Renacimiento

Renacimiento


Capítulo 70

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Capítulo 70

 

 

 

Los controles enloquecieron. La energía que resplandecía alrededor de los capullos parpadeó por unos segundos hasta que por fin murió. Eugenio corrió de un lado a otro para revisar los dispositivos de energía mientras que Virgilio lo observaba con mirada incrédula.

—¿Qué diablos está pasando? —gritó Virgilio.

Eugenio revisó el ordenador al momento que golpeó sobre las teclas virtuales. En la pantalla brotaron algoritmos sin sentido.

—¡Hemos sido jaqueados! —carraspeó Eugenio con la garganta seca.

—¡¿Qué?! ¿Quién pudo haber hecho algo tan…? —la respuesta golpeó a Virgilio antes de acabar la pregunta. Solo una persona era tan hábil para matar a todo el sistema de cómputo de Corporación Astral.

«¡Maldita, Becca! —pensó Virgilio al momento que el hielo comenzó a derretirse».

El agua empezó a drenarse a través de las cápsulas incrustadas en la pared. Grandes cascadas de agua helada brotaron de las colmenas donde descansaban los durmientes.

—¡Haz algo! —ordenó Virgilio—. ¡Arréglalo!

Los ojos de Eugenio se llenaron de terror. En unos segundos, el agua había llegado hasta sus rodillas. Entonces, comprendió que solo quedaba una cosa por hacer…

Luchando contra el agua que comenzaba a llegarle hasta la cintura, Eugenio avanzó a paso rápido hasta la compuerta y pasó su tarjeta por la cerradura electrónica. Al abrirse la compuerta, el agua salió expulsada, arrastrando con ella a Eugenio.

Virgilio se sujetó con firmeza de una de las máquinas al tiempo que el agua disminuyó, llegándole hasta los tobillos. El encargado de Corporación Astral corrió hasta la entrada y echó una mirada al pasillo. Ahí, miró cómo Eugenio huía despavorido.

—¡Cobarde! —gritó Virgilio—. ¡Regresa!

Los ojos de Virgilio se llenaron de desesperación

—¡Regresa! —esta última orden salió como un susurro.

Virgilio miró por encima del hombro a la cascada que persistía en acabar con el Departamento de Criogenia. Luego alzó los ojos y observó a los miles de personas en sus capullos. Aquellos seres humanos que permanecían congelados y, que para sus adentros, deseaban un nuevo amanecer, despertarían en un edificio destruido.

El agua continuó cayendo a chorros, subiendo nuevamente de nivel. Virgilio avanzó hasta el teclado virtual. Comenzó a golpear las teclas en espera de una reacción. Cualquier reacción. Pero en respuesta, el teclado virtual se desvaneció en el aire. Los sistemas se apagaron. De pronto, el lugar era una bóveda gigantesca, fría y húmeda. Sin poder hacer nada más, salió del Departamento de Criogenia. Con paso torpe, intentó abrirse paso entre el agua que cubría su cintura.

La pared en el pasillo era un largo ventanal que dejaba ver a la ciudad que continuaba destruyéndose. Yama acabaría con todo.

«Yank tuvo razón —se reprimió—. Aposté a la persona equivocada».

No quedaba nada por hacer. Tan solo contemplar, lo que alguna vez había sido, a una civilización rebosante de vida.

La ciudad crepitó delante de sus ojos. Las luces se fueron apagando. De pronto, un rugido lo hizo girar sobre sus talones. Sus ojos se abrieron desorbitados al mirar miles de galones de agua avecinarse hacia él. Lentamente, cerró los ojos. Estaba consiente de lo que seguía.

El golpe del agua fue tan fuerte que lo aplastó contra el ventanal: Sus huesos crujieron y sus pulmones quedaron sin aire. Intentó respirar, mas el agua ya había cubierto su cabeza. La cruel corriente entró por sus fosas nasales, por su boca; hasta llegar a sus pulmones. Desconocía si moriría aplastado o ahogado. Y ante esa agonía, la respuesta llegó de manera brutal. No sería ni ahogado ni aplastado. Se escuchó el ventanal chirriar mezclado con el ensordecedor rugir del agua.

Con los ojos entreabiertos, notó cómo una pequeña fisura se extendió por todo el cristal tomando la forma de una enorme telaraña. Sus párpados se abrieron tanto que las órbitas de sus ojos saltaron aterrados. El sonido del cristal al romperse lo llenó de pánico. Sería el último ruido que escuchara en su vida.

Su cuerpo se desplomó a tal velocidad que el aire que deseaba con tanta desesperación, ahora era el que no lo dejaba respirar. El encargado de Corporación Astral miró cómo el piso se acercaba velozmente. El pánico lo inundó. Su corazón palpitó a ritmos acelerados cuando de pronto…, dejó de hacerlo. Un paro cardíaco terminó con su vida. No sentiría estrellar su cuerpo contra el asfalto. Su último recuerdo sería una caída sin fin al vacío, a la oscuridad.

 

∞∞∞

 

En el Departamento de Criogenia, chispas de electricidad saltaron en todas direcciones. Las cápsulas quedaron expuestas. Hombres, mujeres y niños estaban en un letargo helado.

Dentro de una de las cápsulas, el pecho de Dante comenzó a levantarse y bajarse. Poco a poco, su respiración se hizo regular; el congelamiento que le impedía luchar, había terminado.

 

∞∞∞

 

Océanos enteros comenzaron a secarse.

Los árboles se volvieron cenizas.

Las capas tectónicas se desplazaron a velocidad tan rápida que enormes terremotos derribaron ciudades enteras.

Ocultos en casas, la gente en meditación profunda se secaba hasta los huesos.

Yama intentaba sobrevivir a costa de la destrucción de lo que había protegido en el pasado. El equilibrio del universo llegaba a su fin.

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