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NIVEL DOS » 0018

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0018

Era viernes por la noche e iba a estar otra vez solo, investigando, mirando todos los episodios de Whiz Kids, una serie de principios de los ochenta sobre un hacker adolescente que usa su ordenador para resolver misterios. Acababa de ver el episodio titulado «Acceso mortal» (en el que aparecían Simon & Simon), cuando me llegó un e-mail a la bandeja de entrada. Era de Ogden Morrow. El título del asunto era «Podemos bailar si queremos».

Se trataba de un correo sin texto, pero incorporaba un archivo adjunto, una invitación a uno de los lugares de reunión más exclusivos de Oasis: la fiesta de cumpleaños de Ogden Morrow. En el mundo real Ogden casi nunca aparecía en público y en Oasis solo salía de su refugio una vez al año, para organizar el evento.

La invitación incluía una foto del avatar de Morrow, mundialmente conocido, el Gran y Poderoso Og. El mago de barba gris aparecía delante de una sofisticada mesa de mezclas de disc jockey en el momento en que se acercaba uno de los auriculares de sus cascos al oído, se mordía el labio inferior, en pleno éxtasis musical, al tiempo que sus dedos rayaban viejos discos de vinilo sobre platinas metálicas. Del maletín donde llevaba la música se destacaba una pegatina con la leyenda DON’T PANIC y otra que era un emblema antisixer; un número seis amarillo en medio de un círculo rojo, atravesado por una banda del mismo color en diagonal.

Fiesta y baile de los ochenta de Ogden Morrow

para celebrar que cumple setenta y tres.

Esta noche. A las 22. En el Distracted Globe.

Invitación individual

Me quedé de piedra. Ogden Morrow en persona se había tomado la molestia de invitarme a su fiesta de cumpleaños. Ese era el mayor honor que me habían hecho en mi vida.

Llamé a Art3mis, que me confirmó que a ella también le había llegado el mismo e-mail. Me dijo que no podía declinar una invitación emitida en persona por Ogden, a pesar de los riesgos evidentes que entrañaba. Y yo, naturalmente, le dije que nos veríamos allí, en el club. Era la única manera de evitar quedar como un gilipollas redomado.

Sabía que si Ogden nos había invitado a los dos, probablemente también habría convocado a otros miembros de los Cinco de Arriba. Pero era poco probable que Hache se presentara, porque todos los viernes por la noche participaba en combates a muerte que se televisaban en todo el mundo. Y Shoto y Daito nunca se aventuraban en zonas PvP, a menos que fuera estrictamente necesario.

El Distracted Globe era una discoteca de gravedad cero muy famosa en el planeta Neonoir, en el Sector 16. Ogden Morrow había codificado personalmente el lugar hacía décadas y seguía siendo su único propietario. Yo no había estado nunca. Bailar no era lo mío, ni me interesaba relacionarme con la fauna de aspirantes a gunter superbordes que, según decían, frecuentaban el lugar. Pero la fiesta de cumpleaños de Ogden era una ocasión especial y la clientela habitual no tendría el acceso a ella. Esa noche el local estaría atestado de famosos: estrellas de cine, músicos, y al menos dos miembros de los Cinco de Arriba.

Me pasé más de una hora probando peinados y distintas pieles a mi avatar hasta decidir cuál era la mejor opción para ir a la discoteca. Finalmente, me decidí por un modelo clásico de los ochenta: un traje gris claro idéntico al que llevaba Peter Weller en Las aventuras de Buckaroo Banzai, con su pajarita roja y todo, y unas botas blancas Adidas. También incluí en mi inventario mi mejor armadura de cota de malla y gran variedad de armamento. Una de las razones por las que el Globe era un local tan moderno y exclusivo era que se encontraba situado en una zona PvP donde podía recurrirse tanto a la tecnología como a la magia, por lo que trasladarse hasta allí resultaba tremendamente peligroso. Y más para un gunter tan famoso como yo.

Había centenares de mundos de temática ciberpunk repartidos por todo Oasis, pero Neonoir era el más grande y el más antiguo de ellos. Visto desde su órbita, el planeta era un mármol de ónice brillante cubierto por sucesivas telarañas de luz intermitente. En Neonoir siempre era de noche y su superficie estaba formaba por una cuadrícula ininterrumpida de ciudades interconectadas, llenas de rascacielos de alturas imposibles. Sus cielos estaban saturados de un flujo constante de vehículos voladores que se desplazaban entre aquellos paisajes urbanos verticales y las calles. Más abajo había un hervidero de PNJ vestidos con ropa de cuero y avatares con gafas de sol de cristales de espejo, todos ellos cargados de armas de última generación y llenos de implantes subcutáneos, que farfullaban una jerga propia sacada de Neuromancer[8].

Distracted Globe estaba situado en el hemisferio occidental, en la intersección del Bulevar y la Avenida, dos calles muy iluminadas que recorrían la superficie entera del planeta, una por su ecuador y la otra por el meridiano principal. La discoteca era una esfera inmensa de color azul cobalto, de tres kilómetros de diámetro, que flotaba a treinta metros del suelo. Una escalera flotante, de cristal, conducía a su único acceso, una abertura circular situada en la parte baja de la esfera.

Mi aparición fue muy sonada. Llegué en mi DeLorean volador, que había obtenido tras completar la misión de Regreso al futuro en el planeta Zemeckis. El DeLorean estaba equipado con un condensador de fluzo (no operativo), pero yo me encargué de hacerle varios añadidos para modificar su aspecto y sus prestaciones. En primer lugar, le había instalado, en el salpicadero, un ordenador de a bordo dotado de inteligencia artificial llamado KITT[9] (que adquirí en una subasta online), así como un escáner rojo a juego con El coche fantástico encima de la rejilla del DeLorean. También le puse un dinamizador de oscilación, mecanismo que le permitía atravesar la materia sólida. Finalmente, para que mi vehículo temático de los ochenta resultara completo, pegué un adhesivo de los Cazafantasmas en cada una de las puertas de apertura vertical, y añadí unas matrículas personalizadas en las que podía leerse ECTO-88.

Lo tenía desde hacía pocas semanas, pero mi DeLorean del Coche Fantástico y los Cazafantasmas, capaz de viajar en el tiempo y de atravesar la materia, se había convertido ya en mi marca personal.

Sabía que dejarlo aparcado en una zona PvP era una invitación abierta a que cualquier imbécil me lo robara. El DeLorean estaba dotado de varios sistemas antirrobos, y el sistema de arranque disponía del mismo dispositivo que el de Max Rockatansky[10], por lo que si algún otro avatar intentaba ponerlo en marcha, la cámara de plutonio soltaba una pequeña explosión termonuclear. Con todo, mantener mi coche a salvo no me iba a resultar tan difícil allí, en Neonoir: tan pronto como me bajé de él pronuncié un hechizo para que menguara, y cuando alcanzó el tamaño de una caja de cerillas, me lo metí en el bolsillo. Las zonas mágicas tenían sus ventajas.

Miles de avatares se apretujaban contra los campos magnéticos delimitados por unas cuerdas de terciopelo, que impedían el paso a todos los que no disponían de invitación. Mientras me acercaba a la entrada, la muchedumbre me bombardeaba con una mezcla de insultos, peticiones de autógrafos, amenazas de muerte y declaraciones de amor eterno entre sollozos y lágrimas. Yo llevaba activado el escudo corporal pero, para mi sorpresa, nadie disparó contra mí. Entregué la invitación al portero cyborg e inicié el ascenso por la escalera de cristal que daba acceso al club.

Entrar en el Distracted Globe era una experiencia perturbadora. La esfera gigante era hueca por dentro y la superficie curvada interior servía de barra de copas y zona de estar. Una vez traspasado el umbral, las leyes de la gravedad cambiaban. Caminaras por donde caminaras, los pies se mantenían siempre pegados a las paredes interiores de la esfera, por lo que podías avanzar en línea recta hasta lo «alto» del club y descender luego por el otro lado, hasta llegar al mismo punto de partida. El inmenso espacio vacío que se extendía en el centro de la esfera servía de «pista de baile» de gravedad cero. Se llegaba a ella, simplemente, dando un salto para separar los pies del suelo, como Superman cuando despegaba, y se «nadaba» en el aire para llegar a la «zona de marcha» exenta de gravedad.

Al entrar, miré hacia arriba —o hacia lo que para mí quedaba arriba en ese momento— y estudié todo durante largo rato. El local estaba a tope. Centenares de avatares se movían de un lado a otro como hormigas en el interior de un globo vacío. Otros habían salido ya a la pista de baile y giraban sobre sí mismos, volaban, se retorcían y daban tumbos al ritmo de la música, que atronaba desde unos altavoces esféricos flotantes que parecían ir a la deriva por toda la discoteca.

En medio de quienes bailaban, una gran burbuja transparente permanecía suspendida en el espacio, ocupando el centro del local. Esa era «la cabina» en la que el disc jockey ejercía su oficio rodeado de platos, mezcladores, cuadros de sonido y mandos. En ese momento, ocupaba la tarima el disc jockey telonero, R2-D2, que usaba sus brazos robóticos para darlo todo a los platos. Reconocí la melodía que estaba sonando: un remix de 1988 de la canción Blue Monday, de New Order, con gran cantidad de efectos especiales de los androides de La guerra de las galaxias incluidos. Al avanzar en dirección a la barra más cercana, los avatares con quienes me cruzaba se detenían a mirarme y me señalaban con el dedo. No les presté demasiada atención, porque lo que quería era encontrar a Art3mis.

Cuando llegué a la barra, pedí un detonador gargárico pangaláctico a la camarera klingon, y me bebí la mitad de un trago. R2 puso entonces otro clásico de los ochenta. «Union of the Snake —dije en voz alta, sonriendo, pues identificar todo lo que tenía que ver con esa década se había convertido ya en costumbre para mí—. Duran Duran, 1983».

—No está mal, fenómeno —dijo una voz familiar en un tono lo bastante alto para hacerse oír por encima de la música.

Al volverme vi a Art3mis, que estaba de pie detrás de mí. Llevaba ropa de noche: un vestido azul metálico que parecía pintado con espray. El pelo castaño oscuro de su avatar peinado a lo paje, lo que delimitaba a la perfección su preciosa cara. Estaba imponente.

—¡Un Glenmorangie! ¡Con hielo! —gritó a la camarera.

Sonreí para mis adentros. Aquella era la bebida favorita de Connor MacLeod. Esa chica me tenía loco.

Cuando le sirvieron la copa, me guiñó un ojo, brindamos y se la bebió de un solo trago. Las conversaciones de los avatares que nos rodeaban subieron de volumen. Había empezado a propagarse por todo el local que Parzival y Art3mis estaban allí, charlando entre ellos en la barra.

Art3mis echó un vistazo a la pista de baile, y me miró.

—¿Qué me dices, Percy? —me preguntó—. ¿Te apetece mover el esqueleto?

—No si sigues llamándome «Percy» —repliqué.

Ella se echó a reír y en ese momento la canción terminó y la discoteca quedó en silencio. Todas las miradas se dirigieron hacia la cabina del disc jockey, donde R2-D2 desaparecía tras una lluvia de luz, como si se hallara inmerso en un episodio de Star Trek. Y entonces, de esa misma luz, surgió un avatar canoso muy conocido y se colocó tras las platinas. La gente estalló en gritos de alegría. Era Og.

Centenares de ventanas de vídeo se materializaron en el aire. Cada una de ellas mostraba un plano corto de Og en la cabina, para que todo el mundo pudiera ver con claridad a su avatar. El viejo mago llevaba unos vaqueros caídos, sandalias y una camiseta de Star Trek: The Next Generation. Saludó a los congregados y pinchó su primer tema, un remix bailable del Rebel Yell de Billy Idol.

De la pista de baile se elevó un clamor de entusiasmo.

—¡Esta canción me encanta! —gritó Art3mis, clavando la vista en la zona de baile. Yo la miré, inseguro—. ¿Qué te pasa? —me dijo entre burlona y comprensiva—. ¿El niño no sabe bailar?

Y, dicho esto, se sumergió en el ritmo, empezó a mover la cabeza de un lado a otro y a menear las caderas. Dando un salto se separó del suelo y empezó a flotar y a elevarse hacia la pista. Yo tuve que alzar la mirada para no perderla de vista, temporalmente paralizado, mientras intentaba armarme de valor.

—Ya está bien —murmuré—. ¿Por qué no?

Doblé las rodillas y salté con fuerza para despegarme del suelo. Mi avatar emprendió el vuelo y se elevó, flotando junto a Art3mis. Los avatares que ya se encontraban en la pista de baile se apartaron para dejarnos espacio, creando un pasadizo que conducía al centro de la pista. Vi a Og en su burbuja, a poca distancia de donde nos encontrábamos. Giraba y giraba como un derviche, volvía a mezclar la canción que sonaba mientras ajustaba el vórtice de gravedad de la pista de baile. Era él quien, en realidad, hacía girar la discoteca entera, como si de un viejo disco de vinilo se tratara.

Art3mis volvió a guiñarme un ojo, juntó las piernas y formó con ellas una cola de sirena. Batió su nueva extremidad una sola vez y me dejó atrás, su cuerpo se ondulaba y contorsionaba al ritmo de la música, como de ametralladora, mientras nadaba en el aire. Después se volvió y me miró, suspendida, flotando, y me sonrió mientras me extendía la mano, pidiéndome que me uniera a ella. El pelo le rodeaba el rostro como un halo, como si estuviera bajo el agua.

Cuando me acerqué a ella, agarró mi mano y, al hacerlo, su cola de sirena desapareció y recuperó las piernas, que movía y cruzaba al ritmo de la música.

Como ya no me fiaba de mis instintos, me bajé una aplicación de última generación para bailes de avatares llamado Travoltra, que había descargado y probado horas antes. El programa controlaba los movimientos de Parzival y los sincronizaba con la música. Así, mis cuatro extremidades se transformaron en ondas sinuosas y empecé a bailar como un loco.

Art3mis se mostró encantada y se le iluminaron los ojos. Empezó a imitar mis movimientos y los dos girábamos como electrones acelerados. Y entonces cambió de forma.

Su avatar perdió la apariencia humana y se disolvió hasta convertirse en una baba amorfa que cambiaba de tamaño y color intermitentemente, en función de la música. Yo seleccioné la opción «reflejar pareja» de mi aplicación de baile y empecé a hacer lo mismo. Las extremidades y el torso de mi avatar giraban y fluían como caramelo líquido, rodeando a Art3mis mientras unos dibujos de colores raros se alternaban en mi piel. Parecía Plastic Man en pleno viaje de LSD. Y, en ese momento, los que bailaban en la pista también cambiaron de forma y se convirtieron en luces prismáticas. En cuestión de segundos el centro de la discoteca se había convertido en una lámpara de lava de otro mundo.

Cuando la canción terminó, Og hizo una reverencia al público y puso una canción lenta: Time after Time, de Cyndi Lauper. Y, a nuestro alrededor, los avatares empezaron a emparejarse.

Miré a Art3mis, bajé la cabeza y le alargué la mano. Ella me sonrió, aceptando la invitación. La acerqué a mí y empezamos a flotar juntos. Og graduó la gravedad de la pista para que mantuviera un movimiento lento contrario a las agujas del reloj y para que nuestros avatares gravitaran despacio alrededor del eje central, invisible del club, como copos de nieve suspendidos en el interior de una bola de cristal.

Y entonces no pude reprimirme y solté aquellas palabras.

—Estoy enamorado de ti, Arty.

Ella, al principio, no dijo nada. Me miró con cara de asombro mientras nuestros avatares seguían orbitando el uno alrededor del otro, con el piloto automático puesto. Y después se pasó a un canal privado de voz para que nadie pudiera oír la conversación.

—Tú no estás enamorado de mí, Zeta —dijo—. Ni siquiera me conoces.

—Sí te conozco —insistí—. Te conozco mejor de lo que nunca he conocido a nadie en toda mi vida.

—De mí solo sabes lo que yo quiero que sepas. Solo ves lo que quiero que veas. —Se llevó una mano al pecho—. Este no es mi cuerpo, Wade. Ni mi verdadera cara.

—¡No me importa! Estoy enamorado de tu mente…, de la persona que eres. El envoltorio no me importa lo más mínimo.

—Eso lo dices por decir —insistió, con voz algo temblorosa—. Hazme caso. Si alguna vez dejara que me vieras en persona, te repugnaría.

—¿Por qué siempre dices lo mismo?

—Porque soy monstruosamente deforme. O estoy parapléjica. Porque, en realidad, tengo sesenta y tres años. Escoge tú.

—En ninguno de los tres casos me importa. Dime dónde podemos encontrarnos y te lo demostraré. Me monto en un avión ahora mismo y me planto donde estés. Sabes que estoy dispuesto a hacerlo.

Ella negó con la cabeza.

—Tú no vives en el mundo real, Zeta. Por lo que me has contado, no creo que hayas vivido nunca en él. Eres como yo. Vives una ilusión. —Señaló todo lo que nos rodeaba—. No puedes tener la menor idea de lo que es el amor verdadero.

—¡No digas eso! —Había empezado a llorar y no me molestaba en ocultárselo—. ¿Lo dices porque te conté que nunca había tenido novia? ¿Y que soy virgen? ¿Lo dices porque…?

—Pues claro que no —me cortó ella—. No tiene nada que ver con eso. Nada.

—¿Y entonces con qué tiene que ver? Dímelo. Por favor.

—Con La Cacería. Ya lo sabes. Los dos hemos descuidado nuestras misiones por salir juntos. Deberíamos centrarnos en encontrar la Llave de Jade, ahora mismo. Seguro que eso es lo que están haciendo Sorrento y los sixers. Y todos los demás.

—¡A la mierda la competición! ¡Y el Huevo! —grité—. ¿No me oyes? ¿No has oído lo que acabo de decirte? Estoy enamorado de ti. Quiero estar contigo. Más que nada en el mundo.

Ella se quedó un rato mirándome sin decir nada. Mejor dicho, su avatar miraba fijamente a mi avatar.

—Lo siento, Zeta —dijo al fin—. Es culpa mía. He consentido que esto se nos escapara de las manos. Tiene que terminar.

—¿A qué te refieres? ¿Qué es lo que tiene que terminar?

—Creo que deberíamos tomarnos un respiro. Dejar de pasar tanto tiempo juntos.

Sentí como si acabara de darme un puñetazo en la garganta.

—¿Estás cortando conmigo?

—No, Zeta —respondió con convicción—. No estoy cortando contigo. Eso sería imposible, porque nosotros no estamos saliendo juntos. —Lo dijo con una acritud nueva, repentina—. ¡Ni siquiera nos conocemos!

—O sea ¿que… estás a punto de… dejar de hablar conmigo?

—Sí, creo que será lo mejor.

—¿Durante cuánto tiempo?

—Hasta que termine La Cacería.

—Pero, Arty, podrían ser muchos años…

—Lo sé. Y lo siento. Pero así tiene que ser.

—¿De modo que ganar ese dinero es más importante para ti que estar conmigo?

—No es por el dinero. Es por lo que podría hacer con él.

—Sí, sí, claro. Salvar el mundo. Qué noble eres, joder.

—No seas capullo. Llevo más de cinco años buscando ese Huevo. Y tú también. Y estamos más cerca que nunca de encontrarlo. No puedo desaprovechar así la oportunidad.

—Yo no te estoy pidiendo que lo hagas.

—Sí. Aunque no te des cuenta, eso es lo que estás haciendo.

La canción de Cyndi Lauper terminó y Og pinchó otro tema «rápido»: James Brown Is Dead, de L. A. Style. Una ovación inundó la discoteca.

Yo me sentía como si acabaran de clavarme una estaca inmensa en el pecho.

Art3mis estaba a punto de decir algo más —adiós, creo— cuando oímos una explosión sobre nuestras cabezas. En un primer momento creímos que se trataba de algún efecto sonoro introducido por Ogden, pero al alzar la mirada vi unos grandes cascotes desplomarse sobre la pista, mientras los avatares se dispersaban en todas direcciones. Un hueco inmenso se había abierto en el techo del club, junto a la parte superior del globo. Y un pequeño ejército de sixers se colaba por él e irrumpía en el local desplazándose gracias a unas mochilas a propulsión y disparando rayos sin parar.

Un caos absoluto se apoderó de todo. La mitad de los avatares del club se agolpaba junto a la salida, mientras la otra mitad sacaba sus armas y pronunciaba encantamientos, disparaba rayos láser, balas y bolas de fuego para repeler a los sixers invasores, que eran más de cien e iban armados hasta los dientes.

Yo no daba crédito a la imprudencia de aquellos sixers. ¿Cómo podían ser tan tontos de atacar una sala llena de gunters de alto nivel en su terreno? Sí, tal vez consiguieran matar a algunos de nosotros, pero a costa de morir todos. ¿Y para qué?

Pero entonces me di cuenta de que la mayoría de los disparos de los sixers iban dirigidos a Art3mis y a mí. Habían venido a liquidarnos.

La noticia de que estábamos allí ya debía de haber llegado a los medios de comunicación. Y cuando Sorrento había sabido que los dos gunters con mayor puntuación de La Tabla habían salido a una zona PvP desprotegida, seguramente había decidido que la ocasión era demasiado buena para desaprovecharla. Era una gran oportunidad para matar a sus dos mayores competidores de un tiro. Merecía la pena, aunque implicara perder a un centenar de sus avatares del mayor nivel.

Yo sabía que había sido mi propia imprudencia la que los había llevado hasta allí. Me maldije por ser tan tonto. Y después extraje mis armas de rayos y empecé a descargarlas sobre el racimo de sixers que tenía más cerca, al tiempo que intentaba esquivar el fuego enemigo. Miré de reojo a Art3mis y vi que acababa de carbonizar a una docena de sixers en apenas cinco segundos, gracias a unas bolas de plasma azul que se sacaba de las manos, sin inmutarse siquiera ante el chorro constante de rayos láser y misiles mágicos que rebotaban en su escudo corporal transparente. A mí también me disparaban sin piedad. Por el momento mi escudo resistía, pero no por mucho más tiempo.

En cuestión de segundos la confrontación alcanzó unas cotas que yo no había presenciado en mi vida. Y cada vez veía más claro que Art3mis y yo íbamos a quedar en el bando perdedor.

Me percaté de que la música no se había detenido.

Alcé la vista y descubrí que, en ese preciso instante, la cabina del disc jockey se abría y el Gran y Poderoso Og emergía de ella. Parecía enfadadísimo.

—Capullos, ¿os creéis que podéis venir a joderme la fiesta de cumpleaños? —gritó.

Su avatar todavía llevaba conectado el micrófono y su voz resonó en los altavoces del local, reverberando como la palabra de Dios.

La melé de contrincantes pareció detenerse un segundo y todos los ojos se concentraron en Og, que flotaba en el centro de la pista de baile. Entonces extendió los brazos mientras volvía el rostro hacia la invasión de sixers.

Doce rayos rojos brotaron de cada uno de los dedos de Og y se dispersaron en todas direcciones. Cada uno de ellos alcanzó a un sixer en el pecho, aunque, curiosamente, esquivando a todos los demás.

En una milésima de segundo, los avatares de los sixers se volatilizaron. Antes de desaparecer, se quedaron inmóviles y emitieron un resplandor rojo durante unos instantes.

Me quedé de piedra. Jamás había visto a un avatar realizar tal alarde de fuerza.

—¡Nadie se cuela en mis fiestas sin invitación! —atronó Ogden, y su voz retumbó en el club ya sumido en el silencio más absoluto.

El resto de asistentes (quienes no habían huido del local ni habían muerto durante la breve batalla) lo vitoreó, triunfante. Og regresó a la cabina del disc jockey, que lo envolvió como el capullo de un insecto.

—Así que la fiesta continúa, ¿de acuerdo? —dijo, antes de pinchar un remix tecno de Atomic, de Blondie. Todos tardamos unos momentos en reponernos del susto, pero enseguida nos pusimos a bailar de nuevo.

Me volví en busca de Art3mis, pero parecía haberse esfumado. Finalmente vi que su avatar se alejaba volando por la nueva salida creada por el ataque de los sixers. Al llegar a ella se detuvo, quedó suspendida en el aire un instante y me miró.

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