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NIVEL DOS » 0021

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0021

Como otros gunters de todo el mundo, yo también llevaba tiempo temiendo que se produjera un cambio en La Tabla, porque sabía que iba a proporcionar a los sixers una ventaja injusta.

Pocos meses después de que nosotros franqueáramos la Primera Puerta, un avatar anónimo había sacado a subasta un artefacto ultrapoderoso. Se llamaba La Tablilla de Búsqueda de Fyndoro y procuraba unos poderes inmensos capaces de proporcionar a su dueño una gran ventaja en La Cacería del Huevo de Pascua de Halliday.

Casi todos los objetos virtuales de Oasis eran creados aleatoriamente por el sistema y te «caían» cuando matabas a un PNJ o completabas alguna prueba. Los más escasos eran los denominados «artefactos», unos artículos mágicos superpoderosos que dotaban a sus propietarios de increíbles habilidades. Solo existían algunos centenares y la mayoría databa de los primeros días de Oasis, cuando era, sobre todo, un juego online para muchos participantes. Aquellos artefactos eran únicos y, por tanto, en el conjunto de la simulación solo existía una copia de cada uno de ellos. Por lo general, se conseguían al derrotar a algún malvado con aspecto de dios al final de una prueba de nivel alto. Si estabas de suerte, el malo soltaba algún artefacto cuando lo matabas. También podías conseguir un artefacto matando a un avatar que lo tuviera en su inventario o comprarlo en alguna subasta online.

Como los artefactos eran tan raros, era una gran noticia que salieran a subasta. Se sabía que algunos habían alcanzado el precio de centenares de miles de créditos, dependiendo de los poderes que garantizaban. El récord lo tenía uno llamado Cataclista, subastado hacía tres años. Según la descripción que figuraba en el propio listado de la casa de subastas, se trataba de una especie de bomba mágica que solo podía usarse una vez. Cuando se hacía detonar, mataba a todos los avatares y los PNJ que en ese momento se encontraran en el sector, incluido su dueño. No había posible defensa. Si tenías la desgracia de encontrarte en el mismo sector cuando estallaba, ya podías despedirte, por más poderoso que fueras y protegido que estuvieras.

El Cataclista había sido vendido a un comprador anónimo que había pagado por él más de un millón de créditos. El artefacto todavía no había estallado, lo que significaba que su nuevo dueño lo mantenía aún escondido en alguna parte, aguardando el momento oportuno para usarlo. Su existencia había llegado a convertirse en una especie de broma. Cuando un gunter se encontraba rodeado de avatares que no le gustaban, aseguraba poseer el Cataclista en su inventario y amenazaba con hacerlo estallar. Pero la mayoría de la gente sospechaba que el artefacto había caído en manos de los sixers, lo mismo que muchos otros objetos poderosos.

La Tablilla de Búsqueda de Fyndoro acabó alcanzando un valor superior al del Cataclista. Según la descripción de los organizadores de la subasta, se trataba de una piedra negra pulida de forma circular que confería un único poder: una vez al día, su dueño podía escribir el nombre de un avatar sobre su superficie y la Tablilla le proporcionaba al instante su paradero. Se trataba, sin embargo, de un poder de alcance limitado. Si te encontrabas en un sector y el avatar a quien pretendías encontrar en otro, la Tablilla solo indicaba de qué sector se trataba, pero no especificaba más. Si te encontrabas en ese mismo sector, la Tablilla te informaba del planeta donde se hallaba tu objetivo (o el planeta más cercano, si es que en ese momento se encontraba viajando por el espacio). Si estabas en el mismo planeta que tu objetivo en el momento de usar la Tablilla, esta te mostraba sus coordenadas exactas en un mapa.

Como en la descripción de la subasta el vendedor se encargaba de dejar claro, si el dueño de la Tablilla la usaba en combinación con La Tabla, podía decirse con casi total seguridad que la convertía en el artefacto más valioso de Oasis. Lo único que había que hacer era fijarse en los primeros puestos de La Tabla para ver en qué momento aumentaba la puntuación de alguien. En ese preciso instante podía escribirse el nombre de ese avatar en la Tablilla y esta te devolvía su localización en ese preciso momento, revelando así dónde acababa de encontrar una llave, o dónde había franqueado una puerta. A causa de las limitaciones de alcance del artefacto, tal vez hicieran falta dos o tres intentos para afinar la búsqueda de la llave o la puerta, pero aun así, la información que proporcionaba era de tal importancia que mucha gente estaría dispuesta a matar por conseguirla.

Cuando la Tablilla de Búsqueda de Fyndoro salió a subasta, tuvo lugar una puja sin cuartel entre varios de los clanes de gunters de mayor tamaño. Finalmente se la llevaron los sixers, que pagaron casi dos millones de créditos por ella. El propio Sorrento usó su cuenta de IOI para pujar por ella. Esperó a los últimos minutos de la subasta y superó todas las ofertas. Podría haberlo hecho de manera anónima. Pero era evidente que quería que el mundo supiera a manos de quién pasaba el artefacto. Y también era su manera de decirnos a los Cinco de Arriba que, a partir de ese momento, cada vez que alguno de nosotros encontrara una llave, o franqueara una puerta, los sixers nos seguirían los talones. Y no habría nada que pudiéramos hacer para impedirlo.

Al principio temí que los sixers también intentaran usar la Tablilla para dar caza a nuestros avatares y matarnos de uno en uno. Pero, a menos que nos encontráramos en una zona PvP en el momento de localizarnos y fuéramos lo bastante tontos para seguir allí, esperando a que nos dieran alcance, buscarnos no les serviría de nada. Y como la Tablilla solo podía usarse una vez al día, correrían el riesgo de perder su oportunidad, si La Tabla se modificaba ese mismo día y ellos pretendían usar el artefacto para localizarnos.

En efecto, como suponía, no se arriesgaron. Guardaron la Tablilla para el momento propicio.

Cuando todavía no había transcurrido media hora del incremento de puntos de Art3mis, la flota sixer al completo fue vista convergiendo en el Sector 7. Parecía evidente que, desde que se había producido el cambio en La Tabla, los sixers habían recurrido a la Tablilla de Búsqueda de Fyndoro para determinar la localización exacta de Art3mis. Por suerte, el avatar sixer que usaba el artefacto (probablemente el propio Sorrento) se encontraba en otro sector, por lo que no reveló en qué planeta se encontraba. Por eso, la flota de los sixers se había desplazado inmediatamente al Sector 7.

Gracias a su absoluta falta de discreción, todo el mundo sabía ya que la Llave de Jade debía de ocultarse en alguna parte de dicho sector. Y, cómo no, miles de gunters empezaron a dirigirse hacia él. Los sixers habían acotado la búsqueda para todo el mundo. Afortunadamente, el Sector 7 tenía centenares de planetas, lunas y otros mundos, y la Llave de Jade podía estar escondida en cualquiera de ellos.

Me pasé el resto del día en estado de shock, aturdido al pensar que acababa de ser destronado. Así era, exactamente, como lo describían las noticias: PARZIVAL, DESTRONADO. ART3MIS, LA NUEVA GUNTER N.° 1. ¡LOS SIXERS LE SIGUEN LOS TALONES!

En cuanto logré rehacerme un poco del impacto, abrí La Tabla y me obligué a mirarla fijamente durante treinta minutos, mientras mentalmente no dejaba de insultarme a mí mismo.

MÁXIMAS PUNTUACIONES

«La culpa es solo tuya —me decía—. Has permitido que el éxito se te subiera a la cabeza. Te has rezagado en la búsqueda.

»¿Acaso creías que la suerte te iba a sonreír dos veces? ¿Que finalmente acabarías tropezándote con la pista que necesitabas para encontrar la Llave de Jade? Instalarte en la primera posición te ha dado una falsa sensación de seguridad. Pero ahora ese problema ya no lo tienes, ¿verdad, imbécil? No, porque en vez de matarte a trabajar y concentrarte en la búsqueda, como deberías haber hecho, te has cargado la ventaja que tenías. Has malgastado casi medio año tonteando por ahí, colgado de una chica a la que no has visto en persona ni una vez en tu vida. La chica que te ha dejado. La misma que va a terminar ganándote.

»Y ahora, atontado, métete de lleno en el juego. Encuentra la llave».

De pronto, más que nunca, lo que quería era ganar el concurso. No solo por el dinero. Quería que Art3mis supiera de lo que era capaz. Y quería que La Cacería terminara, para que ella volviera a dirigirme la palabra. Para conocerla finalmente en persona, verle la cara, intentar descubrir qué era lo que en realidad sentía por ella.

Cerré La Tabla y abrí mi Diario del Grial, que ya se había convertido en una gigantesca montaña de datos en la que figuraba toda la información que había ido recabando desde el inicio del concurso. Parecía una maraña de ventanas flotantes suspendidas frente a mí, mostrándome textos, mapas, fotos y archivos de audio y de vídeo, enumerados, integrados en referencias cruzadas, palpitantes de vida.

Dejé abierta «La cuarteta» en una ventana que siempre quedaba en lo más alto. Cuatro líneas de texto.

Una Llave de Jade oculta el capitán

en hogar viejo y decrépito.

Mas el silbato solo harás sonar

cuando los trofeos tengas en tu crédito.

Sabía que tenía la respuesta delante de mis ojos. A Art3mis ya se le había ocurrido.

Volví a leer mis notas sobre John Draper, es decir, sobre el Capitán Crunch, y sobre el silbato de juguete que lo había hecho célebre en los albores de la piratería telefónica, que le había valido un puesto de oro en el libro de los hackers ilustres. Yo seguía creyendo que esos eran el «capitán» y el «silbato» a que se refería Halliday. Pero el resto de la cuarteta todavía era un misterio para mí.

Con todo, tenía información que hasta ese momento ignoraba: la llave se hallaba oculta en algún lugar del Sector 7. Así pues, abrí el atlas de Oasis y empecé a buscar planetas con nombres que me pareciera que podían estar relacionados con la cuarteta. Encontré algunos mundos bautizados en honor a hackers famosos, como Woz y Mitnick, pero ninguno que llevara el de John Draper. El Sector 7 contenía también centenares de mundos con nombres de aquellos antiguos grupos de noticias de Usenet y en uno de ellos, en el planeta alt.phreaking, había una estatua de Draper posando con un viejo teléfono de disco en una mano y el silbato del Capitán Crunch en la otra. Pero aquella escultura había sido erigida tres años después de la muerte de Halliday, por lo que sabía que se trataba de otra vía muerta en mi investigación.

Volví a leer la Cuarteta, y esta vez los dos últimos versos me dijeron algo:

Mas el silbato solo harás sonar

cuando los trofeos tengas en tu crédito.

Trofeos. En alguna parte del Sector 7. Tenía que encontrar una colección de trofeos en el Sector 7.

Realicé una búsqueda rápida de mis archivos sobre Halliday. Según veía, los únicos trofeos que había obtenido en su vida habían sido los cinco como Diseñador de Juegos del Año que obtuvo cuando estábamos a caballo entre los dos siglos. Aquellos galardones todavía se exhibían en el museo de GSS de Columbus, pero en Oasis existían réplicas en un planeta llamado Archaide.

Y Archaide estaba en el Sector 7.

La relación parecía poco sólida, pero de todos modos quería probarlo. Como mínimo me daría la sensación de estar haciendo algo productivo en las siguientes horas.

Eché un vistazo a Max, que en ese momento bailaba la samba en uno de los monitores de mi centro de mando.

—Max, ten lista Vonnegut para el despegue. Si no estás demasiado ocupado, claro.

Max dejó de bailar y me dedicó una sonrisa pícara.

—¡Eso mismo! ¡El Comanchero!

Me levanté y dirigí al ascensor de mi fortaleza, que había configurado a imagen y semejanza del turboelevador de la serie original de Star Trek. Descendí cuatro niveles hasta mi armería, una cámara acorazada enorme llena de anaqueles, vitrinas y estantes para armas. Abrí la presentación de mi inventario, que se visualizaba como un muñeco de papel de mi avatar, en el que podía ir añadiendo varios artículos y partes de equipos.

Archaide estaba situado en una zona PvP, por lo que decidí actualizar mi equipo y llevarme mis mejores galas. Me puse mi radiante armadura potenciada +10 de Hale Mail y me até al cinturón mi conjunto favorito de pistolas de rayos, y a la espalda un rifle de pistón con empuñadura de pistola, además de una espada +5 Vorpal Bastard. También decidí llevarme algunos otros artículos esenciales. Un par de botas antigravedad. Un Anillo de Resistencia Mágica. Un Amuleto de Protección. Varios Guantes de Fuerza Gigante. No podía soportar la idea de necesitar algo y no tenerlo a mano, por lo que casi siempre cargaba con tantas cosas como para equipar a tres gunters. Cuando me quedaba sin espacio en el cuerpo de mi avatar, almacenaba el equipo adicional en mi Mochila de Carga.

Una vez que estuve convenientemente pertrechado, volví a montarme en el ascensor y pocos segundos después alcancé la entrada de mi hangar, en el nivel inferior de mi fortaleza. Unas luces azules parpadeaban a lo largo de la pista, que recorría el centro del hangar hasta alcanzar dos impresionantes puertas blindadas, que se alzaban en el extremo más alejado. Esas puertas daban al túnel de lanzamiento, que conducía a un par de puertas idénticas encajadas en la superficie del asteroide.

Allí, a la izquierda de la pista, aguardaba mi caza Ala-X, gastado de tanto combatir. Aparcado a la derecha, mi DeLorean. Y en el centro de la pista, se recortaba la nave espacial que usaba con más frecuencia: la Vonnegut. Max ya había encendido los motores, que emitían un zumbido sordo y continuo que inundaba el hangar. La Vonnegut era una nave de transporte tremendamente modificada, a imagen y semejanza de la Serenity, el vehículo espacial de la serie televisiva Firefly. Al principio, cuando la adquirí, la llamaba Kaylee, pero al poco la rebauticé en honor a uno de mis novelistas favoritos del siglo XX. Su nuevo nombre figuraba en un lateral del casco gris abollado.

La Vonnegut había sido el botín de guerra arrebatado a una facción del clan de los Oviraptor, que imprudentemente había intentado secuestrar mi Ala-X mientras recorría un extenso grupo de mundos del Sector 11, conocido como el Whedonverse. Los Oviraptors eran unos cabrones prepotentes que no tenían ni idea de con quién se estaban metiendo. Yo ya estaba de un humor de perros antes incluso de que abrieran fuego contra mí. De no haber sido así, lo más probable es que les hubiera dado esquinazo acelerando hasta alcanzar la velocidad de la luz. Pero ese día me dio por tomarme su ataque como algo personal.

Las naves eran como casi todo lo demás en Oasis. Cada una contaba con atributos, armas y velocidades específicas. Mi Ala-X era mucho más maniobrable que la aparatosa nave de transporte de los Oviraptor, por lo que no me supuso ningún problema evitar las ráfagas constantes de sus armas de saldo, mientras yo los bombardeaba con rayos láser y torpedos de protones. Tras inutilizar sus motores, subí al abordaje en su nave y procedí a matar a todos los avatares que la ocupaban. El capitán intentó disculparse al ver quién era, pero ese día yo no estaba para clemencias. Después de cargarme a la tripulación, aparqué mi Ala-X en la bodega y regresé a casa con mi nueva nave.

Mientras me acercaba a la Vonnegut, la rampa de carga se desplegó hasta tocar el suelo del hangar. Al alcanzar la cabina, la nave ya había iniciado el despegue. Y cuando apenas me había sentado a los mandos oí que los dispositivos de aterrizaje se replegaban con un ruido sordo.

—Max, cierra la casa y pon rumbo a Archaide.

—Sí, mi ca-ca-ca-pitán —tartamudeó Max desde uno de los monitores del centro de mando.

Las puertas correderas del hangar se abrieron y la Vonnegut salió despedida por el túnel de lanzamiento al espacio estrellado. Una vez allí las puertas blindadas del túnel volvieron a cerrarse.

Divisé varias naves suspendidas sobre la órbita de Falco. Los sospechosos habituales: fans chiflados, aspirantes a discípulos y cazadores de botín. Algunos de ellos —los que en ese momento se ponían en marcha para seguirme— eran mis «lapas», gente que pasaba casi todo su tiempo intentando seguir a gunters famosos y obtener información sobre ellos para poder venderla luego. Yo siempre les daba esquinazo navegando a la velocidad de la luz. Y eso era lo mejor que podía sucederles; porque si por lo que fuera no lograba librarme de ellos, muchas veces no me quedaba más remedio que detenerme y matarlos.

Cuando la Vonnegut alcanzó la velocidad de la luz, cada uno de los planetas que aparecían en mi pantalla se convirtió en una larga estela de luz.

—Ve-ve-ve-locidad de la luz alcanzada, capitán —informó Max—. Duración estimada del trayecto, cincuenta y tres minutos. Quince si prefieres usar la puerta estelar más próxima.

Había puertas estelares estratégicamente situadas en cada sector. Se trataba, en realidad, de inmensos teletransportadores del tamaño de naves espaciales, pero como se cobraba en función de la masa de la nave y de la distancia por recorrer, generalmente los usaban solo las empresas o los avatares multimillonarios con créditos de sobra. Yo no era ni una cosa ni la otra, pero en las circunstancias en las que me encontraba, estaba dispuesto a hacer el gasto.

—Usemos la puerta estelar, Max. Vamos con un poco de prisa.

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