Renacimiento

Renacimiento


Capítulo 66

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Capítulo 66

 

 

 

Cristales de hielo cubrían a Dante de pies a cabeza. Sus músculos, engarrotados, no paraban de tiritar. Sus ojos, agrandados, miraban fijamente a Crudo que avanzaba directo a él con paso firme.

El guardián del inframundo llevó su mano a un costado del muslo y empuñó una enorme espada. Luego jaló la espada por el mango y, una vez fuera, la blandió hacia los costados, formando enormes equis que cortaron el aire. Lentamente, se fue acercando al guerrero que se encontraba indefenso.

Crudo alzó la espada sobre su cabeza. Solo necesitaba un golpe seco y certero con su afilada arma para acabar con esa molestia que había resultado ser aquel guerrero astral.

De pronto, los pies del guardián del inframundo se negaron a dar otro paso. Sus extremidades inferiores se engarrotaron. Bajó los ojos y miró que su cuerpo era un bloque de hielo de la cintura para abajo. Luchó por dar otro paso, pero le resultó imposible. Un rugido ensordecedor salió de su garganta. Enfurecido y colmado de frustración, miró por encima de su hombro:

Yina había congelado el suelo. Un camino glacial emergía desde su única mano y recorría un sendero hasta llegar a los pies de Crudo. De allí, el hielo subía hasta la cintura del guardián.

Con la punta de la espada, Crudo pinchó el hielo que lo rodeaba al tiempo que pequeños trozos de hielo saltaron por todas partes.

—¡No creo aguantar mucho tiempo! —gritó Yina que se encontraba tumbada en el suelo.

El hielo cedía a cada pinchazo de la espada de Crudo. El esfuerzo de Yina solo proporcionaba a Dante unos minutos más de vida.

 

∞∞∞

 

En el borde entre la frontera de Etiopía y Eritrea se levantó una inmensa llamarada que iluminó la noche. Parecía que al cielo lo habían calentado con un soplete hasta dejarlo al rojo vivo. El fuego devoraba la selva y sus flamas se levantaban sobre los árboles.

Enterrado hasta el cuello, Ren luchó por salir. Detrás de su rostro: cubierto de tierra, sudor y cenizas, se apreciaba el dolor y la desesperación.

—¡Maya! ¡Maya! —los gritos de Ren eran apenas unos susurros; opacados por el crujir de troncos y ramas al quemarse.

Ren volteó a ambos lados. logrando ver por, el rabillo del ojo, a los milicianos correr por todas partes mientras que el fuego rodeaba la villa por completo. Las llamas los iban rodeando poco a poco. Primero los asfixiaría y luego los devoraría, dejando solamente esculturas carbonizadas.

Ren alzó la cabeza y miró al cielo. El reflejo del incendio iluminó su rostro. En su mente estaba Maya y su hijo no nacido. De haber tenido lágrimas habría limpiado su rostro con ellas, pero solo la fatiga atiborraba su cuerpo. Agotamiento, impotencia y frustración de no poder haber cumplido su promesa de proteger a los que más había amado en el mundo. A Maya y a su bebé.

 

∞∞∞

 

A trompicones, Mateo y Maya avanzaron rumbo al portón que los llevaría al Océano de Loto. De manera inesperada, Maya cayó de rodillas: los retortijones se habían vuelto insoportables.

—¡El bebé está en camino! —alcanzó a chillar la chica—. No podré retenerlo más.

Maya colocó su cuerpo boca arriba y, en posición de parto, comenzó a gritar tan fuerte que sintió que su garganta se partía.

Mateo inclinó la cabeza frente a la chica sin saber cómo ayudarla.

El vientre de Maya comenzó a brillar tanto que deslumbró los ojos del joven.

Mateo giró la cabeza para evitar el resplandor y, luego, miró por encima del hombro: el portón estaba a unos cuantos pasos de ellos. De pronto, el chico sintió su cuerpo acalambrado. El dolor lo hizo contraerse, era como si miles de aguijones de avispas inyectaran su veneno al mismo tiempo. Volteó a ver sus manos: con terror, miró que se desvanecían y volvían a aparecer. Fue cuando cayó en cuenta: su cordón astral estaba rompiéndose. El tiempo se les terminaba tanto a él como a Maya. En un último esfuerzo, Mateo la tomó por las axilas y comenzó a arrastrarla hasta el portón que daba al Océano de Loto.

 

∞∞∞

 

El hielo alrededor de Crudo comenzó a ceder. Por fin movía sus extremidades de nuevo.

Yina luchó por expulsar más energía gélida, pero sus fuerzas habían llegado al límite. Con el rostro demacrado, volteó a ver a Yank que se arrastraba hacia ella.

—Se acabó —alcanzó a decir Yina.

—Todavía no —respondió Yank al aproximarse—. Podemos derrotarlo juntos.

Las miradas de ambos se engancharon. La decisión que estaban a punto de tomar cambiaría sus vidas de forma drástica.

Yina meditó por unos segundos. Finalmente, asintió con la cabeza: «¡Hagámoslo!».

Arrastrándose, Yank llegó hasta ella. Ambos levantaron sus miradas al mismo tiempo y vieron a Crudo liberarse. No tenían tiempo que perder. Era el momento de usar todos sus recursos.

Yank arrancó el cristal astral de su antebrazo.

Yina tomó el suyo de su frente.

Los ojos de ambos se perdieron al mirarse. Una mirada de amor y sacrificio. Ella asintió con la cabeza; estaba lista. Yank le regaló una sonrisa.

—Unidos hasta el fin —susurró él.

—Unidos hasta el fin —repitió ella.

Sus manos acercaron lentamente los cristales astrales e hicieron que se tocaran con la sutileza de un beso.

La reacción fue inmediata. Ambos cristales astrales emitieron una luz cegadora. Prismas de color azul y rojo salieron disparados por todas partes. Un destello de luminosidad los cubrió a ambos al instante que unieron sus labios.

Al desvanecerse la luz, un solo cuerpo había surgido de ambos. Un híbrido de las energías, almas unidas para formar una más fuerte: Yina-Yank: ambos en un solo cuerpo. Hermosa hermafrodita de tez en blanco y negro como la piel de una cebra. Un ojo negro y el otro azul de hielo. Cabello lacio y largo que llegaba a la mitad de la espalda. Un cristal astral caía de su cuello: piedra preciosa entrelazada en forma de trenza de colores vivos en azul, rojo, amarillo y blanco.

Yina-Yank se puso de pie. Su plexo solar ardía intensamente. En ambas manos se levantaba una neblina gélida. La energía de Yina-Yank aumentaba a cada segundo.

 

∞∞∞

 

Finalmente, Crudo despedazó el último trozo de hielo que lo aprisionaba. Sus sentidos estaban puestos en Dante. El aterrador ser avanzó hacia su presa inmóvil cuando sintió una energía asombrosa. Algo tan grande que lo maravilló y lo horrorizó al mismo tiempo. Luego miró por encima de su hombro y observó a Yina-Yank. Aquel nuevo ser estaba a unos cuantos metros detrás de él cuando: —¡Boom!—. Yina-Yank abrió fuego con plexo solar y manos gélidas.

El impacto fue tan fuerte que Crudo salió volando. Después de varios metros por los aires. Su cuerpo impactó contra una columna. Pedazos de mármol salieron volando en todas direcciones. Luego cayó pesadamente de bruces contra el piso. Levantó la cabeza aturdido. Esperaba una tregua de sus agresores, pero esta nunca llegó. El ataque de Yina-Yank no cesó ni por un segundo. Gélidas ráfagas de aire y calor intenso penetraron en su armadura de navajas, llegando a penetrar dentro de su cuerpo.

Con la fuerza de la bestia que era, Crudo se puso de pie: empuñó un hacha con una mano y una espada con la otra. Emitiendo un rugido ensordecedor, se preparó para el contra ataque. Sin embargo, sabía que la energía de Yina-Yank acabaría con él. Hielo y fuego le penetraron hasta los huesos. Su único consuelo era permanecer erguido y con armas en sus manos; moriría como un guerrero, como un protector del inframundo.

Ambas energías: fuego y hielo; penetraron en cada célula de Crudo hasta que… —¡Boom!—, su cuerpo entero estalló en una andanada de energía que salió disparada por todas partes. Navajas, espadas y hachas fueron disparadas también; clavándose entre los pilares. Yina-Yank se agachó en el último segundo para evitar ser impactado. Después de aquellos segundos de estruendo, Yina-Yank se irguió a todo lo alto para observar su trabajo. Crudo había llegado a su fin.

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