Renacimiento

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Capítulo 71

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Capítulo 71

 

 

 

El elevador crujía al momento que bajaba.

 Solo quedaban veinte pisos para llegar al lobby de Corporación Astral. Al llegar ahí, debían de apresurarse a salir del edificio y buscar refugio. Algo casi imposible en una ciudad que se caía en pedazos.

Sarah y Becca no sabían que les esperaba al salir a la calle, mas estaban consientes de que quedarse dentro del edificio era muerte segura.

El descenso, lento por culpa de los viejos y mal lubricados cables que sostenían el ascensor, se hacía interminable. La falta de mantenimiento saltaba a la vista y se reflejaba en su uso.

A través de las rendijas del ascensor, Sarah miró impaciente cómo se iluminaba cada piso que dejaban atrás. Luego, tardaban de dos a tres segundos para llegar a un piso más abajo; era un viaje interminable. Impaciente por el tiempo que les estaba tomando bajar por el ascensor, volteó a ver a su hijo que yacía en la camilla. El pecho de Mateo se elevaba con debilidad, indicando que continuaba con vida, pero, ¿por cuánto tiempo?

Por su parte, Becca, recargando su cuerpo en la pared, miraba hacia un punto distante. Sus pensamientos estaban lejos del ascensor. Quería que todo terminara. Aquellos días llenos de estrés habían terminado por agotarla y, sin embargo, todavía faltaba un buen trecho que recorrer.

De pronto, se escuchó un estruendo seguido por una sacudida.

Ambas mujeres quedaron paralizadas.

Después, sintieron otras sacudidas. El elevador ronroneó como gato en celo al tiempo que osciló para ambos lados. Ambas mujeres se voltearon a ver cuando…

Una última sacudida, con más intensidad que las anteriores, casi las derribó. Las luces de neón parpadearon un par de veces y después dejaron de existir. El jaqueo, que Becca había realizado, llegaba más rápido de lo que esperaban. Al quedarse a oscuras, el elevador detuvo su descenso.

«¿En que piso estamos? —pensó Becca».

La joven recordó haber visto el noveno piso, pero no estaba segura. De lo único que estaba consiente, era que tenían que salir de allí por sí mismas. No quedaba nadie más. Ningún trabajador ni, mucho menos, un grupo de rescate; estaban a merced de sus propias habilidades para escapar y sacar a Mateo con vida.

De pronto, se escucharon unos golpecitos sobre el techo. Ambas mujeres miraron arriba. Los sonidos huecos contra el metal aumentaron drásticamente.

Becca sintió un leve golpe frío chocar contra su mejilla. Llevó la mano a su rostro y notó que estaba mojada.

Sarah volteó a ver a Mateo. La manta verde, que lo cubría, se oscurecía en el lugar donde caían las gotas de agua.

En un santiamén, el ascensor comenzó a gotear intensamente. El agua se filtró por cada rendija y grieta, escurriendo por paredes y techo. A esa velocidad, el lugar quedaría cubierto de agua en cuestión de minutos. Sarah miró a sus pies y notó cómo el agua comenzaba a cubrirle los tobillos.

De repente, se escuchó un rugido. Era un eco sordo que provenía desde arriba.

Sarah y Becca levantaron sus miradas al techo cuando…

—¡PLASH!—: un chorro de agua penetró con brutal estrépito dentro del ascensor. El agua las golpeó con tal fuerza que ambas cayeron de espaldas sobre el charco que ya había alcanzado los veinticinco centímetros. El agua ascendió de manera estrepitosa. En un intento desesperado, Becca, escaló por una pared e intentó ponerse de pie. En cuestión de segundos, el agua ya había alcanzado su cintura.

A trompicones, Sarah se puso de pie y sujetó la camilla donde se encontraba Mateo inconsciente, pero resbaló y, con su peso, volcó la camilla. Mateo cayó sobre su madre al tiempo que el agua los cubrió de inmediato.

Sarah dio un salto fuera del agua y jaló a Mateo del cuello para que pudiera respirar.

Becca alzó la cabeza: observó cómo Sarah luchaba por mantener a flote a su hijo. Sin dudarlo, Becca avanzó hacia ellos y tomó a Mateo de las axilas. El agua no cesaba de caer. El pequeño cubículo, donde se encontraban, comenzó a inundarse. Sin darse cuenta, el agua les había llegado hasta el cuello.

Con una mano, Becca sujetó la puerta del ascensor y jaló con todas sus fuerzas sin poderla mover un centímetro.

En cuestión de segundos, el agua ya cubría las cabezas de ambas mujeres. Sarah luchó por mantener el rostro de Mateo fuera del agua mientras que Becca intentaba abrir las compuertas del ascensor.

Entonces, Becca recordó del viejo barandal incrustado en la pared. La chica se sumergió dentro del agua y lo buscó con ojos desorbitados. Al ver el barandal, se abalanzó hacia él y lo tomó con una mano. Los años sin manutención había hecho mella en él. La joven jaló con pujanza sin ningún resultado. De pronto, sintió cómo sus pulmones exigían algo de oxígeno; no tuvo otro remedio que salir a la superficie a tomar algo de aire. La bocanada de aire fue un alivio que la revitalizó.

 Luego miró por encima del hombro a Sarah que apenas podía asomar la cabeza fuera del agua. La mujer luchaba, a toda costa, por mantener a su hijo a flote sin importarle que ella misma se ahogara.

Becca sintió la necesidad de ayudarlos, pero el nivel del agua seguía subiendo de forma vertiginosa. En un abrir y cerrar de ojos, el ascensor quedaría cubierto de agua, así que tomó una decisión. La joven se sumergió de nuevo y, una vez dentro, asió el barandal con ambas manos. Jaló con fuerza un par de veces. La barra metálica se zarandeó, pero se aferraba a no desprenderse. Colocó un pie en la pared para apoyarse y tiró con todas sus fuerzas. Sintió cómo el barandal comenzaba a ceder. Dio un último tirón y la barra metálica por fin se desprendió. Con la barra en la mano, se puso de pie, pero el agua ya cubría su cabeza. Bajo del agua, miró a un costado: Sarah aguantaba la respiración mientras que, con ambas manos, alzaba a Mateo para mantener su cabeza fuera del agua.

Becca nadó hacia arriba y choco contra el techo. Faltaban unos diez centímetros para que el agua cubriera por completo el ascensor. La chica giró a un costado y observó a Mateo asomar apenas la mitad de su rostro. El agua pronto llegaría a sus fosas nasales y, después de eso, no habría nada que hacer.

Becca cogió una nueva bocanada de aire y se sumergió.

En el fondo, hizo palanca con la puerta del elevador. Sus manos apretaron la barra. Los músculos de sus brazos se tensaron. Jaló con todas sus fuerzas al momento que esferas de burbujas escaparon de su nariz y boca. Necesitaba aire con urgencia. Volteó a un lado y miró como Sarah comenzaba a perder el conocimiento. Becca no tenía tiempo de otra bocanada de aire. La puerta, del elevador, habría de abrirse sí o sí.

Apoyando ambos pies sobre la pared, la chica tiró con todo lo que tenía. De pronto, se escuchó el eco de un rechinido. La puerta se abrió un par de centímetros. Muy poco, pero suficiente para que el agua escapara por allí. Con más fuerza, jaló de nuevo. La puerta se abrió lo suficiente para que deslizara su mano dentro de la orilla. Arrojó la barra de metal a un lado y empujó con todas sus fuerzas. La compuerta se abrió más hasta que logró sacar la mitad de su cuerpo. Con ambas manos, empujó de nuevo. El agua la golpeó al salir del ascensor. La chica gritó con furia al tiempo que la compuerta se deslizó al abrirse. La corriente de agua salió con tal fuerza que la arrastró fuera del ascensor.

Becca azotó de bruces en el suelo. Luego comenzó a toser mientras jadeaba. Después de unos segundos, su respiración se normalizó. Alzó los ojos y vio que el elevador había quedado entre ambos pisos.

Dentro del ascensor, Sarah asomó su cabeza y miró a Becca con una sonrisa de gratitud.

El agua continuaba cayendo a los pisos de abajo, pero ellas estaban a salvo. Y, por lo pronto, habían salvado a Mateo. Pero el alma de Mateo enfrentaba otra batalla en el Castillo del Abismo.

 

∞∞∞

 

Mateo iba recostado en los hombros de Sarah y Becca que lo cargaban fuera del edificio.

Una vez que lograron salir, miraron cómo, a lo largo de la calle, se levantaban remolinos de concreto.

El asfalto giraba sobre su eje y engullía calles enteras. Enormes boquetes se abrieron tragando casas y edificios.

Las dos mujeres, con Mateo acuestas, frenaron de golpe. Sus ojos voltearon en todas direcciones en busca de un lugar para protegerse. Al final, terminaron por quedarse petrificadas a mitad de la calle. Recostaron a Mateo y esperaron un milagro. En ese momento, era cuestión de suerte que lograran sobrevivir.

Sarah miró por encima de su hombro y observó cómo el edificio de Corporación Astral se caía en pedazos. Entonces, advirtió a una figura conocida salir despavorida de la entrada.

 

∞∞∞

 

Marcus se detuvo al mirar a las mujeres y a Mateo en medio de la calle. Les sonrió aliviado. Una sonrisa de que, aunque fuera su peor enemigo, ahora compartían el mismo fin: el de sobrevivir.

Arrancó hacia ellas, pero paró en seco al mirar el rostro de asombro y terror de ambas. Alzó los ojos y miró una gran loza de concreto venírsele encima.

La oscuridad y el silencio eterno se hicieron en un segundo. Una muerte rápida para, lo que había sido, una larga vida de servilismo.

 

∞∞∞

 

Dentro del edificio de Corporación Astral, la gente pudiente corrió despavorida por todos lados en el salón de fiestas.

Parecían ovejas atacadas por un lobo. Luchaban entre ellos para salir primero. Empujando a los más débiles y pisoteando a los ancianos que habían quedado abajo, luchaban por salvarse así mismos. Sin embargo, no habría salida. El techo, de la corporación que habían construido, se derrumbó sobre ellos. Gritos de terror y dolor imploraban por ayuda. Una ayuda que no llegaría.

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