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Buenos Aires, Argentina. Agosto de 1971

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Buenos Aires, Argentina. Agosto de 1971

El país es un caos. Hoy, una serie de atentados alteraron con sus explosiones toda la Capital Federal. Pude oír los estruendos desde Avenida de Mayo, mientras ingresaba al Café Tortoni para encontrarme con un grupo de opositores a Lanusse. Sólo nos une el rechazo a este gobierno que tan lejos está de los argentinos y sus necesidades. Eso hace que formemos un conglomerado de distintas fracciones e ideologías: intelectuales, obreros, estudiantes de filosofía, derecho, matemáticas y ciencias políticas, militantes de partidos proscriptos, dirigentes sindicales... Todos armados, algunos muy jóvenes, otros más veteranos. Al verme allí, reunido con los cabecillas que están planeando una resistencia armada para contrarrestar los embates de la derecha, me sentí extraño y nostálgico al mismo tiempo. Las medidas de seguridad han sido respetadas a rajatabla, y las investigaciones previas evitaron infiltraciones no deseadas. Luego de varios cafés y cervezas que bebimos hablando de trivialidades para no llamar la atención, todos hemos salido a la calle para subirnos a varios automóviles. Cada automóvil tomó un camino distinto para despistar a posibles agentes de inteligencia de las Fuerzas Armadas, y nos reencontramos en un dock del puerto, entre camiones que esperaban en una larga fila para cargar arena. Nos adentramos con los automóviles en un amplio pastizal que ya había sido “analizado” y declarado libre de espías por la avanzadilla que permaneció allí desde anoche. Se podía notar una gran efervescencia entre los jóvenes, pero también cierta desconfianza y preocupación entre los más experimentados. La reunión comenzó con cada uno dando un nombre falso operacional y la filiación política, ideológica, religiosa o armada a la que pertenecía. Usé el nombre de mi nieto que está por nacer. Esteban. La Resistencia. Pude ver cómo los demás entornaban los ojos, confundidos por este anciano que parecía venir desde otra época, desde el paleozoico. Fui el primero en tomar la palabra, y leí el documento que habíamos preparado con Karl y Lara:

Un grupo estratégico de la policía de la provincia de Buenos Aires dedicado a secuestros extorsivos está siendo entrenado por un Carlos Verplasen, colaborador nazi en Italia. Tenemos información certera de que escapó antes que los americanos liberasen el norte de Italia, primero al Vaticano y de allí al Paraguay y luego Argentina a fines de los sesenta. La Mossad estuvo a punto de secuestrarlo en Puerto Stroessner pero la gendarmería argentina lo salvó y lo trajo a la Capital. Verplasen, o mejor dicho Verplini, ese es su verdadero nombre, no sólo entregó a cientos de gitanos que vivían escondidos pacíficamente en los valles del Como, sino que además se lo conoce por haber traicionado a su pueblo, incluso a su familia. Yo colaboro con ustedes si ustedes me ayudan a encontrarlo y extraerlo para conducirlo a Israel, donde será juzgado como merece.

Cuando terminé de leer, todos me miraban con sorna. Como si lo único importante en el mundo fuera lo que ocurre aquí, en Argentina, por más terrible que sea. Una mujer joven, hermosa y enérgica que dijo llamarse Erika, tomó la palabra para preguntarme qué podía darles a cambio de su ayuda. Ya tenía preparada la respuesta en otro papel:

Conocemos los detalles de dos centros ilegales de detenciones. Queremos darles las ubicaciones como así también ciertos datos acerca de cantidad de guardias, reciente llegada de prisioneros, centrales de electricidad, personal a cargo de operativos.

Todos se miraron, sorprendidos. Debo aceptar que a medida que avanzaba la reunión, yo iba sintiendo que rejuvenecía. La energía de los jóvenes siempre es motivadora, aunque a veces resulte carente de sentido. A continuación, me pidieron que les hablara de Verplini. Les dije todo lo que Lara fue investigando en los últimos años: Verplini se casó con una argentina del Opus Dei perteneciente a una familia rica y poderosa oriunda del noroeste del país, pero también tiene una amante bastante menor que él, que es psicóloga y asistente social. Verplini utiliza a su amante para obtener datos sobre posibles levantamientos u opositores en las distintas villas miserias de la ciudad donde ella trabaja, y cada viernes le presenta un informe escrito al gobierno argentino. Sólo entonces comenzaron a tomarme en serio.

Aceptaron ayudarme a dar con Verplini. Luego, comenzaron a discutir posibles estrategias para atacar a los militares. Ninguna es viable. Siento lástima por ellos: no tienen experiencia, ni siquiera saben empuñar armas de fuego. Apenas son jóvenes que creen llevarse el mundo por delante sin calcular las consecuencias de sus actos. Sin embargo, coincido en sus ideas, aunque la vida (y la muerte que nos acechó y acecha durante todos estos años) me ha hecho más precavido y menos soñador.

Hoy nació Esteban, mi primer nieto. Con María Teresa estamos felices. Tanto que decidí ir a visitarlo al hospital. A María Teresa le inquietó la decisión: hace años que Gregorio se alejó de mí y se resiste a verme. Pero no me importó: le daré a ese nieto todo lo que le quité a su padre. Al verme, Gregorio se despidió de su mujer diciendo que iba al quiosco y se marchó sin siquiera mirarme. No puedo culparlo. Gregorio, hijo mío, cómo explicarte que mis ausencias no han sido un abandono. ¿O estaré equivocado? ¿Es más importante acompañar a un hijo que luchar por la humanidad? ¿Quién puede saberlo? Esteban es hermoso. Lástima que haya heredado mi nariz, una marca que en tiempos del Monstruo podía condenarte a un campo de exterminio.

Al fin hemos recibido noticias del grupo que conocí en el Tortoni. Erika se presentó en casa de Karl y Lara esta misma noche. Estaba demacrada. Varios de sus compañeros han sido asesinados. No sabe dónde ir. De Verplini no dijo nada. Imposible rastrear a un criminal nazi en tiempos donde los criminales gobiernan las calles. Erika pertenece a la Juventud Peronista. Ansía el regreso de aquel general del GOU que sin ser antisemita admiraba al Monstruo y se mantuvo neutral hasta el final de la guerra. Erika está desesperada. La hemos escondido en el sótano de la zapatería. Hoy mismo he solicitado una visa para que pueda viajar a Israel, ya que es de familia judía. Con ella, enviaremos un mensaje a la Mossad para prevenirlos de que la situación argentina nos impide seguir avanzando con nuestras investigaciones y capturas. Erika estaba tan cansada que se echó a dormir en un colchón que Lara tendió en el piso del sótano. Por un momento, los tres nos hemos quedado mirándola. Aquella imagen de la joven agotada por sus ideales nos ha llenado de abatimiento. La humanidad nunca cambiará. Venimos asesinándonos unos a otros desde el principio de los tiempos. Sólo espero que el azote no caiga sobre nosotros. Sobre nuestras familias, sobre nuestros hombros cansados de sostener tantas mentiras, tantas luchas que, ahora, viendo este país al borde del precipicio político, me resultan efímeras, absurdas y egoístas. Quizá Gregorio no esté equivocado. ¿Y si me perdí la infancia de mi hijo tan sólo para vanagloriarme de mis pesquisas contra los nazis? Dios mío. Cuánto he perdido en todo este tiempo. Mi familia en Alemania, Kristen, Jean Paul, Gregorio. Dios mío. Sé que no existes, pero al nombrarte a veces encuentro consuelo.

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