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NIVEL TRES » 0035

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Un intenso destello de luz acompañó la detonación y me cegó momentáneamente. Cuando remitió, volví a concentrar la mirada en el castillo. El escudo había desaparecido. Nada separaba a los ejércitos de sixers y gunters. Solo el campo abierto y el espacio vacío.

Durante unos cinco segundos no sucedió nada. El tiempo parecía haberse detenido y todo permanecía inmóvil, en silencio. Pero entonces fue como si se hubieran abierto las puertas del infierno.

Sentado solo ante el puente de mando de mi robot, solté un grito silencioso de alegría. Por increíble que pareciera, mi plan había funcionado. Pero no había tiempo para celebraciones, me encontraba en medio de la mayor batalla de la historia de Oasis.

No sé qué esperaba que ocurriera a continuación. Tal vez confiaba en que una décima parte de los gunters presentes se unieran a nuestro asalto contra los sixers. Pero en cuestión de segundos quedó claro que todos ellos pretendían sumarse a la batalla. Un desgarrador grito de guerra se elevó de los miles de avatares que nos rodeaba, y todos ellos, desde distintas direcciones, avanzaron y rodearon al ejército enemigo. Su decisión fue lo que me asombró, porque parecía claro que muchos de ellos se dirigían a una muerte segura.

Observé, asombrado, el choque de aquellas dos fuerzas poderosas que se producía a mi alrededor, tanto en tierra como en el aire. La escena era caótica, sobrecogedora, como si varios enjambres y avisperos hubieran colisionado y caído sobre un gigantesco hormiguero.

Art3mis, Hache, Shoto y yo permanecíamos en el centro de la batalla. Al principio, el temor a aplastar a la oleada de gunters que se arremolinaba en torno a los pies de mi robot me impedía moverme. Pero Sorrento no esperó a que nadie se apartara de su camino, aplastó a grupos enteros de avatares (algunos de ellos soldados de su propia tropa), bajo los pies titánicos de su mecano, en su lento y pesado avance hacia nosotros. Cada vez que plantaba un pie en el suelo, creaba un pequeño cráter en la superficie rocosa del planeta.

—Oh, oh —oí que murmuraba Shoto al tiempo que su robot adoptaba una posición defensiva—. Ahí viene.

Los robots de los sixers ya habían empezado a abrir fuego en todas direcciones. Sorrento era quien recibía más impactos, porque su mecano era el blanco más distinguible en el campo de batalla y ningún gunter con arma de alcance parecía resistir la tentación de dispararle. La intensa lluvia de proyectiles, bolas de fuego, misiles mágicos y rayos láser destruían y desactivaban rápidamente a los demás robots de los sixers (que no llegaron nunca a tener la posibilidad de convertirse en Voltron). Pero el robot de Sorrento, por algún motivo, permanecía intacto. Los proyectiles que impactaban en él parecían rebotar sin hacerle nada. Docenas de naves espaciales zumbaban y volaban a su alrededor, salpicándolo de fuego aéreo, pero sus ataques tampoco parecían surtir demasiado efecto.

—¡Ahí voy! —gritó Hache por el intercomunicador—. Esto va a ser como en Amanecer Rojo.

Y, dicho esto, lanzó todo el fuego de su poderoso Gundam sobre Sorrento. Simultáneamente, Shoto empezó a disparar las flechas del arco de Raideen, al tiempo que el robot de Art3mis disparaba una especie de rayo rojo de energía que parecía originarse en los pechos metálicos y gigantescos de Minerva X. Sin querer quedar atrás, yo disparé el arma de Leopardon, el Arco de Vuelta, un boomerang dorado que partía de la frente del mecano.

Aunque los cuatro impactos dieron en el blanco, solo el rayo de Art3mis pareció causar cierto daño en Sorrento, pues logró arrancarle un pedazo de metal al hombro del lagarto y desactivar así el cañón que llevaba instalado en él. Pero Sorrento no se detuvo en su avance. Mientras seguía aproximándose, los ojos de Mechagodzilla empezaron a brillar con una tonalidad azulada. Entonces abrió la boca y una cascada de rayos azules salió disparada de ella. El haz de luz impactó en la tierra, frente a nosotros, y abrió un socavón humeante en el suelo que se tragó a todos los avatares y naves que encontró por el camino. Los cuatro logramos mantenernos a salvo saliendo disparados gracias a nuestros cohetes, aunque yo estuve a punto de ser alcanzado. El rayo impactó un segundo después, pero Sorrento seguía avanzando. Me di cuenta de que el resplandor de sus ojos ya no era azul. Al parecer, debía recargar el arma.

—Creo que hemos dado con el gran jefe —bromeó Hache por el comunicador.

Los cuatro empezábamos a abrirnos y a rodear a Sorrento, convirtiéndonos nosotros mismos en blancos móviles.

—Esto no me gusta, tíos —dije—. No creo que podamos destruir esa cosa.

—Astuta observación, Zeta —intervino Art3mis—. ¿Se te ocurre alguna idea brillante?

Lo pensé durante unos instantes.

—¿Y si yo lo distraigo mientras vosotros tres vais por el otro lado y os dirigís a la entrada del castillo?

—Podría funcionar —dijo Shoto que, en vez de dirigirse hacia el castillo, se elevó y voló directamente hacia Sorrento, salvando la distancia en pocos segundos—. ¡Id vosotros! —gritó por el comunicador—. ¡Este cabrón es todo para mí!

Hache se acercó a Sorrento por el flanco derecho, y Art3mis viró a la izquierda, mientras yo ascendía por el aire y me colocaba directamente sobre él. Abajo, veía a Shoto plantar cara a Sorrento, a pesar de que la diferencia de tamaño resultara preocupante. El robot de Shoto parecía una figurita de acción comparada con el dragón metálico e inmenso de Sorrento. Sin embargo, Shoto dejó de dar potencia a sus propulsores y aterrizó justo delante de Mechagodzilla.

—¡Deprisa! —oí que gritaba Hache—. ¡La entrada al castillo está abierta de par en par!

Desde donde me encontraba, en el aire, vi que las fuerzas sixers que rodeaban el castillo eran superadas por la turba interminable de avatares enemigos. Sus líneas defensivas estaban rotas y centenares de gunters habían empezado a traspasarlas y corrían en dirección a la entrada abierta del castillo para descubrir, una vez allí, que no podían franquear la puerta por no poseer la Llave de Cristal.

Hache viró hasta quedar frente a mí. Cuando todavía se encontraba a unos treinta metros del suelo, levantó la escotilla de la cabina de su Gundam y saltó, y en ese preciso instante le susurró la orden al robot. Mientras el gigante regresaba a su tamaño original, lo atrapó al vuelo y lo guardó en su inventario. Volando, gracias a algún medio mágico, el avatar de Hache descendió, dejando atrás el embotellamiento de gunters amontonados a la entrada del castillo, y desapareció a través de la puerta de doble hoja. Un segundo después, Art3mis ejecutó una maniobra similar, se guardó el mecano en pleno vuelo y voló hasta el castillo inmediatamente detrás de Hache.

Yo hice caer en picado a Leopardon, casi verticalmente, y me preparé para seguirlos.

—Shoto —le grité por el comunicador—. ¡Tenemos que entrar ya! ¡Vamos!

—Adelantaos vosotros —respondió él—. Ahora mismo voy.

Pero algo en su tono de voz me preocupó, frené en pleno vuelo y retrocedí con mi mecano. Shoto sobrevolaba el dragón. Se encontraba suspendido sobre el flanco derecho. Sorrento había empezado a hacer girar su gigante y regresaba con paso firme. La lentitud y la torpeza de los movimientos de Mechagodzilla y los ataques restaban eficacia a su aparente invulnerabilidad.

—¡Shoto! —grité—. ¿A qué estás esperando? ¡Vamos!

—Vete sin mí —insistió él—. Tengo que devolvérsela a este hijo de puta.

Y, sin darme tiempo a responder, Shoto se encaró con Sorrento, blandiendo una espada gigante en cada una de sus manos mecánicas. Los filos se hundieron en el costado derecho de Sorrento, creando una lluvia de chispas y, para mi sorpresa, causándole algunos daños. Cuando el humo se disipó, descubrí que el brazo le colgaba, sin vida. Había estado a punto de perderlo a la altura del codo.

—Parece que a partir de ahora tendrás que limpiarte con la mano izquierda, Sorrento —le gritó Shoto, triunfante.

Después activó los propulsores de Raideen, en dirección a mí y al castillo. Pero Sorrento ya había hecho girar la cabeza de su dinosaurio y, con sus ojos azules, radiantes, pretendía atacar a su contrincante.

—¡Shoto! —grité—. ¡Cuidado!

Pero mi voz quedó ahogada por el sonido del rayo que brotaba de la boca del dragón metálico, y que impactó en el centro de la espalda del robot de Shoto, haciéndolo explotar en medio de una bola de fuego.

Oí un breve chirrido de electricidad estática en el canal de comunicación. Volví a llamar a Shoto, pero no respondió. En mi visualizador apareció entonces un mensaje que me informaba de que el nombre de Shoto acababa de desaparecer de La Tabla.

Estaba muerto.

Cobrar conciencia de ello me dejó aturdido unos instantes, en un momento muy inoportuno, porque Sorrento seguía disparando el rayo con un barrido veloz, un arco que recorría el suelo en diagonal y alcanzaba el muro del castillo, en mi dirección. Finalmente, cuando reaccioné, ya era demasiado tarde: Sorrento alcanzó mi robot en la zona inferior del torso, una fracción de segundo antes de que el rayo cesara.

Bajé la mirada y constaté que la mitad inferior de mi robot acababa de explotar. Todos los indicadores de alerta de la cabina empezaron a emitir destellos, mientras mi mecano se desintegraba en el cielo, partido en dos mitades humeantes.

No sé cómo tuve la presencia de ánimo de levantar la mano y tirar del mando de eyección situado encima del asiento. El techo de la cabina se abrió y de un salto salí del robot en pleno descenso, instantes antes de que impactara en la escalinata del castillo, matando a varios avatares allí concentrados.

Encendí las botas de propulsión de mi avatar, justo antes de impactar en el suelo, y ajusté al momento los controles de mi equipo de inmersión, que manejaba a mi avatar y no a un robot gigante. Logré aterrizar de pie delante del castillo, libre de la chatarra incendiada de Leopardon. Un segundo después de tomar tierra, una sombra me cubrió y al volverme descubrí al monstruo de Sorrento ocultando el cielo. Levantó su inmenso pie izquierdo, dispuesto a aplastarme.

Di tres pasos rápidos, salté y una vez en el aire activé mis botas de propulsión. El salto me libró por los pelos del pisotón de Mechagodzilla, que dejó un cráter en el lugar exacto donde yo me encontraba hacía apenas un segundo. La bestia de metal soltó otro chillido ensordecedor, seguido de una carcajada atronadora y hueca. La risa de Sorrento.

Corté el chorro de propulsión de mis botas y adopté forma de bola. De ese modo caí al suelo rodando y cuando me detuve, me puse en pie. Alcé la vista para verle la cara metálica al lagarto. Sus ojos, en ese momento, no brillaban… Así que podía propulsarme una vez más y llegar al interior del castillo sin dar tiempo a Sorrento a dispararme de nuevo. Y él no podría seguirme al interior, a menos que se desprendiera de su robot gigante.

Oí que Art3mis y Hache me gritaban por el comunicador. Ya estaban dentro, frente a la puerta, esperándome.

Lo único que tenía que hacer era entrar volando en el castillo y unirme a ellos. Podríamos franquearla los tres juntos, antes de que Sorrento nos diera alcance. Estaba seguro.

Pero no me moví. Lo que sí hice, en cambio, fue extraer la Cápsula Beta y sostener el pequeño cilindro metálico en la palma de mi mano.

Sorrento había intentado matarme. Y, de paso, se había cargado a mi tía, a varios vecinos, entre ellos a la dulce señora Gilmore, que jamás en su vida había hecho daño a nadie. También había asesinado a Daito, que era mi amigo, a pesar de que no habíamos llegado a conocernos personalmente.

Acababa de quitarle la vida al avatar de Shoto, arrebatándole la oportunidad de franquear la Tercera Puerta. Sorrento no merecía su poder, el cargo que ocupaba. En ese momento supe que lo que Sorrento merecía era una derrota y una humillación públicas. Merecía que le dieran una patada en el culo en presencia de toda la humanidad.

Sostuve la Cápsula Beta muy alta sobre la cabeza y pulsé el botón que la activaba.

El destello de luz que siguió fue cegador y el cielo enrojeció, mientras mi avatar cambiaba, crecía y se transformaba en un alienígena humanoide de piel roja y plateada, ojos resplandecientes con forma de huevo y rara cabeza con aleta, y una luz de intensidad intermitente encajada en el centro del pecho. Durante los tres minutos siguientes, sería Ultraman.

Mechagodzilla dejó de gritar y destrozarlo todo. Su mirada, hasta entonces dirigida hacia abajo, donde mi pequeño avatar se encontraba un segundo antes, se desplazó lentamente hacia las alturas, para abarcar en su totalidad a su nuevo oponente, y nuestros ojos brillantes se encontraron al fin. Me hallaba cara a cara frente al robot de Sorrento, igualándolo casi en altura y tamaño.

El robot de Sorrento dio varios pasos atrás, torpemente. Sus ojos volvían a brillar.

Yo me agaché un poco, adoptando una postura ofensiva, y me fijé en que en una esquina de mi visualizador había aparecido un marcador que acababa de iniciar una cuenta atrás desde los tres minutos:

2:59, 2:58, 2:57…

Bajo ese contador aparecía un menú en el que, en japonés, se enumeraban los distintos ataques de energía de Ultraman. Sin dudarlo escogí el Rayo Specium y levanté mucho los brazos frente a mí, uno en posición horizontal y el otro en posición vertical, formando una cruz. Un rayo de energía blanca, intermitente, salió disparado de mis antebrazos e impactó en el pecho de Mechagodzilla, empujándolo hacia atrás. Perdido el equilibrio, Sorrento, sin control, tropezó con sus descomunales pies. Su robot cayó al suelo y aterrizó de lado.

Los miles de avatares que observaban desde el caótico campo de batalla, a nuestro alrededor, estallaron en vítores.

Salí volando por los aires y ascendí medio kilómetro en línea recta. Entonces me dejé caer, con los pies por delante, apuntando los talones directamente a la espalda curvada de Mechagodzilla. Cuando se produjo el impacto, oí que en el interior de la bestia algo se partía bajo mi impulso y mi peso. De la boca del dinosaurio empezó a salir humo y el brillo azul de sus ojos desapareció.

Ejecuté una voltereta hacia atrás y aterricé, agazapado, tras el robot que seguía tendido. El único brazo que seguía funcionando se agitaba sin parar, al tiempo que la cola y las patas iban de un lado a otro. Sorrento parecía forcejear con los mandos, en un intento desesperado por lograr que la bestia se pusiera en pie.

A continuación seleccioné Yatsuaki Kohrin de mi menú de armas: el Ultra-Slice. Al momento, un filo circular, brillante, rodeado de azul eléctrico, apareció en mi mano derecha, girando rápidamente. Apuntándolo contra Sorrento, lo solté con un golpe de muñeca, como si se tratara de un frisbee. Rasgó el aire con un chirrido e impactó en el estómago de Mechagodzilla. La sierra de energía partió su piel metálica como si estuviera hecha de tofu, partiendo el robot en dos mitades. Justo antes de que la máquina explotara, la cabeza se separó del cuello. Sorrento había conseguido saltar. Pero como el lagarto gigante ya se encontraba en el suelo, la cabeza rodó a ras de suelo. Sorrento se hizo rápidamente con la situación y los cohetes que asomaban a la cabeza se encendieron y lo elevaron rápidamente por los aires. Sin darle tiempo a que llegara muy lejos, crucé los brazos de nuevo y le disparé otro rayo Specium, que impactó en aquella cabeza que huía como si de una paloma de barro se tratara. La gran explosión que siguió la desintegró al momento.

La multitud enloqueció.

Revisé La Tabla y constaté que, en efecto, el número de empleado de Sorrento ya no figuraba en ella. Su avatar había muerto. No me alegré demasiado al verlo, pues sabía que en ese mismo instante, seguramente, estaría apartando de cualquier manera de su silla háptica a alguno de sus secuaces para hacerse con el control de otro avatar.

El contador indicaba que a mi Beta Cápsula solo le quedaban quince segundos, de modo que la desactivé. Mi avatar regresó al momento a su tamaño y su aspecto normales. Me di media vuelta movido por las botas de propulsión y entré volando en el castillo.

Cuando llegué al otro extremo del inmenso vestíbulo me encontré a Art3mis y a Hache frente a la Puerta de Cristal, esperándome. Los cuerpos humeantes y ensangrentados de más de diez avatares sixers recientemente ajusticiados yacían esparcidos por el suelo, a su alrededor, y se disolvían lentamente en la nada de la no-existencia. Al parecer, allí acababa de producirse una escaramuza breve y decisiva que yo me había perdido por poco.

—No es justo —dije, interrumpiendo el suministro a mis botas y posándome en el suelo, junto a Hache—. Podríais haberme dejado al menos uno con vida.

Art3mis no se molestó en responder y me hizo un gesto obsceno con el dedo corazón.

—Felicidades por cargarte a Sorrento —dijo Hache—. Ha sido un enfrentamiento épico, sin duda. Pero a pesar de ello sigues siendo un idiota rematado. Lo sabes, ¿no?

—Sí. —Me encogí de hombros—. Lo sé.

—¡Eres un capullo egoísta! —gritó Art3mis—. ¿Y si te hubiera matado él a ti?

—Pero no lo ha hecho. ¿O sí? —me defendí, dando un paso al frente para examinar mejor la puerta de cristal—. O sea que tranquilízate y vamos a abrir esto.

Me fijé en la cerradura que ocupaba el centro de la puerta, en las palabras grabadas sobre ella, escritas en su superficie prismática. «Caridad. Esperanza. Fe».

Saqué mi copia de la Llave de Cristal y la levanté. Hache y Art3mis hicieron lo mismo.

No ocurrió nada.

Intercambiamos miradas de preocupación. Entonces se me ocurrió una idea y carraspeé un poco antes de hablar.

«Three is a magic number» —dije, recitando el primer verso de la canción de Schoolhouse Rock!

Apenas lo hube dicho, la puerta de cristal empezó a emitir destellos y en ella aparecieron dos cerraduras más, a ambos lados de la primera.

—¡Eso era! —susurró Hache—. ¡Mierda! No puedo creérmelo. ¡Estamos aquí, delante de la Tercera Puerta!

Art3mis asintió.

—Finalmente.

Inserté mi llave en la cerradura central. Hache hizo lo mismo con la suya en la de la izquierda. Y Art3mis introdujo la suya en la de la derecha.

—¿En el sentido de las manecillas del reloj? ¿A la de tres? —propuso.

Hache y yo asentimos. Art3mis contó hasta tres e hicimos girar las llaves al unísono. Hubo un breve destello de luz azulada, durante el que tanto las llaves como la puerta de cristal desaparecieron. Y la Tercera Puerta apareció ante nosotros, abierta, un camino de cristal hacia un remolino de estrellas.

—¡Uau! —exclamó Art3mis a mi lado—. Aquí está.

Los tres dimos un paso al frente, preparándonos para franquear la Puerta, pero entonces oí un estrépito ensordecedor, como si el universo entero estuviera partiéndose en dos.

Y después todos morimos.

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