Renacimiento

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Capítulo 72

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Capítulo 72

 

 

 

La batalla había inclinado su balanza hacia un solo lado.

Al momento que Yama localizó a Yina-Yank, los atacó con todo lo que tenía. El guerrero astral había dejado de pelear y, únicamente, se protegía de las embestidas mortales que lanzaba Yama. Ni con las almas unidas contaban con la capacidad de encarar a aquella montaña de destrucción. Después de lanzar numerosos ataques al cuerpo de Yama, ahora, Yina-Yank permanecía replegado en una plataforma flotante que giraba alrededor de la bestia.

Yama cazó con furia al andrógino guerrero, acorralándolo poco a poco, hasta no dejarle otra plataforma dónde saltar u ocultarse.

Finalmente, aquel demonio con tres rostros cercaba a Yina–Yank. Al tenerlo en la mira, sus tres pares de ojos arrojaron una cascada de roca fundida sobre ella-él.

Yina-Yank alzó la palma de sus manos y proyectó una energía de fuego helado sobre su cabeza. Creando así, una cúpula de color azul, rojo y amarillo sobre sí mismo.

La lava, que los ojos de Yama expulsó, se precipitó por encima del escudo que Yina-Yank formó sobre su cabeza, haciendo resbalar el incandescente líquido a un costado del andrógino. El magma escurrió por la cúpula de energía y cayó a los costados como una tormenta incandescente de piedra fundida.

La energía de Yina-Yank se agotaba de forma gradual a cada segundo: no resistirían por mucho tiempo.

Por su parte, Yama recuperaba sus fuerzas a medida que devoraba al universo.

Cuando todo se veía perdido para el andrógino guerrero, Yama pegó un alarido de dolor; algo lo había lastimado y distraía de su objetivo. Yama desvió el ataque, dándole así, un suspiro a Yina-Yank.

Yina-Yank miró por encima del hombro, quedando atónito al ver a Maya alzando la espada sobre su cabeza. Un alma, sin ninguna habilidad especial, lo había salvado.

Maya hundió, una y otra vez, la afilada hoja de acero en uno de los brazos de Yama.

Con más rabia que dolor, Yama chilló tan fuerte que el universo se estremeció. Luego volteó a ver a Maya. Aquella chica, que intentó eliminarla tantas veces, la tenía enfrente, mas ahora no valía de nada acabar con ella. Con su fruto ya nacido, aquella mujer no representaba ningún peligro, pero la satisfacción de aplastarla como a un gusano no se la quitaría nadie.

Poniéndose en posición, Yama comenzó a aspirar el aire en dirección a ella. La chica dio media vuelta y buscó un rincón en el que pudiera protegerse. Sin encontrar nada, solo le quedaba aferrarse a algo para impedir ser succionada. Maya avanzó tan rápido como pudo a una de las columnas y, una vez ahí, rodeó el pilar con sus brazos, aferrándose con todas las fuerzas que le quedaban.

Yama succionó el aire y, con este, parte del alma de Maya.

De manera inesperada, el demonio de tres rostros frenó de golpe y paladeó un sabor dulce como nunca lo sintió en ninguna alma. Era un sabor a miel que lo revitalizaba; sintió la necesidad de tragar a esa alma por completo.

Los tres pares de ojos de Yama la miraron como si fuese un manjar irresistible. A punto de continuar la succión del alma de la chica, Yama abrió sus tres fauces de forma salvaje.

De repente, Yina-Yank saltó frente a Maya y la cubrió como si fuera un escudo.

—¡No te la llevarás!— gritó Yina-Yank.

Los tres pares de ojos del demonio brillaron con lujuria. El andrógino resultaría ser una deliciosa comida antes de llegar al postre.

Yank comenzó a succionar al tiempo que Yina-Yank le dio la espalda al monstruo y utilizó el cuerpo para proteger a Maya. El andrógino guerrero sintió como su alma era engullida. De frente a Maya, Yina-Yank miró a la chica con una sonrisa de dolor en el rostro.

—No tengas miedo de vivir —dijo Yina-Yank mientras su energía era drenada—. Y, sobre todo, nunca dejes de pelear.

Maya miró aterrada al ver cómo el alma de Yina-Yank se iba secando. Los colores blanco y negro se volvieron grises. En cuestión de segundos, su alma era una estatua de cenizas.

Maya llevó la mano hasta la mejilla de aquella estatua gris y, con la yema de sus dedos, acarició su rostro. De inmediato, la escultura del híbrido voló en una nube de cenizas, esparciéndose hasta desaparecer por completo. El último vestigio del guerrero cayó a los pies de ella: una semilla de cristal con la combinación de los colores entre rojo fuego y azul hielo.

Yama observó a la chica con tal intensidad que la chica no pudo dejar de sentir un escalofrió recorrer su cuerpo.

Los tres pares de ojos de Yama brillaron al rojo vivo. El demonio de tres rostros extendió una de sus manos para agarrar a Maya cuando…

—¡Zas!—.

Una ráfaga de energía color azul golpeó su mano. El dolor fue tan intenso como un arponazo con la punta de acero al rojo vivo.

Yama giró su torso. Sus tres pares de ojos se abrieron incrédulos.

Dante erguía su cuerpo en una de las plataformas flotantes frente a él. El color había regresado a su rostro. Sus tres ojos emitían un destello de luz azul tan intenso que deslumbró a la bestia de los tres rostros.

Yama lo observó por un momento. Aquellos segundos fueron interminables. Frente a él quedaba el tercer guerrero astral.

Poseyendo las almas de Yina y Yank, solo quedaba el alma de Dante. Era una estrecha brecha para obtener otros diez mil años de soberanía. Era cierto que el mundo material estaba casi destruido, pero, que demonios, Yama era un rey; un dios que podría reciclar lo destruido. Tragaría toda devastación y, con ella, reconstruiría un nuevo reinado; el mundo volvería a florecer.

Pero Dante tenía otros planes. Yama jamás sería el mismo. Su alma contaminada crearía un mundo envenenado y lleno de odio. De una u otra forma, el tiempo de Yama llegaría a su fin esa noche. Si fuera necesario, el guerrero del tercer ojo pelearía hasta la muerte para derrotarlo.

—¡Papá! —se escuchó el grito de Mateo en la distancia.

Dante dio media vuelta y vio a su hijo sobre una plataforma flotante. Entre sus brazos, sostenía al bebé de Maya. Luego el guerrero astral miró sobre la cabeza de su hijo. A espaldas de él, flotaba el pasillo que llevaba al Océano de Loto.

—¡Mateo!... —gritó Dante—. Intenta llegar hasta el pasillo.

Luego observó a Maya que permanecía tumbada de costado.

—¡Maya!, ve con Mateo y tu bebé. Yo me encargaré de Yama.

 

∞∞∞

 

La plataforma, donde se encontraba Maya, giraba en dirección de las manecillas del reloj; mientras que una plataforma más abajo, donde estaba Mateo y el bebé, giraba en dirección opuesta. A cada giró, ambas plataformas permanecían al mismo nivel, una por debajo de la otra. Sin embargo, la plataforma donde permanecía ella quedaba demasiado alta para que el joven pudiera alcanzarla. Al primer encuentro entre ambas plataformas, Maya se recostó boca abajo y extendió su mano, intentando, sin éxito, alcanzar la mano de Mateo. La plataforma del chico con el bebé en brazos pasó de largo. Ahora, Maya tendría que esperar un par de minutos para que las plataformas volvieran a encontrarse. Maya pensó en cómo ayudarlos a subir. «Quizá, si me inclinara más y estirara el brazo tanto como pueda», pero de inmediato descartó la idea. Maya, de complexión pequeña, no aguantaría el peso de Mateo con el bebé y, lo más seguro, es que los tres cayeran al vacío.

Luego, Maya bajó los ojos: a sus pies yacía la espada con la que había atacado el brazo de Yama.

«Si clavo la espada por debajo de la plataforma, Mateo podrá sujetarla y escalar hasta arriba».

Así que inclinó su cuerpo a la orilla de la plataforma y, con todas sus fuerzas, golpeo la plataforma con la punta de la espada:

¡Nada! La chica no era tan fuerte.

A lo lejos, la plataforma donde se encontraba Mateo volvía acercarse. El joven miró lo que Maya intentaba hacer y le gritó:

—¡Maya! Arrójame la espada…

Maya alzó los ojos y vio al chico acercarse a gran velocidad con el bebé en brazos. De inmediato, cayó en cuenta del plan de Mateo. Al tenerlo a tiro de piedra, la chica lanzó la espada.

Mateo saltó y cogió con una mano la espada por el mango. Luego le gritó a la chica.

—¡Atrapa al bebé!

Maya tardó un segundo en reaccionar cuando Mateo, que pasaba a un metro por debajo de la plataforma donde se encontraba ella, arrojó al bebé. Con reflejos felinos, Maya alcanzó a coger al bebé entre sus brazos mientras miró cómo Mateo se perdía por debajo de ella.

—¡Sube! —le gritó la chica—. Utiliza la espada para escalar…

La plataforma, donde se encontraba Mateo, pasó de largo. Maya miró a Mateo asir el mango de la espada con ambas manos.

—Ve al Océano de Loto, Maya —gritó el chico—. Me quedaré a pelear junto a mi padre.

Maya meditó un momento: «quiero ayudar», pero ¿qué podía hacer ella? Siempre la habían protegido en la vida.

Volteó y miró al portón a unos cuantos metros de ella.

«Si Dante fracasa, el mundo perecerá y tendrá diez mil años de maldad. Acaso, ¿ese era el mundo que quería dejar para su hija?».

Entonces, decidió esperar para mirar de que lado se inclinaba la balanza y, si fuera posible, ayudar en lo que fuera necesario.

 

∞∞∞

 

Dante miró cómo Mateo brincaba de plataforma en plataforma para acercarse a Yama. Mientras tanto, Maya permanecía expectante sobre la plataforma que la llevaría al Océano de Loto. «¿Qué diablos espera para largarse de aquí? Y, Mateo, ¿por qué no hizo lo que le pedí?».

Un pánico recorrió el cuerpo del guerrero astral. Aquellos chicos, lejos de ayudar, podrían ser su talón de Aquiles.

Luego giró la cabeza para ver a Yama que lo observaba con los tres brillantes pares de ojos.

«¡Tengo que atacar primero! —se gritó para sus adentros el guerrero astral».

Los tres ojos de Dante dispararon un destello de energía con un color azul intenso.

Yama aulló de dolor. La energía del guerrero astral, se había estrellado en el rostro del hombre enfermo.

Los tres ojos del guerrero brillaron con mayor intensidad. Su aura se incrementaba a cada segundo; la batalla sería a muerte.

El demonio gigantesco retrocedió, dejando caer el puño sobre Dante.

El guerrero astral miró aterrado aquella garra enorme abalanzarse sobre él y saltó en el último segundo, cayendo en picada rumbo al vacío. De pronto, sintió su cuerpo más ligero; miró a su alrededor y se dio cuenta de que flotaba. La ley de gravedad dejaba de existir al alejarse de las plataformas.

Dante flotó a la deriva hasta que su cuerpo quedó frente a los tres rostros de Yama que lo miraban con furia. Sin perder tiempo, los ojos del guerrero astral brillaron de nuevo y abrieron fuego. La energía impactó en uno de los ojos de la mujer de Yama, haciendo que emitiera un alarido tan ensordecedor que hizo retumbar al universo. Al abrir el ojo herido, roca fundida brotó del hueco donde había estado el ojo.

En un intento desesperado de contraatacar, Yama exhaló nubes de vapor caliente que salieron de sus fauces y fosas nasales. El vapor hirviendo fue a estrellarse contra el guerrero. Su cuerpo voló sin control y fue a estrellarse contra un bloque de mármol blanco.

En un intento desesperado de acabar con el guerrero astral, los ojos de Yama arrojaron piedras cubiertas de fuego sobre él, dejándolo atrapado.

Maya miró aterrada cómo Dante estaba siendo vencido por el demonio de los tres rostros.

 

∞∞∞

 

En la distancia, Mateo miró a su padre sucumbir. Con rabia comprimida, apretó el mango de la espada y avanzó a grandes zancadas para ayudarlo. Saltando de plataforma en plataforma, pegó un grito de guerra al tiempo que alzó la espada sobre su cabeza. De pronto, miró de reojo y sus ojos advirtieron que Yama elevaba su brazo para asestar un golpe final a su padre.

«Un solo golpe con la espada no producirá gran daño a esa montaña aterradora —reflexionó Mateo—, pero podría distraerlo de su objetivo».

En un acto desesperado, Mateo cogió el mango de la espada como si fuera una lanza y la arrojó al demonio de los tres rostros. El arma salió volando como un proyectil y se impactó sobre una de las mejillas de la bestia.

Yama rugió y giró a los lados. Buscaba de qué lugar lo habían atacado. Entonces, miró al chico sobre una plataforma frente a él.

Solo y desvalido, Mateo sintió una gran impotencia. Volteó en todas direcciones en busca de algo para protegerse. Necesitaba atacar a Yama con algo: una roca, un palo. Cualquier cosa para golpear al demonio. De pronto, miró algo mucho mejor: el hacha de Crudo clavada en el piso de mármol a un par de plataformas por debajo de él. Mateo aceleró el paso y, dando grandes zancadas, saltó de plataforma en plataforma. Una vez en el lugar indicado, avanzó con paso firme hasta el hacha y jaló del mango, pero el arma permaneció inmóvil.

Entonces, enormes piedras ardientes cayeron en picada a los costados del chico. Mateo miró por encima del hombro: los ojos de Yama arrojaban aquellos proyectiles sobre él.

Con una mano cubrió su cabeza y, con la otra, jaló de nuevo el hacha sin ningún resultado. El joven, frustrado, miró a su alrededor en busca de ayuda, pero, ahora, él tendría que ser la ayuda. Fue cuando, en ese instante, recordó quién era y cual era su poder astral. Cerró los ojos y se concentró. En un santiamén, su enclenque cuerpo comenzó a hincharse; cada fibra de músculo creció de forma espectacular. En unos segundos, era sumamente fuerte. El joven gritó y tiró del mango del hacha con todas sus fuerzas. Fue como sacar un cuchillo de la mantequilla. Luego miró el cuello de Yama quedando a su altura. Levantó el hacha sobre su cabeza y la dejó caer sobre una punzante arteria en la garganta del demonio. Se escuchó un alarido al tiempo que monstruosos insectos brotaron de la herida. Aquellas terroríficas criaturas abalanzaron sus bestiales organismos sobre Mateo en un frenético ataque. El joven balanceó el hacha, manteniendo a raya a las criaturas que brincaban para morderlo.

 

∞∞∞

 

Maya observó aterrada cómo Mateo estaba en la vista de Yama.

«Tengo que hacer algo —se dijo así misma».

De pronto, una idea se le vino a la cabeza. Algo que quizá equilibraría la balanza a favor de Dante. Sin perder tiempo, bajó la mirada a la palma de su mano: «la semilla de cristal de Yina-Yank». Apretó la semilla con la mano formando un puño. Con su bebé acurrucado en un brazo y la semilla de cristal en la otra mano, saltó torpemente entre las plataformas flotantes que se movían alrededor de Yama. Una a la vez, la chica, avanzaba para ayudar a sus amigos. A veces, saltaba abajo, otras arriba. Las plataformas se movían constantemente por lo que tenía que esperar el momento exacto para hacerlo. Cada vez más cerca de Dante, el peligro aumentaba. Si Yama la veía, no tendría forma de poder escapar a su furia.

 

∞∞∞

 

Los tres ojos de Dante dispararon sobre la prisión de piedras que lo acorralaban. Las rocas salieron volando por todas partes en un estridente estallido, pero las piedras ardientes seguían saliendo de los ojos de Yama. El guerrero astral disparó con los tres ojos repeliendo, así, el ataque del demonio de los tres rostros.

De pronto, el ataque cesó. Dante alzó la mirada y observó al coloso dirigir su embestida a otro objetivo.

«¡Maldición! —exclamó para sus adentros». El ataque apuntaba a su hijo.

Entonces, el guerrero astral concentró todo su poder en el tercer ojo que estaba sobre su frente. La energía se acumuló de tal forma que una luz intensa cubrió el rostro del guerrero. Al no poder contener más la energía, disparó un rayo de color azul sobre uno de los rostros de Yama.

El impacto fue tan fuerte que voló la mitad del rostro del anciano. El chillido, que emitió Yama fue tal que Dante, Mateo y Maya cubrieron sus oídos.

Yama volteó a ver al guerrero astral. Debía terminar con aquel guerrero de una vez por todas; al chico y a la muchacha le sería fácil liquidarlos después.

Dante no le dio tiempo a Yama para que reanudara su ataque, así que tomó la iniciativa. En esta ocasión, el disparo salió de los tres ojos del guerrero. La energía golpeó los rostros y el pecho del demonio. Yama chilló de nuevo. Un rugido más de rabia que de dolor. En su desesperación de no poder acabar con el guerrero del tercer ojo, levantó sus tres rostros al firmamento. Con bestial ferocidad, abrió sus tres fauces tan grandes como su cabeza. Esas bocas, llenas de dientes en forma de triángulos afilados, eran una aspiradora voraz. El universo entero comenzó a ser engullido. Terminaría con el cosmos antes de verse subyugado.

 

∞∞∞

 

Maya llegó hasta una plataforma arriba de donde se encontraba Dante. Los ventarrones eran tan fuertes que la chica enredó sus brazos en una columna y se aferró a ella.

Dante, por debajo de la plataforma donde se encontraba ella, hizo lo mismo. Aquel voraz ataque terminaría por engullirlos en unos minutos.

—¡Dante! —gritó la chica—. ¡Mira! —La joven alzó el cristal de Yina-Yank sobre su cabeza.

De inmediato, Dante, reconoció el cristal y una sonrisa iluminó su rostro.

—¿Crees poder vencerlo? —preguntó Maya angustiada.

Dante se puso de pie y estiró el brazo cerca de ella. Entonces, la chica dejó caer el cristal sobre la palma de la mano del guerrero astral.

Al tener el cristal de Yina-Yank en su mano, le gritó a la chica:

—Mantente alejada, niña. Esto se pondrá feo.

Maya retrocedió y volvió a aferrarse a la columna.

Dante alzó el capullo de cristal a todo lo alto y después de unos segundos lo estrello contra el cristal que colgaba de su cuello. El resplandor fue tan intenso que cegó momentáneamente a Maya.

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