Renacimiento

Renacimiento


Capítulo 69

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Capítulo 69

 

 

 

Yina-Yank observó aterrado cómo todo era tragado por aquel monstruo de tamaño colosal.

«Cuando todo está perdido, no hay otra salida que arriesgarlo todo —se gritó para sus adentros».

Luego entregó el bebé a los brazos de su madre. Una leve sonrisa se dibujó en el andrógino. Dos cuerpos tan diferentes, sin embargo, unidos por el amor. Juntos eran más poderosos, pero, ¿podrían vencer al ser supremo del inframundo?

Clavándole los ojos a Maya, Yina-Yank dijo sus ultimas palabras:

—Busca tu destino —se escucharon las voces de Yina y Yank en un eco—. Que nadie lo elija por ti.

Sin más que decir, Maya afirmó levemente con la cabeza. Tomó a su hija y comenzó a arrastrarse hacia el portal que la llevaría al Océano de Loto.

La chica lucía pálida. Desde el momento que su bebé había nacido, el cordón que la unía con el mundo material se estaba rompiendo.

 

∞∞∞

 

Un pedazo de mármol color hueso flotaba alrededor de Yama. Sobre este, Dante se encontraba de rodillas. Su cuerpo temblaba de frío. Una fina escarcha de hielo cubría todo su cuerpo.

—No, no, no… —tiritaba Dante sin poder controlarse—… No puedo moverme.

Yina-Yank lo miró desde lo alto de otro trozo de mármol que flotaba sobre él.

—¿Listo para enfrentar tu destino, Dante Lamas? —gritó desde arriba Yina-Yank.

Dante alzó la cabeza y, apretando los dientes, alcanzó a decir:

—Es-es-este… no-no… se-será mi destino.

Yina-Yank dibujó una sonrisa triste en su rostro:

—Fue un placer luchar a tu lado, Dante Lamas. —El híbrido ser, hizo una leve reverencia y se preparó para lanzar un ataque mortífero al demonio gigantesco que tenía enfrente.

 

∞∞∞

 

La fuerza destructiva de Yama arrastraba todo hacia su garganta. Era una aspiradora voraz e insaciable; destruiría al universo para salvarse. Aquel egoísmo que también había cometido el ser humano, terminaría por destruirlo tarde o temprano.

Fuertes borrascas rugieron como leones hambrientos. Rocas de todos tamaños giraban al entorno de Yama. Entonces, Yina-Yank apareció. Saltando de plataforma en plataforma, buscaba una mejor posición para emprender su ataque. Al tener un buen ángulo, Yina-Yank estaba listo y, sin perder el tiempo, disparó. Una combinación de fuego y hielo golpearon el cuello de Yama al tiempo que un alarido de dolor cimbró el lugar. La herida, sin ser mortal, era dolorosa. Un boquete se abrió en el cuello de la colosal bestia. De ahí, escurrieron pedazos de lava mezclados con hielo.

Yama giró la cabeza. Sus ojos eran carbones ardiendo. Los tres pares de pupilas se clavaron en Yina-Yank. «Maldito insecto —gritó en su mente». Sin más, enormes cascadas de lava ardiente salieron de sus tres pares de ojos.

Yina-Yank abrió los ojos aterrado. Aquella roca fundida se le venía encima.

El andrógino saltó, escapando por milésimas de segundo de la lava que devoró aquella plataforma. Luego, Yina-Yank cayó sobre una plataforma más abajo.

Los ojos de Yama lo siguieron, así como la lava hirviendo. Yina-Yank continuó saltando de estructura en estructura mientras contraatacaba, lanzando descargas de energía de fuego y hielo sobre el colosal monstruo que tenía encima.

Yama se retorció de dolor ante el contraataque del andrógino. Sentía como picaduras de avispas cada vez que era golpeado por aquella energía de fuego y hielo. Pero aquel híbrido de hombre-mujer necesitaría algo más poderoso para vencerlo. Mientras tanto, a él le bastaba con dar una sola vez en el blanco para terminar con esa plaga.

La paciencia de Yama terminó después de la última descarga de energía que impactó contra su pecho. Sus seis pares de ojos se abrieron de par en par. Lágrimas de lava escurrieron por sus negras mejillas. Aquel titán de tres rostros volteó en todas direcciones, pero no divisó a su presa. Yina-Yank se había escondido en algún lugar. «No importa —reflexionó—. Ya me encargaré de ellos».

 

∞∞∞

 

Maya y Mateo se arrastraron rumbo a la entrada que los llevaría al Océano de Loto y, de allí, a poder renacer, pero, «¿renacer a dónde? —meditó ella». Luego recapacitó: por el momento no podía pensar en eso. Todo se reducía a escapar. El Castillo del Abismo estaba en ruinas y, aunque aquel pasillo todavía no era alcanzado por la succión devastadora de Yama, no tardaría mucho en ser devorado también. La vida de ambos chicos pendía de un hilo. Ya sea que Yama los devorara o su cordón astral terminara por romperse, la suerte no estaba de su lado.

Maya recargó su cuerpo con Mateo. Lentos, pero con paso firme, seguían avanzando. Al ver de cerca el portón con la luz del sol saliendo de su marco, Maya apresuró el paso con su bebé en brazos. Estaban cerca. Los bordes del portón resplandecían con una fuerte luz blancuzca.

Mateo percibió la estructura del portón. Le sorprendió ver que no era tan grande como había imaginado. Tan solo unos tres metros de alto y uno de ancho. Tenía una textura de madera de caoba oscura con relieves en oro y plata que formaban grecas en forma de ramas y hojas.

«No dejaré morir a Maya ni al bebé en este lugar —pensó Mateo».

Maya, Mateo y el bebé estaban cerca de escapar de la destrucción del palacio del inframundo. Tal vez solo para encontrarse con un mundo completamente devastado. Eso no importaba por el momento. Lo primero era salir de ahí y estaban a metros de lograrlo.

«Solo unos cuantos pasos más…, —se repitió Maya».

Entonces, el piso tembló bajo sus pies. Enormes grietas se abrieron a sus costados. Ambos detuvieron su avance para poder mantener el equilibrio. El lugar se zarandeó de un lado a otro. Maya y Mateo contuvieron la respiración al momento que el piso se derrumbó frente a ellos. Un boquete de dos metros de ancho se interpuso entre su camino para alcanzar el portón que los llevaría a su salvación. Ambos miraron abajo: una larga plataforma se encontraba a tres pisos por debajo de ellos. Luego una ventisca helada golpeó sus rostros. La fuerza destructora de Yama los había alcanzado.

El suelo osciló de un lado a otro. Yeso y concreto comenzó a caer sobre ellos. El piso se ladeó hacia el boquete al tiempo que Maya perdió el equilibrio. De pronto, su rostro apuntaba directo al vacío. Mateo se apresuró a cogerla del hombro. En un reflejo, Maya abrazó el brazo de Mateo, soltando al bebé.

—Nooooo —gritó Maya al ver cómo su hija caía hacia la plataforma que estaba debajo de ellos.

Mateo jaló del brazo de Maya con tanta fuerza que, ella, cayó de costado sobre el piso de jaspe.

De inmediato, Mateo se echó un clavado al boquete. En el aire, alcanzó a enganchar al bebé con una mano. Con ojos desorbitados, Mateo, miró a la plataforma acercarse a gran velocidad. Con reflejo raudo, el chico cubrió al bebé con su cuerpo a tan solo un segundo antes de estrellarse contra el piso.

El golpe sonó seco y sordo. Las costillas de Mateo crujieron, dejándolo sin aire. Mateo jadeó e intentó respirar. Al llevar un poco de aire a sus pulmones, abrió los brazos para ver cómo se encontraba el bebé. La recién nacida miró, con sus enormes ojos de color verde jade, a Mateo. Le echo una mirada que, si esta hablara, hubiera dicho: «qué cerca estuve de llevarme tremendo golpe».

 

∞∞∞

 

Maya asomó su cabeza por abajo de la plataforma. Un aliento de alivio salió de su boca al observar a su hija sana y salva entre los brazos de Mateo. De repente, la plataforma dónde se encontraba ella se ladeó de un lado a otro. Se escucharon fuertes crujidos de piedras al desprenderse. Finalmente, la plataforma se partió en dos. Maya saltó hacia un costado, donde se encontraba una plataforma más larga. Al caer sobre ella, esta se ladeó peligrosamente hacia el vacío: La chica rodó por la empinada plataforma como si estuviera sobre un tobogán. Al final de esta, le esperaba una caída al abismo. La chica intento sujetarse con sus uñas sobre la superficie, pero el mármol, duro y frío, no le daba ninguna oportunidad. Entonces, a lo lejos, notó que algo brillaba. Un pilar emergía desde el suelo y, en un costado, surgía una de las espadas de Crudo que había quedado clavada.

Maya enfocó la vista en la espada a medida que ganaba velocidad al caer; tenía una sola oportunidad de cogerla. El camino hacia el abismo avanzaba deprisa a medida que resbalaba. La plataforma de mármol se ladeaba de un lado a otro, alejándola y acercándola a la espada. Pareciera que el destino jugaba con ella como si fuera una muñeca de trapo. Al pasar junto a la filosa espada, Maya estiró tanto su brazo que sintió que se dislocaba el hombro. Con la punta de los dedos logró sujetar el mango de la espada. Su brazo dio un jalón. El dolor agudo golpeó su hombro, pero la chica no gritó. Solo apretó los dientes. Estiró el otro brazo y sujetó con fuerza la espada; ambas manos se aferraban al mango. Se había librado de una caída mortal.

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