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NIVEL UNO » 0016

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Pocas horas después, las casillas vacías que quedaban en La Tabla empezaron a llenarse, una tras otra, en rápida sucesión. No con nombres de avatares, sino con números de empleados de IOI. Cada uno aparecía seguido de cinco mil puntos (que, al parecer, era ya el valor fijo para quienes obtuvieran la Llave de Cobre); transcurridas unas horas más, a estos se sumarían otros cien mil una vez que los sixers franquearan la Primera Puerta. Esa noche La Tabla terminó presentando la siguiente clasificación:

Reconocí el número del primer empleado sixer, porque lo había visto impreso en el uniforme de Sorrento. Probablemente, habría presionado para que su avatar fuera el primero en obtener la Llave de Cobre y en franquear la puerta. Pero me costaba creer que lo hubiera conseguido por sus propios medios. No era posible que fuera tan bueno en La justa. Ni que supiera Juegos de guerra de memoria. Pero yo ya sabía que no le hacía falta serlo. Cuando se encontraba con un reto que no era capaz de superar —como era La justa— podía, sencillamente, traspasar el control de su avatar a alguno de sus lacayos. Y durante la prueba de Juegos de guerra, seguramente tenía a alguien que le iba soplando sus réplicas a través de su equipo de inmersión trucado.

A partir del momento en que las casillas vacías de La Tabla se llenaron, esta siguió creciendo y mostrando clasificaciones más allá del décimo puesto. Al poco tiempo eran ya veinte los avatares enumerados. Más adelante, treinta. En el curso de las veinticuatro horas siguientes, sesenta avatares habían logrado franquear la Primera Puerta.

Entretanto, Ludus se había convertido en el destino más popular de Oasis. Las terminales de transporte de todo el planeta escupían un caudal constante de gunters que se desperdigaban por su superficie, creando el caos y alterando el ritmo normal de las clases en los campus escolares. La Dirección de la Escuela Pública de Oasis vio lo que se le venía encima y ordenó la evacuación inmediata de Ludus y el traslado de sus escuelas a una nueva ubicación. Así, en el mismo Sector 2, a poca distancia del original, se creó una réplica idéntica del planeta. Se concedió un día libre a todos los alumnos para dar tiempo a crear una copia de seguridad del código fuente original de Ludus en el nuevo sitio (excluyendo de él, eso sí, la Tumba de los Horrores que Halliday había añadido secretamente en determinado momento). En Ludus II, las clases se reanudaron al día siguiente y Ludus quedó para que sixers y gunters pelearan por él.

No tardó en correrse la voz de que los sixers se hallaban acampados alrededor de una colina de cima plana que se alzaba en el centro de un bosque remoto. La localización exacta de la tumba aparecía en los mensajes de los muros todas las noches, junto con imágenes que mostraban los campos de fuerza que los sixers habían colocado para mantener alejados a los demás. En aquellas fotos también se distinguía claramente la calavera de piedras que remataba la cima. En cuestión de horas, la relación entre la Tumba de los Horrores y el módulo de Dragones y mazmorras apareció publicada en todos los mensajes de los muros usados por los gunters. E inmediatamente después, el dato llegó a los informativos.

Los clanes de gunters más numerosos se aliaron al momento para lanzar un ataque a gran escala contra los campos de fuerza de los sixers, e intentaban todo lo que se les ocurría para destruirlo o desactivarlo. Los sixers habían instalado alteradores de teletransportación para impedir que nadie accediera directamente al interior del campo de fuerza por medios tecnológicos. También habían colocado un equipo de brujos de alto nivel alrededor de la tumba. Aquellos usuarios-magos se pasaban el día y la noche pronunciando hechizos, manteniendo el lugar encapsulado en una zona temporalmente exenta de magia, lo que impedía que aquellos campos de fuerza pudieran ser sorteados mediante encantamientos.

Los clanes empezaron a bombardear el campo exterior con cohetes, misiles, bombas nucleares y agresiones verbales. Pusieron asedio a la tumba toda la noche, pero a la mañana siguiente los dos campos de fuerza seguían intactos.

Desesperados, los clanes decidieron recurrir a la artillería pesada. Aunaron esfuerzos y adquirieron en eBay dos potentísimas bombas antimateria muy caras. Las hicieron detonar consecutivamente, con segundos de diferencia. La primera de ellas derribó el escudo exterior y la segunda culminó la misión. A partir del momento en que el segundo campo de fuerza fue derribado, miles de gunters (que no habían resultado afectados por las explosiones, pues el planeta era zona exenta de combates PvP) se adentraron en la tumba y taponaron los pasadizos de la mazmorra. Poco después, se habían agolpado ya en la cámara funeraria, dispuestos a desafiar al rey cadáver a una partida de Justa. Aparecieron copias múltiples del rey, una por avatar que lograba poner los pies en el estrado. El noventa y cinco por ciento de los gunters que se enfrentaba a él perdían y morían. Pero unos pocos tuvieron éxito y al final de La Tabla, tras Los Cinco de Arriba y las docenas de empleados de IOI, empezaron a aparecer los nombres de nuevos avatares. En cuestión de días, la lista de estos en La Tabla superaba ya los cien nombres.

Con la zona llena de gunters, los sixers ya no podían volver a instalar su campo de fuerza. Los gunters los atacaban y destruían las naves y los equipos que encontraban a su paso. De modo que los sixers renunciaron a su barricada, pero siguieron enviando avatares a la Tumba de los Horrores en busca del máximo número de copias de la Llave de Cobre. Nadie podía hacer nada para impedírselo.

Un día después de la explosión en las torres, apareció un breve en uno de los informativos locales. Mostraron una grabación donde unos voluntarios buscaban restos humanos entre los escombros. Lo que encontraban estaba en tal estado que excluía toda posibilidad de identificación.

Al parecer, los sixers habían colocado, en el lugar de los hechos, gran cantidad de productos químicos y de equipos de fabricación de drogas, para que pareciera que había estallado un laboratorio de metanfetaminas camuflado en alguna de las caravanas fijas. Y les salió como esperaban. Los policías no se molestaron siquiera en investigar los hechos. Las torres se elevaban muy cerca las unas de las otras y su proximidad al montón de caravanas aplastadas y calcinadas desaconsejaba usar alguna de las viejas grúas de construcción para intentar retirarlas. Así pues, las dejaron donde habían caído, donde iniciarían su lento proceso de oxidación sobre la tierra.

Tan pronto como recibí en mi cuenta el primero de los pagos que me debían, adquirí un billete de autobús —solo de ida—, con destino a Columbus Ohio, que tenía su salida a las ocho de la mañana del día siguiente. Pagué el suplemento de primera clase, que incluía una butaca más cómoda y una conexión con mayor ancho de banda. Pensaba pasar gran parte del largo trayecto metido en Oasis.

Después de reservar el viaje, hice una lista de todo lo que tenía en mi guarida y metí en una mochila vieja los artículos que decidí llevarme: la consola de Oasis que entregaban en el colegio, el visor y los guantes, mi ejemplar desgastado del Almanaque de Anorak, mi Diario del Grial, algo de ropa y mi ordenador portátil. Todo lo demás se quedaría donde estaba.

Cuando anocheció, salí de la furgoneta, la cerré y arrojé las llaves entre el montón de chatarra. Me cargué al hombro la mochila y me alejé de las torres por última vez. Sin mirar atrás.

Caminé por calles concurridas y logré evitar que me robaran camino de la terminal de autobuses. Al otro lado de la puerta, sobrevivía un destartalado punto de atención al cliente y, tras echar un rápido vistazo a las instalaciones, saqué el billete y lo entregué. Me senté junto al andén y me puse a leer el Almanaque de Anorak hasta que fue la hora de subir al autobús.

Se trataba de un vehículo de dos plantas, con carrocería blindada, cristales antibalas y paneles solares en el techo. Una fortaleza rodante. Mi asiento estaba junto a una ventanilla, dos filas por detrás del conductor, que iba metido dentro de una caja de plexiglás, también antibalas. Un equipo formado por seis guardias armados hasta los dientes realizaba el trayecto en el piso superior, para proteger el vehículo y a sus pasajeros en caso de secuestro por parte de agentes de carretera o forajidos; algo bastante probable cuando nos adentráramos en las tierras baldías y sin ley que se extendían más allá de las ciudades, que seguían siendo reductos relativamente seguros.

El autobús iba lleno. No sobraba ni una plaza. Casi todos los pasajeros se colocaron sus visores apenas subieron. Pero yo tardé un rato en hacerlo, el suficiente para poder contemplar mi ciudad natal alejarse al otro lado de la carretera, detrás de nosotros, mientras pasábamos entre el mar de molinos de energía eólica que la flanqueaban.

El motor eléctrico del autocar garantizaba una velocidad máxima de sesenta y cinco kilómetros por hora, aunque a causa del deterioro del sistema de autopistas interestatales y de las paradas constantes que el vehículo debía realizar en las estaciones de recarga, tardé varios días en llegar a mi destino. Y pasé casi todo ese tiempo conectado a Oasis, preparándome para iniciar mi nueva vida.

Mi primera decisión fue crearme una identidad nueva. No me resultó difícil, disponía de algo de dinero. En Oasis podías comprar casi toda clase de información, si sabías dónde buscar e indagar y si no te importaba infringir la ley. Había un montón de gente desesperada y corrupta que trabajaba para el Gobierno (y para todas las grandes empresas), y esas personas solían vender información sobre Oasis en el mercado negro.

Mi nuevo estatus de gunter mundialmente famoso me proporcionaba, de pronto, una enorme credibilidad en el mundo del hampa y me sirvió para entrar en contacto con un sitio ilegal de subasta de datos muy exclusivo conocido como L33t HaxOrz Warezhaus donde, por una suma ridícula de dinero, pude adquirir una serie de procedimientos de acceso y contraseñas que me permitirían entrar en el Registro Civil. Gracias a ellos pude acceder a su base de datos y encontrar la información de mi archivo, que se había creado cuando me matriculé en la escuela. Una vez allí, borré mis huellas dactilares y mi patrón de retina, y los sustituí por los de un fallecido (mi padre). Después copié mis huellas y mi patrón de retina en un perfil de identidad totalmente nuevo que acababa de crear bajo el nombre de Bryce Lynch. Le asigné veintidós años y un número nuevo de la Seguridad Social, una calificación de crédito inmaculada y una licenciatura en Telecomunicaciones. Cuando quisiera recuperar mi identidad anterior, lo único que tendría que hacer sería borrar la identidad de Lynch y copiar mis huellas y mi patrón de retina una vez más en mi archivo original.

Creada mi nueva identidad, empecé a buscar en los anuncios clasificados de Columbus un apartamento adecuado y encontré una habitación relativamente económica en un hotel antiguo ubicado en un rascacielos, reliquia de los días en que la gente aún se desplazaba en viajes de negocios y por placer. Todas las habitaciones habían sido convertidas en estudios para satisfacer las necesidades específicas de un gunter a tiempo completo. Tenía todo lo que quería: un alquiler moderado, un sistema de seguridad de última generación, además de un acceso constante y fiable a toda la corriente eléctrica que pudiera pagar. Con todo, para mí lo más importante era que el edificio contaba con una conexión directa de fibra óptica al principal servidor de Oasis, que estaba a escasos kilómetros de allí. Se trataba de la conexión a internet más rápida y más segura de todas las que existían, y como no la suministraba IOI ni ninguna de sus empresas subsidiarias, podría estar seguro de que no controlarían mi conexión ni intentarían localizarme. Estaría a salvo.

Me conecté a un chat para conversar con el agente inmobiliario, que me acompañó en una visita virtual de mi nueva residencia. El lugar me pareció perfecto. Lo alquilé usando mi nuevo nombre y pagué seis meses de alquiler por adelantado. De ese modo evité que el agente formulara más preguntas de la cuenta.

A veces, de madrugada, mientras el autobús avanzaba lentamente por la autopista decrépita, me quitaba el visor y miraba por la ventanilla. Yo nunca había salido de Oklahoma City y sentía curiosidad por ver cómo era el resto del país. Pero la vista era siempre deprimente y todas las ciudades superpobladas y sucias por las que pasábamos eran idénticas a las demás.

Al fin, después de lo que me parecieron meses de viaje, la silueta de Columbus apareció en el horizonte, resplandeciente, como Oz al final del camino de adoquines amarillos. Llegamos cuando se ponía el sol y yo no había visto en mi vida tantas luces eléctricas encendidas a la vez. Había leído que habían instalado placas solares en toda la ciudad y que a las afueras se concentraban las plantas heliostáticas. Se alimentaban de la luz solar durante el día, que almacenaban, y generaban electricidad por la noche.

Al llegar a la terminal de autobuses de Columbus, mi conexión a Oasis se cortó. Me quité el visor y formé cola junto con los demás pasajeros. Gradualmente empezaba a ser consciente de la realidad de mi nueva situación. Era un fugitivo que vivía con un nombre falso. Había gente muy poderosa que me seguía la pista. Gente que me quería ver muerto.

Al bajar del autobús sentí un gran peso que me oprimía el pecho. Me costaba respirar. Tal vez estuviera teniendo un ataque de pánico. Me obligué a aspirar hondo varias veces e intenté calmarme. Lo único que tenía que hacer era llegar a mi nuevo apartamento, montar mi equipo y volver a conectarme a Oasis. Entonces todo volvería a la normalidad. Volvería a encontrarme en un entorno conocido. Me sentiría a salvo.

Paré un autotaxi e introduje mi nueva dirección en la pantalla táctil. La voz sintetizada del ordenador de a bordo me informó de que el trayecto tenía una duración estimada de treinta y dos minutos según las condiciones de tráfico del momento. Durante el trayecto, observé las oscuras calles de la ciudad. Todavía me sentía algo mareado e inquieto. Miraba el taxímetro una y otra vez para ver cuánto faltaba para llegar. Finalmente, el vehículo se detuvo frente al edificio de mi nuevo apartamento, un monolito de color pizarra situado a orillas del Scioto, muy cerca del gueto de Twin Rivers. Me fijé en el logotipo descolorido de la fachada, que indicaba que aquello había sido un hotel Hilton.

Pagué la tarifa marcada y me bajé del taxi. Eché un último vistazo a mi alrededor, aspiré hondo y, cargado con la mochila, entré en el vestíbulo. Accedí a la cabina de control, donde me escanearon las huellas dactilares y los patrones de retina. Mi nombre nuevo apareció iluminado, en el monitor. Una luz verde se encendió, la puerta de la cabina se abrió y pude dirigirme a los ascensores.

Mi apartamento se encontraba en la planta cuarenta y dos, era el número 4211. Para abrir la puerta había que pasar otro control de retina. Finalmente, la puerta se desbloqueó y las luces interiores se encendieron automáticamente. No había muebles en aquella habitación cúbica, que tenía una sola ventana. Entré y pasé el seguro. Me juré que no saldría de allí hasta que hubiera culminado mi misión. Abandonaría el mundo real hasta que encontrara el Huevo.

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