Renacimiento

Renacimiento


Capítulo 65

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Capítulo 65

 

 

 

La cápsula deslizó su compuerta hacia arriba. Dentro de ella, Sarah tomó una gran bocanada de aire al despertar. Por un momento se sintió aturdida.

—Sarah, Sarah… —se escuchó una voz.

Sarah sacudió la cabeza, tratando de despejar su mente. Odiaba los viajes mentales. Siempre la dejaban aturdida y con un fuerte dolor de cabeza.

—Sarah… —la voz insistió.

Sarah alzó los ojos y miró una figura borrosa que, poco a poco, fue tomando forma.

Becca la observaba desde el tablero holográfico en azul claro.

—¿Qué está pasando en el inframundo? —preguntó Becca al acercarse.

Sarah la miró desconcertada; entrecerró los ojos para poder distinguir a la joven científica.

—¿Dónde se encuentra el cuerpo de Dante? —preguntó Sarah preocupada.

 

∞∞∞

 

Marcus había llevado el cuerpo de Dante al Departamento de Criogenia.

Virgilio lo esperaba allí junto con Eugenio y un médico tomaba los signos vitales del guerrero astral.

—¡Es un milagro! —expresó el médico abriendo mucho los ojos—. No sé cómo, pero Dante ha regresado a la vida.

—¿Se encuentra estable? —preguntó Virgilio en tono solemne.

—Todo indica que sí, pero sus signos vitales son débiles; habrá que llevarlo a hacerle un examen minucioso.

Virgilio negó con la cabeza.

—Eugenio —ordenó Virgilio al tiempo que miró al suelo—, mete a Dante en una cápsula criogénica.

—En su estado sería muy peligroso… —expresó el médico.

Virgilio alzó los ojos y lo fulminó con la mirada.

—Puede marcharse, doctor.

El médico quedó congelado por unos segundos. Quiso debatir la decisión de su jefe, pero sabía que era una pérdida de tiempo discutir una orden de Virgilio. Sin más que hacer, el médico realizó una pequeña reverencia y salió del lugar.

Eugenio se encontraba engarrotado, dudando en acatar una orden que iba en contra de sus principios.

—¡¿Qué esperas, Eugenio?! —alzó la voz Virgilio.

Finalmente, el miedo se impuso ante la razón.

—Necesitaré ayuda.

—Marcus —ordenó Virgilio—, échale una mano a Eugenio.

Juntos, Marcus y Eugenio, metieron a Dante dentro de una cápsula de congelación. Una vez ahí, Virgilio ordenó:

—Baja la temperatura entre el límite de regresarlo y mantenerlo en el inframundo.

Eugenio volvió a dudar.

—Eso nunca se ha hecho. Podría matarlo.

—Dante ya es un hombre muerto —respondió Virgilio con desenfado.

Eugenio apretó los labios. Conocía a Dante desde que había entrado a trabajar ahí. Siempre había sido amable con él. Además, él y Sarah eran muy cercanos.

—¡No lo haré! —dijo Eugenio finalmente.

Virgilio frunció el entrecejo al tiempo que grandes surcos se formaron en su frente.

—¡Estoy rodeado de cobardes!

Virgilio hizo a un lado a Eugenio con el antebrazo y golpeó, con el puño cerrado, el botón rojo sobre el tablero virtual.

La compuerta se deslizó al cerrarse.

El rostro de Dante se asomaba por la ventanilla de plexiglás al momento que cristales de hielo comenzaron a formarse como membranas plateadas. La delgada y gélida escarcha fue expandiéndose a todo lo largo del capullo metálico. Daba la impresión de que el guerrero astral estaba metido en un ataúd hecho de una capa de hielo. Los álgidos cristales de hielo continuaron expandiéndose dentro de la cápsula, cubriendo el rostro del guerrero astral en un manto blanco y frío.

 

∞∞∞

 

El eco de las pisadas retumbó en el pasillo. Sarah y Becca apresuraron el paso. Ambas sabían que el tiempo se acababa. Si los guerreros astrales perecían, el mundo entero compartiría el mismo destino.

Sarah deslizó la tarjeta de ejecutivo en la barra electrónica y las compuertas corredizas se deslizaron, abriéndose de par en par. Al entrar Sarah y Becca, pararon en seco al ver a dos paramédicos meter a Mateo dentro de un saco de plástico color verde oscuro.

—¡¿Qué diablos están haciendo?! —les gritó Sarah con la mirada llena de furia.

Los dos paramédicos giraron sus caras para verse mutuamente. Cada uno en espera que el otro respondiera la pregunta.

—No… Nosotros… Virgilio… —tartamudeó uno de ellos— Virgilio dio la orden de llevarlo abajo.

Sarah avanzó con paso amenazante y empujó a ambos con todas sus fuerzas.

Ambos paramédicos, aunque más grandes y con más peso, retrocedieron atontados sin saber que responder.

Inmediatamente, Sarah bajó el cierre de la bolsa de lona. Mateo parecía profundamente dormido. Sarah pudo detectar una débil respiración que hinchaba la caja torácica de su hijo.

—¡Idiotas! ¡Él sigue con vida! —les gritó.

—Eso no había detenido antes a la corporación —susurró el otro paramédico.

Los ojos de Sarah se agrandaron. No podía creer lo que había escuchado.

—¿A cuanta gente viva han llevado al departamento de reciclaje?

Ambos paramédicos volvieron a voltearse a ver confundidos. Nuevamente, cada uno de ellos esperaba que el otro respondiera.

—¡¿A cuántos?! —repitió Sarah.

Los ojos de Sarah arrojaban lumbre.

—Eran órdenes de Virgilio —por fin dijo uno de ellos.

Sarah sintió un vacío en la boca del estómago. La cabeza le dio vueltas. Parecía que perdería el conocimiento en cualquier momento. Luego de algunos segundos, tomó una gran bocanada de aire y dijo apretando los dientes:

—Salgan ambos de aquí.

—Pero Virgilio dijo…

—¡LARGO DE AQUÍ!

Ambos paramédicos se apresuraron a salir pasando junto a Becca que se había quedado sin palabras.

—Ayúdame aquí, Becca. —Sarah la miró por encima del hombro—. Por favor —suplicó.

Becca se apresuró y ambas sacaron a Mateo de la bolsa de lona.

Mateo quedó tumbado en la camilla mientras que las lágrimas de su madre resbalaron por sus mejillas.

Becca observó llorar a Sarah. No pudo dejar de sentir lástima por aquella mujer. El monstruo que había creado, amenazaba con devorar a su familia.

—Tengo que entrar a la computadora —dijo Becca.

—Haz lo que tengas que hacer.

—Necesitaré tu clave para jaquear el Departamento de Criogenia.

Sarah tenía los ojos clavados en el rostro de Mateo. Con un suspiro, salieron las palabras:

—Astral, guion bajo, para mis hijos —dijo Sarah—. Escribe todo seguido.

Becca asintió con la cabeza y avanzó hasta el teclado virtual. Una vez ahí, sus dedos se movieron con gran agilidad. A una velocidad que daba la impresión que las palabras se amontonaban sobre la pantalla virtual.

—¿Crees que Mateo regrese a su cuerpo? —susurró Sarah—. O ¿crees que renazca en otro cuerpo?

—Solamente él lo sabe. —respondió Becca al tiempo que, finalmente, golpeó la tecla de «entrar».

—Ya está —suspiró Becca al ver su obra terminada—. Ahora tenemos que salir de aquí.

—¿Qué quieres decir?

—Las cápsulas de criogenia se descongelarán en unos minutos. Varios pisos quedarán inundados hasta el techo. Incluyendo este.

—Nunca mencionaste con destruir corporación astral.

—Dije que los detendría. Esto los detendrá para siempre.

Sarah se quedó boquiabierta. Todos esos años de trabajo quedarían reducidos a nada en cuestión de minutos. Resignada, expresó lo único que quedaba por decir:

—Hay que sacar a Mateo de aquí.

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