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NIVEL TRES » 0032

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0032

—¡Zeta! —exclamó Hache cuando apareció mi avatar—. ¿Qué coño pasa, tío? ¿Dónde estabas? Llevo más de una semana intentando localizarte.

—¡Yo también! —dijo Shoto—. ¿Dónde estabas? ¿Y de dónde has sacado todos esos archivos de la base de datos de los sixers?

—Es una historia muy larga —respondí—. Primero lo primero. —Me dirigí a Art3mis y a Shoto—. ¿Ya os habéis ido de vuestras casas?

Ambos asintieron.

—¿Y os habéis conectado desde un puerto seguro?

—Sí —contestó Shoto—. Yo estoy en un manga café.

—Y yo en el aeropuerto de Vancouver —intervino Art3mis. Era la primera vez en meses que oía su voz—. Estoy en una cabina pública de Oasis infestada de gérmenes. He salido de casa con lo puesto, o sea que espero que esos datos que nos has enviado de los sixers sean auténticos.

—Lo son —le aseguré—. Confía en mí.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó Shoto.

—Porque me he colado en la base de datos de los sixers y los he descargado.

Todos me miraron en silencio. Hache arqueó una ceja.

—¿Y cómo lo has hecho, si puede saberse, Zeta?

—Adoptando una identidad falsa y colándome como recluta forzoso en la sede central de IOI. Llevo ocho días metido en la empresa. Acabo de escapar ahora mismo.

—¡Joder! —susurró Shoto—. ¿Lo dices en serio?

Asentí.

—Tío, tienes los huevos de titanio —añadió—. Mis respetos.

—Gracias, supongo.

—Supongamos que no nos estás vacilando —intervino Art3mis—. ¿Cómo accede un simple recluta a los archivos secretos de los sixers y a los informes de la empresa?

Me volví para dirigirme a ella.

—Los reclutas tienen un acceso limitado a la intranet de la empresa a través del equipo de ocio de su unidad habitacional, del otro lado del cortafuegos de IOI. Desde ahí, gracias a una serie de puertas traseras y fallos del sistema dejados por los programadores originales, logré colarme a través de la red y entrar directamente en la base de datos privada de los sixers.

Shoto me miró, asombrado.

—¿En serio? ¿Has hecho eso tú solo?

—Pues sí.

—Es un milagro que no te hayan pillado y te hayan matado —dijo Art3mis—. ¿Para qué correr un riesgo tan tonto?

—¿Y a ti qué te parece? Para encontrar la manera de superar su escudo y llegar a la Tercera Puerta. —Me encogí de hombros—. Fue el único plan que se me ocurrió. No tuve mucho tiempo para pensar, la verdad.

—Zeta —dijo Hache, sonriendo—, ¡qué loco estás, cabrón! —Se acercó a mí y me dio la mano—. Por eso te quiero tanto, tío.

Art3mis siguió riñéndome.

—Y, claro, cuando descubriste que tenían archivos secretos dedicados a nosotros, no pudiste resistir la tentación de echarles un vistazo, ¿no?

—¡Tenía que mirarlos! —me justifiqué—. Para saber cuánto sabían sobre nosotros. Tú habrías hecho lo mismo.

Ella me señaló con el dedo muy levantado.

—No, yo no. Yo respeto la intimidad de los demás.

—Art3mis, cálmate un poco —la interrumpió Hache—. No sé si lo sabes, pero seguramente te ha salvado la vida.

Ella pareció reconsiderar su posición.

—Muy bien —admitió—. Olvídalo.

Pero yo sabía muy bien que seguía enfadada.

Como no sabía qué decir, seguí avanzando.

—Acabo de enviaros una copia de todos los datos que he robado. Ocupan diez zettabytes. Ya deberíais haberla recibido. —Esperé a que lo comprobaran en sus bandejas de entrada—. El volumen de datos sobre Halliday es increíble. Toda su vida está contenida en esos archivos. Han reunido entrevistas con todas las personas a las que Halliday conoció. Se tardaría meses enteros en leerlas todas.

Esperé un momento, para darles tiempo a hojear un poco los datos.

—¡Uau! —exclamó Shoto—. Esto es increíble. —Me miró—. ¿Cómo coño has conseguido escapar de IOI con todo esto?

—Con astucia.

—Hache tiene razón —dijo Art3mis, meneando la cabeza—. Estás como una cabra, definitivamente. —Vaciló un momento, antes de añadir—: Gracias por la advertencia, Zeta. Te debo una.

Abrí la boca para responder «de nada», pero no me salieron las palabras.

—Sí —intervino Shoto—. Yo también te las doy.

—No hay de qué, chicos —logré articular al fin.

—¿Y bien? —cambió de tema Hache—. Suelta ya las malas noticias. ¿A los sixers les falta muy poco para franquear la Tercera Puerta?

—Créetelo —le dije yo, sonriendo—. Todavía no han adivinado cómo abrirla.

Art3mis y Shoto me miraron con gesto incrédulo. Hache me dedicó una sonrisa de oreja a oreja, y empezó a mover la cabeza y a levantar las manos hacia el cielo, como si estuviera bailando rave.

—¡Oh, sí! ¡Oh, sí! —cantaba.

—Estás de broma, supongo —dijo Shoto.

Negué con la cabeza.

—¿No estás de broma? —insistió Art3mis—. ¿Cómo es posible? Sorrento tiene la Llave de Cristal y sabe dónde está la Puerta. Lo único que tiene que hacer es abrirla y meterse dentro, digo yo.

—Así ha sido en las dos primeras puertas —repliqué yo—. Pero la Tercera Puerta es distinta. —Abrí una ventana grande de vídeo en el aire, a mi lado—. Mirad esto. Es del archivo de vídeos de los sixers. Se trata de una grabación de su primer intento de franquear la puerta.

Le di a Play. El vídeo se abría con un plano del avatar de Sorrento de pie, frente a la entrada principal del Castillo de Anorak. El acceso al castillo, que llevaba tantos años siendo inexpugnable, se abría cuando Sorrento se acercaba a él, como si se tratara de la puerta automática de un supermercado.

«La puerta del castillo se abre al paso de cualquier avatar que lleve consigo una copia de la Llave de Cristal —expliqué—. Si un avatar no la tiene, no puede atravesar el umbral ni entrar en el castillo, aunque todas sus puertas ya estén abiertas».

Todos miramos el vídeo, en el que Sorrento dejaba atrás la entrada y accedía al vestíbulo cubierto de oro que se extendía tras ella. Su avatar se desplazaba por el suelo pulido y se acercaba a un gran portal de cristal encajado en la pared norte. En el centro del portal había una cerradura y, sobre ella, tres palabras grabadas en la superficie centelleante.

CARIDAD. ESPERANZA. FE

Sorrento daba un paso adelante, con la Llave de Cristal en la mano. La introducía en la cerradura y la hacía girar. Pero no ocurría nada. Entonces se fijaba en las palabras escritas sobre la puerta. «Caridad. Esperanza. Fe», decía, leyéndolas en voz alta. Pero seguía sin suceder nada.

Sorrento retiraba la llave de la cerradura, repetía las palabras y después introducía la llave de nuevo. Nada.

Yo observaba a Art3mis, Hache y Shoto mientras miraban el vídeo. Su emoción y su curiosidad se habían convertido ya en concentración; supe que intentaban resolver el enigma que aquellas imágenes les planteaban. Pulsé la pausa.

—Siempre que Sorrento se conecta, lo hace con un grupo de asesores e investigadores detrás, que controlan todos sus movimientos —dije—. En algunas de las grabaciones se oyen incluso sus voces, las sugerencias y los consejos que le proporcionan. Por el momento no le han sido de gran ayuda. Mirad…

En el vídeo, Sorrento intentaba una vez más abrir la puerta. Repetía todo exactamente igual que la vez anterior, pero en esa ocasión hacía girar la llave en el sentido contrario a las agujas del reloj.

—Prueban todas las gilipolleces que se les ocurren —dije—. Sorrento recita las palabras en latín. En élfico. En klingon. Después les da por recitar el versículo de la Biblia de Corintios 13,13 que contiene las palabras «caridad, esperanza y fe». Al parecer, caridad, esperanza y fe son también los nombres de tres santas mártires católicas. Los sixers llevan días intentando encontrar algún significado a todo ello.

—Imbéciles —dijo Hache—. Halliday era ateo.

—Empiezan a desesperarse —comenté—. Sorrento lo ha probado casi todo, menos arrodillarse, bailar y meter el meñique en la cerradura.

—Seguramente eso es lo siguiente que va a intentar —sugirió Shoto, sonriendo.

—Caridad, esperanza, fe —dijo Art3mis, recitando las palabras despacio. Se volvió hacia mí—. ¿De dónde me suena eso?

—Sí —coincidió Hache—. A mí también me resultan familiares.

—Yo he tardado un poco en darme cuenta —les dije.

Todos me miraron, expectantes.

—Pronunciadlas en orden inverso —les sugerí—. Mejor aún. Cantadlas en orden inverso.

Art3mis entrecerró los ojos.

—«Fe, esperanza, caridad» —recitó.

Las repitió varias veces, hasta que la revelación le iluminó la mirada. Y se puso a cantar:

Faith and hope and charity

Hache introdujo la línea siguiente:

The heart and the brain and the body

Give you three… as a magic number —completó Shoto, triunfante.

—Es de Schoolhouse Rock! —exclamaron los tres al unísono.

—¿Lo veis? —dije—. Sabía que lo adivinaríais. Sois muy listos.

Three Is a Magic Number, letra y música de Bob Dorough —recitó Art3mis, como si sacara la información de alguna enciclopedia mental—. Escrita en mil novecientos setenta y tres.

Le sonreí.

—Tengo la teoría de que esta puede ser la manera que tiene Halliday de decirnos el número de llaves que hacen falta para abrir la Tercera Puerta.

A Art3mis se le iluminó el rostro y cantó:

It takes three.

No more, no less —prosiguió Shoto.

You don’t have to guess —añadió Hache.

Three —rematé yo— is the magic number.

Extraje mi copia de la Llave de Cristal y la levanté. Los demás hicieron lo mismo.

—Poseemos cuatro copias de la llave. Si al menos tres de nosotros llegamos a la puerta, podremos abrirla.

—Y entonces ¿qué? —preguntó Hache—. ¿Entramos todos a la vez?

—¿Y si solo uno de nosotros puede entrar una vez que la puerta se haya abierto? —se planteó Art3mis.

—Dudo que Halliday haya estipulado eso.

—¿Quién sabe en qué estaba pensando ese loco cabrón? —insistió Art3mis—. Ha jugado con nosotros a cada paso del camino y ahora vuelve a hacerlo. ¿Por qué, si no, iban a hacer falta tres copias de la Llave de Cristal para abrir la última puerta?

—Tal vez porque su intención era obligarnos a trabajar juntos —apunté yo.

—O porque quería que el concurso terminara de un modo teatral, apoteósico —sugirió Hache—. Pensadlo un poco. Si tres avatares entran en la Tercera Puerta a la vez, entonces ser el primero en superar el nivel y en obtener el Huevo se convierte en una carrera.

—Halliday era un sádico y un loco, el muy cabrón —murmuró Art3mis.

—Sí —admitió Hache—. En eso tienes razón.

—Podéis verlo de otra manera —intervino Shoto—. Si Halliday no hubiera estipulado lo de las tres llaves, es muy posible que los sixers ya hubieran encontrado el Huevo.

—¡Pero si ellos cuentan con muchísimos avatares con copias de la Llave de Cristal! —dijo Hache—. Podrían abrir la puerta ahora mismo, si fueran lo bastante listos para imaginar cómo se hace.

—Aficionados —soltó Art3mis con desprecio—. Si no se saben de memoria todas las letras de Schoolhouse Rock! es su problema. Lo que no entiendo es que esos burros hayan llegado tan lejos.

—Pues haciendo trampas —dije yo—. ¿Ya no te acuerdas?

—Ah, sí, es verdad. No sé por qué, pero se me olvida a cada rato. —Me dedicó una sonrisa y a mí me temblaron las piernas.

—Que los sixers no hayan abierto la puerta todavía no significa que no acaben descubriendo el modo de hacerlo —apuntó Shoto.

Yo le di la razón.

—Tarde o temprano relacionarán la pista con la canción de Schoolhouse Rock! No podemos seguir perdiendo tiempo.

—¿Y a qué estamos esperando? —preguntó Shoto entusiasmado—. Sabemos dónde está la puerta, y cómo se abre. ¡Que gane el mejor gunter!

—Te olvidas de algo, Shoto-san —dijo Hache—, Parzival todavía no nos ha dicho cómo vamos a traspasar el escudo, abrirnos paso a través del ejército de sixers y entrar en el castillo. —Se volvió hacia mí—. Porque tienes un plan para eso, ¿verdad, Zeta?

—Por supuesto —respondí—. A eso iba.

Hice un amplio gesto con el brazo y un holograma en tres dimensiones del Castillo de Anorak apareció frente a mí. La esfera azul, transparente, generada por el Orbe de Osuvox surgió sobre él, rodeándolo por encima y bajo tierra. Lo señalé.

—Este escudo va a desaparecer solito, el próximo lunes, dentro de unas treinta y seis horas, aproximadamente. Y entonces nosotros nos limitaremos a entrar por la puerta principal.

—¿El escudo va a desaparecer? ¿Solo? —repitió Art3mis—. Los clanes llevan dos semanas lanzándole bombas nucleares y ni siquiera le han causado un rasguño. ¿Cómo vas a conseguir tú que «caiga solo»?

—Ya me he ocupado de ello —respondí—. Vais a tener que confiar en mí, es lo único que puedo deciros.

—Yo confío en ti, Zeta —dijo Hache—. Pero aunque el escudo desaparezca, para llegar al castillo tendremos que enfrentarnos al mayor ejército de Oasis. —Señaló el holograma, donde se veían tropas sixers alrededor del castillo, en el interior de la esfera—. ¿Qué me dices de estos imbéciles? ¿Y de sus tanques? ¿Y de sus cazas?

—Bueno, claro, vamos a necesitar un poco de ayuda —admití yo.

—Un poco no, mucha —puntualizó Art3mis.

—¿Y a quiénes vamos a convencer concretamente para que nos ayuden a hacer la guerra contra el ejército sixer? —preguntó Hache.

—A todo el mundo —le respondí—. A todos los gunters de Oasis. —Abrí otra ventana y les mostré el breve e-mail que había escrito justo antes de entrar en El Sótano—. Voy a enviarlo esta noche a los usuarios de Oasis.

Colegas gunters:

El de hoy es un día aciago. Tras años de engaños, explotación y bellaquerías, a través de sobornos y engaños, los sixers han conseguido alcanzar la entrada de la Tercera Puerta.

Como sabéis, IOI ha precintado el Castillo de Anorak en un intento de impedir que nadie se haga con el Huevo. También hemos sabido que han recurrido a métodos ilegales para descubrir las identidades de los gunters a quienes consideran una amenaza, con la intención de secuestrarlos y asesinarlos.

Si los gunters de todo el mundo no aúnan esfuerzos para detener a los sixers, serán ellos quienes se apoderen del Huevo y ganen el concurso. Y entonces Oasis caerá en manos del régimen imperialista de IOI.

Ha llegado el momento. Nuestro asalto al ejército sixer se iniciará mañana a las doce del mediodía, hora de Oasis.

Únete a nosotros.

Atentamente,

Hache, Art3mis, Parzival y Shoto

—¿Bellaquerías? —dijo Art3mis después de leerlo—. ¿Has consultado el diccionario para escribir el mensaje?

—He intentado que sonara… ya sabes… épico —me justifiqué—. Oficial.

A mí gustar, Zeta —dijo Hache—. Consigue encender los ánimos.

—Gracias, Hache.

—¿Y eso es todo? ¿Este es tu plan? —preguntó Art3mis—. ¿Inundar Oasis de correos pidiendo ayuda?

—Pues más o menos sí. Ese es mi plan.

—¿Y de verdad crees que todo el mundo se apuntará y nos ayudará a combatir a los sixers? —insistió ella—. ¿Así, sin más?

—Sí, eso es lo que creo.

Hache asintió.

—Tiene razón. Nadie quiere que los sixers ganen el concurso. Y mucho menos que IOI acabe controlando Oasis. La gente se apuntará si sabe que existe la posibilidad de derrotarlos. ¿Y qué gunter desaprovecharía la ocasión de combatir en una batalla tan espectacular y trascendental para la historia?

—Pero ¿no pensarán los clanes que lo que queremos es manipularlos? —planteó Shoto—. ¿Para ser luego nosotros quienes alcancemos la puerta?

—Sí, claro —admití—. Pero la mayoría de ellos ya se ha rendido. Todo el mundo sabe que el fin de La Cacería está cerca. ¿No crees que casi todos preferirían que la ganáramos nosotros, y no Sorrento y los sixers?

Art3mis reflexionó unos instantes.

—Tienes razón. Este e-mail podría funcionar.

—Zeta —dijo Hache, dándome una palmada en la espalda—. ¡Eres un genio malvado y sublime! Cuando ese correo se haga público, los medios de comunicación van a enloquecer. La noticia va a correr como la pólvora. Mañana, a esta hora, todos los avatares Oasis estarán camino de Ctonia.

—Eso espero —contesté yo.

—Claro que irán —se convenció Art3mis—. Pero ¿cuántos de ellos llegarán a luchar cuando vean a qué han de enfrentarse? Es probable que muchos se limiten a ponerse cómodos y a comer sus palomitas mientras ven cómo nos destrozan.

—Sí, esa es una posibilidad, está claro —admití—. Pero los clanes nos ayudarán, eso seguro. No tienen nada que perder. Y nosotros no tenemos por qué derrotar a todo el ejército. Lo único que necesitamos es abrir una brecha en sus defensas, entrar en el castillo y alcanzar la puerta.

—Somos tres los que tenemos que alcanzarla. Si solo lo consigue uno, o dos, estamos jodidos.

—Es verdad. Por eso debemos intentar con todas nuestras fuerzas que no nos maten.

Art3mis y Hache se echaron a reír, nerviosos. Shoto meneaba la cabeza.

—Pero es que, aunque consigamos abrir la puerta, tendremos que luchar contra la puerta misma —dijo—. Seguro que será más difícil de franquear que las otras dos.

—De la puerta ya nos preocuparemos más tarde —añadí—. Cuando lleguemos a ella.

—Está bien. Hagamos lo que dices —aceptó Shoto.

—Estoy de acuerdo —lo secundó Hache.

—O sea, ¿que vosotros dos os apuntáis? —preguntó Art3mis.

—¿Se te ocurre una idea mejor? —le preguntó Hache.

—No. La verdad es que no.

—En ese caso, está decidido —sentenció Hache.

Cerré el e-mail.

—Os envío una copia a cada uno —les dije—. Empezad a enviarlo esta noche a todos los contactos de vuestra lista. Colgadlo en vuestros blogs. Difundidlo en vuestros canales privados de vídeo. Tenemos treinta y seis horas para divulgarlo. Debería ser suficiente para que todo el mundo se prepare y traslade sus avatares hasta Ctonia.

—Tan pronto como los sixers se enteren de esto empezarán a prepararse para el asalto —dijo Art3mis—. A instalar obstáculos.

—También es posible que se rían de nosotros —observé—. Ellos creen que su escudo es inexpugnable.

—Y lo es —continuó Art3mis—. O sea que espero que tengas razón con lo de su desaparición.

—No te preocupes.

—¿Y por qué habría de preocuparme? —replicó ella—. ¿Solo porque me he quedado sin casa y huyo para salvar mi vida? En este momento estoy conectada a través de una terminal pública de un aeropuerto, pagando una cuota por minuto por usar la banda ancha. Desde aquí no puedo participar en ninguna guerra y mucho menos intentar franquear la Tercera Puerta. Y no tengo adónde ir.

Shoto asintió.

—Yo tampoco creo que pueda quedarme donde estoy, en esta cabina alquilada del manga café de Osaka. Aquí la intimidad es poca. Y, si hay agentes de los sixers buscándome, no creo que sea un lugar demasiado seguro.

Art3mis me miró.

—¿Alguna idea?

—Siento decíroslo, pero yo también estoy sin casa y también me he conectado desde una terminal pública —les dije—. Llevo más de un año escondiéndome de los sixers. ¿Lo recordáis?

—Yo tengo una casa rodante. Si queréis, estáis todos invitados. Pero me temo que en las siguientes treinta y seis horas no voy a poder llegar a Columbus, Vancouver y Japón.

—Tal vez yo podría ayudaros, chicos —dijo una voz grave.

Todos nos sobresaltamos y al volvernos descubrimos al avatar de un hombre alto, de pelo gris, que acababa de aparecer a nuestras espaldas. Se trataba nada menos que del gran y poderosísimo Og. El avatar de Ogden Morrow. Y no se materializó despacio, como solían hacer los avatares cuando se conectaban a una sala de chat, sino que, simplemente, pasó a estar allí, como si llevara en el mismo lugar desde el principio y en ese momento hubiera decidido hacerse visible.

—¿Habéis estado alguna vez en Oregón? —nos preguntó—. Está precioso en esta época del año.

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