Ready Player One

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NIVEL TRES » 0038

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0038

—¿Veis esto, chicos? —pregunté.

No obtuve respuesta.

—¿Hola? ¿Hache? ¿Art3mis? ¿Shoto? ¿Todavía estáis ahí?

Pero nadie me dijo nada. O bien Og había cortado la comunicación, o bien Halliday había configurado aquella etapa final para que no fuera posible el contacto con el exterior. Yo estaba bastante seguro de que debía de tratarse de esto último.

Permanecí un minuto en silencio, inmóvil, sin saber qué hacer. Y entonces hice caso de mi instinto y me acerqué a la Atari 2600. Estaba conectada a un televisor en color Zenith de 1977. Encendí el televisor, pero no ocurrió nada. Después conecté la Atari. Nada. Aunque tanto el televisor como la consola estaban conectados a unos enchufes situados en el suelo, parecía no haber corriente.

Lo intenté con el Apple I que ocupaba la mesa contigua. Pero tampoco se encendió.

Tras varios minutos experimentando, descubrí que el único ordenador que se ponía en marcha era el más antiguo de todos, el IMSAI 8080, el mismo modelo que Matthew Broderick manejaba en Juegos de guerra.

Cuando lo inicié, apareció una pantalla totalmente en blanco salvo por una palabra:

LOGIN

Introduje la palabra ANORAK y le di a Intro.

IDENTIFICACIÓN NO RECONOCIDA - FIN DE CONEXIÓN

Entonces el ordenador se apagó solo y tuve que volver a encenderlo para que volviera a aparecer la orden de LOGIN.

Probé con HALLIDAY. Tampoco hubo suerte.

En Juegos de guerra la contraseña secreta que daba acceso al superordenador WOPR era «Joshua». El profesor Falken, creador del WOPR, había usado el nombre de su hijo para crearlo. La persona a la que más quería en el mundo.

Tecleé «OG». No funcionó. «OGDEN». Tampoco.

Tecleé «KIRA» y le di a Intro.

IDENTIFICACIÓN NO RECONOCIDA - FIN DE CONEXIÓN

Lo probé con los nombres de su padre y de su madre. Lo probé con «ZAPHOD», que era como se llamaba un pez que tenía de mascota. Y con «TIBERIUS», nombre de un hurón que había tenido hacía tiempo.

Pero no era ninguno de ellos.

Comprobé la hora. Llevaba más de diez minutos en aquella sala, lo que implicaba que Sorrento ya me habría dado alcance y en ese preciso instante se encontraría en el interior de su propia copia de esa misma estancia y, probablemente, un equipo de expertos en Halliday le estaría susurrando sugerencias al oído gracias al trucaje de su equipo de inmersión. Era muy posible que trabajaran a partir de una lista ordenada por prioridades y que Sorrento fuera tecleándolas lo más deprisa que pudieran sus dedos.

Se me agotaba el tiempo.

Apreté mucho los dientes, desesperado. No tenía ni idea de cuál podría ser la próxima opción.

Y entonces recordé una frase de la biografía de Ogden Morrow: «Jim se ponía muy nervioso en presencia de mujeres, y Kira fue la única chica con la que le vi hablando de manera relajada. Aun así, era solo como personaje, como Anorak, en el curso de nuestras sesiones de juego. Y únicamente se dirigía a ella llamándola Leucosia, el nombre de su personaje».

Puse en marcha el ordenador una vez más. Cuando apareció la orden de LOGIN tecleé «LEUCOSIA» y le di a Intro.

En ese momento, todos los aparatos de la sala se pusieron en marcha. Amplificados por el techo abovedado resonaban los chirridos de las unidades de disco, los pitidos y otros sonidos de los tests automáticos de arranque.

Me fui de nuevo hasta la Atari 2600 y rebusqué en el inmenso estante de cartuchos de juegos ordenados alfabéticamente que se hallaba junto a ella, hasta que encontré el que estaba buscando: Adventure. Lo introduje en la consola y la encendí antes de pulsar el botón de RESET para iniciar el juego.

Tardé apenas unos minutos en alcanzar la Habitación Secreta.

Desenvainé la espada y la usé para liquidar a los tres dragones. Después encontré la llave negra, abrí las puertas del Castillo Negro y me introduje en su laberinto. El punto gris estaba escondido donde se suponía que debía estar. Lo recogí y lo llevé de vuelta por el diminuto reino de ocho bits, y después lo usé para cruzar la barrera mágica y entrar en la Habitación Secreta. Pero, a diferencia de lo que sucedía en el juego original de Atari, aquella Habitación Secreta no tenía el nombre de Warren Robinett, el programador de Adventure. Lo que se veía en el centro mismo de la pantalla era una gran forma ovalada de bordes pixelados. Un huevo.

«El Huevo».

Permanecí unos instantes en silencio absoluto, incrédulo, observando la pantalla. Y entonces desplacé hacia la derecha el joystick para que mi diminuto avatar en forma de cuadrado se moviera por aquel fondo parpadeante. El altavoz del televisor emitió un breve pitido electrónico cuando solté el punto gris y recogí el huevo. Hubo un destello de luz brillante, y vi que mi avatar ya no sostenía el joystick. Entonces, sostenido entre las manos, tenía un gran huevo plateado. En su superficie curvada se reflejaba el rostro distorsionado de mi avatar.

Cuando finalmente, haciendo un gran esfuerzo, conseguí dejar de mirarlo, alcé la vista y vi que la puerta de doble hoja del otro extremo de la sala había sido sustituida por otra, la salida: un portal con marco de cristal que conducía de nuevo al vestíbulo del Castillo de Anorak. La fortaleza parecía totalmente restaurada, a pesar de que el servidor de Oasis todavía tardaría varias horas más en reiniciarse.

Eché un último vistazo a la oficina de Halliday. Y entonces, con el Huevo en las manos, crucé la habitación y me dirigí a la salida.

En cuanto la hube franqueado, me volví y tuve tiempo de ver que la Puerta de Cristal se transformaba en una gran puerta de madera encajada en uno de los muros del castillo.

La abrí. Al otro lado se divisaba una escalera de caracol que conducía a lo alto de la torre más alta del castillo. Subí y descubrí que allí se encontraba el estudio del avatar de Halliday, atestado de librerías llenas de pergaminos antiguos y libros polvorientos de hechizos.

Me acerqué a la ventana y contemplé las extraordinarias vistas que desde allí se admiraban. El paisaje ya no era desolador, los efectos del Cataclista habían desaparecido y Ctonia parecía, toda ella, restaurada, lo mismo que el castillo.

Miré a mi alrededor. Debajo del cuadro de un dragón negro, que me resultaba conocido, había un pedestal de cristal muy ornamentado sobre el que reposaba un cáliz de oro con incrustaciones de piedras preciosas. Su diámetro coincidía con el del huevo de plata que yo sostenía.

Deposité el Huevo en el cáliz y, en efecto, encajó a la perfección.

A lo lejos oí una fanfarria de trompetas, y el huevo empezó a resplandecer.

—Tú ganas —oí que decía una voz. Me volví y descubrí que Anorak estaba plantado justo detrás de mí. Su túnica negra parecía atrapar casi toda la luz de la estancia—. Enhorabuena —añadió, alargando una mano huesuda.

Vacilé, sin saber muy bien si se trataba de una trampa o de la prueba final.

—El juego ha terminado —me dijo él, como si acabara de leerme la mente—. Es hora de que recibas tu premio.

Bajé la vista y miré la mano extendida. Tras unos instantes de duda, se la estreché.

En el espacio que nos separaba se encendieron cascadas de rayos azules, y las puntas de sus filamentos nos envolvieron, como si un chorro de poder pasara de su avatar al mío. Cuando el relampagueo cesó, vi que Anorak ya no estaba vestido con sus ropajes negros de hechicero. De hecho, no se parecía en nada a Anorak. Era más bajo, más delgado y, en cierto sentido, menos guapo. Se parecía a James Halliday. Pálido. De mediana edad. Llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta de los Space Invaders.

Bajé la mirada y descubrí que mi avatar era el que en ese momento vestía la túnica de Anorak. Y me fijé en que los iconos y las informaciones que aparecían en los bordes de mi visualizador también habían cambiado. Mis puntuaciones y porcentajes habían llegado al máximo, y contaba con una lista de hechizos, poderes intrínsecos y artículos mágicos que parecía no tener fin.

Junto a los marcadores de nivel y de puntos habían aparecido sendos símbolos de infinito.

Y en el de crédito figuraba una cifra de doce dígitos. Era multibillonario[14].

—Te confío el cuidado de Oasis, Parzival —declaró Halliday—. Tu avatar es inmortal y omnipotente. Podrás conseguir todo lo que quieras solo con desearlo. No está mal, ¿verdad? —Se acercó más a mí y bajó la voz—. Hazme un favor. Intenta usar tus poderes solamente para hacer el bien, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —respondí, con una voz que era apenas un susurro.

Halliday sonrió e hizo un gesto que comprendía todo lo que nos rodeaba.

—Ahora este castillo es tuyo. He diseñado esta sala para que solo tu avatar pueda entrar en ella. Lo hice así para asegurarme de que únicamente tú tuvieras acceso a esto.

Se acercó a una estantería pegada a una pared y separó del resto uno de los volúmenes que contenía. Oí un clic. Entonces la librería se retiró hacia un lado y dejó a la vista una plancha metálica cuadrada empotrada en la pared. En su centro se destacaba un botón rojo de tamaño cómico, por lo exagerado, en el que había grabada una sola palabra: «OFF».

—Yo lo llamo el Gran Botón Rojo —me confió Halliday—. Si lo pulsas, apagas todo Oasis y lanzas un virus que borra cuanto se encuentra almacenado en los servidores de GSS, incluido el código fuente de Oasis. Y Oasis queda clausurado para siempre. —En su rostro se dibujó una sonrisa maliciosa—. O sea, que no lo toques a menos que estés absolutamente seguro de que es lo que hay que hacer. ¿De acuerdo? —Volvió a sonreír—. Confío en tu criterio.

Halliday colocó la estantería en su lugar y el botón rojo quedó oculto. Después me sobresaltó al pasarme el brazo por los hombros.

—Oye —me dijo, adoptando un tono confidencial—. Antes de irme tengo que contarte una última cosa. Algo de lo que yo no me di cuenta hasta que era demasiado tarde. —Me llevó hasta una ventana y señaló el paisaje que se extendía frente a nosotros—. Creé Oasis porque nunca me sentí a gusto en el mundo real. No conectaba bien con su gente. Durante toda mi vida tuve miedo. Hasta el momento en que supe que llegaba a su fin. Fue entonces cuando me di cuenta de que, por más aterradora y dolorosa que pueda ser, también es el único lugar donde puede encontrarse la verdadera felicidad. Porque la realidad es real. ¿Entiendes?

—Sí —contesté—. Creo que sí.

—Bien —prosiguió, guiñándome un ojo—. No cometas el mismo error que yo. No te escondas aquí toda tu vida.

Sonrió de nuevo y se alejó de mí algunos pasos.

—Está bien, creo que con esto ya está todo. Ya va siendo hora de que funda esta aparición.

Y entonces Halliday empezó a difuminarse. Sonrió y se despidió agitando la mano, mientras su avatar abandonaba lentamente la existencia.

—Buena suerte, Parzival —dijo—. Y gracias. Gracias por jugar a mi juego.

Y, dicho eso, desapareció por completo.

—¿Estáis ahí, chicos? —pregunté al aire, transcurridos unos momentos.

—¡Sí! —me respondió Hache, entusiasmado—. ¿Tú nos oyes a nosotros?

—Sí, ahora sí. ¿Qué ha ocurrido?

—El sistema nos ha cortado la comunicación contigo en cuanto has entrado en la oficina de Halliday. Por eso no podíamos hablar contigo.

—Por suerte no te ha hecho falta nuestra ayuda —comentó Shoto—. Lo has hecho muy bien, tío.

—Enhorabuena, Wade —oí que me decía Art3mis. Y se notaba que era sincera.

—Gracias. Pero no podría haberlo logrado sin vosotros.

—En eso te doy la razón —dijo ella—. No te olvides de comentarlo cuando te dirijas a los medios de comunicación. Og dice que hay cientos de periodistas que vienen de camino.

Miré en dirección a la estantería que ocultaba el botón rojo.

—¿Habéis visto y oído todo lo que Halliday ha hecho y ha dicho antes de esfumarse? —les pregunté.

—No —respondió Art3mis—. Hemos visto hasta que te ha dicho que usaras tus poderes para hacer el bien. Después se ha cortado la imagen. ¿Qué ha pasado entonces?

—No gran cosa —dije—. Después os lo cuento.

—Tío, tienes que revisar La Tabla —sugirió Hache.

La abrí al momento en el visualizador. La lista de máximas puntuaciones había desaparecido. Lo único que se mostraba en la página web de Anorak era una imagen de mi avatar vestido con su túnica, sosteniendo el Huevo de Pascua, acompañado de las palabras: «PARZIVAL GANA».

—¿Qué ha ocurrido con los sixers? —pregunté—. ¿Con los que todavía estaban de este lado de la puerta?

—No estamos seguros —contestó Hache—. La transmisión se ha cortado coincidiendo con el cambio en La Tabla.

—Tal vez hayan muerto —intervino Shoto—. O tal vez…

—Tal vez salieran despedidos por la puerta —dije yo.

Abrí mi mapa de Ctonia y constaté que podía teletransportarme a cualquier lugar de Oasis seleccionando, simplemente, mi destino deseado en el atlas. Amplié la zona del Castillo de Anorak, toqué el punto que quedaba del otro lado de la entrada principal y, en un abrir y cerrar de ojos, mi avatar estuvo ahí.

Mis suposiciones eran ciertas. Cuando franqueé la Tercera Puerta, los dieciocho avatares sixers que todavía quedaban en su interior habían sido expulsados y depositados frente al castillo. Ahí seguían todos, con gesto confundido, cuando aparecí frente a ellos, elegantísimo con mis nuevos ropajes.

Todos me miraron en silencio durante unos segundos, antes de sacar sus armas de fuego y sus espadas, preparándose para el ataque. Su aspecto era idéntico, por lo que no sabía cuál de ellos estaba controlado por Sorrento. De todos modos, a esas alturas, poco me importaba ya.

Usando la nueva interfaz de superusuario de mi avatar, realicé un gesto de barrido general con la mano para seleccionar a todos los avatares en mi visualizador. Sus perfiles empezaron a dibujarse en un rojo brillante. A continuación pulsé el icono de la calavera y las tibias cruzadas en la barra de herramientas de mi avatar. Los dieciocho avatares cayeron fulminados, muertos, al momento. Sus cuerpos se difuminaron gradualmente, y todos ellos dejaron tras de sí un montoncito con armas y botín.

—¡Mierda! —oí que exclamaba Shoto por el intercomunicador—. ¿Cómo has hecho eso?

—Ya has oído a Halliday —le dijo Hache—. Su avatar es inmortal y todopoderoso.

—Sí —intervine yo—. Y lo decía en serio.

—Halliday también te ha dicho que podías pedir el deseo que quisieras —prosiguió Hache—. ¿Qué deseo vas a pedir primero?

Lo pensé durante un momento y después pulsé el nuevo icono de comandos que en ese momento aparecía en una esquina de mi visualizador y dije:

—Deseo que Hache, Art3mis y Shoto resuciten.

Al instante apareció un recuadro de diálogo que me pedía que confirmara cómo se escribían los nombres de aquellos avatares. Una vez que lo hice, el sistema me pidió si, además de resucitar a sus avatares, quería que les fueran devueltos todos los artículos que poseían. Pulsé el icono de «sí». Entonces, en el centro del visualizador apareció un mensaje: «RESURRECCIÓN COMPLETA. AVATARES RESTAURADOS».

—¿Chicos? Creo que ya podéis intentar conectaros de nuevo a vuestras cuentas.

—¡Ya vamos para allá! —exclamó Hache.

Segundos después, Shoto volvió a conectarse a su cuenta y su avatar se materializó a poca distancia del mío, en el punto exacto donde había sido asesinado horas antes. Corrió hacia mí, con una sonrisa de oreja a oreja.

Arigato, Parzival-san —dijo, dedicándome una reverencia.

Yo le devolví el saludo y lo abracé.

—Bienvenido, una vez más —respondí.

Un instante después, Hache apareció en la entrada del castillo y corrió hacia nosotros.

—Estoy como nuevo —comentó, sonriendo al ver que su avatar estaba intacto—. Gracias, Zeta.

—De nada. —Clavé los ojos en la puerta—. ¿Dónde está Art3mis? Debería de haber aparecido a tu lado…

—Ella no se ha conectado —dijo Hache—. Según ha dicho, le apetecía salir y tomar un poco de aire.

—¿Tú la has visto? ¿Qué…? —Me esforcé por formular bien la pregunta—. ¿Qué aspecto tenía?

Los dos me sonrieron, y Hache me plantó una mano en el hombro.

—Ha dicho que estaría fuera, esperándote. Cuando estés preparado para encontrarte con ella.

Asentí.

Ya estaba a punto de darle al icono de desconectar cuando Hache levantó la mano.

—¡Espera un segundo! Antes de salir, tienes que ver una cosa —dijo, abriendo una ventana delante de mí—. Esto se está transmitiendo en todos los canales de noticias en este momento. La Policía Federal acaba de detener a Sorrento para interrogarlo. Han entrado en la central de IOI y lo han arrancado de su silla háptica, literalmente.

En efecto, en ese momento se iniciaba una transmisión realizada con cámara en mano en la que aparecía un equipo de agentes federales que conducían a Sorrento por el vestíbulo de la sede de IOI. Todavía llevaba el traje háptico e iba escoltado por un hombre de traje y pelo gris que, supuse, sería su abogado. Sorrento, más que otra cosa, parecía molesto, como si todo aquello fuera un inconveniente menor. El texto que podía leerse bajo las imágenes rezaba: «Director Ejecutivo de IOI Sorrento acusado de asesinato».

—Los informativos llevan todo el día emitiendo fragmentos de tu sesión de chatlink con Sorrento —dijo Hache, deteniendo la emisión—. Sobre todo la parte en la que te amenaza con matarte y después hace estallar la caravana de tu tía.

Hache le dio a «Play», y el informativo siguió. Los agentes federales seguían conduciendo a Sorrento a través del vestíbulo, que estaba lleno de periodistas que se apretujaban unos contra otros y formulaban preguntas. El que grababa las imágenes que nosotros veíamos se adelantaba más y colocaba la cámara muy cerca del rostro de Sorrento.

—¿Cómo se siente al saber que ha perdido el concurso?

Sorrento sonreía, pero no respondía nada. Entonces su abogado se interponía entre el cámara y él y se dirigía a los periodistas.

—Los cargos presentados contra mi cliente carecen de fundamento —manifestó—. La grabación de la simulación que se ha divulgado es inequívocamente falsa. No tenemos más comentarios que hacer por el momento.

Sorrento asintió. Y salió del edificio, flanqueado por los policías, sin dejar de sonreír.

—Seguro que el muy cabrón queda impune —dije yo—. IOI puede permitirse contratar a los mejores abogados del mundo.

—Es verdad —admitió Hache, antes de dedicarme su sonrisa de gato de Cheshire—. Pero ahora nosotros también podemos.

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