondió Kogito.

»Yo deseaba una respuesta más clara. Sin embargo, en vez de intentar obtenerla, mientras le preguntaba a Kogito qué era lo que realmente había visto y experimentado a partir de estas escenas, me di cuenta de que existía una realidad sobre el Goro de aquellos tiempos que mi marido aún desconocía.

Kogito creía que, durante la semana posterior a que Goro y Peter se conocieran, él siempre había sido el punto de contacto entre ambos, es decir, que ellos dos nunca se habían visto a solas. Pero yo recuerdo que, poco antes de desaparecer durante dos días, Goro hizo novillos toda la mañana y fue al CIE en tranvía para ver unos documentos relacionados con el cine en el despacho de Peter. Aquel día, Peter le recomendó a Goro que estudiara cine en UCLA, donde se había licenciado él mismo, para ser director de cine como su padre.

»A mí me inquietaba sobremanera pensar que Goro podía obtener una oportunidad para estudiar en América, ¡porque significaba que mi hermano sería secuestrado por los Estados Unidos!

»No sé si fue al día siguiente o al cabo de dos días, Goro me dijo que iba a ir de excursión en el coche de Peter. Sentí la misma angustia, porque iban al corazón de la montaña donde su amigo había crecido. Goro se tomaba a broma las extrañas costumbres y ceremonias religiosas que todavía se celebraban en aquel lugar.

»Cuando Goro desapareció durante la excursión en coche y estuvo dos días en paradero desconocido, me sentí aterrorizada. Pensaba que podrían haberlo tomado como rehén en un fortín oculto en la montaña, o que podrían haberlo secuestrado y trasladado a América en un buque de guerra. Al tercer día, poco antes del amanecer, Goro volvió con su amigo y el aspecto maltrecho de ambos me dejó sin palabras.

»En tercer lugar, ¿qué pasó en el fortín oculto tras la huida de Goro y Kogito? No puedo averiguar la respuesta a esa pregunta a partir de los dos guiones y los storyboards que dejó Goro. Al parecer, ni Kogito ni Goro llegaron a saberlo nunca.

»Cuando Goro empezó a dirigir películas y Dandelion triunfó en los Estados Unidos, comenzó a frecuentar América, y hasta llegó a abrir una oficina de producción en Los Ángeles.

»Cabía la posibilidad de que la sangre no hubiera llegado al río pero, aunque fueran armas inservibles, Peter podría haber sido deportado por haberlas sacado de la base. Tendría que cumplir condena, pero una vez cumplida, podría haber seguido la información cinematográfica de Japón y plantarse frente a él cuando ya se hubiera convertido en un director de fama internacional. ¿Acaso no era un final feliz como los que Goro siempre soñó? Detrás de ese sueño podría existir una pesadilla, como una sombra nefasta que lo atormentaría durante toda la vida.

»En cuarto lugar, cada vez se hacía más patente que Goro había cambiado por completo después de aquellas dos noches, y que nunca volvió a ser el mismo.

»Outside Over There, de Sendak, me impresionó desde que vi la portada, incluso antes de abrirlo, pero tras unas cuantas lecturas, hubo numerosos pasajes que me dejaron boquiabierta. Aquella noche, cuando Goro volvió a casa antes del amanecer, sentí alegría y a la vez un temor difícil de describir. Me asusté porque Goro parecía un changeling que había sustituido al de carne y hueso. El Goro posterior a “aquello” seguía siendo mi hermano. En ese sentido hay una divergencia con respecto al libro de Sendak. De todos modos, si expreso con las palabras de Sendak lo que sentí en aquel momento, diría que el Goro que volvió a casa trajo el aire de “allá fuera”. A partir de entonces, ese aire de “allá fuera” nunca abandonó a Goro.

»El libro de Sendak muestra las ramas extendidas como si fueran brazos que bloquean el camino de Aida, que huye a través del bosque con su hermana rescatada de los trasgos. Unas mariposas negras revolotean con aire amenazante bajo las ramas. Aida está muy nerviosa».

En un debate del seminario, Sendak habló de la ominosa profecía de esta escena:

Esta escena demuestra que el sosiego que había conseguido Aida era fugaz. En todos los rincones de la ilustración aparecen indicios de futuros peligros. Su tranquilidad dura muy poco.

«¿De verdad?», le preguntó un compañero del seminario: «Sí. Los árboles parecen atraparla, y las cinco mariposas que revolotean a su alrededor presagian el mismo número de trasgos», le explicó Sendak, con más detalle.

«Cuando Goro sufrió el ataque de aquellos yakuza, que lo estaban esperando, pasé mucho miedo al pensar que los que vinieron de “allá fuera” lo habían apuñalado. Cuando a Kogito unos desconocidos le destrozaron el dedo gordo del pie izquierdo, lo acompañé al hospital. Mientras escuchaba a mi marido contarle una mentira al médico, tuve la sensación de que los que habían venido de “allá fuera” habían aplastado violentamente el dedo de Kogito. Además, no fue la única vez.

»En quinto lugar, Kogito siempre me ha parecido un tipo enigmático. Aun así, la razón principal por la que me casé con él, aunque no la única, tal vez fue que era el único que acompañó a Goro hasta “allá fuera” cuando se lo llevaron a la fuerza.

»Cuando Kogito era joven, Wole Soyinka, al que conoció en un congreso literario de Hawai, vino a Japón y asistí con mi marido al coloquio que organizó. Me interesé por este autor porque Kogito me explicó el contenido de su obra de teatro La Muerte y el Caballero del Rey, que trataba de un guía que conducía al rey al más allá.

»Tuve la convicción de que Kogito era el guía que llevó a Goro hasta “allá fuera”. Sospeché que la oposición frontal de Goro a nuestro matrimonio estaba motivada por el temor a que alguien relacionado con el “allá fuera” interviniera en la vida de su hermana.

»En sexto lugar, Akari nació con una gran protuberancia en la cabeza que parecía otra cabeza. Seguramente apareció con aquella cara extrañamente alargada y llena de arrugas porque había tenido que recorrer el estrecho camino hacia el exterior con aquella protuberancia. Goro vino a visitarme al hospital y dijo que el recién nacido parecía una abuela, comentario que me enfureció. Yo deseaba dar a luz a un hijo tan hermoso como Goro cuando era niño. Ahora, cuando lo pienso, me doy cuenta de que, en mi fuero interno, quería recuperar al Goro perfecto que perdí.

»Al saber que el tema del changeling me interesaba, Kogito me regaló varios libros, como la Enciclopedia de los espíritus y ninfas del mundo. El changeling que aparecía dibujado en aquellos libros siempre era un bebé con cara de viejo sabio.

»El niño, a pesar de su discapacidad, creció y empezó a componer música. Akari se transformó en la belleza más perfecta a través de la música. Sendak, aludiendo a la escena en la que Aida vuelve atravesando el temible bosque, dibujó una pequeña casa en la otra orilla del río que parecía el decorado de una ópera y explicó que, dentro de la casa, Mozart estaba componiendo La flauta mágica. La música animó a Aida.

»En séptimo lugar, cuando Goro estrenó A Quiet Life, mientras escuchaba la continua ovación en la penumbra de la sala, me alegré al pensar que Goro había recuperado su antiguo yo, lleno de inocencia. Sin embargo, al poco tiempo Goro se tiró desde una azotea. ¡Qué manera más equivocada de ir al más allá!

»Akari compuso una pieza para chelo y piano titulada Goro en memoria de su tío. Mediante la composición, Akari pudo recuperarse de la tristeza y el miedo que no podía entender. La muerte de Goro atormentó a Kogito e hizo que se obsesionara con el tagame, pero quizás con el tiempo mi marido también podrá escribir sin mentiras sobre el más allá.

»Así comprenderá el verdadero sentido de morir como novelista. Nunca le he declarado mi amor con palabras. Soy así. Menos palabras y más hechos. Cuando vi a Kogito apoyando la cabeza canosa en el cristal de la ventana sentí compasión, pero por mucho que hayamos convivido, no podemos parecernos. Lo único que puedo hacer es acompañarlo y estar a su lado mientras escribe libremente su último trabajo.

»¿Y qué pasará conmigo? ¿Cómo prepararme para ello?». Chikashi pensó qué haría si fuera Aida. Además, sabía que preguntárselo a sí misma significaba ser valiente y asumir la responsabilidad de la respuesta.

Chikashi le explicó su decisión a Ura, a quien ya había visto varias veces, y consiguió convencerla. El plan consistía en utilizar unos ahorros que tenía guardados, procedentes de los derechos de autor de unas ilustraciones que había hecho para dos colecciones de ensayos que Kogito escribió sobre Akari, con el fin de pagar los gastos del alquiler del apartamento que Ura tenía en Berlín. Había decidido que no sólo compraría el billete de avión de Ura a Berlín sino también otro para ella, que iría a ayudarle cuando diera a luz.

Si Kogito le pedía explicaciones, Chikashi le diría que quería evitar que los trasgos, que pueden adoptar cualquier aspecto, se acercaran a Ura y secuestraran al recién nacido. Además, quería decirle que su pensamiento estaba resumido en la última frase de la obra La Muerte y el Caballero del Rey, que Kogito había traducido y citado en el coloquio:

La tragedia aumenta con virulencia y termina súbitamente. Entonces, la jefe de la tribu, Iyoraja, se dirige a las mujeres del mercado, que entonan una elegía sin dejar de mover sus cuerpos: Olvidémonos de los que ya han muerto, incluso de los vivos. Que vuestro corazón esté solamente con aquellos que todavía no han nacido.

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