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Buenos Aires, Argentina. 1976

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Buenos Aires, Argentina. 1976

Cada vez me cuesta más esfuerzo abrir este diario. Es enfrentarme a mi historia secreta, a lo que hice, a los sueños que tuve y que sólo fueron eso: sueños. Hace tanto tiempo de mi llegada a Argentina… Entonces, con Karl y Lara creíamos haber alcanzado un país diferente, en paz. Hoy la paz es un recuerdo que, como tal, parece infantil frente a los días que estamos viviendo. Como en la época del Monstruo, hoy también las calles que camino están signadas por persecuciones, asesinatos y una furia vertical: desde el gobierno hacia abajo y desde la sociedad hacia arriba. La muerte de Perón, sucedida hace casi dos años, no hizo más que sacar a la luz todas las contradicciones que se estaban gestando en este caldo de cultivo llamado Argentina. Es desolador. Cuando pienso que, años atrás, creía que el mundo mejoraría luego de la experiencia de la Segunda Guerra, me siento poco menos que un estúpido. Mientras escribo, decenas de jóvenes son asesinados clandestinamente.

Karl y Lara están pensando en marcharse del país. Incluso evalúan la posibilidad de regresar a Alemania. Insisten en que más temprano que tarde los militares acabarán por destituir a la Viuda y a su Brujo personal. Como si ella fuera la que gobierna. ¿O será ella la que imparte las órdenes, la que manda a asesinar a los militantes de izquierda huérfanos de líderes, de esperanza? Incluso han asesinado sacerdotes, asistentes sociales, maestros que se dedicaban a ayudar a los pobres. ¿Tendría que exiliarme como mis colegas? Nunca sería capaz de hacerlo. Aunque mi decisión me condene a muerte, seguiré junto a Esteban y Joaquín, mi segundo nieto por nacer. Ya he escapado demasiado. No tengo fuerzas para hacerlo, ni tampoco quiero seguir abandonando gente para salvarme. Kristen, ¿habríamos tenido nietos tan dulces como los que tengo? A veces me sorprendo llorándote en mi casa vacía, y no sé si te lloro a vos o a María Teresa, a mi hermano, a los seis millones que murieron en las fauces del Monstruo.

He comprado una casa en un enorme terreno de Cardales, provincia de Buenos Aires. No será el campo, pero al menos no es la ciudad en llamas que habito. Servirá para ocultarme sin marcharme. Es imperioso hacerlo. Karl y Lara han recibido informaciones que dicen que estamos en peligro. No por nuestras actuales actividades de jubilados, sino por nuestro pasado y nuestros contactos. Al visitar el campo con Esteban, me preguntó si podría tener un caballo. Le dije que sí. Ya he visitado a unos lugareños que venden un poni. Cuando lo vea, Esteban se pondrá feliz.

Argentina ha vuelto a sumirse en la oscuridad. A los años de anarquía, le ha seguido un golpe de Estado. Hoy mismo los diarios anunciaron el “Proceso de Reorganización Nacional”. Infames. Como los perros del Monstruo, éstos también se encargan de disfrazar la muerte con palabras grandilocuentes. Con Lara y Karl hemos comprado varias botellas de vodka, comida y nos hemos venido a Cardales. Ninguno de los tres tiene fuerzas para presenciar la barbarie. Han cerrado las universidades, las escuelas, las fábricas han sido requisadas en busca de sindicalistas, militantes, cualquier persona apetecible para las alimañas del nuevo gobierno. Esteban me llamó para preguntarme si podría venir a andar en poni. Tuve que decirle que no. ¿Hasta cuándo?

Karl y Lara se han marchado de Buenos Aires. Dicen que quieren esperar su destino en su casa, sin ocultarse. ¿Tendría que haber ido con ellos? No le sé. Lo único que sé es que hoy he visto un pájaro negro volando sobre mi casa. ¿Habrá sido una señal de lo que nos espera? Viejo idiota. Yo, que perseguí nazis, que escapé de la guerra, que maté a un hombre… ahora busco señales en cualquier lugar. ¿Señales de qué? ¿Del apocalipsis argentino? ¿De la furia de los hombres? ¿De mi destino? Extraño a mis nietos.

No soporto más el encierro. Volveré a Buenos Aires.

El frío es insoportable. Tanto como el temor que me persigue cada vez que salgo a la calle. Esteban mejora día a día su manera de jugar al ajedrez. No tardará en ganarme. El día que lo haga festejaré más que nadie. La vida es para dar vida. Siento eso con mi nieto porque yo mismo me prohibí sentirlo con su padre, mi hijo Gregorio. No sé nada de Karl y Lara, y estoy preocupado por ellos. Como no me animo a visitarlos, hoy le he escrito una carta a Boulard buscando respuestas. Buenos Aires ha perdido el brillo. No es por la opacidad del otoño, es por el sufrimiento de los hombres y mujeres que van desapareciendo en las noches, sin dejar más rastro que sus ausencias.

De la zapatería de Karl y Lara apenas han quedado escombros. Un incendio repentino, me dijeron sus vecinos. Sin embargo, uno de los empleados de Karl, que sigue visitando el lugar aunque la zapatería no funcione, me ha dicho que la zapatería comenzó a arder la misma noche que se los llevaron a ellos. Ford Falcons sin patente. Amigos, hermanos. ¿Dónde estarán ahora? ¿En qué mazmorra los habrán encerrado a ustedes, que enfrentaron al Monstruo y tantos peligros? Toda la fuerza con la que he luchado hasta hoy ha desaparecido con ellos. Karl, tuviste la oportunidad de servirte de la mesa del Monstruo y elegiste combatirlo. Lara, amiga, hermana, madre, amante. ¿Seguirás con vida? Estoy deshecho. Les he escrito a mis contactos en Israel pidiendo ayuda para encontrar a Karl y Lara, pero me han dicho que no pueden hacer nada. Que me olvide de ellos, que escape. Sé que tarde o temprano vendrán por mí. Una vez huí. Esta vez no. El único consuelo posible son mis nietos. Hoy les he ido a buscar a la escuela sin avisarles. Al verme, corrieron hacia mí con alegría. La única alegría que tengo.

Hoy me reuní con Jorge, el mejor amigo de Gregorio. Desde hace semanas, gracias a un antiguo contacto en la Policía Federal, me enteré que figuraba en las listas de los perseguidos. Me presenté en su casa, le entregué dinero. “Tenés que escaparte”, le dije. Me preguntó por qué, haciéndose el desentendido… ¿Por qué será que los jóvenes se creen más inteligentes que nosotros, los viejos? Mi respuesta fue tajante: “Porque sos del ERP, y estás marcado”. Jorge se puso pálido, pero obedeció. En estos momentos viaja camino a Chaco. De Karl y Lara no pude averiguar nada. La respuesta de mi contacto en la Federal me dejó perplejo: son tantos los detenidos clandestinamente que es imposible seguirles el rastro.

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