Renacimiento

Renacimiento


Capítulo 73

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Capítulo 73

 

 

 

El universo se desmoronaba al tiempo que se desplomaba dentro de las tres fauces de Yama.

Fue cuando sucedió el milagro. Una fuerza letal golpeó el pecho del demonio. Yama perdió el equilibrio y lucho por no derrumbarse.

«¿Qué me ha golpeado? —se preguntó».

Giró sus tres rostros en busca de su atacante. Al descubrir de donde provenía la energía que lo había sacudido, quedó pasmado. Su mente no pudo concebir lo que sus ojos miraron.

Dante estaba de pie en una repisa angosta. Sus tres ojos brillaban, su plexo solar estaba en llamas y un aura fría envolvía su cuerpo.

Los ojos de Yama se volcaron hacia el guerrero. La rabia que sintió hizo que se le hincharan las arterias de su cuello. Luego extendió su brazo y aprisionó a Dante entre sus alargados y gruesos dedos.

Dante expandió una aura helada. El frío fue tan intenso que, Yama, sintió como si hubiera agarrado nitrógeno líquido. La congelación se extendió desde su mano hasta su antebrazo, convirtiendo su extremidad en una prótesis de hielo.

Los insectos, que atacaban a Mateo, se congelaron. Mateo dejó caer el hacha al piso al momento que un suspiro de alivio escapó de su boca.

En la plataforma que estaba encima de Dante, Maya volteó a ver al bebé. Esta dio un gran bostezo como si estuviera aburrida.

Sobre la plataforma, Dante avanzó rumbo a Yama. De pronto, el plexo solar del guerrero astral estalló. Un disparo de fuego salió proyectado hasta el brazo congelado de Yama, reventándolo en pequeños pedazos de hielo.

El alarido de Yama fue ensordecedor.

Los insectos congelados, frente a Mateo, estallaron también; cubriendo al chico con minúsculos copos de hielo.

Una fina manta de hielo envolvió a Maya y a su bebé, de inmediato, ella removió la nieve de su hija y volteó a verla: la recién nacida estornudó sin dejar de ver a su madre.

La frustración de Yama fue acumulándose al tal grado de no resistir más; volvió a abrir sus mandíbulas. Sus fauces comenzaron a chupar las ruinas del castillo.

Piedras cayeron en picada sobre Dante.

Maya se prendió a un pilar, aferrando a su bebé contra su pecho.

La fuerza de succión de Yama arrastró a Mateo hacía él, derrumbándolo al piso. El chico era arrastrado hacia las fauces de Yama; cuando, tumbado en el piso, el joven cogió el mango del hacha y estrelló su navaja contra el mármol, hundiendo su cuchilla sobre él. Sujetó el mango del hacha con todas sus fuerzas, pero sus dedos, poco a poco, se iban resbalando.

El Castillo del Abismo comenzó a desvanecerse, convirtiéndose en un lugar oscuro y sin materia.

Dante emergió de entre las rocas. La fuerza de succión de Yama absorbía su energía. Tenía que contraatacar a esa bestia de destrucción…, pero «¿cómo?».

El guerrero astral bajó los ojos y descubrió un vórtice inmenso a los pies de Yama. Así que, apretó los ojos al concentrarse. Las tres energías brillaron con una intensidad más allá del límite. El guerrero gritó y sintió desgarrarse la garganta. Las tres energías se unieron en una sola: plexo solar, congelación, tercer ojo… Después de un momento, abrió fuego contra el vórtice.

Una luz cegadora emergió de lo profundo del espiral. Yama comenzó a hundirse como si estuviera metido en arena movediza. El demonio de tres rostros chilló con un grito agudo. Se hundía cada vez más. En un acto desesperado, succionó con todas sus fuerzas.

El torbellino de aire comenzó a aspirar los últimos vestigios que quedaban. Yama era ahora un agujero negro que tragaba hasta la última energía del universo.

—¿Qué está haciendo? —gritó Maya.

—Trata de arrastrarnos con él —contestó Dante a todo pulmón.

—¡Haga algo!

«¿Hacer algo?… —pensó Dante—, ¿pero qué más puedo hacer?».

De repente la succión lo alcanzó. Dante gritó de dolor. Su energía era absorbida. Solo quedaba un camino. Un camino que el guerrero astral había rehusado a aceptar desde el principio. Sin más y, con lágrimas en los ojos, volteó a ver a su hijo.

Mateo se aferraba al mango del hacha. Poco a poco sus dedos se iban resbalando. En ese instante, Mateo notó que su padre lo observaba. Sin entender por qué, Mateo vio que su padre lloraba al tiempo que una sonrisa de melancolía se dibujaba en su rostro. Entonces, leyó los labios de su padre que decían: «Lo siento».

Mateo abrió los ojos sorprendido. Miró a todos lados en busca de una respuesta, pero no quedaba nada que pudiera hacer.

Luego, alzó la vista a Maya y le regaló una última sonrisa.

Maya intuyó de inmediato lo que el guerrero astral pensaba hacer. Pero al sacrificarse, sacrificaría a la humanidad con diez mil años de maldad.

«Todos se han sacrificado por mí —se dijo—, pero, ¿qué he hecho yo por ellos?».

En la mente de Maya llegaron los recuerdos de Vanthy muriendo por la guadaña de Caronte, Yina-Yank dando su vida al protegerla. Dante y Mateo a punto de morir por ella y, el amor de su vida, Ren. Todos dando hasta su último aliento, mientras que ella, ¿qué les había dado en cambio? ¿Cuál era su sacrificio para la humanidad?

Lo había visto en el bosque de las luces: su destino la esperaba. Un destino no creado por un oráculo: un destino al saber que era lo correcto por hacer. Pero si su hija era sacrificada, ella se iría con ella.

Sin pensarlo dos veces, Maya, soltó el pilar donde se aferraba al momento que le devolvió la sonrisa de melancolía a Dante.

—¡Noooooo! —gritó Dante.

Demasiado tarde, Maya y su bebé caían en la boca del enfermo de Yama.

Dante logró ver cómo las lágrimas resbalaron por las mejillas de la chica hasta que desapareció en las fauces de la bestia.

El rostro de Dante se tensó, deformándose de dolor. «¿Para que tanto poder, para que tanto esfuerzo?». Había visto desaparecer a Maya y, por segunda vez, a su hija.

 «¿Qué clase de guerrero soy? —se recriminó—. Todo está perdido. Maya y Ariam han desaparecido en aquel hoyo negro».

En ese momento, las tres fauces de Yama dejaron de absorber. Sus tres pares de ojos, menos el que había quedado ciego, se clavaron sobre Dante. La batalla había sido feroz, pero solo podía haber un ganador. De pronto, Yama comenzó a jadear. Una tos violenta se apoderó del gigantesco demonio.

Dante miró incrédulo cómo los tres rostros de Yama se iban quebrando. Luces brillantes se abrieron paso a través de las fracturas. Los rayos de luz brillaban y se liberaban por las grandes grietas en sus tres rostros y su cuerpo...

Entonces, la cabeza de Yama explotó en un destello de luz. Su cuerpo, flácido, cayó en picada dentro del agujero negro.

En la explosión, Maya salió expulsada del cuerpo que había quedado de Yama. La chica salió disparada y fue a estrellarse contra una pared. Después su cuerpo se desplomó contra el piso.

Siete remolinos devoraron lo que quedaba del cuerpo de Yama, haciéndolo desaparecer en el vacío absoluto.

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