Red

Red


Página 25 de 26

Red

De ese día fatídico ya han pasado seis meses y aquí estoy. Al final el taponamiento de Rian fue lo que me salvo la vida. Me pasé varias semanas en el hospital muy jodida, la bala no me alcanzó el corazón gracias a algún tipo de milagro. Seguro que porque no era aún mi momento y doy a diario gracias por ello.

Según me han contado, Alice se encargó de deshacerse del cuerpo del poli castrado y de amordazar al otro y esconderlo antes de que llegara la ambulancia. No pensaban darle una muerte rápida. Primero se me ocurrió sonsacarle toda la información de la venta de niños para sacar esa basura de las calles. Incluso encontrar a niños que fueron arrancados de su madre y devolverlos a sus familias.

Eso sí, después de aquello le dieron la muerte que se merecía: una lenta y muy dolorosa, me da pena no haber participado, pero tienen razón, aún tengo esa parte moralista de haber sido policía durante tantos años. Estoy trabajando en eso. Tyler y White apenas se separaron de mi cama el tiempo que estuve en el hospital y nunca me he sentido tan querida y arropada como ahora.

Al salir del hospital dejé el cuerpo, me sentí liberada, siempre me mintieron y ya no quiero pertenecer a toda aquella pantomima. Ayudo a mi hermana en el club, donde los chicos se quejan mucho de que ahora tienen a dos mamonas en vez de a una sola que los mangonea. Los quiero con locura.

Nunca pensé que estar en el otro lado de la ley me haría tan feliz pero así es.

Hoy por fin es mi cita con Tyler y estoy nerviosa. Hasta siento mariposas en el estómago. He hecho caso a White y Alice, y me he puesto un pantalón de cuero con una camiseta bastante escasa de tela. Bueno, más a mi hermana, Ice quería ponerme uno de sus vestidos y taconazos, ni de coña. Aun así, me gusta lo que veo en el espejo.

—Vamos, dale duro que tiene unas ganas de pillarte que no veas.

Se ríe White, desde que casi me muero no nos hemos podido acostar, aparte de que le estoy haciendo sufrir un poco para que no lo tenga tan fácil que luego se relaja.

—Hablando de eso, tengo a mis chicos abandonados en el salón. Debería ir a ver que no estén peleando —nos dice Alice y nos reímos, menudo triángulo amoroso tienen, pero si a ellos les funciona yo no soy quién para juzgar.

Salimos y están celebrando otra de sus fiestas, cosa que ocurre día sí y día también. Lo veo bien, cuando te dedicas a ese tipo de negocios hay que vivir al límite y ser feliz. Tyler me devora con la mirada y sé que he dado en el clavo con la ropa. Me acerco hasta él y beso sus labios.

—Estás espectacular.

—Gracias, tú tampoco estás mal.

No es porque le quiera, es que es guapo a rabiar, pero intento no decírselo mucho para que no se le suba a la cabeza.

—¿Estás listo?

—Para ti siempre, Princesa.

Ahora me llaman así, mi hermana es Princess y yo Princesa. La verdad es que me gusta así que les dejo que lo hagan.

—Espera, Red —me llama mi hermana—. Tenemos algo para ti, es de parte de todos.

Se acerca y me entrega un regalo, la miro sorprendida y ella sonríe.

—Venga, ábrelo.

Les hago caso y me encuentro un chaleco de cuero con el nombre de la banda y mi nuevo apodo, «Princesa», en la espalda.

—¡Bienvenida a la familia, Princesa! —gritan todos al unísono.

Y yo que no soy de llorar me emociono tanto que lo hago.

—Gracias a todos, os quiero y no sabéis lo importante que es para mí tener una familia de verdad.

—Y nosotros a ti. —Es la respuesta más oída.

Tyler me abraza y me susurra al oído.

—Venga, que yo te voy a dar luego mi regalo.

En cuanto lo dice con ese tono picaron pienso que es sexo, no tiene remedio y no quiero que lo tenga. Nos despedimos de todos y salimos a por la moto de Tyler, estoy pensando seriamente en comprarme una.

Una vez fuera me muero de emoción, hay una pintada gigante en una de las paredes iluminada por todos los focos de las motos que dice «Red Rose, ¿quieres casarte conmigo?», mi boca casi golpea el suelo al ver eso. Me giro buscando a Tyler que tiene hincada la rodilla en el suelo y me muestra un anillo dentro de la caja.

—¡Oh, Dios mío! —exclamo.

—Pensabas que era sexo, ¿a qué sí?

—Bueno… yo… sí…, claro.

—Ese regalo lo tendrás toda la vida si aceptas convertirme en el hombre más feliz casándote conmigo.

Me cuesta hablar del nudo que tengo en la garganta, consigo asentir como una loca llena de felicidad. Él se levanta y me abraza dándome vueltas mientras le doy mil besos. Cuando por fin me baja y me pone el anillo en el dedo mi hermana se acerca y nos abraza a ambos.

—Mi hermana y mi hermano juntos. ¿Se puede ser más feliz?

No nos da tiempo a contestar porque Alice ya se ha acercado y se ha unido al abrazo grupal.

—Claro que sí, contando conmigo como otra hermana cabrona, que casi te olvidas.

Todos reímos, no se puede ser más feliz. No debemos juzgar el estilo de vida de nadie, nunca sabemos dónde se puede esconder la verdadera felicidad.

Próximo libro de la serie

Princesas sin tanto cuento

Bella y Bestia,

el príncipe del dolor

Cuando tan solo era una niña, no recuerdo exactamente mi edad, quizás cinco o seis años, mi madre enfermó. No de cualquier cosa normal que con unos antibióticos se alivia, no, mi familia nunca ha sido de las que tienen suerte en la vida.

La enfermedad de ella era rara, lo que sin duda era sinónimo de que su tratamiento era carísimo, no podría ser de otra forma, en la puta vida nada es gratis, ni siquiera la muerte.

Claro que a esa edad no era consciente de ese tipo de cosas, no, eso lo aprendí luego.

Nunca fuimos una familia pudiente, mi madre era costurera en Castlebeast, cosía la ropa cara a los más ricos de la ciudad, pero no por ese motivo es que ganara bastante dinero, al contrario, la gente que más tiene luego es la más huraña. Aun así amaba lo que hacía.

Mi padre siempre fue jardinero, desde que tengo uso de razón me encantaba verlo trabajar, nunca he visto a nadie que trate una planta como él. Por eso tiene las flores más bonitas del mundo, cada año en mi cumpleaños me regala una rosa roja, porque dice que yo soy más bella que una de ellas, de ahí mi nombre.

En resumen, no nos sobraba el dinero, cuando mi madre enfermó mi padre hizo todo lo que pudo por conseguirlo mientras yo me quedaba en casa cuidando a mi progenitora, dándole la mano mientras se retorcía de dolor. Su enfermedad era terriblemente dolorosa y sin calmantes que le hicieran eso más llevadero su sufrimiento era incontable.

Yo intenté ser fuerte y no derramar ni una sola lágrima delante de ella, por mucho que me doliera verla gritar o incluso cuando me machacaba la mano de tanto apretar. Sin embargo, nada la ayudó, ni las miles de horas que trabajó mi padre en todos los sitios que le fue posible, ni mi pequeña mano entre las suyas.

Tras un año eterno de sufrimiento, mi madre dejó de padecer. Os mentiría si os dijera que no sentí alivio, no por mí, mi nivel de cordura por aquel entonces andaba muy lejos de ser el de una niña pequeña, pero sí por no verla llorar y gritar nunca más.

En ese momento fue cuando me di cuenta de que en la vida no importaba lo buena o mala persona que fueras, si no el dinero que poseyeras. La gente honrada y humilde como nosotros siempre moría y nadie se giraba siquiera a mirar su tumba.

Desde ese momento crecí con mi padre, iba a la escuela y después me ocupaba de la casa, para hacerle un poco más fácil la vida, había perdido a su otra mitad, el amor de su vida y la otra parte de su alma.

Él pareció envejecer muchísimo con su pérdida, pero nunca le faltó una sonrisa para mí, tampoco una rosa roja el día de mi cumpleaños.

Me prometí que cuando creciera estudiaría y me convertiría en alguien importante, con un buen puesto de trabajo en el que ganaría mucho dinero y a mi padre nunca le faltaría de nada, ya que él lo dio todo por cuidarme siempre.

Esa era mi idea, pero ¿sabéis una cosa? No vivimos en un cuento de hadas. A golpes descubriría que las cosas no suceden porque una las sueñe.

Ir a la siguiente página

Report Page