Ready Player One

Ready Player One


NIVEL UNO » 0015

Página 19 de 48

0015

Cogí la consola, la inicié y me coloqué el visor y los guantes. Al conectarme, mi avatar reapareció en Ludus, en lo alto de la colina donde estaba sentado antes de que iniciara la sesión de chatlink con Sorrento. Apenas se activó la función de sonido, oí el ruido ensordecedor de unos motores que provenía de arriba, no sabía bien de dónde. Me aparté del árbol y miré hacia arriba. Un escuadrón de naves de ataque formado por sixers volaba en formación hacia el sur, a escasa altura, rastreando la superficie con sus sensores.

Estaba a punto de guarecerme de nuevo bajo el árbol para que no me vieran, pero recordé que en Ludus estaban prohibidos los combates. Allí, los sixers no podían hacerme daño. Sin embargo, estuve alerta y al escrutar el cielo distinguí otros dos escuadrones de naves de ataque pilotadas por sixers que descendían de su órbita en dirección al oeste y al norte. Aquello era como una invasión alienígena.

En mi visualizador apareció un icono intermitente que me informaba de que acababa de entrarme un nuevo mensaje de texto de Hache: «¿Dónde coño estás? Llámame lo antes posible».

Pulsé su nombre en mi lista de contactos y respondió al primer tono.

El rostro de su avatar apareció en mi ventana de vídeo, con gesto contrariado.

—¿Has oído la noticia?

—¿Qué noticia?

—Los sixers han llegado a Ludus. Miles de ellos. Y no dejan de llegar más y más. Están peinando el planeta en busca de la tumba.

—Sí, ya lo sé. Ahora estoy en Ludus y hay naves de sixers por todas partes.

Hache torció el gesto.

—Cuando pille a I-rOk, lo mato. Despacito. Y después, cuando cree un nuevo avatar le daré caza y volveré a matarlo. Si ese imbécil hubiera mantenido la boca cerrada, a los sixers nunca se les habría ocurrido buscar aquí.

—Sí, ha sido lo que ha publicado en los foros lo que les ha dado la pista. Lo ha reconocido el propio Sorrento.

—¿Sorrento? ¿Nolan Sorrento?

Le conté todo lo que había ocurrido en las horas anteriores.

—¿Han bombardeado tu casa?

—Bueno, más que una casa era una caravana fija —le dije—. Estaba en un aparcamiento de caravanas. Han matado a un montón de gente, Hache. Seguramente ya ha salido en las noticias. —Aspiré hondo—. Estoy cagado, tío. Muerto de miedo.

—No me extraña. Gracias a Dios no estabas en casa cuando ocurrió.

Asentí.

—Casi nunca me conecto desde casa. Por suerte, los sixers no lo sabían.

—¿Y tu familia?

—Era la casa de mi tía. Está muerta, creo. Nosotros no… no teníamos mucha relación.

Intentaba quitarle importancia, pero aunque mi tía nunca se hubiera mostrado demasiado amable conmigo no por ello creía que mereciera morir. Con todo, el mayor sentimiento de culpa me lo inspiraba la señora Gilmore, pues sabía que eran mis actos los que la habían llevado a la muerte. Era una de las personas más dulces a las que había conocido en mi vida.

Me di cuenta de que estaba sollozando. Bajé el volumen para que Hache no me oyera. Respiré hondo varias veces y me calmé.

—¡Es que no me lo creo! —gruñó Hache—. Menudos cabrones. Lo van a pagar, Zeta. Cuenta con ello. Vamos a hacérselo pagar muy caro.

Yo no veía cómo íbamos a poder, pero no quise llevarle la contraria. Sabía que, en el fondo, lo que quería era consolarme un poco.

—¿Dónde estás ahora? —me preguntó—. ¿Necesitas ayuda? No sé… ¿Tienes dónde dormir? Puedo enviarte dinero, si te hace falta.

—No, estoy bien —le dije—. Pero gracias, tío. Te agradezco la oferta.

—De nada, amigo.

—Oye, ¿los sixers te han enviado el mismo e-mail que a mí?

—Sí, miles de e-mails. Pero me ha parecido que lo mejor era ignorarlos.

Torcí el gesto.

—Ojalá yo no hubiera sido tan tonto y hubiera hecho lo mismo.

—¿Cómo ibas a saber que intentarían matarte? Además, tu dirección ya la tenían. Aunque hubieras ignorado sus e-mails, seguramente habrían lanzado la bomba de todos modos.

—Oye, Hache… Sorrento me ha dicho que en los archivos de tu escuela figuraba un domicilio falso y que no sabían dónde encontrarte. Pero podía estar mintiendo. Deberías irte de casa. Trasladarte a algún lugar seguro. Lo antes posible.

—No te preocupes por mí, Zeta. Yo estoy siempre en movimiento. Esos cabrones no me encontrarán nunca.

—Si tú lo dices… —respondí, sin saber bien a qué se refería—. Pero debo advertir también a Art3mis. Y a Daito y a Shoto, si los localizo. Seguramente los sixers están haciendo todo lo que pueden para desenmascarar sus identidades.

—Eso me da una idea —dijo Hache—. Deberíamos invitarlos a los tres a El Sótano esta noche. ¿Hacia las doce te parece bien? Una sesión de chat privada solo para los cinco.

La idea de volver a ver a Art3mis me animó al momento.

—¿Crees que querrán venir?

—Sí, si les decimos que su vida corre peligro. —Sonrió—. Vamos a tener a los cinco mejores gunters del mundo juntos en una sala de chat. ¿Quién se negaría a participar en algo así?

Envié un mensaje corto a Art3mis donde le pedía que se reuniera con Hache y conmigo en un chat privado a medianoche. Ella me respondió transcurridos escasos minutos, prometiéndome no faltar a la cita. Hache me informó de que había logrado localizar a Daito y a Shoto, y que también le habían confirmado su asistencia. La reunión era un hecho.

Como no me apetecía estar solo, me metí en el chat una hora antes. Hache ya estaba allí, viendo las noticias en una tele RCA viejísima. Sin decir nada se levantó y me dio un abrazo. Y, aunque no podía sentirlo, el gesto me consoló mucho. Nos sentamos juntos y vimos el informativo mientras esperábamos a que llegaran los demás.

En todos los canales mostraban imágenes de las hordas de naves y tropas sixer que no dejaban de llegar a Ludus. No era nada difícil adivinar por qué se desplazaban hasta allí, y todos los gunters del simulador habían empezado a acudir al planeta. Las terminales de transporte repartidas por él estaban atestadas de avatares recién llegados.

—Se acabó el secreto de la tumba —dije, meneando la cabeza.

—Iba a terminar sabiéndose, tarde o temprano —comentó Hache apagando el televisor—. Aunque no creía que fuera a ser tan pronto.

Los dos oímos el aviso de una campanilla que anunciaba que Art3mis se estaba materializando en lo alto de la escalera. Llevaba la misma ropa que la noche que nos conocimos. Me saludó mientras bajaba. Yo le devolví el saludo y le presenté a Hache.

—Hache, esta es Art3mis; Art3mis, este es Hache, mi mejor amigo.

—Un placer conocerte —dijo ella alargándole la mano derecha.

Hache se la estrechó.

—Lo mismo digo —dijo con su sonrisa de gato de Cheshire—. Gracias por venir.

—¿Estás de broma? ¿Cómo iba a perdérmelo? El primer encuentro de los Cinco de Arriba.

—¿Los Cinco de Arriba? —pregunté yo.

—Sí —se adelantó Hache—. Así han empezado a llamarnos en los mensajes de los muros. Ocupamos las cinco primeras posiciones de La Tabla.

—Es cierto —dije—. Al menos de momento.

Art3mis sonrió al oírme, se volvió y empezó a recorrer El Sótano, admirando la decoración de los ochenta.

—Hache, esta es, con mucha diferencia, la sala de chat más guay en la que he estado en mi vida.

—Gracias. —Le dedicó una reverencia—. Me alegra que me lo digas.

Ella se detuvo para inspeccionar el estante de los suplementos de juegos de rol.

—Has recreado a la perfección el sótano de Morrow. Hasta el último detalle. ¡Yo quiero vivir aquí!

—Pues si quieres te hago un sitio fijo en la lista de invitados. Entra y quédate cuando quieras.

—¿De verdad? —preguntó ella, manifiestamente encantada con la invitación—. ¡Gracias! Lo haré. Eres de lo que no hay, Hache.

—Pues sí —admitió él, sonriendo—. Sí que lo soy.

Parecían llevarse más que bien y aquello me ponía muy celoso. Yo no quería que a Art3mis le gustara Hache, ni viceversa. La quería para mí.

Daito y Shoto se conectaron poco después y aparecieron simultáneamente en lo alto de la escalera de El Sótano. Daito era el más alto, y podía tener dieciocho o diecinueve años. Shoto medía un palmo menos y parecía mucho más joven. Trece años si acaso. Los dos avatares tenían aspecto de japoneses y se parecían muchísimo, como si fueran dos fotografías del mismo hombre tomadas con cinco años de diferencia. Llevaban la misma armadura tradicional de samurái y lucían en el cinto una wakizashi corta y una katana más larga.

—Saludos —dijo el más alto—. Yo soy Daito y este es mi hermano menor, Shoto. Gracias por invitarnos. Es un honor reunirnos con los tres.

Nos dedicaron una reverencia al unísono. Hache y Art3mis se la devolvieron, y yo hice lo mismo un instante después. Cuando nos tocó el turno de presentarnos, ellos repitieron la inclinación de cabeza y nosotros volvimos a devolverles el saludo.

—Muy bien —anunció Hache al fin, una vez concluidos los formalismos—. Será mejor que dé inicio la reunión. Estoy seguro de que ya habéis visto las noticias. Los sixers se han desperdigado por Ludus. Son miles y llevan a cabo una búsqueda sistemática en la superficie del planeta. Aunque no sepan bien qué es lo que andan buscando, no tardarán en encontrar la entrada de la tumba…

—De hecho —le interrumpió Art3mis—, ya la han encontrado. Hace unos treinta minutos.

Todos nos volvimos a mirarla.

—Todavía no ha salido en las noticias —constató Daito—. ¿Estás segura?

Ella asintió.

—Me temo que sí. Esta mañana, cuando me enteré de lo de los sixers, decidí ocultar una cámara de seguimiento en unos árboles, junto a la entrada de la cueva, para mantener un control de la zona.

Activó una ventana de vídeo en el aire, frente a ella, y le dio la vuelta para que todos la viéramos. Las imágenes mostraban un plano general de la colina de cima plana y del claro que la rodeaba, vista desde arriba, desde lo alto de uno de los árboles. Desde ese ángulo no costaba ver que las grandes rocas negras situadas en lo alto de la colina estaban dispuestas en forma de calavera humana. También se apreciaba que el área, en su totalidad, estaba infestada de sixers y que no dejaban de llegar refuerzos.

Pero lo más inquietante de todo lo que veíamos en la imagen era la gran cúpula transparente de energía que cubría la totalidad de la montaña.

—No jodas —dijo Hache—. ¿Es eso lo que creo que es?

Art3mis asintió.

—Un campo de fuerza. Los sixers lo instalaron en cuanto el primero de ellos llegó al lugar.

—O sea que, a partir de ahora —intervino Daito—, los gunters que lleguen a la tumba no podrán entrar en ella. A menos que logren, de algún modo, atravesar el campo de fuerza.

—De hecho han instalado dos —puntualizó Art3mis—. Uno más pequeño y otro mayor, sobre el primero. Los desactivan cuando quieren dejar entrar más sixers en el interior de la tumba. Como si fuera una cámara de aire. —Señaló la ventana—. Ahora mismo lo están haciendo.

En efecto, un escuadrón de sixers descendía por la rampa de carga de una nave estacionada en las inmediaciones. Todos trasladaban baúles llenos de material y equipos. Al acercarse al campo de fuerza externo, este desapareció y otro más pequeño, situado en el interior de aquel, se hizo visible. Un segundo después, también retiraron el campo de fuerza interior y los sixers pudieron acceder a la tumba.

Permanecimos en silencio largo rato mientras contemplábamos el nuevo giro que tomaban los acontecimientos.

—Supongo que podría ser peor —dijo Hache al fin—. Si la tumba estuviera en una zona de combate PvP, esos cabrones ya habrían instalado cañones láser y centinelas por todas partes para volatilizar a quien se aproximara a la zona.

Tenía razón.

Como Ludus era una zona segura, los sixers no podían atacar a los gunters que se acercaran hasta la tumba. Pero nada les impedía instalar un campo de fuerza para cerrarles el paso. Y eso era exactamente lo que habían hecho.

—No cabe duda de que los sixers llevan bastante tiempo planificando este momento —dijo Art3mis cerrando la ventana.

—No podrán impedir el paso a todo el mundo durante mucho tiempo —observó Hache—. Cuando los clanes se enteren de lo que ocurre, será la guerra. Llegarán miles de gunters a atacar el campo de fuerza con todo lo que tengan: juegos de rol, bombas de fuego, bombas de racimo, bombas nucleares. La cosa se va a poner fea. Van a convertir ese bosque en un erial.

—Sí, pero, entretanto, los avatares sixers conseguirán llevarse la Llave de Cobre y franquear la Primera Puerta uno tras otro, en fila india, como si bailaran la conga.

—Pero ¿cómo pueden hacer algo así? —preguntó Shoto con su voz juvenil aguda de ira. Miró a su hermano—. No es justo. No están jugando limpiamente.

—No tienen por qué hacerlo. En Oasis no hay leyes, hermanito —le respondió Daito—. Los sixers pueden hacer lo que les dé la gana. Y no pararán hasta que alguien se lo impida.

—Los sixers no saben qué es el honor —zanjó Shoto indignado, entre dientes.

—Y eso que vosotros no sabéis ni la mitad —dijo Hache—. Por eso Parzival y yo os hemos pedido que vinierais. Zeta, ¿quieres contarles qué ha sucedido?

Asentí y me volví hacia los demás. Primero les hablé del e-mail que había recibido de IOI. A ellos también les habían enviado la misma invitación, pero la habían ignorado con buen criterio. Después les relaté los detalles de mi sesión de chat con Sorrento, esforzándome por no omitir nada. Finalmente les conté cómo había concluido nuestra conversación: con el estallido de la bomba en mi domicilio. Cuando terminé, todos me miraban con gesto de incredulidad.

—¡Jesús! —susurró Art3mis—. ¿Lo dices en serio? ¿Han intentado matarte?

—Sí. Y lo habrían conseguido si hubiera estado en casa. He tenido suerte.

—Ahora todos sabéis adónde están dispuestos a llegar los sixers para impedirnos ganar la partida en La Cacería del Huevo —intervino Hache—. Si son capaces de encontrarnos a todos, estamos muertos.

Asentí.

—De modo que deberíais tomar precauciones para protegeros y proteger vuestras identidades —dije—. Si no lo habéis hecho ya.

Todos se mostraron conformes y se hizo otro largo silencio.

—Hay una cosa que sigo sin comprender —comentó Art3mis transcurrido un momento—. ¿Cómo supieron los sixers que debían buscar la tumba en Ludus? ¿Alguien se lo ha soplado? —Nos miró uno por uno, aunque sin el menor atisbo de acusación en su voz.

—Deben de haber leído los rumores colgados en los muros de gunters sobre Parzival y Hache —intervino Shoto—. Así fue también como nosotros supimos que debíamos buscar ahí.

Daito torció el gesto y dio un puñetazo en el hombro a su hermano menor.

—¿No te he pedido que no dijeras nada, bocazas? —le susurró.

Shoto bajó la mirada y no volvió a hablar.

—¿Qué rumores? —insistió Art3mis, mirándome—. ¿De qué habla? Llevo días sin tiempo para consultar los muros.

—Algunos gunters han escrito que conocen a Parzival y a Hache, y que estudian en Ludus. —Se volvió para mirarnos a Hache y a mí—. Mi hermano y yo llevábamos dos años buscando la Tumba de los Horrores. Habíamos recorrido montones de mundos buscándola. Pero jamás se nos ocurrió buscar en Ludus. No, hasta que leímos que ahí era donde asistíais a clase.

—No se me ocurrió que asistir a clase en Ludus fuera algo que debiera mantener en secreto —dije—. Y por eso no lo oculté.

—Sí, y para nosotros ha sido una suerte que no lo hicieras —apuntó Hache, volviéndose hacia los demás—. A Parzival, sin querer, se le escapó la ubicación de la tumba. A mí nunca se me habría ocurrido buscarla en Ludus, hasta que su nombre apareció en La Tabla.

Daito dio un codazo a su hermano, y los dos me miraron y bajaron la cabeza en señal de respeto.

—Tú fuiste el primero en encontrar el escondite de la tumba y te estamos agradecidos por guiarnos en su encuentro.

Yo les devolví el gesto.

—Gracias, chicos, pero en realidad Art3mis dio con ella antes que yo.

—Ya ves, para lo que me sirvió… —dijo ella—. No lograba derrotar al cadáver viviente en La justa. Llevaba semanas intentándolo cuando este loco apareció y lo logró a la primera.

Art3mis explicó cómo nos habíamos conocido y cómo finalmente ella había conseguido derrotar al rey al día siguiente, inmediatamente después de que el servidor se reiniciara a medianoche.

—Pues entonces yo tengo que dar las gracias a Hache por lo bien que se me dan las Justas —comenté—. Nosotros, aquí, en El Sótano, nos pasábamos el día practicando. Si derroté al rey a la primera fue por eso, nada más que por eso.

—Lo suscribo —dijo Hache.

Alargó la mano y chocamos los puños.

Daito y Shoto sonrieron.

—A nosotros nos pasó lo mismo —explicó Daito—. Mi hermano y yo llevábamos años jugando a La justa, porque el juego se menciona en el Almanaque de Anorak.

—Genial —dijo Art3mis, levantando las manos—. Me alegro por vosotros, chicos. Todos teníais ventaja. Qué contenta estoy, de verdad. Bravo. —Y nos aplaudió con sarcasmo y nos echamos a reír—. Y, ahora, ¿podríamos posponer la sesión de la Asociación para la Admiración Mutua y regresar al tema que estábamos tratando?

—Sí, claro —respondió Hache sonriendo—. ¿Y cuál era el tema que estábamos tratando?

—¿Los sixers? —le recordó Art3mis.

—Ah, sí, claro, claro. —Hache se frotó la nuca y se mordió el labio inferior, algo que hacía siempre que intentaba aclarar las ideas—. Dices que han encontrado la tumba hace menos de una hora, ¿verdad? O sea que en cualquier momento pueden llegar al salón del trono y enfrentarse al cadáver viviente. Pero ¿qué creéis que ocurre cuando muchos avatares entran en la cámara funeraria a la vez?

Me volví hacia Daito y Shoto.

—Vuestros nombres aparecieron en La Tabla el mismo día, con escasos minutos de diferencia, o sea que vosotros entrasteis juntos en el salón del trono, ¿no es cierto?

Daito asintió.

—Sí —contestó—. Y cuando subimos al estrado aparecieron dos copias del rey, para que cada uno pudiera jugar.

—Fantástico —soltó Art3mis—. De modo que es posible que cientos de sixers luchen simultáneamente por conseguir la Llave de Cobre. O incluso miles.

—Sí —añadió Shoto—. Pero, para obtener la llave, cada uno de los sixers debe derrotar al rey en La justa, y todos sabemos que no es fácil.

—Los sixers usan equipos de inmersión trucados —dije yo—. Sorrento me los ha mostrado con mucho orgullo. Los tienen programados de modo que distintos usuarios puedan controlar las acciones de todos los demás avatares. Así hacen que los mejores jugadores de La justa asuman el control de los avatares sixers durante los torneos contra Acererak. Uno tras otro.

—Cabrones tramposos —soltó Hache.

—Los sixers no tienen el menor sentido del honor —sentenció Daito meneando la cabeza.

—No lo tienen, no —dijo Art3mis, entrecerrando los ojos.

—Y eso no es todo —proseguí—. Cada uno de los sixers cuenta con un equipo de apoyo constituido por estudiosos de la vida de Halliday, expertos en videojuegos y criptólogos que les ayudan a superar los retos y a resolver los enigmas con los que se encuentran. Para ellos participar en la simulación de Juegos de guerra estará chupado. Alguien les irá apuntando los diálogos.

—Increíble —susurró Hache—. ¿Y cómo se supone que podemos competir contra eso?

—No podemos —replicó Art3mis—. Una vez que consigan la Llave de Cobre, lo más probable es que tarden tan poco como nosotros en franquear la Primera Puerta. No tardarán demasiado en darnos alcance. Y una vez se enfrenten al acertijo sobre la Llave de Jade pondrán a todos sus cerebritos a trabajar noche y día hasta que lo descifren.

—Si encuentran el lugar donde se oculta la Llave de Jade antes que nosotros, también la bloquearán con barreras —añadí—. Y a partir de ese momento, los cinco iremos en el mismo barco que todos los demás.

Art3mis asintió. Hache, desesperado, dio un puñetazo en la mesa de centro.

—Esto no es nada justo. Los sixers juegan con muchísima ventaja. Disponen de una cantidad ilimitada de dinero, armas, vehículos y avatares. Son miles y trabajan juntos.

—Exacto —admití yo—. Y nosotros lo hacemos por separado. Vaya, salvo vosotros dos. —Apunté a Daito y Shoto con un leve movimiento de cabeza—. Ya sabéis a qué me refiero. Ellos nos superan en número y en armamento y la situación no va a cambiar en el futuro inmediato.

—¿Y qué sugieres que hagamos? —preguntó Daito, incómodo de pronto.

—Yo no sugiero nada. Solo describo los hechos, tal como los veo.

—Bien —replicó—. Porque me había parecido que estabas a punto de proponer alguna clase de alianza entre nosotros cinco.

Hache lo observó con atención.

—¿Y eso a ti te parecería una idea tan horrorosa?

—Sí, me lo parecería —respondió él secamente—. Mi hermano y yo cazamos solos. Ni queremos ni necesitamos vuestra ayuda.

—¿Ah, sí? —insistió Hache—.

Pues hace un momento has admitido que os hizo falta la ayuda de Parzival para encontrar la Tumba de los Horrores.

Daito entrecerró los ojos.

—La habríamos encontrado solos de todos modos.

—Sí, claro —replicó Hache—. Y seguramente habríais tardado otros cinco años.

—Vamos, Hache —intervine yo, interponiéndome entre ellos—. Esto no nos lleva a ninguna parte.

Hache y Daito intercambiaron miradas asesinas, pero no fueron más allá. Entretanto, Shoto observaba a su hermano sin saber qué debía hacer. Art3mis se mantenía en su sitio y nos contemplaba a todos con gesto ligeramente divertido.

—No hemos venido hasta aquí para que nos insulten —dijo Daito al fin—. Nos vamos.

—Espera, Daito —intervine yo—. Espera solo un segundo, ¿quieres? Vamos a hablarlo. No deberíamos despedirnos como enemigos. Aquí todos estamos en el mismo bando.

—No —replicó Daito—. No es así. Para nosotros sois unos desconocidos. En realidad, cualquiera de vosotros podría ser un espía sixer.

Art3mis soltó una sonora carcajada al oírlo, pero al momento se cubrió la boca con la mano. Daito la ignoró.

—Esto no tiene sentido —añadió—. Únicamente una persona puede ser la primera en encontrar el Huevo y ganar el premio. Y esa persona seré yo, o será mi hermano.

Dicho esto, los samuráis se desconectaron bruscamente.

—Pues sí, sí, todo ha ido muy bien —dijo Art3mis, cuando se esfumaron.

Yo asentí.

—Sí, estupendamente, Hache. Qué manera de tender puentes…

—¿Qué he hecho yo? —preguntó, a la defensiva—. Daito ha demostrado ser un gilipollas integral. Además, tampoco es que fuéramos a pedirles que formaran equipo con nosotros, ¿no? Yo soy un solitario recalcitrante y tú también. Y a mí me parece que Art3mis también es loba solitaria.

—Me declaro culpable —admitió ella, sonriendo—. Aun así, existen razones para defender una alianza contra los sixers.

—Tal vez —dijo Hache—. Pero piénsalo un poco. Si tú encuentras la Llave de Jade antes que nosotros, ¿vas a ser generosa y nos vas a decir dónde está?

Art3mis volvió a sonreír.

—Pues claro que no.

—Yo tampoco —confesó Hache—. De modo que no tiene sentido hablar de alianzas.

Art3mis se encogió de hombros.

—Bien, en ese caso parece que la reunión ha terminado. Creo que tendría que irme. —Me guiñó un ojo—. El reloj no se detiene, ¿verdad, chicos?

—Tic-tac —dije yo.

—Buena suerte, compañeros. —Se despidió de los dos agitando la mano—. Ya nos veremos.

Los dos la saludamos al unísono.

Vi desaparecer lentamente a su avatar y al volverme pillé a Hache sonriéndome.

—¿Qué es lo que resulta tan gracioso? —le pregunté.

—Estás colgadísimo de ella, ¿verdad?

—¿Qué? ¿De Art3mis? No…

—No lo niegues, Zeta. No has dejado de ponerle ojitos en todo el rato que ha estado aquí. —Escenificó lo que decía llevándose las manos al pecho y parpadeando como una actriz de cine mudo—. He grabado toda la sesión de chat, o sea que si quieres te la paso para demostrarte las caras de tonto que ponías…

—Basta de gilipolleces.

—Es comprensible, tío —insistió Hache—. La chica es una monada.

—¿Y bien? ¿Has tenido suerte con el nuevo acertijo? —le pregunté para cambiar de tema—. ¿Con la cuarteta de la Llave de Jade?

—¿Cuarteta?

—Un poema de cuatro versos con rima alterna se llama cuarteta.

Hache puso los ojos en blanco.

—Eres demasiado, tío.

—¿Qué pasa? ¿Qué culpa tengo yo de que ese sea el término correcto, capullo?

—Es un acertijo y nada más, tío. Y no, no he tenido suerte descifrándolo.

—Yo tampoco —le confesé—. Así que no creo que debamos quedarnos aquí metiéndonos el uno con el otro. Ya va siendo hora de que nos concentremos en lo que importa.

—Estoy de acuerdo —concedió—, pero…

En ese preciso instante, unos cómics apilados en el otro extremo de la sala se cayeron de la mesa y aterrizaron en el suelo como si alguien los hubiera rozado al pasar. Hache y yo nos asustamos e intercambiamos miradas de perplejidad.

—¿Qué coño ha sido eso? —pregunté.

—No lo sé. —Hache se acercó y examinó los cómics esparcidos por el suelo—. ¿No habrá sido un fallo de software o algo así?

—Nunca había visto una sala de chat dar un error de este tipo —repliqué yo, escrutando la sala—. ¿No podría ser que hubiera alguien más? ¿Un avatar invisible que estuviera escuchándonos?

Hache entrecerró los ojos.

—No puede ser, Zeta —contestó—. Estás demasiado paranoico. Esta sala es privada y está encriptada. Aquí no puede entrar nadie sin mi permiso. Ya lo sabes.

—Es verdad —dije, todavía asustado.

—Tranquilo. Habrá sido un fallo. —Apoyó una mano en mi hombro—. Escucha, si cambias de opinión y quieres que te preste algo de dinero, dímelo. O si necesitas un sitio donde dormir.

—No hace falta. Pero gracias de todos modos.

Volvimos a chocarnos los puños, como los Gemelos Fantásticos activando sus poderes.

—Te llamo luego. Buena suerte, Zeta.

—Lo mismo digo, Hache.

Ir a la siguiente página

Report Page