Renacimiento

Renacimiento


Capítulo 67

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Capítulo 67

 

 

 

El grito de Maya resonó en todo el castillo. Una luz, brillante y cegadora, salió de su vientre. Por unos momentos la antesala del castillo brilló con tal resplandor que dejó a todos sus ocupantes viendo una estela blanca por varios segundos.

Poco a poco, la luz fue desvaneciéndose.

Dante frotó sus ojos y, después de unos segundos, los entrecerró, agudizando la vista. A lo lejos, tumbada junto a Maya, una hermosa criatura movía sus pies y manos. Lo primero que captó Dante fue un par de grandes ojos verdes que resplandecieron como esmeraldas.

 

∞∞∞

 

Yina-Yank se apresuró hacia adonde estaba el bebé. Con gran agilidad y cuidado, lo envolvió en un velo de seda color azul claro.

—¡Mi bebé! ¿Cómo está mi bebé? —chilló Maya.

Yina-Yank contempló al bebé por un momento: Era una hermosa niña. Sus ojos eran como dos lagunas de color verde turquesa, piel rosada y con una leve pelusa de cabello dorado en la cabeza. Aquella recién nacida devolvió la mirada a Yina-Yank. Los ojos del bebé irradiaban ternura; parecía comprender lo que estaba pasando.

Yina-Yank sonrió y tomó entre sus brazos a la frágil criatura. Después, la levantó suavemente, apretándola contra su pecho.

Yina-Yank notó que el bebé respiraba con dificultad. Su pequeño pecho subía y bajaba a gran velocidad al momento que se escuchaba un silbido en cada bocanada de aire: el bebé estaba muriendo.

Entonces, un estruendo hizo reaccionar a Yina-Yank.

Dante volteó a su entorno al momento que el castillo se sacudió.

Los muebles brincaron; paredes y columnas se cuartearon. Grietas enormes comenzaron a recorrer las paredes a tal velocidad que, en solo unos segundos, el palacio era un lugar en ruinas. El guerrero del tercer ojo se cubrió la cabeza al momento que el yeso comenzó a llover por todas partes.

Yina-Yank cubrió con su cuerpo al bebé. Algunos pilares se desplomaron. El techo, hecho de constelaciones, parecía que se les vendría abajo.

Un hueco enorme comenzó abriese en el suelo, dando la impresión que un remolino se tragaba el piso. El lugar entero se derrumbaba.

Yina-Yank sujetó con una mano a Maya, mientras que con la otra continuaba sosteniendo al bebé. Jaló de la chica lejos del boquete que se abría cada vez más en cada momento.

El palacio continuó estremeciéndose por unos segundos cuando de pronto paró…

Un tenso silencio reinó en el lugar por un momento. De pronto, un rugido ensordecedor hizo eco en todo el castillo. De aquel gigantesco hoyo, Yama brotó como un nuevo ser. Un monstruo tan grande como montaña. Una bestia aterradora de tres caras en una sola cabeza. Seis brazos. Dos pares de alas de murciélago revoloteaban arrojando fuertes ráfagas de aire. Los tres pares de enormes ojos rojos brillaron como carbones ardientes y arrojaron una mirada llena de odio sobre Yina-Yank que sostenía al bebé contra su pecho.

Yama bufó un grito tan estridente que los muros terminaron por desmoronarse. Galaxias y nebulosas aparecieron detrás de las paredes y techos que sucumbieron con aquel rugido. El piso explotó. Los pedazos de cementos salieron volando en todas direcciones. Al final, las piezas estructurales del castillo quedaron flotando como satélites alrededor de Yama, dejándolo en el centro de gravedad. Era un tornado incontrolable de mármol, cemento y acero.

Yama alzó la cabeza. Sus tres mandíbulas se abrieron enormes. Sus ojos apuntaban al techo que estaba cubierto por miles de constelaciones. Las tres fauces comenzaron a succionar el infinito. Se había convertido en un enorme agujero negro que engullía el universo.

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