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Agadir, Marruecos. Septiembre de 1957

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Agadir, Marruecos. Septiembre de 1957

He viajado a Marruecos para mantener un encuentro con el servicio secreto israelí y el grupo de Boulard en Europa. Karl y Lara decidieron quedarse en Buenos Aires: nadie podría desconfiar de un viajante de negocios como yo. A menos de un año de su independencia, en este país conviven africanos, árabes y occidentales. No he podido resistir la tentación, y me he ido solo a Rabat a buscar poesía en francés, a escuchar árabe y bereber por primera vez en mi vida y comprar regalos para Gregorio y María Teresa.

Es increíble que quince años atrás todo este continente haya sido el campo de pruebas de Patton y Rommel. En Rabat he contratado por unos pocos dirhams al chofer del bus que me ha traído a Agadir. Una continua brisa atlántica acaricia la playa que baña diez kilómetros de arena blanca, el mercado de pescados con miles de sardinas, enorme y lleno de vida. No sé dónde se alojan los de la Mossad, ni tampoco el grupo de Boulard. Sólo tengo un nombre de referencia: Lausine Imssiou.

Lausine es hijo de franceses, pero ha nacido en Rabat. En su carta me había avisado que lo reconocería por su turbante anaranjado con dos rosas azules. No fue difícil identificarlo en el mercado. Al encontrarnos, me ha pedido que lo siguiera por entre las carretas y los animales que ocupan las calles, junto a los tenderos y los niños que piden limosna. Escondido entre mis ropas, llevo un cuaderno con todos los datos que Lara, Karl y yo hemos acumulado durante todos estos años viajando por Argentina y Latinoamérica codificado mediante símbolos geométricos. Todo está detallado: días, horas, nombres, direcciones.

Después de mucho caminar, Lausine entró a una casa de telas, la mayoría color pastel, donde nos recibió una cálida humareda de opio y la lejana mirada de varios hombres que fumaban de una pipa que se pasaban unos a otros.

Detrás de varias cortinas, al fin ingresamos a una estancia privada, un estrecho cuarto con una mesa a la que estaban sentadas tres personas. Lausine me ofreció un té de menta y unos dulces de canela y granada y se marchó. En la mesa, Edana Spicker me sonrió sin alegría: es la representante de la Resistencia en Europa. Daniel Weinbaum pertenece al servicio secreto israelí, lleva el cabello rizado y largo. Junto a él, una bellísima dama llamada July tomaba nota a una velocidad impresionante de todo lo que se decía. Decidimos que la reunión se realizara en francés.

Primero fue Edana quien presentó sus informes referidos a los barcos que, hace una década, salían de diferentes puertos de Europa con criminales de guerra hacia América del Sur. Luego mencionó una interminable lista de nazis alemanes, croatas, ucranianos, checos, italianos y franceses que han “desaparecido” misteriosamente. Cada nombre de la lista cuenta con una ficha correspondiente con sus datos: datos de procedencia, descripción física, cargo, tareas, crímenes, última aparición en público, posible destino americano, aunque muy pocos estaban identificados con fotografías. Es admirable el trabajo que se han tomado los europeos para registrar a estos criminales. En las fichas se describe desde el color de sus ojos hasta la mancha debajo de la rodilla derecha, según los datos que han logrado reunir a lo largo de los años.

Entre todos los rostros asesinos, dos se me revelaron de inmediato: Martín González y Carlos Corini, gerentes del club de montaña de La Cumbre, Córdoba, me miraban desde sus fichas, vestidos con relucientes trajes de las SS. Buchrucker y Dietrich. Hijos de puta. Si lo hubiera sabido… Furioso, aporté los datos suficientes para que Daniel se los traslade a sus superiores: a medida que yo describía mis estancias en La Cumbre, él controlaba que July registrara cada una de mis palabras en un código preestablecido, mezcla de hebreo, inglés y francés.

Tres horas más tarde, el propio Daniel decidió establecer una pausa. Bebimos cerveza y devoramos un pequeño cordero que sirvió la mujer de Lausine. Los seis comimos conversando de temas más agradables. Todos querían saber cómo era Latinoamérica, una tierra tan distante y extraña para ellos que les despertaba la imaginación. Empujado por sus preguntas, y envalentonado por la cerveza marroquí, les conté todo sobre Buenos Aires, sobre las playas de Río, sobre los Andes y el Pacífico. Más tarde, mientras saboreábamos unos dulces de hojaldre, dátiles y miel, Edana contó cómo fue lanzada en paracaídas para liberar campos de concentración mientras los americanos avanzaban sobre Alemania y parte de Polonia. Fue allí, en los campos liberados, donde conoció a su marido, judío francés. Lo que más le había impresionado era ver cómo los presos, recién liberados, se morían al comer rápidamente las raciones que los jeeps americanos distribuían al entrar. Mientras ella hablaba, poco a poco fui sumiéndome en la tristeza. ¿Cómo habrá muerto mi padre? ¿Y mis primos, mis vecinos?

Daniel y July se mantuvieron en silencio durante toda la cena. Apenas hicieron preguntas sobre nuestro pasado, pero del suyo no dijeron una sola palabra. Luego del café, Daniel decidió que era momento de continuar la reunión.

Esta vez les referí lo que estaba sucediendo en los gobiernos latinoamericanos y en diferentes organismos no gubernamentales de importancia. De lo fácil que era corromper a los argentinos en el poder para filtrar información valiosa. Finalmente, les entregué una lista de contactos de confianza en Brasil y Paraguay que estaban rastreando a algunos oficiales nazis y científicos escondidos allí. Luego, Edana arremetió contra ciertos escoceses, irlandeses e ingleses simpatizantes del fascismo que muy inteligentemente se encuentran en una profunda clandestinidad cuya traza es casi imposible de seguir.

Daniel prometió enviar ayuda y directivas en poco tiempo. No dijo nada sobre lo actuado por su servicio secreto hasta el momento y explicó que sus superiores no le permitían hablar de nada hasta que la información que aportamos sea chequeada y discutida en los cuarteles secretos de Tel Aviv.

Después nos abrazó uno por uno y se despidió con un cálido shalom. Junto con July desaparecieron tras las telas de la casa. Edana se fue quedando dormida lentamente. Yo me sentía demasiado excitado o triste, aún no puedo saberlo, pero lo cierto es que decidí terminar la noche en otro lugar.

Tomé un taxi-velo hasta Talborjt Square, el pequeño barrio cerca del mercado. Entré a uno de los bares. Algunas odaliscas bailaban entre las mesas. Bebí durante horas.

Amanece. Estoy solo en el hotel preparando mi equipaje. Pienso en Kristen, otra vez. Su nombre es una letanía que pronuncio buscando algo que nunca ocurre. Que nunca ocurrirá.

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