Ready Player One

Ready Player One


NIVEL UNO » 0014

Página 18 de 48

0014

Al conectarme a la sesión de chatlink, mi avatar se materializó en una gran plataforma de observación con vistas espectaculares a más de doce planetas de Oasis suspendidos en la negrura del espacio, más allá de la ventana curvada. Parecía encontrarme en una estación espacial, o en alguna nave de transporte de grandes dimensiones, no lo sabía con certeza.

Las sesiones de chatlink funcionaban de un modo distinto a las salas de chat y resultaban mucho más caras de mantener. Cuando abrías un chatlink, una copia inmaterial de tu avatar se proyectaba en otro lugar de Oasis. Tu avatar no estaba allí en realidad por lo que, para los demás avatares, tu presencia se representaba como ligeramente transparente. Aun así, podías interactuar con el entorno de modo limitado; franquear puertas, sentarte en sillas, etcétera. Los chatlinks se usaban sobre todo para asuntos de negocios, cuando alguna empresa quería celebrar una reunión en un punto concreto de Oasis sin tener que invertir tiempo y dinero transportando a todos los avatares hasta él. Aquella era la primera vez que hacía uso del servicio.

Me volví y vi que mi avatar estaba de pie ante el gran mostrador semicircular de una recepción. El logotipo de IOI —unas letras gigantescas, cromadas, que se solapaban unas a otras, de cinco metros de altura— flotaba sobre él. Al acercarme al mostrador, una recepcionista rubia, de una belleza fuera de lo normal, se puso en pie para saludarme.

—Señor Parzival —me dijo, inclinando ligeramente la cabeza—. Bienvenido a Innovative Online Industries.

No entendía bien cómo lo sabía, pues yo no había anunciado mi visita. Mientras esperaba, intenté activar el grabador de vídeos de mi avatar, pero IOI había desactivado las grabaciones para esa sesión de chatlink. Era evidente que no querían que tuviera pruebas de lo que estaba a punto de suceder. O sea, que de mi plan de colgar la entrevista en YouTube, nada.

Menos de un minuto después apareció otro avatar a través de una serie de puertas situadas en el lado opuesto de la plataforma de observación. Se dirigió directamente hacia donde me encontraba; sus botas resonando en el suelo pulido. Era Sorrento. Lo reconocí porque no usaba un avatar estándar de sixer, uno de los privilegios de su cargo. El rostro de su avatar coincidía con las fotos de él que había visto en la red. Pelo rubio, ojos castaños, nariz aguileña. Sí llevaba, en cambio, el uniforme protocolario de los sixers. Un mono azul marino con galones dorados en los hombros y un logo de IOI plateado en la pechera derecha con su número de empleado inscrito debajo: 655321.

—¡Al fin! —dijo mientras se acercaba, sonriendo como un chacal—. ¡El famoso Parzival nos honra con su presencia! —Me alargó la mano derecha, enguantada—. Soy Nolan Sorrento, jefe de Operaciones. Es un honor conocerte.

—Sí —contesté yo, haciendo esfuerzos por mostrarme distante—. Lo mismo digo, supongo.

A pesar de ser una proyección de chatlink, mi avatar podía simular que estrechaba la mano. Pero en vez de ello, me quedé mirándosela como si lo que me estuviera ofreciendo fuera una rata muerta. Él la bajó transcurridos unos segundos, pero no solo no renunció a su sonrisa forzada, sino que la exageró todavía más.

—Sígueme, por favor.

Me condujo por la plataforma hacia las puertas automáticas, que se abrieron para mostrarnos un muelle de lanzamiento. Contenía un solo transbordador interplanetario con el logo de IOI. Sorrento hizo ademán de montarse en él, pero yo lo detuve al pie de la rampa.

—¿Por qué se ha molestado en traerme hasta aquí vía chatlink? —le pregunté, señalándole todo lo que nos rodeaba—. ¿Por qué no me suelta su charla de ventas en una sala de chat?

—Por favor, compláceme —insistió—. Este chatlink forma parte de nuestra charla de ventas. Queremos proporcionarte la misma experiencia que tendrías si vinieras a visitar nuestra sede central en persona.

«Sí, claro —pensé—. Si hubiera venido en persona, mi avatar estaría rodeado de miles de sixers y podríais hacer conmigo lo que quisierais».

Me subí al transbordador. La rampa se retiró y abandonamos el muelle. A través de las ventanas panorámicas de la nave vi que nos alejábamos de una de las estaciones espaciales orbitales de los sixers. Suspendido sobre nosotros se divisaba IOI-1, un inmenso planeta cromado. Me recordaba a las esferas flotantes y asesinas de las películas de la serie Phantasma. Los gunters se referían a él como al «hogar de los sixers». Lo habían creado poco después de que empezara el concurso, para que sirviera de base de operaciones online de IOI.

Nuestro transbordador, que parecía volar con el piloto automático activado, alcanzó el planeta en poco tiempo y empezó a sobrevolar su superficie, plateada como un espejo. Yo miraba por la ventanilla mientras dábamos una vuelta completa a su órbita. Que yo supiera, hasta entonces, a ningún otro gunter habían ofrecido una visita guiada como aquella.

De polo a polo, IOI-1 estaba cubierto de arsenales, búnkeres, almacenes y hangares. También vi aeródromos repartidos por todo el territorio, donde hileras de naves de ataque, artefactos espaciales y tanques de batalla mecanizados aguardaban el momento de pasar a la acción. Sorrento no decía nada mientras inspeccionábamos la Flota sixer. Me daba tiempo para que asimilara lo que observaba.

Yo ya había visto imágenes de la superficie de IOI-1 en ocasiones anteriores, pero habían sido de baja resolución y tomadas desde puntos alejados de la órbita, desde el otro lado de la impresionante cuadrícula defensiva del planeta. Los clanes más importantes llevaban años discutiendo abiertamente sobre la conveniencia de bombardear con armamento nuclear el Complejo de Operaciones sixer, pero nunca habían logrado traspasar la malla defensiva ni alcanzar la superficie del planeta.

Cuando completamos la órbita, el Complejo de Operaciones de IOI apareció en nuestro campo de visión. Estaba formado por tres torres cubiertas de espejos, dos rascacielos rectangulares a ambos lados de otro circular. Vistos desde arriba, los tres edificios formaban las iniciales IOI.

El transbordador se detuvo y quedó suspendido sobre la torre en forma de O, antes de descender hasta una pequeña pista de aterrizaje situada en el tejado.

—Bastante impresionante, ¿no te parece? —preguntó Sorrento, rompiendo al fin el silencio cuando tocamos suelo y se desplegó la rampa.

—No está mal. —Me sentí orgulloso de la calma que había logrado imprimir a mi voz. Todavía estaba impresionado por todo lo que acababa de ver—. Es una réplica de Oasis de las torres originales de IOI que se encuentran en el centro de Columbus, ¿verdad?

Sorrento asintió.

—Sí, el complejo de Columbus es la central de nuestra empresa. La mayor parte de mi equipo trabaja en esta torre central. Nuestra proximidad a GSS elimina cualquier posibilidad de demora del sistema. Y, claro está, Columbus no se ve afectado por los apagones que se repiten en las principales ciudades estadounidenses.

Lo que Sorrento decía lo sabía todo el mundo. Gregarious Simulation Systems estaba instalado en Columbus, como también lo estaba el principal servidor de Oasis. Otros servidores espejo redundantes se hallaban distribuidos por todo el mundo, pero estaban conectados al nodo principal de Columbus. Por eso, durante las décadas transcurridas desde el lanzamiento de la simulación, la ciudad se convirtió en una especie de Meca de las nuevas tecnologías. Columbus era el lugar desde el que el usuario de Oasis podía acceder a las conexiones más rápidas y fiables para viajar por la simulación. La mayoría de los gunters —yo incluido— soñaba con poder trasladarse a ella algún día.

Abandonamos el transbordador y nos subimos a un ascensor que había junto al punto de aterrizaje.

—En estos últimos días te has convertido en una celebridad —comentó, mientras empezábamos a descender—. Ha de ser muy emocionante para ti. Aunque también sentirás algo de miedo, ¿no? Saber que ahora posees una información por la que millones de personas estarían dispuestas a matar.

Llevaba tiempo esperando que dijera algo por el estilo y tenía preparada una respuesta.

—¿Le importaría saltarse las tácticas de amedrentamiento y deslumbramiento? Exponga los detalles de su oferta. Tengo otros asuntos que atender.

Sorrento me sonrió como lo habría hecho a un niño precoz.

—Sí, eso no lo dudo —contestó—. Pero te ruego que no llegues a conclusiones precipitadas sobre la oferta. Creo que te sorprenderá bastante. —Y entonces, en un tono más frío, añadió—: De hecho, estoy absolutamente convencido de lo que digo.

Esforzándome al máximo por disimular lo intimidado que me sentía, entorné los ojos y solté:

—Sí, sí, lo que usted diga.

Cuando alcanzamos la planta 116 sonó un pitido y las puertas del ascensor se abrieron. Dejamos atrás a otra recepcionista y avanzamos por un pasillo muy iluminado. Nos cruzamos con varios avatares sixers, que en cuanto veían a Sorrento se ponían firmes y lo saludaban como si fuera un oficial de alto rango. Él no les devolvía los saludos ni expresaba el menor reconocimiento a sus galones.

Finalmente, me llevó hasta una inmensa sala abierta que parecía ocupar la práctica totalidad de la planta 116. Había una sucesión de cubículos de paredes altas, cada uno de ellos ocupado por una sola persona conectada a equipos de inmersión de última generación.

—Bienvenido a la División de Ovología de IOI —dijo con orgullo manifiesto.

—O sea, que esta es la central de los lacayos —solté, mirando a mi alrededor.

—La mala educación está de más —replicó Sorrento—. Este podría ser tu equipo.

—¿Y dispondría de un cubículo para mí solo?

—No. Tú tendrías una oficina para ti solo. Con muy buenas vistas. —Sonrió—. Aunque no creo que pasaras mucho tiempo mirando por la ventana.

Señalé uno de aquellos nuevos pozos de inmersión Habashaw.

—Un equipamiento muy bueno —dije.

Y lo era. Tecnología punta.

—Sí, está bien, ¿verdad? —preguntó—. Nuestros equipos de inmersión han sido sometidos a profundas modificaciones y están todos conectados en red. Nuestros sistemas permiten a múltiples operadores controlar a cualquiera de nuestros avatares ovólogos. De modo que dependiendo de los obstáculos con los que un avatar se encuentre durante su búsqueda, el control puede transferirse de inmediato al miembro del grupo que posea las habilidades más adecuadas para abordar la situación.

—Sí, pero eso es hacer trampa.

—Vamos, hombre —adujo Sorrento, paternalista—. Aquí no hay trampas. El concurso de Halliday carece de reglas. Ese es uno de los muchos errores garrafales que cometió ese viejo loco.

Sin darme tiempo a responder, Sorrento se puso en marcha de nuevo y me condujo por entre el laberinto de cubículos.

—Todos nuestros ovólogos están conectados por voz a un equipo de apoyo —prosiguió—. Compuesto por especialistas en Halliday, expertos en videojuegos, historiadores de la cultura pop y criptólogos. Todos trabajan juntos para ayudar a nuestros avatares a resolver los enigmas con los que se encuentran. —Se volvió y me sonrió—. Como verás, lo tenemos todo cubierto, Parzival. Por eso vamos a ganar.

—Claro, claro —dije yo—. Hasta el momento habéis realizado un trabajo excelente. Bravo. Y ahora, ¿de qué estábamos hablando? Ah, sí, ya me acuerdo. De que no tenéis la menor idea de dónde está la Llave de Cobre y necesitáis mi ayuda para encontrarla.

Sorrento entrecerró los ojos, y se echó a reír.

—Chico, me caes bien —admitió, sin dejar de sonreírme—. Eres inteligente. Y tienes cojones. Dos cualidades que admiro mucho.

Seguimos conversando. Al cabo de unos minutos llegamos al inmenso despacho de Sorrento. Desde sus ventanales se extendía una sobrecogedora vista de la «ciudad» circundante. El cielo estaba lleno de coches aéreos y naves espaciales y el sol simulado del planeta empezaba a ponerse. Sorrento se sentó a su escritorio y me indicó que yo lo hiciera en la butaca que había frente a la suya.

«Ahí viene —pensé mientras tomaba asiento—. Tú tranquilo, Wade».

—Voy a ir al grano —dijo Sorrento—. IOI quiere ficharte. Como consultor, para que nos ayudes en la búsqueda del Huevo de Pascua de Halliday. Tendrás a tu disposición los inmensos recursos de la empresa. Dinero, armas, objetos mágicos, naves, artefactos. Lo que quieras.

—¿Qué cargo tendría?

—Ovólogo en jefe —me respondió—. Estarías al mando de toda la división, solo yo estaría por encima de ti. Estoy hablando de cinco mil avatares perfectamente entrenados y listos para el combate, que obedecerían tus órdenes directas.

—Suena bien —contesté, esforzándome al máximo por no mostrar mis emociones.

—Pues sí. Pero aún hay más. A cambio de tus servicios estamos dispuestos a pagarte dos millones de dólares al año, además de un suplemento de un millón por adelantado en el momento de firmar el contrato. Y cuando nos ayudes a encontrar el Huevo, si se da el caso, recibirás una bonificación de veinticinco millones de dólares.

Hice como si sumara todas aquellas cifras ayudándome de los dedos.

—¡Uau! —exclamé, intentando sonar impresionado—. ¿Y podré trabajar desde casa?

Sorrento parecía no saber si le estaba tomando el pelo o hablaba en serio.

—No —respondió—. Me temo que no. Tendrías que instalarte aquí, en Columbus. Pero nosotros te proporcionaríamos un lugar de residencia excelente aquí mismo, en nuestras instalaciones. Y un despacho privado, claro. Tu propio equipo de inmersión de última generación…

—Un momento —lo interrumpí, levantando una mano—. ¿Me está diciendo que tendría que vivir en el rascacielos de IOI? ¿Con usted? ¿Y todos los demás laca…, los demás ovólogos?

Asintió.

—Solo hasta que encontremos el Huevo.

Reprimí las ganas de vomitar.

—¿Y qué hay de las ventajas laborales? ¿Contaría con seguro médico privado? ¿Dentista? ¿Oftalmólogo? ¿Dispondría de las llaves del baño ejecutivo? ¿Chorradas de esas?

—Por supuesto. —Sorrento empezaba a impacientarse—. ¿Y bien? ¿Qué dices?

—¿Puedo pensarlo durante unos días?

—Me temo que no —contestó—. En unos días esto habrá terminado. Necesitamos que nos respondas ahora.

Me eché hacia atrás y clavé la vista en el techo, fingiendo que consideraba su oferta. Sorrento aguardaba, sin quitarme los ojos de encima. Estaba a punto de soltarle la respuesta que llevaba preparada cuando levantó la mano.

—Escúchame una vez más antes de responderme —dijo—. Ya sé que la mayoría de los gunters se aferra a la idea absurda de que IOI es mala. Y de que los sixers son unos despiadados zánganos, unos sicarios sin honor ni respeto por el «verdadero espíritu» del concurso. De que todos nosotros somos unos vendidos. ¿No tengo razón?

Asentí, y tuve que morderme la lengua para no añadir: «Eso por decirlo finamente».

—Bien, pues eso es ridículo —prosiguió, esbozando una sonrisa paternal que, según sospechaba, debía de haber sacado del software de diplomacia que usara—. Los sixers no se diferencian en nada de cualquier clan de gunters, salvo en que disponen de más fondos. Nosotros compartimos las mismas obsesiones que los gunters. Y la misma meta.

«¿Y qué meta es esa? —Habría querido gritarle a la cara—. ¿Acabar con Oasis para siempre? ¿Pervertir y manchar lo único que hace que nuestras vidas resulten soportables?».

Sorrento pareció interpretar mi silencio para seguir hablando.

—Tú sabes que, en contra de la opinión pública, Oasis no cambiará tan drásticamente cuando IOI asuma su control. Tendremos que empezar a cobrar a la gente una tarifa mensual de usuario, claro está. E incrementar los ingresos por publicidad del simulador. Pero también pensamos implantar numerosas mejoras. Filtros de contenido para los avatares. Directrices de construcción más estrictas. Haremos de Oasis un lugar mejor.

«No —pensé—. Lo convertiréis en un parque temático empresarial y fascista donde las pocas personas que puedan permitirse la cuota de admisión no gozarán de un solo resquicio de libertad».

Ya había tenido bastante de la charlatanería de aquel capullo. No podía más.

—Está bien —le dije—. Cuente conmigo. Fícheme. O como digan ustedes. Delo por hecho. —Sorrento se mostró sorprendido. Aquella no era la respuesta que esperaba oír. Me dedicó una amplia sonrisa y estaba a punto de estrecharme la mano cuando corté su acción en seco—. Pero pongo tres pequeñas condiciones —añadí—. La primera es que quiero una paga extra de cincuenta millones de dólares cuando encuentre el Huevo y os lo entregue. No veinticinco. ¿Es factible?

Sorrento no lo dudó ni un momento.

—Hecho. ¿Cuáles son las otras condiciones?

—No quiero ser el segundo de nadie —proseguí—. Quiero ocupar su puesto, Sorrento. Quiero estar al mando de todo. Jefe de Operaciones. El Número Uno. Ah, y quiero que todo el mundo me llame el Número Uno. ¿Es factible?

Era como si mi boca se moviera con independencia de mi mente. No podía evitarlo.

La sonrisa de Sorrento se esfumó.

—¿Y qué más?

—No quiero trabajar con usted. —Lo apunté con el dedo—. Me da asco. Pero si sus superiores están dispuestos a despedirlo y a ofrecerme su cargo, entonces acepto. Firmo ya.

Silencio. El rostro de Sorrento era una máscara impenetrable. Probablemente, el software de reconocimiento facial suprimía ciertas emociones, como la ira y la rabia.

—¿Podría verificarlo con sus jefes y hacerme saber si aceptan mis propuestas? —le pregunté—. ¿O tal vez nos están monitorizando en este mismo momento? Sí, seguro que sí. —Saludé a las cámaras invisibles—. Hola, chicos. ¿Qué me decís?

Se hizo un largo silencio durante el que Sorrento se limitó a mirarme fijamente.

—Pues claro que nos están monitorizando —contestó al fin—. Y acaban de informarme de que están dispuestos a aceptar tus demandas.

No parecía ni mínimamente afectado.

—¿En serio? —dije—. ¡Genial! ¿Cuándo empiezo? Y, lo más importante de todo, ¿cuándo se va usted?

—Inmediatamente —respondió—. La empresa preparará su contrato y lo enviará a su abogado para que dé el visto bueno. Entonces nosotros…, ellos lo traerán hasta aquí, hasta Columbus, para que firme y cierre el trato. —Se puso en pie—. Con esto damos por finalizada…

—De hecho… —levanté la mano para interrumpirlo de nuevo—. He pasado los últimos segundos pensándolo mejor y he decidido que no, que no voy a aceptar su oferta. Creo que prefiero encontrar el Huevo yo solo. Gracias. —Me levanté—. Tú y el resto de lacayos podéis iros a la mierda.

Sorrento se echó a reír. Soltó una carcajada larga, sentida, que me resultó bastante inquietante.

—¡Eres bueno! ¡Ha sido muy bueno! ¡Por un momento nos has pillado, chico! —Cuando volvió a ponerse serio, añadió—: Esta sí es la respuesta que esperaba. De modo que ahora déjame hacerte nuestra segunda oferta.

—¿Hay más? —Me apoyé en el respaldo de la butaca y planté los pies sobre la mesa—. Está bien, dispare.

—Ingresaremos cinco millones de dólares directamente en tu cuenta de Oasis, ahora mismo, a cambio de la información de acceso a la Primera Puerta. Eso es todo. Lo único que tienes que hacer es proporcionarnos las instrucciones detalladas, paso a paso, que nos permitan conseguir lo que tú ya has conseguido. A partir de ahí seguiremos nosotros solos. Tú mantendrás la libertad de seguir buscando el Huevo por tu cuenta. Y la transacción se mantendrá en absoluto secreto. Nadie sabrá nada.

Reconozco que llegué a considerar la propuesta durante un momento. Cinco millones de dólares me solucionarían la vida. E incluso si ayudaba a los sixers a franquear la Primera Puerta, ello no era garantía de que lograran franquear las otras dos. Ni siquiera estaba seguro de que fuera a franquearlas yo.

—Confía en mí, hijo —prosiguió Sorrento—. Deberías aceptar esta oferta. Mientras puedas.

Su tono paternalista me irritaba tanto que me ayudó a mantenerme firme. No podía venderme a los sixers. Si lo hacía y ellos, por lo que fuese, terminaban ganando la competición, el responsable sería yo. Y no podría vivir toda la vida con ello sobre la conciencia. Solo esperaba que Art3mis, Hache y los demás gunters a quienes tantearan lo vieran igual que yo.

—Paso —dije. Bajé los pies de la mesa y me levanté—. Gracias por el tiempo que me han dedicado.

Sorrento me miró con expresión triste y con un gesto me pidió que volviera a sentarme.

—Todavía no hemos terminado. Tenemos una última propuesta para ti, Parzival. Me guardaba la mejor para el final.

—¿No capta las indirectas? A mí no pueden comprarme. O sea que váyanse a la mierda. Bye Bye. Adiós.

—Siéntate, Wade.

Me quedé de piedra. ¿Acababa de usar mi nombre verdadero?

—Así es —masculló Sorrento—. Sabemos quién eres. Wade Owen Watts. Nacido el 12 de agosto de 2024. Tus padres están muertos. También sabemos dónde vives. Resides con tu tía, en un estacionamiento de caravanas fijas situado en Portland Avenue número 700, en Oklahoma City. En la unidad 56-K, para ser exactos. Según nuestro equipo de vigilancia, la última vez que se te vio entrar en la caravana de tu tía fue hace tres días, y desde entonces no has salido de ella. Lo que significa que ahí sigues.

Tras él se abrió una ventana de vídeo que mostraba una imagen en directo de las torres, donde yo vivía. Se trataba de una toma aérea, filmada tal vez desde un avión, o desde un satélite. Desde ese ángulo solo podían monitorizar los dos accesos principales, y no me habían visto salir a través del ventanuco del cuarto de la lavadora todas las mañanas, ni regresar por él todas las noches. En realidad, no sabían que en ese momento yo me encontraba en mi guarida.

—Ahí lo tienes —dijo Sorrento. Su tono exageradamente amable, condescendiente, había regresado—. Hazme caso, deberías salir un poco más, Wade. No es saludable pasar tanto tiempo encerrado en casa.

La imagen aumentó varias veces, y el zoom se concentró en la caravana de mi tía. Segundos después pasó a operar en modo de imágenes térmicas y distinguí el perfil resplandeciente de más de doce personas, niños y adultos, que estaban sentados en su interior.

Casi todos ellos aparecían inmóviles, pues probablemente estuvieran conectados a Oasis.

Mi asombro era tal que me quedé sin habla. ¿Cómo me habían localizado? En teoría, era imposible que nadie accediera a la información de las cuentas de Oasis. Y, además, mi dirección no figuraba siquiera en la mía. No tenías por qué facilitarla cuando creabas tu avatar. Con el nombre y la huella de retina bastaba. ¿Entonces? ¿Cómo habían averiguado dónde vivía?

No sabía cómo, pero habían debido de tener acceso a mis datos escolares.

—Es posible que tu primer impulso, ahora mismo, sea desconectarte y salir corriendo —continuó Sorrento—. Te ruego que no cometas ese error. En realidad, tu caravana está rodeada de gran cantidad de explosivos de mucha potencia. —Se sacó del bolsillo algo que parecía un mando a distancia y me lo mostró—. Y tengo el dedo sobre el detonador. Si te desconectas de esta sesión de chatlink, morirás en cuestión de segundos. ¿Entiende usted lo que le digo, señor Watts?

Asentí despacio, intentando desesperadamente calibrar la situación.

Era un farol. Tenía que serlo. Y aunque no lo fuera, él no sabía que yo me encontraba en realidad a casi un kilómetro de distancia, en mi guarida. Sorrento suponía que uno de aquellos contornos de colores resplandecientes que aparecía en la imagen era yo.

Si estallaba una bomba en la caravana de mi tía, yo estaría seguro donde me encontraba, debajo de todos aquellos coches amontonados. ¿No? Además, no iban a matar a todas aquellas personas solo para alcanzarme a mí.

—¿Cómo…? —Fue todo lo que logré articular.

—¿Que cómo hemos sabido quién eres? ¿Dónde vives? —sonrió—. La cagaste tú solito, niño. Cuando te apuntaste en el Sistema Escolar Público de Oasis facilitaste tu nombre y dirección. Para que pudieran enviarte las calificaciones, supongo.

Tenía razón. El nombre de mi avatar, mi nombre real y la dirección de mi domicilio estaban almacenados en mi carpeta privada, a la que solo tenía acceso el director del centro. Había sido un error tonto, pero lo cierto era que me había matriculado un año antes de que empezara la competición. Antes de convertirme en gunter. Antes de aprender a ocultar mi identidad real.

—¿Y cómo descubrieron que asistía a clases online? —pregunté.

En realidad ya conocía la respuesta, pero necesitaba ganar tiempo.

—En los mensajes de los gunters en los muros hace días que circula el rumor de que tanto tú como tu amigo Hache asistís a clase en Ludus. Cuando nos enteramos, decidimos contactar con algunos administradores del Sistema Escolar Público y ofrecerles un soborno. ¿Sabes lo poco que gana al año un administrador escolar, Wade? Es un escándalo. Uno de tus directores se mostró amable y dispuesto a buscar en la base de datos de los alumnos un nombre de avatar: Parzival. ¿Y sabes qué?

Apareció otra ventana junto al vídeo con la imagen en directo de las torres. En ella se mostraba todo mi perfil académico: Nombre completo, nombre de avatar, alias de estudiante (Wade3), fecha de nacimiento, número de la Seguridad Social y domicilio. Mis calificaciones. Todo estaba ahí, junto con la foto de un expediente antiguo que me habían tomado hacía cinco años, poco antes de que me transfirieran a Oasis.

—También tenemos los datos académicos de tu amigo Hache. Pero él fue más listo que tú y proporcionó un nombre y dirección falsos al matricularse. De modo que nos va a costar un poco más dar con él.

Hizo una pausa para darme tiempo a intervenir, pero yo permanecí en silencio. El corazón me latía con fuerza, empezaba a faltarme el aire.

—Así que esto nos devuelve a nuestra última propuesta. —Sorrento se frotó las manos, entusiasmado, como un niño a punto de abrir un regalo—. Cuéntanos cómo se llega a la Primera Puerta. O te matamos. Ahora mismo.

—Es un farol —me oí decir.

Pero no creía que lo fuera. En absoluto.

—No, Wade, no lo es. Piénsalo un poco. Con todo lo que ocurre en el mundo, ¿crees que a alguien va a importarle una explosión en una madriguera de miserables y pobres ratas, en un rincón de Oklahoma City? La gente supondrá que ha sido un accidente en algún laboratorio de fabricación ilegal de drogas. O alguna célula terrorista del país intentando construir una bomba de fabricación casera. En cualquiera de los dos casos, para la gente solo significará que habrá unos centenares menos de cucarachas consumiendo vales de alimentos y oxígeno. A nadie le importará lo más mínimo. Y las autoridades ni se inmutarán.

Tenía razón, y yo lo sabía. Intenté ganar algo más de tiempo para pensar en qué debía hacer.

—¿Serían capaces de matarme? ¿Para ganar en la competición de un videojuego?

—No te hagas el ingenuo, Wade —dijo Sorrento—. Hay miles de millones de dólares en juego, además del control de una de las empresas con más beneficios del mundo y del propio Oasis. Se trata de mucho más que de un concurso de videojuegos. Siempre ha sido mucho más. —Se echó hacia delante—. Pero tú todavía puedes ganarlo, muchacho. Si nos ayudas, tendrás tus cinco millones de dólares. Puedes jubilarte a los dieciocho años y pasar el resto de tus días viviendo como un rey. También puedes morir en los próximos segundos. Tú decides. Pero, pregúntate una cosa: si tu madre todavía estuviera viva, ¿qué querría que hicieras?

Esa última pregunta me habría cabreado muchísimo si no hubiera estado tan asustado.

—¿Qué os impide matarme una vez os haya dado lo que queréis? —le pregunté.

—Lo creas o no, nosotros no queremos matar a nadie a menos que sea estrictamente necesario. Además, quedan otras dos puertas, ¿no? —Se encogió de hombros—. Es posible que necesitemos tu ayuda para traspasarlas. Personalmente, yo lo dudo. Pero mis superiores no opinan como yo. Además, llegados a este punto no tienes elección. —Bajó la voz, como si estuviera a punto de revelarme un secreto—. O sea, que esto es lo que va a suceder a continuación. Tú vas a darnos las instrucciones, paso a paso, sobre cómo obtener la Llave de Cobre y franquear la Primera Puerta. Y vas a permanecer conectado a este chatlink mientras verificamos todo lo que nos dices. Si te desconectas antes de que yo lo autorice, tu mundo entero saltará en pedazos. ¿Lo entiendes? O sea, que ya estás empezando a hablar.

Por un momento me planteé darles lo que querían. Me lo planteé, en serio. Pero lo pensé mejor y no se me ocurrió una sola razón por la que no fueran a matarme, incluso si les ayudaba a traspasar la Primera Puerta. Estaba convencido de que no iban a darme aquellos cinco millones de dólares ni tampoco a dejarme con vida para que fuera corriendo a contar a los medios de comunicación que IOI me había chantajeado. Mucho menos si era cierto que había una bomba instalada en mi caravana que yo pudiera usar como prueba.

No. En mi opinión, solo había dos posibilidades. O todo aquello era un farol o iban a matarme tanto si les ayudaba como si no.

De modo que tomé una decisión y me armé de valor.

—Sorrento —dije, haciendo esfuerzos para que el temor no asomara a mi voz—. Quiero que usted y sus jefes se enteren de una cosa. No encontrarán nunca el Huevo de Halliday. ¿Y saben por qué? Porque él era más listo que todos ustedes juntos. No importa cuánto dinero tengan ni a quién intenten chantajear. Van a perder.

Pulsé el icono que me desconectaba del chatlink y mi avatar empezó a desmaterializarse delante de él. Sorrento me miró con gesto triste, meneando la cabeza.

—Un paso muy tonto el tuyo, hijo —fue lo último que le oí decir antes de que mi visor se nublara.

Permanecí inmóvil en la oscuridad de mi escondite, entrecerrando los ojos, a la espera de la detonación. Pero pasó un minuto y no sucedió nada.

Me levanté el visor y me quité los guantes con manos temblorosas. Mis ojos empezaban a adaptarse a la penumbra y solté un largo suspiro de alivio. Sí, después de todo había sido un farol. Sorrento había jugado a un jueguecito retorcido y macabro conmigo. Un jueguecito muy eficaz.

Mientras me bebía una botella de agua entera, caí en la cuenta de que debía advertir a Hache y a Art3mis. Los sixers también irían tras ellos.

Estaba volviendo a ponerme los guantes cuando oí la explosión.

La onda expansiva llegó un segundo después de la detonación, e instintivamente me eché al suelo en mi escondite con las manos sobre la cabeza. A lo lejos oí el sonido del metal al ceder, pues varias torres de caravanas habían empezado a desplomarse, a soltarse del andamiaje y a caer unas contra otras como inmensas fichas de dominó. Aquel espantoso estrépito siguió durante lo que a mí me pareció un espacio de tiempo interminable. Y después, silencio total.

Finalmente salí de mi parálisis y abrí la puerta trasera de mi furgoneta. Invadido por un aturdimiento de pesadilla, llegué hasta el borde de mi montón de chatarra y desde allí vi una gigantesca columna de humo y llamas que se elevaba en el otro extremo del barrio.

Seguí al río de gente que corría hacia allá, rodeando el perímetro meridional de las torres. La caravana fija de mi tía se había desmoronado, era una ruina abrasada y humeante, lo mismo que todas las adyacentes. No quedaba nada, apenas un montón inmenso de metales retorcidos y aún en llamas.

Me mantuve a distancia, pero una gran multitud de personas se había adelantado y se congregaba ante mí, tratando de acercarse al incendio todo lo que podía. Nadie se molestaba siquiera en intentar penetrar en aquel amasijo de hierros para rescatar a algún posible superviviente. Parecía evidente que no los habría.

Una viejísima bombona de gas propano pegada a una de las caravanas aplastadas emitió una pequeña detonación y la gente, presa del pánico, se dispersó y buscó refugio. Casi al momento se produjo una rápida explosión en cadena. Los curiosos retrocedieron y ya no volvieron a acercarse mucho al lugar del incendio.

Los residentes que vivían en las torres cercanas sabían que si el fuego se propagaba, tendrían graves problemas, por lo que ya había empezado a llegar mucha gente con intención de combatir el fuego. Usaban mangueras de jardín, cubos, recipientes grandes y todo lo que encontraban. Al poco tiempo, las llamas estaban controladas y el incendio empezaba a extinguirse.

Mientras lo observaba en silencio, asistía a la circulación de los primeros rumores entre susurros: la gente decía que seguramente se trataba de otro accidente en un laboratorio de metanfetaminas o de algún idiota que pretendía fabricar una bomba casera. Exactamente tal como había anticipado Sorrento.

Eso fue lo que me sacó de mi estupor. ¿En qué estaba pensando? Los sixers habían intentado matarme. Seguramente debían de contar con agentes acechando por la zona, dispuestos a verificar que, en efecto, hubieran conseguido su objetivo. Y yo, como un imbécil, me paseaba por allí.

Me alejé de la multitud y regresé a mi guarida, aunque esforzándome por no correr y volviendo la vista atrás constantemente para asegurarme de que no me siguieran. En cuanto estuve de nuevo en la furgoneta, cerré la puerta con llave y me acurruqué, hecho un ovillo, en un rincón, donde permanecí largo rato.

Finalmente el impacto de lo sucedido fue remitiendo y la cruda realidad empezó a imponerse. Mi tía Alice y su novio Rick habían muerto, lo mismo que todos los demás residentes de su caravana, de la torre donde se encontraba y de las circundantes. Incluida la dulce señora Gilmore. Si yo hubiera estado en casa, también habría muerto.

Tenía la adrenalina por las nubes, pero no sabía qué debía hacer, pues la mezcla de temor y rabia me paralizaba. Pensé en conectarme a Oasis y llamar a la Policía, pero sabía cómo reaccionaría cuando contara mi historia. Me tomarían por loco. Y si llamaba a los medios de comunicación, sucedería lo mismo. Nadie me creería. A menos que revelara que era Parzival, y tal vez ni siquiera entonces. Carecía de pruebas contra Sorrento y los sixers. Todas las evidencias de la bomba que habían colocado habían desaparecido, seguramente, bajo los restos del desastre.

Revelar mi identidad al mundo entero para poder acusar a una de las empresas más poderosas del mundo de haber intentado sobornarme no me parecía el paso más inteligente. Nadie me creería. Si casi no lo creía ni yo. IOI había intentado matarme. Para impedir que pudiera ganar en una competición de videojuegos. Era una locura.

Por el momento mi guarida parecía un lugar seguro, pero sabía que no podía quedarme mucho tiempo más en las torres. Cuando los sixers descubrieran que seguía vivo, regresarían en mi busca. Tenía que largarme de allí cuanto antes. Pero no podría hacerlo hasta que tuviera algo de dinero y todavía faltaban un día o dos para que me ingresaran los cheques de los cobros. Tendría que esperar hasta entonces. Lo que sí podía hacer era hablar con Hache, advertirle de que era el siguiente en la lista de los sixers.

Además, necesitaba ver un rostro amigo.

Ir a la siguiente página

Report Page